domingo, 30 de marzo de 2014

Sin él

Es el último poema. Cierra el libro y creo que no por casualidad.

¿Qué hay para decir después? Queda el silencio y es ese silencio que llora mudo. El silencio de la muerte de los que hemos amado, de los que nos han amado: amigos, camaradas, compinches dolientes o sonrientes de nuestros corajes y miedos. Como es la guerra.

Es él último poema de Poesía en armas, parte de los cuadernos de Rusia de Ridruejo. Lo escribió en mayo de 1942, de vuelta.

Y algunos entre nosotros lo entenderán -lo sufrirán- mejor que yo y mejor que casi todos. Son aquellos que, como Ridruejo, volvieron sin él, sin algún él que les fue ladero entrañable en el sur nuestro hace 32 años.

Ante la madre de un camarada muerto

A la señora de Ruiz Vernacci,
madre de Joaquín y Enrique

Vengo sin él; pero su noble carga
pones sobre mis hombros
ahora que unge tu débil mansedumbre
el reproche indecible.

Lo miro con tus ojos. Sí, lo veo;
era el más puro, el solo;
era tan niño como tú lo llevas
de nuevo en las entrañas.

Vengo sin él. Y maternal, sencilla,
generosa, lo buscas
con la ciega esperanza acongojada
sobre mi pensamiento.

Me turba tristemente la riqueza
de que estoy revestido:
Él nutriendo mi fuerza y moribunda
tu sangre en mi palabra.

Su muerte son mis labios: soy su muerte
brava, serena, dulce.
Y su vida también, esa que acoge
la duda de tu sonrisa.

Perdóname si vivo, si se yergue
mi entereza doblada
mientras llena el despojo de tus venas
un cielo resignado.

Perdóname si soy la galería
donde duerme el soldado entre la nieve
y el muro que interpone su dureza
entre su mansedumbre y tu consuelo.

Vengo sin él. ¿Inquieres? ¿Adivinas?
¿Acaricias? ¿Alcanzas?
Y al fin el alma se me extiende, lenta
como un paisaje, a tu dolor de madre. 



sábado, 29 de marzo de 2014

Moscú


Ahora es Moscú. Y ya antes era. Pero ahora vuelve a ser.

Siempre hay algo en Moscú, siempre. Y algo de Moscú.

Desde que sus cúpulas estallan al sol, con sus caderas luminosas, doradas. O se abrigan de nieve y hacen brillar el gris del cielo.

Apenas una nota, ahora. Apenas.

Los más viejos ni lo recordarán. Los más jóvenes ni lo conocerán.

Dionisio Ridruejo estuvo con la División Azul española en Rusia a principio de los '40 y de allí salió, entre otras cosas, Poesía en armas. En ese libro de poemas hay una Carta a mis amigos desde el cementerio de Nowgorod, en primavera, de la que dejo aquí el final:

Todo: la ermita entre las alambradas,
la noria inútil y el caballo muerto,
los grises cobertizos que naufragan
en la luz, los caminos encubiertos,
la ciudad esparcida, y más abajo
los grandes bosques de ladrillo nuevo
que debieron ser puente y son fortines
donde es carril la muerte y agua el tiempo.
Todo: la lejanía de las torres
diminutas del blanco monasterio
por donde el río tuerce y llega el bosque
que en lontanza es piedra del ensueño.
Todo y el hombre oscuro como el barro
que lleva un ataúd en su trineo
y las mujeres dentro de sus ropas
como en nidos, que pasan en silencio
y los nombres que brotan de la nieve
en las cruces que sólo lee el viento.
Con su poco de sol días y días,
migajas donde pican los jilgueros,
migajas de mi ser que se desgrana
para ser algún día verdadero.
Con la metralla y con la muerte días
y días que se siembran en el suelo
y me dan a esta tierra y de esta tierra
siembran también el corazón y el tiempo.
Cuandro regrese hacia la fiel caricia
de los campos amados que convoca el deseo,
ella vendrá conmigo hacia vosotros
y algo errará de mí sobre este cementerio.



viernes, 28 de marzo de 2014

Un amor nuevo

Dice di lei Amor: "Cosa mortale 
come esser pò sì adorna e sì pura?" 
Poi la reguarda, e fra se stesso giura 
che Dio ne 'ntenda di far cosa nova. 

Dante Alighieri, Vita nuova, I, XIX*


Y aquí estamos.

Dejamos el Ojalá algo envenenado de Silvio Rodríguez y Emilia Sánchez y nos vamos a la Toscana de Dante Alighieri y Beatrice Portinari.

No estamos muy lejos, no crean. Hay coincidencias.

Dos hombres jóvenes, dos hombres políticos y de política consecuente, aunque uno esté del lado del poder y el otro haya vivido perseguido y desterrado. Dos líricos también, más allá de las dimensiones y las honduras de sus talentos y de su arte. Dos enamorados, al fin, también, aunque ni amor, ni mujer, se digan igual en el dialecto de cada cual.

Y dos mujeres jóvenes. Ambas despertaron en sus respectivos varones un amor durable, más allá de que amor y tiempo no se entiendan del mismo modo en cada caso. Ambas, también, fueron finalmente ajenas a esos amores y su extranjería y distancia (incluso, en el caso de Bice, la distancia lacerante de la muerte), le dieron tinta a la pluma que las canta.

Y dos obras, por qué no. Es el caso, precisamente. La mujer y el amor del poeta, a su modo, escribieron las obras que les están dedicadas.

Sin embargo.

Hay mujeres y mujeres. Y amores y amores. Y hombres y hombres. Y poetas y poetas. Y no hay que comparar. Pero...


Dante vio a Bice a los 9 años, ella, probablemente, tenía 8. La volvió a ver a los 18 y tan sólo se saludaban. ¿Tan sólo? Para el Dante del amor cortés, del Dolce stil nuovo, ese saludo era la felicidad. Y más. La existencia de la Dama lo era. De dónde viene eso, cómo es, qué hace, es largo de explicar ahora. Lo cierto es que eso mismo es algo que ni Alejandro Dolina ni Octavio Paz -por lo menos ellos- ni entendieron ni sé si podrían, en cierto sentido, porque para entenderlo habría que entender otras cosas más sencillas.

Bice -si Bice es realmente la Beatrice Portinari de las historias, que no lo sabemos con certeza, aunque casi- murió a los 24 años. Estaba casada y no con Dante. No hubo más relación entre ellos que la que se conoce, es decir, casi ninguna. Pero su muerte dejó a Dante devastado y por influjo de eso mismo se lanzó a un desenfreno absoluto, como quien se emborracha de dolor y para mitigarlo.

Los trajines políticos lo llevan a Dante lejos de Florencia a la que no volverá, ni siquiera después de muerto, porque aunque hay una tumba en Florencia que después de siglos le rinde homenaje, esa tumba está vacía: su cuerpo descansa en Ravenna, no muy lejos, aunque a la distancia infinita del destierro.

¿Y Beatriz?

No hay que decir que en homenaje a Beatriz Dante haya escrito al menos dos de sus grandes obras, la Vita Nuova y la Commedia. Porque no son un homenaje. Son puro amor puro.

Hay que leerlas para entenderlo. Pero bastaría el canto segundo del Inferno o los tres últimos del Purgatorio o el Paradiso completo, para ver qué hizo Beatriz por Dante, qué hizo con el hombre Dante Alighieri, y cómo movió la pluma del poeta y en qué vino a dar ese movimiento. Eso no es un homenaje. Ni siquiera es la sangre con la que escribe habitualmente el enamorado o el doliente. Hay más que sangre allí.

Y por cierto que no hay veneno.

Beatriz es el amor mismo que el Amor hace encender en Dante. Beatriz, dice él en el canto XXVIII del Paradiso, es
quella che ’mparadisa la mia mente  
Aquella que mi mente emparaísa....



Ya quisiera un hombre conocer mujer tal. Ya quisiera un hombre sentir ese amor y que ese amor hiciera en él y con él lo que una mujer que lo emparaísa puede hacer.

Ya quisiera una mujer ser, si no ella misma, al menos el instrumento amoroso que logra semejante estado.



En fin, ojalá.




_____________________

*
De ella dice Amor: "Cosa mortal
¿cómo puede ser tan bella y pura?"
Después la mira, y dentro de si jura
que Dios intenta de ella hacer cosa nueva.

jueves, 27 de marzo de 2014

Ojalá: donde se habla de mujeres, venenos, amores y poetas


Hay mujeres y mujeres. Es obvio, ya lo sé.

Como hay varones y varones, amores y amores. Y poetas y poetas.

En parte obligado por cosas del oficio, tuve que entrarle a la cuestión.

Pero.

Antes, tengo que advertir que la reflexión-recreo no vino exactamente de las herramientas del oficio, sino de una compañía circunstancial que me llevó por este camino breve de estas líneas: unas músicas.

Hace muchos años, da vueltas por allí una canción famosísima de Silvio Rodríguez: Ojalá.

Para muchos la canción es un manifiesto lírico, algo barroco, algo expresionista. Hay toda suerte de hermenéuticas estilísticas. Dejemos eso. Algo del ritmo urgido y marchoso tiene parte en este asunto, también. Porque llevados por la anáfora desaforada del ojalá repetido a troche y moche y con urgencia, junto con la urgencia del ritmo, y de algunas imágenes y palabras guerreras, hubo durante tiempos y tiempos -y todavía hay- quienes sostuvieron la idea de que esto tenía un destinatario dictatorial, feroz, uniformado. Unos dijeron Pinochet o Reagan, pero no daban las fechas. la canción es de 1969... Para otros era Somoza, o Batista Fulgencio. Y para otros muchos hasta el mismo Fidel: porque pasa que es sinuoso el apóstrofe y el tú lírico recibe tantos mimos como palos. Aunque eso mismo, siendo el caso de este joven Rodríguez cubano y trovero, le quita puntos a la candidatura del barbado padre de la Cuba de la Revolución...

Y todo porque la canción habla tanto de hojas y lluvia y lunas y tierra en desiderio amoroso, como de deseables muertes, partidas, desasimientos. Tanto como de dolores y nostalgias y olvidos y ausencias.

Y el estribillo, claro, agridulce:
Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta;
ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve...
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones...
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones...
Como quieran. Pero, ¿me creerían si les dijera que he visto decenas de pauerpoins con imágenes progres de chilenos, nicaragüenses, paraguayos y vietnamitas o estudiantes americanos, africanos, europeos, madresdeplazademayo con guardias montados a los palos alrededor, paros, piquetes, marchas, y todas imágenes combativas y militantes, mientras al fondo suena la guitarra y la voz de Ojalá marchando a paso a compás? Pues, mis amigos, ¿no los han visto ustedes? No les queda más remedio que creerme. Porque que los vi, los vi.

Ahora bien.

Resulta que ya hace decenios que se sabe -a pesar de que se insiste con la versión hard- que la destinataria de esta bonita canción combatiente es una joven que fuera entonces: Emilia María Sánchez Herrera. Y eso, ¿quién lo dice? El autor, mis cuates: el autor.


La historia es conocida. Se encontraron en La Habana. Los dos hijos de la revolución, comprometidos, más ella que él, dice él, más culta, más seria. Él, soldadito del servicio militar; ella, estudiante de primer año de medicina. Un amor juvenil, sin más ni más: pónganle toda la épica que les guste: un amor juvenil, ilusionado, extremo. Más o menos al año, un día, sin decir agua va, ella se cansó de la medicina, de La Habana y probablemente del soldadito y se fue a su Camagüey natal a estudiar Letras. Y allí se quedó. Y él se quedó en La Habana y después se fue quedando donde le fue dado, pero lejos de ella. Desolado, dice él. Ciego de amor. Con el tiempo, la desolación, la nostalgia, el desengaño, la furia (cómo que no...) se le hicieron este Ojalá que se repite como una metralla, acribillando con caricias tan tajantes como dulces la memoria de ese amor a medias envenenado, a medias imposible, a medias inarrancable, a medias doblegado por el peso del recuerdo sin olvido.

Rodríguez, dice, escribió otras canciones para Emilia, algunas también muy conocidas. Otras mucho menos. Como esta Emilia, precisamente. Rara, casi disonante, joven. Pero amarga. Como un veneno, como un amor envenenado.

Ella, con los años, dicen terminó de profesora en la universidad de sus pagos. Y él, bueno..., él es Silvio Rodríguez, a cualquier efecto.

Eso hizo ese amor y esa Emilia con él. Y él hizo esa canción para ella. Pero, por lo que se oye, por ella.

No lo sé en absoluto y tal vez la canción sea apenas un atisbo de lo que pasó en realidad, que pudo haber sido objetiva y subjetivamente peor que lo que la canción trasluce. Sin embargo, también podría ser injusto dejarla a ella en esa frontera desdichada, en ese destierro de la ignominia suave y ambigua en el que el poeta la inmortaliza con la canción. Quién sabe, compadres. Quién sabe.

Aunque sí se sabe de cierto, por otra parte, que una mujer podría hacer cosas mejores con un hombre. Hacerlo mejor. E incluso, y en secuencia, hacerlo hacer canciones mejores.

No hay que comparar, eso ya lo sé.

Como sé que muy seguramente Silvio Rodríguez no es Dante Alighieri, ni Emilia Sánchez es Beatrice Portinari.

Y hasta aquí llego ahora. Era el recreo. Las cosas del oficio vienen en la segunda parte que vendrá. Porque Dante no es Silvio y Emilia no es Beatrice. y entonces una cosa es una cosa; y otra, es otra.


miércoles, 26 de marzo de 2014

Glosas del prisionero



Señora, pecho de luna, 
ojos de garza morena, 
quite grillos a mis pies 
y a mi cuello la cadena.  

(Copla popular norteña)



Ando llevando su nombre
como si fuera fortuna
por el día y por la noche,
señora, pecho de luna.

Ando en su nombre copleando
y la voz se me hace arena
que en la noche se hace canto,
ojos de garza morena.

Ando olvidando su nombre,
y a poco vuelve después,
y le pido cada noche:
quite grillos a mis pies.

Ando en su nombre pidiendo
que le quite usted la pena
de sus ojos a mi pecho
y a mi cuello la cadena.




domingo, 23 de marzo de 2014




ens es ens



Es verdad: el camino que baja es el mismo camino que sube.

Y por ese camino se va y se vuelve.

Para salir (o para entrar), a veces, hay que pasar una ancha pared de piedras. La misma que hay que pasar para entrar (o para salir...)

Pero, de ida como de vuelta, y una vez traspasados los muros, por anchos que se vean, uno ya está nuevamente afuera. O adentro.

Y aquí estamos. Otra vez aquí.

Dentro de no mucho tiempo, habrá algunos cambios.

Y lo que es será otra vez lo que es y será lo que ha sido mientras estaba en el camino. En el camino yendo. O en el camino viniendo. Porque lo que es no ha cambiado.

Y porque es verdad también: en el fin está nuestro principio.


domingo, 16 de marzo de 2014

















Bella en la sierra




Bella en la sierra, luz sobre las lomas,
agua de piedras blancas, verde menta,
tibia de bosques, voz de las palomas,
hierba en la falda gris que el aire vienta.
Bella en la sierra, tú, por donde asomas
plena de luna llena cenicienta
y fértil en silencios y en aromas.
Nube en la tarde, paz en la tormenta.
¿Qué loma leve te engendró preciosa?
¿De qué tierra tomaste tu hermosura?
¿Quién alumbró en la sierra tu fragancia?
Todo estrella lejana y misteriosa,
bella en su mar de cielo, en la distancia,
bella en la sierra, tú, en la noche oscura.




sábado, 15 de marzo de 2014

Pipinas y el cielo



La noticia fue hace unos días y no me despertó interés en su momento. Era demasiado obvio todo. A favor o en contra. Recién más tarde fue que advertí que la cuestión -un cohete fallido- pasaba en Pipinas.

Pero hay que decir también que desde que leí la trilogía de Ransom de C. S. Lewis, el espacio (el cosmos, que le dicen) tiene otro color, otro sabor. Inevitable. Y tal vez haya sido uno de sus aciertos mayores poner tan vívida la vida más allá de la luna. Cosas de extraterrestres, dirán los zopencos. Y eso porque no imaginan cuánto de extraterrestre hay en la Tierra, y cuánto de terrestre hay más allá del mundo sublunar...

Lo cierto es que hace un par de años di una vuelta por una región antigua de la provincia, esa especie de triángulo que arranca un poco al sur de la Bahía de Samborombón yendo al norte, hasta Magdalena, pagos del Salado al norte. Dolores queda al sur allí.

Lindos campos, viejos. Y se les nota. Tienen la bendición de ser tierras salitres, lechos de mar que fueron hace milenios. Por eso allí no hay soja, Dios bendito. Se hacen otras cosas. Muchos animales vi.

Y está el paisaje.

Lo mejor del viaje fue ver esa línea perfecta entre tierra y cielo, completamente vacía ella, llana como una línea. Y el cielo. Se diría que es más el cielo que la tierra, que ella sostiene una bóveda inmensa. Impresiona, es difícil describirlo. Lo más parecido, y muy parecido, son los dibujos de Florencio Molina Campos, con esos horizontes que en los dibujos parecen irreales e imposibles y que en aquellos parajes no lo son.

Allí, un poco al norte de Dolores, está Pipinas (Las Pipinas, dicen la estación del ferrocarril y los mapas...), un pueblito antiguo y en los últimos años bastante maltratado por unos y por otros. La gente allí es pechadora y animosa. No se rinden fácilmente.

Será el cielo. Será la rectitud de la llanura. Quién sabe qué será.

Cuando vi que un artefacto, que iba a volar al cielo desde Pipinas, apenas hizo dos metros y se cayó, no pensé en el artefacto. Todo era muy obvio. Si hubiera salido bien, el gobierno habría llegado al cielo. Como salió mal, el gobierno cayó. Todo muy obvio. Aburrido. Para militantes.


Yo me quedé en Pipinas. Y en el cielo de Pipinas. Y me acordé de Lewis y de Ransom.

¡Qué suerte que el cielo sigue arriba, intocado, y nada que saliera de Pipinas, y de aquellos campos de cielo, lo haya hendido!






viernes, 14 de marzo de 2014

Lamento de Dulcinea




Tu voz es marzo y va como las hojas
en bronce y plata por el aire suave
y en el bramido tímido del ave
anda diciendo amores y congojas.
Tu voz es marzo y va como una nave 
surcando el corazón al que deshojas,
dejándole a su paso heridas rojas
con el dolor de tu registro grave.
Tu voz otoño agita las mareas
y el ocre de tu voz late en el viento
veteando de nostalgia a la esperanza.
Tu voz otoño esparce su lamento
y a su dulzura crece la añoranza
de las que un día fueron Dulcineas.



jueves, 13 de marzo de 2014

Progre (II)

Algunas veces, de tanto en tanto, hay que bajar a la ciudad. Y cuando eso pasa, mejor el tren.

Y cuando el viaje a la ciudad es en tren, hay rituales. Por ejemplo, ir llegando a Pacífico y empezar a caminar hacia el furgón, si es que el furgón está a la cabeza. Retroceder, jamás.

En el furgón, según la hora, hay de todo. A toda hora hay de todo, pero hay horas que más. De 6 a 8, más o menos, así como de 17 a 20, el furgón es el refugio de los viandantes. Albañiles, mayormente, algunos empleados. Pero cualquiera, porque, de tan repletos, al furgón va cualquiera, el que puede, el que no alcanza a subir en otras partes. Desde jovencitas universitarias, personal de servicio, madres, bicicletas.

Pero, lo que mayormente hay en el furgón, a toda hora, es humo. Humos, en todo caso. Y a algunas horas, más humos de un tipo que de otro.

Era el mediodía. Una hora tranquila para viajar en tren a la ciudad. Llegando a Pacífico, el ritual: fumar un cigarro en el furgón antes de entrar en Babel.

Había 14 varones allí, bastante para esa hora. Edades distintas, aspectos similares. Con un servidor, sumábamos 15. Un joven con rastas en el pelo y reggae prestado en la sangre propia, parecía vivir en su bicicleta (cargada de bultos) a la que cuidaba sentado en el piso, fumando Marlboro y compartiendo la seca con un cofrade, pero de aspecto santiagueño, también sentado y somnoliento. En otro rincón, un tipo de mediana edad leía junto a una de las puertas un diario gratuito. Fumaba también y le convidó un Viceroy a un mochuelo de aspecto tumbero que apenas le hizo un gesto recio para forzar el convite. Más allá, dos albañiles paraguayos se entendían en su jerga. Uno fumaba rubios, el otro tomaba un agua de pomelo, marca ignota. Junto al ojo de buey, adelante, había un conjunto de cuatro muchachos de talantes provincianos, dos de ellos con atuendos de correo privado. Ninguno fumaba, hablaban en voz baja de cosas de su oficio, parecía.

Los otros cuatro eran personajes conocidos. Cargan en algún vivero de Moreno o José C. Paz sus cajones de madera con plantas y plantines envueltos en hoja de diario. Llegan a Retiro y en subte van hasta Constitución. Allí abordan alguna formación que los deje en Ranelagh o en las inmediaciones. Allí caminan y casa por casa ofrecen lo que llevan a las doñas de los barrios. Si el día es bueno, pueden hacer dos veces esos trayectos. Si no, liquidan como pueden, donde pueden (hasta en el Obelisco, si cuadra...) y se vuelven al pago. Por la hora, sería a mi ver el segundo viaje. Llevaban dos cajones repletos y las flores y plantas eran de una rara calidad y de muy buen ver.

Como siempre me pasa, hablamos de plantas con los dos mayores, en particular con uno de ellos que es el que sabe más. Los otros dos del grupo, bisoños, se ve que acompañan y aprenden el oficio. Todos fumaban a pitadas cortas y nerviosas cigarrillos de marca. No son gentes de campo. Son desechos de capitales, subproductos, buscas. Gentes de los bordes. He visto pasar por los furgones generaciones de ellos. Antes eran otros. Distintos en sus modos, tal vez, y cuanto más atrás en el tiempo voy, más. Mismos cajones, mismos plantines, mismas hojas de diario de envoltura. Mismas caras, mismos gestos. Pero otros. Y los mismos.


Todo empezó porque pregunté por unas erikas, tenían varias de distintos colores y eran lo mejor del lote. Entusiasmaba verlas y él se entusiasmaba explicándome. Y había lavandas y salvias, y así. Dos cajones frescos de plantas vivas y vivaces.

Quiso venderme la erika. Pesos cuarenta el plantín. Valía la pena. Malhaya mi suerte no tenía blanca en ese momento, si acaso 10 pesos. Gracias a los bancos que secaron los cajeros, para evitar la excesiva liquidez y la puta que los parió, genios de las finanzas. Genios con mis pesos pocos, de las finanzas de mis pocos pesos, digo. Esperaba encontrar metálico en la ciudad. Y puteaba doble ahora a los genios de las finanzas que me robaban a mí la erika de las manos y al del cajón le robaban la primera venta del viaje, antes de empezar a vender.

No me creyó. Pensó que regateaba. La encomió, la ensalzó. Sin necesidad. Yo no podía sacarle a la erika los ojos de encima. Con paciencia y simpatía me hice entender, al fin.

Hablan medio a los gritos, siempre. El furgón participaba atento al regateo al revés (él me regateaba a mí...) y miraba sonriendo los esfuerzos de ambos. La frase que cerró el asunto fue convincente: "basta..., me estás vendiendo la planta a 20 mangos y podés sacarle el doble..."

Hice un silencio, mirando los cajones florecientes.

En un rapto inocente y admirado, perdida la mirada en los verdes coloridos, dije: "Hoy tenés muy buena merca..."

Y entonces, catorce gargantas, al unísono, estallaron un grito como un resorte: "¡¡Ojalá...."!!

Los catorce. Ni uno menos. A una. Y los catorce carcajearon divertidos.

Me lo quedé mirando al del cajón, con media sonrisa que quiso ser pícara. Zapallo de mí... Tardé cuatro segundos en entender la inocencia de decir ahí, a ellos, "hoy tenés muy buena merca...", dos segundos más para entender el "¡¡Ojalá...."!! sonoro y cómplice y otro segundo, en cascada, para entender las risotadas...

Como si fuera un chico travieso, mientras se diluían las risas en comentarios, le di un par de palmadas en la cara, y le abracé la cabeza, cariñosamente, para que entendiera.

Y entendió. No dijo más. Salvo: "Cuando quiera, jefe... si no tiene, me lo da otro día..."

Los demás siguieron con lo suyo. Ya llegábamos.

Estábamos entrando al Retiro, flanqueados por la gloria de la villa 31.





miércoles, 12 de marzo de 2014

Progre

- No sé..., vea. Usted dice que hay progres de mierda y otros que no... Yo no sé...

- ¿Y por qué no? Buena gente hay en todas partes.

- Eso es verdad. Pero le digo que el progresismo en cuanto tal es cosa de mierda. Cualquier progresismo. Y lo es desde su origen. Hay que hacer piruetas para hacer que las palabras digan cosas que no son, si alguno quiere salvar al progresismo y lavarle la cara. O entender las cosas como lo que no son.

- ¿Y acaso no es igual con los conservas?

- Creo que sí, en su medida. Pero...: ahí se equivocó, ¿ve? Porque sólo para un progresista, en principio, el opuesto es el conservador. Y sólo para un conservador, en principio, el opuesto es un progresista. El opuesto contradictorio de uno no es el otro. Hay un tercero que realmente lo es... De ambos. Y cuando esa tercera cosa aparece, siquiera un poco, ahí es cuándo. Ahí se ve cuántos pares son tres botas y qué le molesta más a cada uno de los dos, o a los dos juntos llegado el caso, y el caso va llegando cada vez más claramente. Y por supuesto que gente de mierda hay en todas partes, mala gente, con mala leche. Pero no hay progresismo bueno, en cuanto progresismo, se entiende. Ahora, si usted pone bajo ese nombre a la Madre Teresa, a Jauretche y Scalabrini, a Evita y a Don Bosco y a Martin Luther King, al Mahatma y a Don Orione (hoy es su fiesta, fíjese...), entonces eso es lisa y llanamente mala leche...

- Eso es como si me dijera que todo lo que diga el progresismo será falso, será mentira...

- Mire, cumpa: mentira y falso son cosas distintas. ¿Hace falta que se lo explique? Y la diferencia entre ambas cosas podría ser que lo dijere gente de mierda o no.

- No, entiendo, es verdad. Bueno, pero lo mismo: ¿todo el progresismo está mal?

- Ahora me agregó una cosa más...

- Oiga, no se haga el zonzo...

- Ya le dije: el progresismo en cuanto tal es una cosa de mierda. Pero eso no quiere decir que no haya allí cosas que en sí mismas no sean verdades, en realidad fenomenologías más o menos acertadas, pero el porqué y el para qué y hasta el qué..., ahí muestra lo que es. También hay de esos aciertos fenomenológicos en eso que usted llama los conservadores, para el caso. Pero, fuera de eso, y de las buenas intenciones, y alguna que otra cosa más, el progresismo en cuanto tal es cosa de mierda. ¿Se acuerda de lo que le dije varias veces? Eso de Chesterton...

- ...

- Fue en una carta al Clarion, en febrero de 1910, para la época en que publicó Lo que está mal en el mundo. Lo puteaban lindo de todos los flancos. Y él decía, para escándalo de un lado y otro, que si le pedían elogios o críticas para los socialistas tenía enormes cantidades de ambas cosas. Los alababa infinitamente porque querían aplastar la sociedad moderna y los censuraba infinitamente por lo que querían poner en su lugar. "Como supongo que el aplastamiento debe venir primero, decía, mis simpatías prácticas están principalmente con ellos."

- ¿Entonces?

- Que para empezar creo que el socialismo era entonces un nombre y una cosa que terminó siendo el progresismo en realidad, porque en realidad ya era progresismo entonces. Además, de entonces a ahora, el progresismo ha mostrado mejor lo que en realidad quiere aplastar. Y el socialismo -sea lo que fuere que quiera poner detrás y adentro de esa palabra- también quería aplastar como ahora algo que no es exactamente la sociedad moderna. De modo que no sé si hoy podría decir él mismo algo así. No era la sociedad moderna, ¿ve? Era, en todo caso, la tercera cosa, ésa que no son ni progres ni conservas. Pero fíjese que, a esta altura y más o menos desembozadamente, muchos conservas quieren aplastar lo mismo y eso en buena medida por lo que son, pero más que nada porque el progresismo les ganó la cabeza y el corazón. Y también porque quieren conservar cosas que mejor no existieran y lo quieren por razones que mejor no quisieran... Así pasa que hay quienes se rasgarían las vestes si les dijeran que son progres... de un lado y del otro, malhaya su estupidez. O mala leche.

- ¿Me parece a mí o lo veo medio enojau...?

- No, no. Enojado, no. Pero me pasó una cosa el otro día que me dejó estas cosas dándome vueltas en la cabeza y en el corazón... Y enojado no se puede ver bien...

- Ah..., cuente, cuente...

- No, mire. Mejor mañana. Se hizo tarde y hay que madrugar. Ya vendrá el cuento.





martes, 11 de marzo de 2014

Campos de cenizas




Illius ad tumulum fugiam supplexque sedebo
et mea cum muto fata querar cinere.

A. Tibullus, Elegiae, Liber II, VI


Et mutam nequicquam alloquerer cinerem.
G. V. Catullus, Carmina, CI





Es la tarde del día.

Camino por un campo de grises y de aromas.

Sigo las huellas mudas
de las cenizas mudas, como espigas de nada,
que brotan a mi paso
marchito y ceniciento como la tarde ahora.  

Hablo con esos pálidos vestigios
de fuegos que no sé si ardieron antes
y que vuelan,
silenciosamente vuelan,
livianamente vuelan,
y van, desaparecen, y vuelven a volar.
Como cenizas.

Llevo su gris en todo
y en todo llevo el blanco ceniciento
clavado entre los huesos,
como si fuera un túmulo de huesos,
sin voz, incinerados.

Es la tarde del día.

Hablo con las cenizas el dialecto del tiempo
(ellas han visto al tiempo volverse a sus cenizas...);

y ellas, mudas, se esparcen
por el aire en silencio de la tarde del día.

Hablo su voz,
su misma voz de siglos y milenios
debajo de mis pies.
Digo en rescoldos fríos,
apagados carbones de brasas taciturnas,

un son de letanía sin sonidos.

Nadie habla.

Es la tarde.

Un silencio de noche
acecha y ya parece un fulgor y un estruendo.

Hablo solo en el campo,
y el vacío contesta el eco de mis voces.

Son mudas las cenizas
y vagan
en la tarde como espectros callados.





lunes, 10 de marzo de 2014

Zurda diestra, siniestra y feliz

 


Cuando se usan las palabras, se olvida uno de que de algún lado vienen y que por muchos lugares han pasado, antes de llegar hasta nosotros. Y no es que se sepa siempre de dónde vienen, sino que por cierto de algún lado vienen. El asunto es de dónde. Y qué barro se les ha pegado en los pies y en sus ropas, a veces hasta hacerlas extrañas y dejarnos algo perplejos...

He allí la palabra zurdo/zurda, por ejemplo. Tanto como siniestro/siniestra, y para el caso izquierdo/izquierda, porque aunque en nada son parientes materialmente, si van juntas en sus significados. Y no sólo están ellas, sino también sus opuestas, claro que sí, y con sus propias peculiaridades. No descubro nada con eso, ya lo sé.

Para empezar bien, dejemos de lado las connotaciones (mayormente políticas y culturales) que las propias lenguas y sus historias le han dado a términos como siniestro/a y diestro/a, porque pueden salirse allí conclusiones difíciles de tragar para unos u otros, antes de que entiendan qué es lo que están tragando. Y digo esto aun admitiendo que la valoración de lo izquierdo y lo derecho tiene una prosapia que se pierde en la noche de los tiempos, no sólo en sentido horizontal y extenso, sino también intenso y vertical. Todo lo cual es cosa misteriosa y por lo mismo, cosa de cuidado.

Pero, quede dicho que esto de ahora es apenas un apunte con dos o tres curiosidades al respecto, nada más. Y nada menos, pero eso de nada menos queda solamente para los más avisados y los menos papanatas, por supuesto.

Veamos.

Dicen por allí que posiblemente nuestra palabra zurdo/a venga de una voz prerromana que algunos quieren que sea pirenaica, y eso en razón de que parece prima hermana de palabras vascas como zurrun (inflexible, obstinado, pesado) o incluso zur (avaro, agarrado). Son los mismos que han notado que en otras lenguas anejas a ambos lados de los Pirineos, del gallego hasta algunas de las parlas de Occitania, hay términos relacionados que, en todos los casos, están asociados a la idea de cosas o personas torpes, por decir lo menos. Y no es de extrañar, tampoco, si se piensa que en vasco la palabra izquierda, esto es ezkerra o mejor aún esku okerra, quiere decir original y precisamente mano equivocada. Y por extensión, también torpeza o deshonestidad.

A la vez, hay que notar que la palabra déxos, griega ella, es la que da origen a la poco usada voz latina dexius y por ella llega dexter, de donde proviene diestro, en alusión doble a lo que atañe a la mano derecha y a lo hábil tanto como a lo honesto.

Pero si andamos en lo diestro tenemos que ir a lo siniestro, por fuerza.

Y allí hay una historia interesante.

No es clara la etimología de la voz sinister en latín. Para unos vendría de sinus, en razón dicen de que era la mano que se escondía en el seno, o por decir mejor entre los pliegues de la toga con que los romanos se vestían y llevaban recogida con esa mano. Para otros, se sigue de senex (viejo y por extensión venerable o digno) (con una terminación -ter, comparativa (que también estaría en dexter): el más digno), lo que, en apariencia y así visto, cambia de signo lo siniestro y lo vuelve feliz.

Pero eso parece que tiene alguna explicación para los buceadores de palabras. Y resulta que la explicación en ese caso dicen que está en los ritos y liturgias de estos dos pueblos mediterráneos, los griegos y los romanos.

Para los griegos lo diestro es noble. Para los romanos, en cambio, lo noble es siniestro, al menos en sus primeras y propias palabras y en sus costumbres de rendir culto a sus dioses.

Ocurre, explican los sabios, que mientras los griegos ofrendaban mirando al norte, los romanos lo hacían mirando al sur. De este modo, el este le quedaba a los griegos a la derecha y a los romanos a la izquierda. Y, en los augurios de unos y de otros, del sol naciente venían los buenos pronósticos y el favor divino; mientras que del poniente venían los augurios nefastos y la cólera de los dioses.

La derecha griega, entonces, y por decirlo así, era feliz. La izquierda romana, a su vez, lo era igualmente.

En estos aspectos, también culturales además de religiosos, la influencia griega fue mayor y alcanzó finalmente también a los romanos que, en consecuencia, cambiaron de mano, al menos en sus usos lingüísticos y en el respectivo imaginario.


Ah,  pero qué lástima...

Estoy viendo en la primera fila, por lo pronto, pero en otras también, allá un poco más atrás, y a izquierda y derecha del auditorio, a una cantidad considerable de papanatos y papanatas que cuchichean, se cambian miradas de contraseña y se relamen con ojos golosos ante lo que creen que son las aprovechables derivaciones partisanas de esta nada más que breve nota curiosa.


Miren, señores, si se van a portar así, me retiro. Y las conclusiones quedarán para cuando haya mejores oídos.



Buenas noches.





domingo, 9 de marzo de 2014

Único mar




Hay un mar que es la náusea de este mundo.
Un mar de antiguas aguas enemigas,
que en sal amarga pudren y corroen.
Y es de una soledad que es siempre estéril.
En ese mar los hombres languidecen
en afanes de nada, en desesperos
de naufragios opacos, grises, vanos.
Sólo es feliz el triste en ese mar.
Pero hubo otro mar en esta tierra,
otro mar anterior, hijo del cielo,
que en oleajes de espumas rumorosas
besó las costas claras, inocentes,
y que un día, al final de nuestros días,
será de nuevo el mar. Y no habrá otro.




viernes, 7 de marzo de 2014

La venganza será terrible

Parece que hablar de amor impide usar la palabra venganza. A veces. Porque hay veces en que ambas palabras se juntan fatalmente en ocasión de amores y más precisamente de desamores.

Pero hay otras veces en que una circunstancia fortuita permite -exige, podría decir también- que ambas caminen de algún modo juntas.

No tengo devoción especial por Alejandro Dolina. Habitualmente me hace gracia, eso sí. Es un decidor en ocasiones consistente y hasta con ciertos raptos de ingenio elogiables. En dosis homeopáticas y en varias cuotas. Y siempre y cuando se pueda distinguir el modo de hablar de las cosas dichas.

Para decirlo rápido, creo que muchos de sus admiradores, con más y mejores lecturas que él, exageran las virtudes de un posromántico, escéptico sin agresividad, que le tiene más aprensión a lo burgués (entendido en el sentido típico que tiene en ámbitos culturales) que adhesión a lo espiritual en sentido amplio y no solamente religioso.

El caso ahora es que, a propósito del amor y su relación con la literatura provenzal y en lengua occitana -asuntos literarios que me roban unas horas en estos días-, Dolina habló una vez en un programa de radio de su ciclo La venganza será terrible, que se emitió esa vez desde Montevideo. El eje fue el amor cortés y siguió para desarrollarlo un ensayo sobre el amor en occidente de Octavio Paz, La llama doble, y más precisamente el capítulo IV, La dama y la santa (al que aludió sin precisar), aunque al parecer y por lo que dice alrededor leyó el libro completo. Dije que siguió el libro y debería haber dicho que simplemente tomó un capítulo y lo pasó a su dicción y lo resumió en términos dolinescos, a veces como trivializando el asunto, más allá de que el tono sea de a ratos solemne y sentimental o jocoso.

El capítulo, como dije, es el cuarto y está dedicado al amor medieval en general y a la expresión de esto en términos de poesía provenzal y dantesca, en particular, y esto siempre en relación con la naturaleza del amor cortés. Y aquí está.


Tal vez el problema esté en que, con mínimas aportaciones propias, siguió el texto de Paz servilmente aunque con menos erudición y algo más simpáticamente.

Pero.
No es extraña la confusión: sexo, erotismo y amor son aspectos del mismo fenómeno, manifestaciones de lo que llamamos vida. El más antiguo de los tres, el más amplio y básico, es el sexo. es la fuente primordial. El erotismo y el amor son formas derivadas del instinto sexual: cristalizaciones, sublimaciones, perversiones y condensaciones que transforman a la sexualidad y la vuelven, muchas veces, incognoscible. Como en el caso de los círculos concéntricos, el sexo es el centro y el pivote de esta geometría pasional...
Esto, por ejemplo, es del capítulo I del libro de Octavio Paz. Y es un hilo conductor y una cierta como matriz en sus elucubraciones.

El amor es tema difícil, amigo Alejandro.

Hay que tener cuidado.

Puede que don Octavio, con mucha más "cultura" y lecturas y años, haya llegado a esa conclusión (el libro es de 1993 y Paz murió en 1998) o esa haya sido su experiencia. No es ni un punto de partida novedoso ni una conclusión inédita, concedamos. Pero no por eso deja de tener su peso a la hora de saborear esos asuntos.

Mire, don Alejandro, que el amor es cosa tan delicada como peligrosa, aun el elusivo amor cortés...

Mire que del amor y de las cosas del amor (desde Platón a san Juan de la Cruz) hay que hablar con cuidado y con tino. Por amor al amor, por ejemplo.

Mire que hay cosas que el amor exige distinguir, siquiera algunas cosas. Para no llamar amor a cualquier cosa y de cualquier manera.

Mire que la venganza puede ser terrible.







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Por si hubiere interesados, dejo este enlace a La llama doble.


jueves, 6 de marzo de 2014

Terrible




Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un aroma cada
vez más débil.

Rainer Maria Rilke, Segunda Elegía de Duino



¿Adónde va la luz?
¿A qué final que fue desde el principio el fin?

¿Acaso lo sabemos? No sabemos.
No hemos visto siquiera en nuestros ojos
el rastro de esa luz que siembra el día
y el fuego y su calor,
y que al ocaso hiere corazones
con nostalgia,
con las heridas tibias de la tristeza tibia
de no tener reposo todavía.

¿De dónde llega?

¿Adónde? ¿Adónde va la luz? ¿Dónde nos lleva?

Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes
, dice Rilke. Y es verdad.


Terribles son los ángeles. 

Y el mundo.
Y el universo, vasto como el alma,
pero menos que el alma, 
que es terrible
cuando alumbra sus juicios.
Y terrible es la noche y la mañana;
y espantable es el aire
en las montañas limpias y en el campo fragante.
Terrible el mar, porque el mar es terrible
como el llano de arena de un desierto
y una flor en su hora.
Y es el bosque terrible.
Y aterra el resplandor de un firmamento quieto y silencioso.
Terribles los arroyos,
y las piedras.  
Terribles las sonrisas, 
los amantes,
y el mismo amor,
que no nació en nosotros.

¿Adónde va la luz? 

¿Dónde llevan la luz esos terribles
ángeles?

¿Desde dónde nos arde e ilumina?

¿Desde cuándo nos mueve incandescente
en oleadas terribles de consuelo
o de angustia que busca el sosiego terrible,
y la paz de los ángeles
en nuestros pechos frágiles, humanos?

¿Hasta cuándo estaremos esperando
que la luz nos abrase y transfigure
y nos muestre la luz de toda cosa
y nuestra propia luz,
terrible también ella cuando seamos uno,
entero y uno?




miércoles, 5 de marzo de 2014

E aital, passen los ans...




Lo temps desfà pas las causas. Pòt pas. Sòl las far d'autras de coma foguèron. Aquò òc pòt. Fa aital amb los remembres, que lo temps li torna a el grises o de colors viuas, sens que poscam saber cossí e perqué.

Las causas càmbian pas. Èran ja quand foguèron. Mas lo temps tanben nos ditz qué foguèron. E qué son. Pr'amor que los remembres pas totjorn o dison.

Mas arriban un jorn e fòrça de çò de viscut daissa d'èsser remembre. E resulta que lo temps o a tornat vida e o nos mòstra ara. E nos ditz qué avèm viscut.

Aqueste meteis temps que de la man dels remembres nos narrava una vida que cresiam viscuda, es lo meteis que daissa a las pòrtas de las causas, pas dels remembres.

Ailà, segut front a front amb nosautres meteisses, nos demoram alavetz en silenci. En nos gardant. En nos entendent, en tractant d'entendre, en contemplant almens la vida d'òm que sèm nosautres meteisses.

Siás pas s'es aquesta la màger solitud. Siás pas se quand entendèm los remembres e las causas que los faguèron nàisser, siás pas se quand vesèm un nosautres meteisses que coneissiam pas, sèm sols vertadièrament. Tal còp, la meteissa vertat que nos fa liuras, nos liura d'una solitud qu'es pas d'autra causa que la luenhença amb çò que sèm vertadièrament e avèm fach de las nòstras vidas.

E aital, passen dètz, quinze o vint e cinc ans, brica de çò que foguèt serà desparièr. Lo temps desfà pas las causas. Ni nos desfà. Sèm nosautres qui tal còp amb lo temps e qualquarren de vida viscuda e qualquarren de melhora vista, vejam çò que las causas foguèron e perqué. Òm vei qu'amb lo temps pèrd la vision, las causas s'aluenhan, se fan mens claras en los nòstres uèlhs. Mas fa d'ans, quand aviam bona vista, vesiam pas çò qu'amb los ans, quand nos soi tornat vièlhs, podèm veire. Nos es donat veire. Nos ausam a veire. Lo temps nos mòstra. Foguèt lo temps e viure çò que nos permetèt veire.

Poiriá èsser aquesta una de las rasons qu'existisca lo temps pels òmes. Una rason poetica, benlèu. Mas probablament veritabla. Las causas se nos mòstran lentament, e los nòstres uèlhs veson abans que brica las aparèncias. Almens per un temps.

La sabença es sabor e prigondor. Mas entre los òmes, dins la majoritat de nosautres, la sabença es puslèu temps. Temps viscut, temps vist e per veire.

D'autra manièra, la sabença es un present especial, una gràcia. Qualquarren que ni lo temps ni viure ni veire poiriá nos donar.

Un jorn, esperi, arribarai a veire.

La miá vida, per çò lèu. La miá veritabla vida. E las vidas d'unes autres -las vidas veritablas d'aqueles que foguèron los mieus autres- e çò qu'ai fach en elas. E çò que m'an fach. Lo lum e lo plan que m'an donat. E lo lum e lo plan que m'ajan levat.

Veirai los mieus amors e lo mieu amor. Çò qu'ai aimat. Es quaus m'an aimat. E eth quau estat soi estat a la fin per los mieus amors, los amors que m'an aimat e los amors qu'ai aimat.

Tal còp li calga passar mai que d'ans. Tal còp li calga passar mai que temps.

Tal còp tot aiçò serà davant los mieus uèlhs quand serà passat lo temps, tot lo temps.

Quand aurà pas mai temps.





martes, 4 de marzo de 2014

Alfalfa pa'l carnaval

Hay algunas verdades que uno debe decirse a sí mismo, al menos una vez en la vida. Tal vez tengan que pasar muchos años antes de que uno se atreva siquiera a pronunciarlas. A oírlas sonar, a reconocer la voz propia diciendo cosas propias de sí.

Son de esas cosas que uno ha visto y vivido en años. Pero tal vez por eso mismo, porque son cosas que uno cree que no debe decir de tan sabidas, de tanto que las vive y las sabe, y entonces nunca quedan dichas.


* * *

En estas últimas semanas, me tocó viajar un poco por la provincia de Buenos Aires. Y en estos días andar algunas leguas de campo. Y unos pocos pueblos, sencillos, tranquilos. Y estar bastante con sus gentes, de paso o afincado en un lugar.

Volvía hoy de uno de esos periplos y fue en medio de una tormenta feroz que apuró la salida de un campo en el que había estado. Un campo en el medio de la nada, lejos de todo. O casi. Unas decenas de kilómetros de camino de tierra podrían, de no salir, haberme dejado allí por unos días, días que no tenía, malhaya mi suerte. Hubo que decidirse y dejar el lugar. Con nostalgia, claro.

No era nada más que una visita de nada. Para hacer nada. Yo, al menos, que iba de acompañante e invitado. Pero, así y todo, igual había estado desde temprano recorriendo potreros con animales y siembras varias (poca soja, bienhaiga mi suerte...), arreglando de paso algún alambrado, juntando acacia blanca seca para quemar a la noche, bajo el cielo que prometía llover y no quería. Y andar viendo si en aquella loma se podría levantar un galpón, si hay que alivianar un monte de eucaliptos para hacer leña porque el invierno pasado fue muy frío y éste que viene...

Ayer fue un día glorioso, amenazando la lluvia todo el tiempo, y triunfando el viento y el sol entre nubes gordas de bronca, que se fueron bufando y dejaron paso a un temporal de nubes sutiles, bajas, revueltas que arrancó antes de clarear, garuando despacio.

Como cuando uno está solo -o cuando son sólo varones, como es el caso-, el tiempo de las cosas tiene un ritmo espontáneo, de las necesidades, nomás. El trabajo, recorrer una parte u otra, buscar esto o aquello, acomodar el motor del agua que anda fallando, buscar una vaquilla rebelde, ir a ver si se cerraron las tranqueras, ver si la semilla esto o el alazán aquello... O agenciarse unos higos en un monte para tener algo dulce, tostar un poco de pan que no es del día, la subsistencia, tirar alguna carne en una parrilla, inventar un guiso, mirar el fuego, tomar un poco de vino, preparar el otro día.

Y durante horas de tiempo oír el mugir de los animales, y el tronido ronco y constante del tractor que trilla y la máquina que atrás teje los rollos de alfalfa, constante, rutinaria. Y las conversaciones de garzas y flamencos en un bajo en el que se fue armando una lagunita. Cotorras golosas. Patos inquietos. Pájaros. Perros que van siguiendo a las gentes o a las máquinas, ladrando de a ratos.

Conversar con uno u otro, si hay algo que hablar, si se lo cruza uno, en la manga, en un callejón. Gentes de trabajo, de campo (del medio del campo, lejos), que vive en pueblos vecinos que no llegan a 300 habitantes, que anda alambrando, arriando animales, de aquí para allá en chatas viejas, con hijos mozos que andan en el medio del campo con problemas de chicos de ciudad (malhaya su suerte...)

Y estar así, con poca cosa. Sin electricidad ni gas, con pocos lujos y suntuosidades, cuando se va yendo la luz queda ir retirándose, juntando lo que haya quedado suelto, guardar, empezar a adecentar algo que comer, acomodar los sueños. Esperar el alba, a ver cómo amanece, si se puede seguir, si no, no. El camino, la lluvia, si cambia el viento, si hay estrellas.

* * *


Era la tarde, ya tarde. Dando las últimas vueltas del día, ya se ve que se apura la máquina porque quiere terminar los rollos de alfalfa, aunque sea con los faros, si cae la nochecita. En la quietud que se asordina con la luz que mengua, el aire anda suave en la melancolía de los teros, en el paso de algún lechuzón, un pato sirirí, algunas ranas tímidas que empiezan a cantar.

La tarde se luce.


Mirando aquello, sentado sobre rollos de alfalfa, un cigarro lento, uno no puede sino decirse finalmente la verdad, una de esas verdades que de tan saboreadas y sabidas, se callan: me gusta el campo. Es noble, todavía aquí en este país de estafadores de toda laya; todavía ahora, así maltratado por los estafadores que lo esquilman y los estafadores que gobiernan  y los estafadores que quieren gobernar y los demás estafadores que ni gobiernan, ni esquilman, ni quieren gobernar, pero que estafan igual.

Es humano el campo, en el mejor sentido, es su hechura, hechura de hombre, noble hechura. Y se nota que nació así, para eso.

La lista de iniquidades es fácil de hacer y difícil de deshacer. Pero el campo parece más noble que nosotros, cuando no somos más nobles que él y se nos nota.

Por eso, tengo que decirlo: con todo y eso, me gusta el campo.Es bueno. Hace bien.

*  *  *

Va llegando uno a la ciudad que dejo hace unos mil años. Todo es extravagante, artificial, artero. Mira uno, apenas, alrededor. Con la vista y el oído recorriendo distraídamente las cosas que tiene la ciudad. Y atacan las noticias, las cosas que se dicen, que pasan, que se dice que pasan, que deberían pasar...

Por un momento, no entiendo de qué se habla. No reconozco ninguno de los asuntos que le sueltan la lengua a los que están hablando. Uno, por ejemplo, habla de inundaciones en una autopista. Uno, por ejemplo, habla de un ajuste de cuentas a un colombiano en un lago. Uno, por ejemplo, habla del carnaval.

Y allí me acuerdo de que es carnaval. No. De que dicen que es carnaval.

Miro para atrás y tengo en los ojos una caída de sol, unas garzas, unos toros negros que silenciosamente pastan su potencia, unas golondrinas nerviosas que se van juntando en un monte listas para empezar a migrar, el silbido en unas casuarinas, un aire de pinos y de pasto que brota.

Y unos rollos de alfalfa quietos, como menhires, como feligreses en una procesión vegetal.