miércoles, 11 de septiembre de 2013

Beato




Aquí, en el nombre alto de mi Padre,
del Hijo, que es tu hermano, y Dios Él mismo,
del Santo Amor eterno, que es Espíritu,
te saludo, José Gabriel Brochero.

Ya tu sierra da al aire yerbabuena,
todo un rumor de arroyo, piedra y viento,
(mientras, al tranco, Malacara rumia
pajonales de nadie por la falda.)

Esa fatiga de pelearle al Malo
las almas de poleo y de majadas,
fue tus días y noches fieras, dulces,
y ese tiempo sin tiempo de tu celo.

Como una cruz de palo en roquedales
que coronan los altos de tu sierra,
queda tu paso firme que va hincando
mil socavones de coraje y gracia.

Tu huella bendiciendo piquillines,
adobes y palenques, cerrazones,
bautizando quebradas, desposorios
de corazones simples con el cielo.

Ya al pie de un tala amaina tu figura,
de rodillas descansa a la oración,
porque cayó la tarde y estás lejos
del Tránsito y la casa y de las Vísperas.

Falta un tirón, y vas, rosario en ristre,
paladeando la luz de una Custodia,
a ese Hombro gaucho que sostiene al hombre
al fin de tu jornada, cura bueno.

En un cielo de valles con sus molles,
en celestiales pedregales de oro,
vadeando ríos frescos de alegría,
ya descansa tu siembra y tu cosecha.

Y un coro de changuitos y paisanos
sobre las brasas ponen un cabrito
celebrando al feliz, ellos felices,
en una fiesta eterna en tu homenaje.