sábado, 31 de agosto de 2013

Casa de Tucumán




Hay asuntos que tienen dos caras.

Uno mira siempre la superficie, por supuesto, tal y como aparecen, tal y como nos ocurren las cosas. La simple anécdota, a veces graciosa o casi, los hechos mondos y desnudos. Lo que pasó. Y hasta alguna interpretación primaria, las primeras capas de los signos.

En esta historia, creo, fue así. Pero resultó que con los días, con las semanas, decantaron los pasos sencillos de esta comedia. Y la anécdota me ocupa una parte del día, cada día, créame que sí.

Y ya no fue más una simple historia de calle. Porque apareció un abismo. Algo más o menos oscuro, cuyo fondo no es fácil de ver. Todavía lo estoy pensando.

* * *

Eran días de julio, vacaciones de estudiantes (y de judiciales...)

Una mañanita, tenía que bajar a la ciudad y fui. Ya llegaba tarde a unos lados y entonces andaba con apuro. Estaba en la Plaza, recién había cruzado la Avenida de Mayo y bordeaba el Cabildo, por Bolívar, caminando por la calle para ahorrar un trecho.

Del otro lado de la valla que guarda al peatón, saliendo de la recova del Cabildo, se asoma y me frena una señora de unos 50 años, criolla, simpática. Iba con un niño de unos 10 u 11 años y con una mujer mayor, casi inequívocamente su madre. La misma mirada, la misma sonrisa. Paseaban. Era un previsible contingente familiar, típico en esos días de julio por todas partes. Dando vueltas más o menos baratas, viendo cosas.

- Disculpe, señor...., perdóneme, que está cruzando la calle, es una preguntita, nomás..., dijo la doña viendo que me atajaba a la carrera y en off side municipal.

- Dígame, señora, no se preocupe...

Balconeó la valla y sacó el cuerpo por encima.

- ¿La Casa de Tucumán...?, preguntó.

- ...

- ¿Dónde está la Casa de Tucumán?

Había que pensar rápido. Pero, y sobre todo, había que sentir rápido.

Estaba en juego -y eso sí lo vi inmediatamente- desde la caridad hasta la historia, desde la educación argentina hasta la bien fundada socarronería de la porteñidad, desde el escándalo de un niño hasta la humillación por ver a los compatriotas en esa situación.

Detrás, aparecía la cabeza del muchachito, muy interesado en la respuesta, y un poco apartada, pero pispeando también, la abuela, todavía recorriendo con la mirada las demás cosas que se ven desde allí.

- .... en Tucumán, señora..., la Casa de Tucumán está allí, en la capital, en San Miguel de Tucumán..., dije con un tono neutro, casi como si ella estuviera leyendo un cartel. Y seguí, sin hacer una pausa que podía haberle resultado gravosa:

- Acá en Buenos Aires no hay ninguna réplica, que yo sepa. Por ahi, sí. Pero no la conozco. Hay otras cosas que pueden ver. ¿Andan con tiempo?

Y lo que siguió fue una hoja de ruta sencilla, repasando las "glorias" de la Reina del Plata, las que tenían a tiro.

- ¿Ustedes son de alguna provincia?, pregunté ya en franca conversación de vecinos.

- Sí, dijeron casi al mismo tiempo los tres, con una sonrisa que valía su ancho en oro. Somos de Formosa, Formosa capital...

- ¡Ah, tan lejos...! Bueno, no se pierdan en este monstruo. Pásenlo bien...

    
Llegué tarde a la junta. Muy. Y tenían que esperarme para empezar. Mala suerte.


Volvía al pueblo a la tardecita y me mordía fiero la imagen de mis paisanos formoseños buscando hacía un rato la Casa de Tucumán.

En la Plaza de Mayo.

Tres generaciones de argentinos de Formosa había allí.


- La puta madre que los parió..., dije (y creo que en voz alta, porque un albañil paraguayo a mi lado en el furgón, me miró feo..., o me habrá adivinado el pensamiento...)

Y el objeto directo pronominal los era el título de una lista enorme de nombres (estaba el mío, sí, fíjese lo que son las cosas...) de gentes buenas, malas y mediocres. Todos culpables de que tres generaciones de argentinos buscaran la Casa de Tucumán en la Plaza de Mayo.

Y, no: los nombres de los tres formoseños no estaban en mi lista. Para nada.