sábado, 29 de junio de 2013

Ya no podrás


"...y en su mitad podrido..."
A un olmo seco, Antonio Machado


La luna esquiva tu rincón de sombras
y el invierno te omite indiferente:
acosa flores vivas, ramas tiernas
que puedan marchitarse todavía.
El viento acecha en vano tu figura,
el sol te olvida, el agua te desprecia
y, en su furor, el fuego de las tardes
ya ni tiene apetito de tus brasas.
Nada te ve en el día y por las noches
nadie te asiste, ni rumor ni estrellas,

y no hay aves que aniden a tu amparo.
Si fuiste el árbol que soñé madera,
leña que abriga, mesa de mi casa,
ya no podrás volver a serlo nunca.

La amante del rey y la reina amante

Van a tener que sufrir un poco si ésta que sigue les resulta una desprolija reflexión personal.Y tal vez parezca que, habiendo asuntos más urgentes o densos, uno se los toma a la ligera o simplemente los ignora, poniendo el ojo en cuestiones que en principio le importan únicamente a un servidor.

No voy a pedir disculpas por eso porque, de hecho, no tengo modo de no ver lo remoto en lo inmediato, al menos en esto de lo que voy a tratar.

Porque hay que ver cómo en todas las cosas aparecen de una forma u otra rastros de asuntos más viejos en la historia de los hombres, y, por lo mismo, diría que universales. Y más que asuntos, moldes. Por cierto que no importa mucho que lo que rodea al caso sea alto o trivial, encomiable o nefasto, porque después de todo así suelen ser las cosas humanas amasadas con esas harinas mezcladas, cosa que de algún modo viene con la natura, tal y como nos la legó Adán.

Y así es como en un trazo se filtra en la historia un hecho rengo que toca en algo las fuentes de la tragedia -de la antigua tragedia literaria, quiero decir-, aunque more moderno, concedamos, y con esa nota precisamente se desluce no poco, qué se le puede hacer. No tanto porque el asunto sea moderno sin más, sino porque al tener algunas de esas notas -que son más bien de la substancia de hoy, eso sí- se desluce creo que irremediablemente.

Como fuere, y si les cuadra, hagan el esfuerzo de considerarlo de este modo que diré y vean si no.

*   *   *

Miriam Quiroga, dicen, fue por varios años la amante de Néstor Kirchner que fue el esposo de Cristina Fernández. Cristina Fernández sabía que Miriam Quiroga era la amante de Néstor Kirchner y sabía que por eso Néstor Kirchner la tenía cerca.

Hasta allí nada nuevo. El rey tiene una querida y la instala en la corte, y la reina lo sabe; le importe o no, tiene que soportar la presencia de la querida -que se maneja discretamente, tanto como el rey- y la reina no puede hacer nada al respecto, más que masticar despecho, odio y resentimiento. O aun tener sus propios amantes. E incluso esto mismo en acuerdo implícito o explícito con el rey.

Néstor Kirchner, un día, muere súbitamente. Cristina Fernández inaugura un funeral continuado y un luto reverencial que se transforma en oportuno culto político, con la pretensión de que tal cosa sea rentable, cuando menos en términos políticos. Y, por supuesto, inmediatamente eyecta a Miriam Quiroga de todos los lugares que solía frecuentar, señal de que algo sí le importaba que fuera la amante de Néstor Kirchner. Al fin de cuentas, Cristina Fernández es mujer y una que se tiene a sí misma en altísima estima. Miriam Quiroga queda de este modo a la intemperie y acosada por el mundo del poder mayor, porque su único cobijo en el gran gobierno era el de Néstor Kirchner, que ya no está.

Hasta allí, tampoco nada nuevo. Digamos que muerto el perro se acabó la rabia... del perro. Pero no la de la reina que, ya dueña absoluta de la corte, destierra a la querida del rey que la muerte depuso. Asunto de pasiones o de poder, tanto da, porque el resultado para la querida es el mismo, aunque no para la reina, por el momento. El culto por conveniencia al rey muerto tampoco es del todo exótico o novedoso, porque garantiza la dinastía, por ejemplo, en especial si fue querido por las gentes. Además, el patetismo que se pone en marcha al ver sufrir y llorar a alguien que ha perdido al que no deja de nombrar como el amor de su vida, dicho siquiera en términos de propaganda, tiene un útil efecto conmovedor y empático. Lo dicho: nada nuevo.

Poco más adelante, una trama bien urdida y persistente -en beneficio de los que se oponen, cualesquiera y por cualquier motivo- comienza a contarle las costillas a Néstor Kirchner, especialmente en cuestiones de manejos de dineros mal habidos y especialmente de dineros públicos obtenidos malamente al amparo del poder público, con el objeto primero de herir políticamente a Cristina Fernández, y si fuera posible de herirla de muerte política. Como efecto colateral importante, la embestida periodística busca trozar la fama del occiso, mostrando cómo todo lo visible e invisible que ha hecho Néstor Kirchner -movimiento político incluso, con todos sus integrantes- lleva el signo de la corrupción marcado en la frente, con el consiguiente descrédito, al punto de que cualquier discurso político por filantrópico y social que se lo presentare, aparezca y se vea como un subterfugio para mantener el poder y seguir haciendo negocios sucios al amparo del poder.

En términos modernos, nada nuevo tampoco. Y digo en términos modernos porque en la época en que había reyes -que significaran algo, se entiende- no había periodistas ni medios. Y como eso signa la cuestión de modo indeleble, no hay manera de llevarlo ut sic a tiempos pasados. La trama trágica muestra a partir de allí un marcado y ácido sabor a plástico. Que haya habido botarates y hasta auténticos esputos del Averno en tiempos idos, no quita el hecho de que, desde hace tiempo, los hombres públicos se hayan degradado, y creo que no hay modo de negarlo. Y es una degradación que es a la vez causa y efecto de la degradación de lo humano, individual y social, lo que tampoco es fácil negar. Porque de algún lado salen y son, a la vez, ejemplares para los demás, para bien o para mal. Pero, y a su vez, la intrínseca hipocresía de los medios y de la tarea periodística misma ha incidido fuertemente no sólo en la percepción de las cosas por parte de quienes no conocen los reveses de las tramas, sino en la acción misma de las personas y en particular de las personas públicas que, por su propia degradación pero más aún bajo la mirada omnipresente y extorsiva de los medios, han optado maquiavélicamente por parecer buenos siempre y en cualquier circunstancia..., hasta que los pesquen; y, cuando los pescan, ya saben que deben decir que es una campaña contra ellos y, peor, contra la mismísima Patria, con mayúsculas, que son ellos, obviamente. De los dirigentes políticos parecería no puede esperarse de habitual nada honesto. Pero aun cuando la actividad mediática se propusiera hacer el bien, mire lo que le digo, que es en la minimísima cantidad de los casos, es casi de suyo una tumba para la verdad y las buenas intenciones. Y si sale algún bien de allí, más bien será per accidens. Esto, que es de la naturaleza de lo moderno, pervierte tristemente el hilo trágico de esta que podría haber sido una mejor historia, y que apenas se recupera un poco en el capítulo siguiente.

Llevada por las cosas de la vida, sus propias cosas y la vida mediática y la vida política que la cercan y de la que es partícipe no inocente, Miriam Quiroga resulta un testigo ahora privilegiado para probar las acusaciones contra Néstor Kirchner. Pero para testificar y que su testimonio sea relevante tanto como demoledor, tiene que demoler en primer lugar a Néstor Kirchner, el amado que fue su amante, y llenarlo de oprobio y escarnercerlo públicamente, por más que quiera justificar con ambigua benevolencia las tropelías de un líder social dizque comprometido con los que menos tienen, por quienes no descansa ni mira si para ayudarlos debe hacer inmundicias. Visto así, no ya el cuerpo del difunto amante tanto como su memoria, no su vida real sino su vida histórica y arquetípica se verá en el riesgo serio de enlodarse irreversiblemente, bien que revolcada en el propio cieno que genera. Ahora bien, ¿valdrá la pena? ¿No es un costo altísimo -un costo afectivo altísimo para Miriam Quiroga- para lograr la demolición de Cristina Fernández? ¿No sería dramáticamente más consistente y humanamente más comprensible que el silencio a cal y canto protegiera a quien tanto amó, si es verdad que tanto amó?¿Es una venganza (ya que es más bien inverosímil el solo y límpido amor a la verdad) de Miriam Quiroga contra Cristina Fernández y los cortesanos que la defenestraron voluntariamente o no? ¿Es una venganza íntima contra el propio Néstor Kirchner, su amado amante, vayan a saber ellos mismos por cuál agravio que quedó sin levantar? ¿La desesperación, el resentimiento, la impotencia, la soledad, el mal amor? Hasta allí, Cristina Fernández no ha dicho una sola palabra pública sobre Miriam Quiroga, lo cual es algo comprensible. Sí en cambio habló Cristina Fernández incansablemente sobre el amante de Miriam Quiroga, Néstor Kirchner, a quien no deja de exaltar como a un padre de la patria y a quien siempre recuerda como el compañero de toda una vida.

Es en este mismísmo momento en el que el costado trágico de esta historia -que no me enojaré para nada si algunos insensibles califican de historieta- sale a relucir. Es aquí el punto en el que se inserta la tragedia: la decisión de la mujer amante del rey que será la que ofrecerá la víctima para el sacrificio: el propio rey, su amante. Su víctima, su amante, precisamente será valiosa como víctima en la misma medida en que le es valioso a ella como persona: porque lo ha conocido íntimamente, lo ha amado, le ha sido próxima, muy próxima y entrañable. Pero es el caso que, cuanto más útil y propiciatoria sea como víctima, más deslucida quedará como objeto de sus afectos, y así quedará en algo ella misma como amadora de él. Cuantas más acusaciones pueda formular respecto de la perversidad del rey, más deslucida resultará la naturaleza de su amor a semejante engendro de venalidades y maldades, aun descontando el hecho de que ese hombre le estaba prohibido. ¿No es acaso que en mucho somos lo que amamos? ¿No es acaso que no puede haber verdadero amor sino entre quienes algo hondo tienen de iguales? Y aquí la historia real importa en cierto sentido menos que la trama dramática de esa tragedia. Pero hay algo más. Y algo esencial a esta trama de tragedia. Porque a esto mismo que se dice de la amante del rey habría que agregar los espejos y los juegos de espejos distorsionados que importan en la cuestión. La reina muestra trazas de haber sido la compañía adecuada y proporcionada a la turbia existencia del rey. Ella como él parecen el uno para el otro. La amante, parecería que no. La amante parece más buena que la reina. Pero mientras la reina eleva a la santidad civil al rey pretendiendo así también elevarse con él, la amante lo sepulta en la ignominia, sepultándose con él. Sin embargo, la reina, que ha hecho un culto del bienamado rey, debe enfrentar ahora (¿y tendrá que admitir?) que sostiene el culto político y personal (en ese orden, es verdad) de un hombre que -según el testimonio público de su amante- por lo pronto tenía una amante y le era infiel a la reina, y lo era con una amante que dice de él que era un desenfrenado ávido de poder y riquezas, y un estafador y un ladrón de ricos y de pobres, y que aprovechaba su reinado para robar sin tasa, por ambición y codicia, claro que con algunas hebras de pasión por el país. Bonito asunto para una tragedia en esa bonita piel de hombre. Para la reina. Y para la amante. La reina que ensalza al canalla como virtuoso, la amante que defenestra al amado por canalla. Y las dos dicen que lo han amado y que es un prócer, pardiez...


*   *   *

Toda tragedia tiene un efecto necesariamente catártico y purificador. No para los personajes de ella, que son la ocasión, sino para los espectadores, que deben ver, y experimentar sobre todo, la rectificación y purificación de sus pasiones en el desarrollo y el desenlace del conflicto, y eso sólo si la tragedia está bien urdida que quiere decir bien y rectamente planteada. De todos modos, el efecto conmovedor de una tragedia funciona igual y eso es gravísimo porque, así como bien planteada produce la catarsis purificadora, mal planteada conmueve lo mismo pero torciendo y enturbiando lo que está llamada por su potencia a rectificar y purificar.

El final feliz de una tragedia es precisamente esa catarsis, más allá de la suerte penosa que corran en la trama quienes estén en escena, una suerte que habitualmente es catastrófica porque debe corresponderse insobornablemente con el conflicto, el curso de los hechos, los avatares de la vida, el carácter trágico de los agonistas y las decisiones que más o menos libremente toman respecto de sus acciones y su destino, con la intervención divina, claro, presente de un modo u otro en toda verdadera tragedia.

Así vistas las cosas, creo sinceramente que se puede poner el ojo trágico en Miriam Quiroga por las razones que digo y según el relato que he hecho. Tanto como creo que por la naturaleza bastante desangelada de los asuntos y por los personajes en juego, el empeño bien puede fracasar, cosa que podría ser lo más probable.

El primer intento está hecho, a modo de borrador siquiera, y ustedes me perdonen la lata pero estas cosas literarias, que son cosa mía, me pueden.



jueves, 27 de junio de 2013

Ti mi sgunfi

Literalmente quiere decir me inflas, me tenés hinchado, o me tenés harto, ya sonando como suena. No es fácil de traducir. Es una expresión familiar, de cuando era chico. Es dialecto y la usaban en casa los del Nord

Según el tono, era algo grave o liviano. Se usaba mucho con los chicos. Pero sonaba distinto cuando se le dirigía a un mayor. Y si sonaba sola, era una sentencia, un dictamen y el final final de una discusión.

No tengo ahora con quien usarla. Ya no están los que conocían la lengua y sus registros y semitonos. Y los que quedan de aquellos años son del Sud. No es lo mismo. Tienen otros dichos y giros sabrosos, por cierto que sí. No ése. Y ése era muy útil, vea lo que le digo.

En estos últimos tiempos, me vuelve una y otra vez a la memoria y a los labios. Y me oigo decirla una y otra vez (cada vez más seguido), a veces con desdén, a veces con impaciencia, a veces con vigor humoroso. Pero me es feliz siempre tenerla a mano. Y se me aparece como voces de una lengua que hubiera hablando en la prehistoria de mi vida.

Ti mi sgunfi se le viene aplicando a una cantidad de cosas y de nombres y apellidos que me rodean, más cerca o más lejos. Desde adentro hacia afuera de mí mismo, y vuelta. Desde el cosmos al corazón, pasando por la Patria y la cuadra de mi casa.

Ti mi sgunfi se me ha erigido como una divisa, y bastante saludable, le garanto.

Pone las cosas en perspectiva. No permite que lo que no es o lo que es insubstancial tome el lugar de las cosas reales. A ver si uno termina tomándose en serio asuntos, cosas y personas que solamente parecen importantes comparados con trivialidades apenas un nanomilímetro más bajas.

No. De ninguna manera.

Con toda la potencia de un conjuro, un sonoro Ti mi sgunfi podría librarme bonitamente de cosas infladas. Y que me inflan...


Creo que dentro de poco voy a tener que hacerle un reconocimiento formal y emocionado a los atavismos de la sangre, a las más pequeñas raicillas de la sangre por donde, sin olvido ni mengua, fluye otra vez vivo y vivificante ese benéfico Ti mi sgunfi ancestral y liberador.


miércoles, 26 de junio de 2013

La niebla sueña


La niebla sueña que ella enciende el día
y que es la luz su velo iluminado;
y sueña que, en el aire silenciado,
ella es el sol de esta mañana fría.
Sueña que el cielo ha abierto su costado
y que, el amanecer que allí tenía,
envuelto en neblinosa hechicería
de sus manos de niebla le ha brotado.
Mientras las llamas de mi fuego crecen
y hacen aroma el alma de la leña,
va al oeste la noche desvelada. 
Y en hebras de algodón se desvanecen
los sueños vanos que la niebla sueña
y de la niebla queda poco. O nada.


domingo, 23 de junio de 2013

Hija del mar inmenso

El sábado temprano por la mañana se pescaba poco en el muelle. Muchísimo viento del sur. Un viento frío y terrible.

El mar estaba bravo.

Había apenas tres pescadores, dando la espalda al viento dos de ellos, malamente parapetados en cualquier saliente del muelle que pudiera guarecerlos; parado a pie firme el otro.

Había una especie de gorrión que quería probar el vuelo pero no conseguía sostenerse ni en el piso, sobre el muelle.

Y había dos o tres gaviotas que insistían en pelearle al viento; y una sobre todo, tenaz, yéndose como mar adentro y volviendo, mientras planeaba con un vigor y una alegría que casi avergonzaban.

Me quedé mirándola -también otros lo hacían- porque era notable.

Me acordé de una de las fábulas de Camperas.

Hija del mar inmenso

La Gaviota, que estaba comiendo carroña, miró casi despreciativamente a su limpísima visitante.

-(¿Qué querrá aquí esta damisela?) Buenos días.

-Buenos días, prima. ¿Qué tal?

-¡Muy bien! -dijo la mugrienta, ponderando mucho-. Aquí en este matadero, ¡superior! ¡Comida a patadas! ¡Golosinas en abundancia! ¡Bofes por aquí, chinchulines por allá, achuras por este lado, tripas, cabezas, sangre negra, garrones verdeando de moscas! ¡Lo grande! ¡Carne a pasto!

-Carne podrida... -musitó la Gaviota Marina.

-¿Y tú, qué comes?

-Pescado fresquito, recién sacado -dijo ella-, un día tiburón y otro corvina... Vamos al mar donde nacimos, hermana, que la vida que llevas es la deshonra de la familia. El mar es grande y noble. Yo vuelo al ras de las olas sonorosas que traen espumas blancas y sobre las cuales el sol arroja su luz azul y las nubes las manchas verdosas de sus sombras. Yo vuelo también encima de las nubes y entonces el pueblo parece una manchita blanca y el peñón en que tengo mi nido un cascote; pero del mar no se ve el fin. Una vez volé desde la playa adentro tres jornadas, contra la Ley de nuestro Instinto, porque no se veía el sol que estaba nublado y la embriaguez del mar me poseía; y no vi el fin del mar. Y al querer volver me agarró una tormenta tan espantosa como nunca la vio ser nacido. Parecía que las nubes del cielo habían caído en el mar, y el mar había subido al cielo en medio de llamaradas fulgurantes, y que todos los elementos estaban mixturados como en el principio del mundo. Perdida en medio del ciclón yo vi llegar la muerte y la acepté con fuerza de corazón pero no me dejé caer, sino que penetrada de una viril y desesperada energía rompí con golpes continuos las aguas inflamadas, no sé si volando o nadando. El ruido y el rugido eran enloquecedores; las aguas golpeaban macizas como piedras y el viento abrasaba y arrastraba con brazos irresistibles. Yo había perdido la noción de todas las cosas y parecía que mi ser se había convertido todo en una terquísima y furiosa voluntad de no abandonarme, de no cejar por nada hasta que se me quebrasen las alas. ¿Crees que una se acuerda de sus hijos, de su casa, de sus padres, en esos momentos? De nada. Al fin salí. ¿Cómo? No sé. Abrí los ojos y me vi fuera del infernal torbellino, al cual oía bramar alejándose. Me vi flotando sobre las olas que hervían. Al llegar, mi casa me pareció un paraíso, mi vida una resurrección; mis pollos, que piaban de hambre, más hermosos que nunca... Ahora ellos han volado ya sobre las aguas azules y las nubes blancas y se han bañado en la rompiente y son tan fuertes como yo. Hermana, el mar es grande y noble. Vivir allí es costoso y sobrio, el peligro acecha y el trabajo no deja. Pero mil veces pasar hambre en la belleza de sus llanuras difíciles antes que la abundancia sucia de este matadero, hermana.

La Gaviota que se había pervertido bajó por toda respuesta despreciativamente la cabeza y arrancó de un picotazo el ojo de una vaca maloliente. Y la Gaviota Marina comprendió tristemente que a aquel buche atiborrado de placeres fáciles se le ocultaban invenciblemente todas las bellezas del mundo moral, todos los deleites que se alzan dos palmos sobre el nivel de aquel suelo fangoso en que se revolcaba.



sábado, 22 de junio de 2013

Pinos de mar


Son pinos de este mar.

Robustos y olorosos en el aire y la arena.

Ya a las costas pinares de este mundo de mar
llega este viento recio, noble.


Queda en vela, conmigo, entre ráfagas duras,
en estas noches claras que me hienden felices,
como agujas de pino turgentes de resinas
que silban en las ramas de este mar aromado.


Voy al rumor alegre de unas playas vacías
y veo un día y otro un sol sereno y alto
que anda por este cielo del sur,
en medio de los fríos que fracasan su furia
y van hacia una primavera perentoria
que me espera.

Y espero.

Celebro el sol y el aire que me han llamado joven
después de tanto tiempo.
Y bendigo este fuego en estos fuegos
que queman las maderas de pinos y perfuman
el mundo de estos bosques sin frontera ni alivio.

Ellos me dicen que estos médanos,

que estas arenas nítidas
que guardan sus milenios sin hablar de estos días,
crecen sonriendo
mientras camino entre bosques de mar,
al paso de otros pasos que me siguen y sigo
y al terrible esplendor de estas mañanas.

Digo que es una belleza nueva,
quieta y antigua,
que se mece en los pinos de mar y que enamora,
y que se alza como una voz más pura
que todas las que he oído
y que canta en mis ojos
y en la piel de mis años.


martes, 18 de junio de 2013

Perfume


En el diccionario que dedicó a las orígenes de las palabras de nuestra lengua, Joan Corominas asegura que, pese a su etimología latina, los romanos no usaban ese término y que entró por el catalán recién en el siglo XIV, donde se lo ve aparecer documentado en Lo Somni, famosa obra de 1399 del barcelonés Bernat Metge.

Perfume, transparentemente, deriva de per y fumare, y parece señalar los aromas que originalmente se desprendían de substancias -maderas y otras- puestas al fuego o sometidas a su acción, como en el caso de los sahumerios, que desprenden humos olorosos.

Los humanos, parece, tuvieron siempre afición por los perfumes desde que, según algunos, olieron por primera vez en torno a los primeros fuegos las resinas aromáticas de las maderas que quemaban sin saber y que llenaban el aire. Pese a que hay autoridades notables que presumen este origen, humildemente creo que la naturaleza siempre ofreció aromas en variedad, calidad y cantidad suficientes como para que, antes de llegar a las hogueras, los hombres supieran que había olores agradables. Y de los otros, por cierto.

Sin derivar ahora en esa disputa, que por interesante que fuere no viene al caso, creo que perfume dice mucho más que lo que suponemos, bien mirado el asunto.

Quedará al margen también la naturaleza misma de los aromas y olores, género al que entiendo pertenecen los perfumes. Y queda al margen también su acción sobre el sentido del olfato, particularmente, y del hombre, claro, que es el titular de los sentidos. Benéfica o no, agradable o no, esa línea de investigación me es ajena por el momento.

Ahora bien.

Por lo pronto, y en razón de la mismísima palabra, perfume y humo están asociadas; y más, son parientes cercanos, acaso hermanas de sangre.

Sin forzar demasiado la cuestión, un perfume, en un sentido bastante claro y aunque no procediera del fuego, es humo, secundum quid; y mejor, es una cortina de humo, dicho ahora en sentido metafórico, aunque no tanto. En cuanto tal, entonces, todo perfume por agradable que fuere lleva el estigma de ser, a la vez y potencialmente, engañoso.

Así las cosas, la asociación del perfume y los ungüentos con la seducción no es una injusticia. Y menos lo es si se estima la seducción no solamente como una persuasión sin más, inocente dijéramos, sino como una especie de atadura o red con la que se pretende tener a alguien a disposición, enajenándolo. Arrobador, creo, es palabra que suena apropiada como adjetivo de perfume.

Que esto se asocie más bien con las mujeres que con los varones, no es tanto a causa de usos y atavismos culturales, sino que se corresponde en principio espontáneamente con la naturaleza femenina, por lo pronto más atenta al arreglo exterior en materia no solamente corporal. Pero es claro que la exterioridad resulta reflejo o tapadaera de lo interior. Y en ocasiones, sin que sea contradictorio, ambas cosas a la vez.

Recuerdo a este respecto, y creo que viene a cuento, lo que un sacerdote le dijo cierta vez a unos amigos que se preparaban con él para el matrimonio. De hecho, les dijo, era la regla de oro, según él: cuando Fulano dice una cosa, quiere decir exactamente eso, le dijo a ella. Cuando Mengana dice una cosa, quiere decir exactamente otra, le advirtió a él. Lo cual, bien entendido, tal vez se corresponda bastante bien con la preferencia femenina por los perfumes, esto es, por las cortinas de humo.

Es probable que algo parecido pensara Sócrates, el filósofo, cuando censuraba precisamente el uso de perfumes porque, por ejemplo, de ese modo el hombre libre y el esclavo no llegaban a diferenciarse.

Algo de eso parece aplicarse a los perfumes y de un modo para nada tortuoso. Lo agradable y lo bello, tienden a asociarse como naturalmente con lo bueno y lo verdadero. Lo mismo ocurre con sus opuestos.

Respecto de esto último, no en vano los maestros espirituales avezados para nada descuidan el primitivo sentido del olfato. Por él, tantas veces, y hasta sin querer por lo primitivo del sentido del olfato, podemos cometer faltas de amor al prójimo tan crueles como los peores desprecios o las heridas más tajantes. Y, atenidos a la exterioridad, cometer otra injusticia, aunque más boba que lo anterior: concluir que lo perfumado y ungüentoso es bueno o verdadero, o siquiera bello. Y nada más que porque puede resultar sensiblemente agradable.

Aunque es verdad que lo bello agrada, no necesariamente lo que agrada es bello, pues las razones y la naturaleza de ese agrado no necesariamnete llegan a tocar la fuente de lo bello, que no es el acomodo de lo exterior sino el brillo de algo interior e inmaterial que escapa por completo a los sentidos...



- Lo veo de lo más entusiasmado, pero, y usted me va a disculpar lo bruto, no me explico qué sentido tiene hablar de perfume en estos momentos, con todas las cosas que pasan, con todo lo que va a pasar, con...

- Ah, mirá, vos... ¿Y de qué cree usted que estoy hablando, cumpa?

- ¡¿!?

- No, vea. Ahora discúlpeme usted si lo dejo por la mitad, pero yo termino acá, porque me queda poco tiempo y me voy de viaje. Pero a la vuelta seguimos hablando de perfumes..., de política, digo, es claro...

- ...


lunes, 17 de junio de 2013

Junio en tu nombre


Junio en tu nombre agita resplandores
y el viento que me cala tempestades
y el fuego que se entibia en soledades
de noches que maduran los dolores.
Junio en tu nombre inflama oscuridades
y el silencio al rumor de los rumores
y el puñal de recuerdos delatores
de olvidos, vanidad de vanidades.
Junio en tu nombre lanza unos lebreles,
perdigueros tenaces de tristezas,
que hasta el frío del odio las persiguen.
Y para que en los mares me fustiguen
con naufragios de glorias y grandezas,
junio en tu nombre azuza timoneles.


sábado, 15 de junio de 2013

En todo estás vos





El Relato es el Modelo.

Lo repito.

Por si no se entendió.


El águila y el sapo

(Boceto de fábula)


Planea majestuosa y muy atenta
un águila y el cielo luminoso
es su atalaya de aire silencioso
desde donde de todo se da cuenta.

Ve mucho más abajo, y no más lenta,
una mosca, pequeño y delicioso
bocado, con que un sapo perezoso
quiere darse una cena suculenta.

Ya acechando a la mosca, bien precioso,
descubre el sapo al ave y se amedrenta
y, huyendo de la senda polvorienta,
se defiende del águila y su acoso.

Pronto el refrán latino se argumenta
-non capit muscas aquila-, miedoso.

Y, precavido y lúcido, el goloso
con ayuno esa día se alimenta.

*   *   *

Aprende de este sapo y de su ciencia:
porque es verdad: el águila orgullosa
no se abaja a las moscas, desdeñosa.

Pero de sapos no habla la sentencia.
Y aunque en el ojo es pobre su apariencia,
en el buche del ave es otra cosa.


viernes, 14 de junio de 2013

Combatientes



Hoy es 14 de Junio.


De los que están en la foto, cinco se jugaron la vida por la Argentina.

No se llevaron nada a cambio.


Para ellos, el recuerdo de los que recuerdan y el homenaje que merecen.


jueves, 13 de junio de 2013

El hueco de la zurda

(Aire de tango)

Los ojos se le fueron deshojando, marchitos,
y un fuego que tenían se apagó lentamente;
la niebla campaneaba los surcos de la frente,
fileteando silencio a versos nunca escritos.

Murmuraba una queja que no se le entendía,
y así, mientras penaba su vino en el estaño,
pasaba por las horas de un día, un mes, un año...
y otro mes, y otro año, como si fuera un día.

Anduvo por las noches amargas de la curda
y se aturdió en zaguanes de la vida fulera.
Pero una madrugada, más limpia que cualquiera,
se le llenó de sueños el hueco de la zurda.

El gaita del boliche, endomingado y triste,
como una comitiva que va a rendir honores,
mes tras mes le llevaba los viernes unas flores
y en la tumba rezaba: "Por todo el bien que hiciste..."

Andá a saber el gaita qué yeite le sabía
para escanciarle un gracias allá en el cementerio.
Nunca nos dijo nada y nos quedó un misterio
más hondo que aquel hueco que nadie conocía.


martes, 11 de junio de 2013

Libre del sur



La conversación andaba simpáticamente de aquí para allá, cosas del tiempo de hoy, asuntos de hace tantos años. Conversación de reencuentro, típica. Merodeando -y sorteando- alturas y honduras: nunca se sabe bien en esos casos qué ha sido en realidad de la vera vida de la otra persona tanto tiempo ausente. Y eso vale para ambos, claro.

Habíamos pedido la tercera ronda de café -y ya era hora para un cognac...- cuando dijo, con una jovial y filosa picardía, tan propia, que recordé en cuanto la desenvainó:

- Y a vos que te gustaba tanto la Patagonia -¿todavía te sigue gustando? ¿seguís yendo a la montaña?-... Mirá qué lindos regalitos nos vienen de la Patagonia, Cristina y todos ellos...

Hice una mueca indefinible. Y contesté sobre la Patagonia. No dije ni una palabra sobre "regalitos".

- Hace años que no trepo nada. Ya casi no tengo piernas para eso, aunque una última voy a hacer...

No insistió. No le interesó nunca demasiado la política. Hablamos de cosas -incluso de montaña- hasta que llegamos a los augurios de nuevos encuentros, que es la bandera de llegada que marca el fin de esas conversaciones.

Si quiere, Buenos Aires puede ser despiadada en los anocheceres de otoño. Busqué rápido cómo salir y encontré pronto la niebla suburbana. Y de una niebla a otra, volví a la Patagonia.

No tuvo que darse cuenta de lo que había dicho y de lo que eso significaba, pero a mí me hirió darme cuenta de cómo llegan a mancharse las cosas.

Hay decenas -tal vez miles- de lugares en el mundo que con una huella infame quedan manchados para casi siempre. Siberia, pienso por ejemplo: difícil que se saque de encima la crueldad que va con su nombre. O el Riachuelo, que tuvo que haber sido alguna vez un riachuelo.

Y así como La Rioja quedó empatillada durante tiempos con, y por, Carlos Menem, la Patagonia quedaba ahora enlutada con, y por, Cristina y todos ellos, como dijo. Y Santa Cruz, que no es mal nombre ni mal lugar.

Triste cosa. Los lugares se tiñen. Los teñimos. Desteñimos sobre ellos y quedan durablemente manchados. Y se vuelven signos o sinónimos de lo que no son.


Sonará mal, concedo, pero creo de verdad que hay lugares de los que no sé cómo podría uno sentir pena si son desairados. No sé: Sodoma, Hong Kong, Babel, una favela de Río, Nueva York, Mar del Plata... Aunque estuvieran por completo deshabitados, igual, creo, llevarían en la frente su sello. No el que alguien les selle a la fuerza. El que llevan por sí, más que por otros. 

Muchas veces me oí lamentar aquella tierra sin monasterios que quiero tanto. Pero la quiero tanto, me es entrañable. Y entonces mi lamento es el lamento de un hermano que con dolor amoroso ve que su hermano lleva una vida, ya difícil, pero que puede volversele insípida, árida, sin luz. Teniendo tanto que gozar, tanto que celebrar, tanta magnificencia ante la que arrodillarse, tanta enormidad seca o exuberante, tanta soledad de la que alegrarse.

Que ahora, y quién sabe por cuánto tiempo, aquello sea para muchos el sinónimo de algo inmundo e indeseable como si un miasma brotara sua sponte de allí, es triste.

La pelota no se mancha, dijo Maradona y vaya a saberse por qué lo dijo aquella vez..

Pero tal vez sí se manchan las montañas, y los lagos, y los bosques y los ríos; y la estepa y los acantilados, y las rías y el mar, y el viento y la piedra y la nieve. Y se manchan injustamente tantas buenas gentes sufridas y valientes que insisten en amar aquellos parajes recios, reciamente. 


lunes, 10 de junio de 2013

Cerdos que elogian a osos


Un oso, con que la vida
se ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.

Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondióle: «Muy mal».

«Yo creo», replicó el oso,
«que me haces poco favor.
Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
¿no hago el paso con primor?».

Estaba el cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto, ni verá!».

Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto
hubo de exclamar así:

«Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».

Guarde para su regalo
esta sentencia el autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!


Es fábula de Tomás de Iriarte y se llama El oso, la mona y el cerdo.

Póngase en el papel que más le guste. O que mejor le cuadre.


Me quedo con el del oso.

domingo, 9 de junio de 2013

Criminal


Fuera del mundo ciéntifico, esta confusión es posible. Y aunque en estas materias es una confusión tan lastimosa como grave, y más bien como criminal, hay que insistir: es posible.

Aunque es verdad también que hace falta ser algo más que un ignaro en esas cuestiones para que la confusión prospere así como así. Lamentablemente, a la vez, hay que admitir que entre quienes no frecuentan los entresijos más densos, este asunto se ha vuelto más que posible y para no pocos interesados hasta se ha vuelto dolosamente necesario.

Pasa como con ciertas modas. Mientras los más alejados del exigible rigor conceptual manipulan descuidadamente la terminología (y lo que hay detrás de los nombres...), paralelamente sigue adelante contra viento y marea la intención de establecer un nuevo paradigma con pretensiones de alcanzar un grado más abarcador y revulsivo que el de las meras teorías.

Lo curioso del caso es que ya comienzan a advertirse contaminaciones epistemológicas significativas en el seno mismo de la comunidad de los más disciplinados y metódicos estudiosos, que hasta hace poco eran -o parecían- autoridades confiables en estas materias. Son ya tan extendidas estas máculas en el ámbito de los que dominan saberes relevantes, que no son pocos los sedicentes peritos que ya recurren semánticamente y sin más trámite a la sinonimia de dos términos dramáticamente antagónicos.

Los más sesudos, en esa nueva escuela, advierten, por supuesto, la dificultad de la sinonimia: se dan cuenta de la debilidad conceptual inmediatamente, aunque la sostienen preventivamente, mientras tratan de avanzar en una nueva formulación taxonómica que contenga sus postulados con la mayor naturalidad posible. Una verdadera felonía. Hay, más aún, quienes ya proponen relaciones taxonómicas más precisas y comprometidas, pero se entiende que no sin interés seguramente espurio de su parte, por una intención sostenida que ya no puede pensarse que no sea aviesa.

Por todo esto dicho, tal vez convenga retomar el debate en el punto mismo del comienzo de todo este merengue y esclarecer el umbral del asunto que perturba ya a un número cada vez más alarmante.

Las cosas han llegado a un estado tal que hoy en día tiene que sonar valiente y hasta audaz recordar a este respecto que el Spheniscus magellanicus y la Carduelis magellanica no tienen relación ninguna, más allá de que ambos ejemplares pertenecen al reino Animalia, filo Chordata, subfilo Vertebrata y a la clase Aves. Y allí pare de contar.

Es lastimoso que haya quien dude de esto, pero ocurre, ay.

Aun cuando una sucesión insospechable de trabajos de investigación, que desde Carl Nilsson Linæus (el reconocido Linneo) llega hasta hoy, no permite hacerse ninguna ilusión al respecto: esas proximidades no sólo no alcanzan a emparentarlos de modo benéfico alguno sino que, precisamente por ello, el Spheniscus magellanicus y la Carduelis magellanica no podrían ser más distintos en cuanto tales.

Coincidentes con este dictamen pero más terminantes, por especializadas, son las conclusiones de Louis Jean Pierre Vieillot para la Carduelis magellanica y de Johann Reinhold Forster para el Spheniscus magellanicus. Y no puede soslayarse en modo alguno el potente detalle de que sus estudios datan de mediados del siglo XVIII.

Ambos han tenido la palabra definitiva y cada cual en su caso ha establecido más allá de cualquier argumento que ambas especies pertenecen a órdenes, familias y géneros distintos e irreconciliables.

De este modo, y por si hiciera falta repetirlo, allí va: el Spheniscus magellanicus y la Carduelis magellanica no tienen relación alguna.

Y lo que se sigue de elllo: no la tienen ni deben tenerla.

La consecuencia nefasta de una desinteligencia en esta materia significa sin más un perjuicio terrible para la más débil de ambas criaturas, que resulta ser la vulnerable Carduelis magellanica. Ni hablar de alocados experimentos -sobre los que ya corren rumores espeluznantes- que pretendan una mixtura, una cruza, tan peligrosamente antinatural por sus efectos monstruosos en términos genéticos como, por supuesto, en términos morales, toda vez que los avances de estas disciplinas -como las restantes cosas humanas- no pueden estar exentos de exigencias éticas.  

Por duro que le resultare a algunos, así es. Es así y no tiene vuelta atrás....

Ahora bien,...



- Eeehhh...., eesteee... Disculpe, maestro, si lo interrumpo un cachito, ¿no? Pero..., ¿de qué está hablando?

- ¿Cómo de qué?

- Claro...

- Pero si es clarísimo, hombre...

- Sí, sí..., por supuesto, pero..., ¿no me da una manito con los nombres raros que dijo? Se me olvidan las cosas, ¿vio?, y ya esas cosas así, medio difíciles,se me pierden...

- Bueno, bueno, tranquilo, muchacho... Ahí va más fácil, mire: los ejemplares del Spheniscus magellanicus, es decir los pingüinos patagónicos, no tienen un carajo que ver con los ejemplares de la Carduelis magellanica, es decir, los cabecitas negras... ¿Se da cuenta? ¡Pero, vamos, viejo, si es tan fácil de entender...! ¡A simple vista se da cuenta uno! ¿O no?

- Y, sí...

sábado, 8 de junio de 2013

Coplas de hartura

a E. B.


No habrá mar, ni viento o río,
ni alba de luz, noche oscura,
ni estrellas, lluvia o silencio,
por hartura.
No habrá desierto ni monte,
ni en el plan de la llanura
crecerán trigos o hierba,
por hartura.
No habrá bosque umbroso y verde
ni fuente habrá fresca y pura;
no habrá flor, ni fruto o rama,
por hartura.
No habrá más aves aquellas
que alababan tu figura;
ni habrá más trinos que canten,
por hartura.
 No habrá quien quiera mirarte
ni quien diga tu hermosura:
no habrá quien beba ese vino,
por hartura.
No habrá recuerdo u olvido,
ni en la altura ni en la hondura;
ni habrá nada que te nombre,
por hartura.


jueves, 6 de junio de 2013

El canto que te canté

(Aire de punto cubano)


Cuando te fuiste sabía,
temblando bajo la palma,
que te llevabas el alma
de quien tanto te quería.
Y el mar, que me conocía,
dio su rumor a mi canto
y en el lamento hubo tanto
que un ave, en las playas solas,
confundidas con la olas
vio lágrimas de mi llanto.

Y porque al mar le dejé
la barca que te robó,
en mi voz ya se apagó
el canto que te canté.

Quedaron en las arenas
pobres suspiros de amante
y con su filo punzante
el dolor punzó mis venas.
Me brotaron sólo penas
y mi sangre renegrida
toda de luto vestida,
como el luto de las flores
que sembraste en mis amores
el día de tu partida.

Y porque al mar le dejé
la barca que te robó,
en mi voz ya se apagó
el canto que te canté.


miércoles, 5 de junio de 2013

Repeticiones

No hace mucho hablé de Enrique Banchs.

Y algo decía respecto de las repeticiones virtuosas en su obra.

No todo lo que se repite es defendible ni deseable, dicho en general. Pero a él las repeticiones se le dan bien, tiene ese arte.

En El cascabel del halcón, encontré algunos ejemplos más, de distinto tipo. Uno es un soneto que tiene el mismo nombre Imagen, como el que ya cité vez pasada. Está apenas dos páginas después.

Porque mi corazón es trashumante
y desasido está de casa y pena,
y subre a mi pupila y cual diamante
que brilla a una luz suave la serena;

y porque ama vagar desde el menguante
hasta el creciente, y porque tiene cena
de rocío, de aire y del fragante
ritmo que en los caminos baila y suena:

yo me parezco al perro vagabundo
que hace su siesta al sol bueno y fecundo,
y al despertar, enorme de ilusión,

mira el manso paisaje largamente
para que la quietud que tiene al frente
se le vaya enredando al corazón.

Otro ejemplo de título igual es Simples palabras. Dejo el que más me gustó de los dos.

No trabajes el verso
con amor prolongado.
Sea como paloma
que se va de la mano.

La dulce estrofa siempre
un poco de alma exhale.
Más que hoja de libro
sea gota de sangre;

Pero más a menudo
sea gota de alegría,
y próvida repartala
cordial sonrisa.

Que no tenga en tu vida
mucha importancia el verso.
Tú que los haces sabes
qué poco vale eso.

Haz como algunos hombres
que trabajan seis días
y los domingos podan
unas plantas queridas.

Trabaja tus seis días,
y en la aurora de Dios
pódate el buen rosal
que está en tu corazón.

Y está el caso de Las señas. Aquí lo que se repite es la rima en los cuartetos, cada uno monorrimo, alarde siempre peligroso en lírica y más en los sonetos, porque puede resultar soso y mal compuesto, por falta de estro. A Banchs no le pasa y lo más curioso es que logra el efecto que busca y que el tema y el tono lírico requieren, y lo hace con ese modo que domina magistralmente, que es la palabra entre coloquial e íntima, siempre sencilla.

Cuando vuelvo el alma al pasado
y llamo a todos los que he amado,
los que vivieron a mi lado
y la Inmortal los ha llevado;

cuando evoco el cariño ido,
el ultraje padecido,
el sentimiento incomprendido
y un mal que me ha entristecido,

pienso que he vivido mucho
y que pronto han de llamarme
todos los que me dejaron.

Cuanto más vivo y más lucho
¡más quisiera ir a juntarme
con los que me abandonaron!



martes, 4 de junio de 2013

Tónico crítico


En resumen, la historia humana aparece como un tejido de absurdos que no solamente ha hecho morir sino, lo que es infinitamente más grave, ha hecho olvidar el valor de la vida. Todo ocurre como si una malvada fatalidad volviera locos a los hombres. A menudo se ha dicho que el papel desempeñado por esos absurdos debía tener una causa, y efectivamente la tiene. Hay en la vida humana un absurdo radical, esencial, para el que no se ve ningún remedio: la naturaleza del poder. La necesidad de cierto poder es muy real, porque el orden es indispensable a la existencia, pero la atribución del poder es casi arbitraria porque los hombres son semejantes o casi semejantes, y la estabilidad del poder reposa esencialmente en el prestigio. En otras palabras, en la imaginación. Si la razón es lo que mide, como explicaba Platón, la imaginación a su vez es extraña a toda medida. Traducidos al lenguaje del poder, todos los absurdos enumerados hasta ahora pueden transformarse en verdades evidentes. Fue muy desdichado que Paris hubiese raptado a Helena pero desde el momento en que la raptó, ¿podían los griegos soportar esta injuria sin dar a los troyanos la impresión de que podían permitirse hacer en Grecia cualquier cosa, sin provocarlos a que viniesen a solar el país? los troyanos, por su parte, ¿podían entregar a Helena sin inspirar en los griegos el deseo de saquear una ciudad que daba tal prueba de debilidad?

Está en la última página de un libro en el que Sudamericana de Buenos Aires recopiló en 1957 trabajos de crítica política y social de Simone Weil. Entre esos trabajos está el que se considera central en su pensamiento en estas materias: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. El libro argentino se llama, precisamente, Opresión y libertad.

Ese trabajo, que ocupa un tercio del libro, le importaba mucho a Weil, y así lo muestra la cantidad de agregados y comentarios que hay en esa edición y que son los mismos que infatigablemente fue redactando la autora desde 1934 en que comenzó a escribirlo hasta el final de sus días.

El fragmento que copio arriba es el final de uno de esos agregados, probablemente de 1938.

Me parece sumamente provocativa la tesis central de ese asunto acerca del absurdo del poder y su relación con la imaginación, como motor del prestigio que lo sustenta y consolida.

Provocativa digo, porque no le estoy dando la razón a mi querida Virgen Roja. Lo voy pensando.

Mientras se lo va leyendo, todo el libro es un ejercicio extenuante de crítica a sus críticas, especialmente, pero no solamente, la crítica que hace al marxismo y a la encarnación política de esta ideología en su tiempo.

Pero tan extenuante es como tonificante.

Y eso hay que agradecerlo, especialmente en tiempos en que la abulia de las consignas y el sonsonete de relatos y contrarrelatos ha vuelto insípidos e imbéciles a tantos, hasta que se llega al hartazgo. Pero también es bueno el libro, como valor accidental, para catar el grado de deshonestidad que puede haber en eso (no me hagan caso en esto: son efectos colaterales y no necesariamente hay que hacércelos pagar a Simona...)


lunes, 3 de junio de 2013

Cuernos


Es hora de ir partiendo.

Y nada mejor que hacerlo tratando un asunto de cuernos.

Después de todo, Rafael Alberti era andaluz, nacido en el Puerto de Santa María, próximo a la Sevilla en la que nació Ignacio Sánchez Mejía, su amigo torero, cuya muerte fue tan llorada.

En 1934, Alberti, comunista como era, estaba en Rusia en el primer congreso de escritores soviéticos, cuando se enteró de que el 13 de agosto había muerto su amigo, después de una cornada en la plaza de Manzanares.

Sánchez Mejía tenía 43 años y había dejado la arena en 1928 para volver ese mismo año de su muerte a las corridas.

No bien se enteró, dice Alberti que comenzó a escribir Verte y no verte, una elegía a Ignacio Sánchez Mejías que, con ilustraciones de Manuel Rodríguez Lozano, publicó en México en 1935 (aunque en la edición que estoy comentando le dan al texto el año de su composición.) La obra se la dedicó a La Argentinita (la bailaora Encarnación López Júlvez, hija de españoles nacida en la Argentina y vuelta a España de niña) que era amante de Sánchez Mejía.

Verte y no verte es un libro compuesto por sonetos que enlazan tiradas de versos libres y blancos y algunos cantares. En su antología de sonetos, Alberti copia los cuatro sonetos que tienen la particularidad de llevar el mismo título: El toro de la muerte.

Dejo aquí, ya al final de mi recorrida, el primero y el tercero de ellos.

El toro de la muerte

Antes de ser o estar en el bramido
que la entraña vacuna conmociona,
por el aire que el cuerno desmorona
y el coletazo deja sin sentido;

en el oscuro germen desceñido
que dentro de la vaca proporciona
los pulsos de la sangre que sazona
la fiereza del toro no nacido;

antes de tu existir, antes de nada,
se enhebraron en duro pensamiento
las no floridas puntas de tu frente:

Ser sombra armada contra luz armada,
escarmiento mortal contra escarmiento,
toro sin llanto contra el más valiente.


El toro de la muerte

Si ya contra las sombras movedizas
de los calcáreos troncos impasibles,
cautos proyectos turbios indecibles
perfilas, pulimentas y agudizas;

si entre el agua y la yerba escurridizas,
la pezuña y el cuerno indivisibles
cambian los imposibles en posibles,
haciendo el aire polvo y la luz trizas;

si tanto oscuro crimen le desvela
su sangre fija a tu pupila sola,
insomne sobre el sueño del ganado;

huye, toro tizón, humo y candela,
que ardiendo de los cuernos a la cola,
de la noche saldrás carbonizado.

sábado, 1 de junio de 2013

Lo que dejé por ti

Hace ya tres días que le doy vueltas al asunto. Y él me ronda y me acucia, también, porque, aunque lo burlo con otras cosas más o menos urgentes, resulta que es volvedor. Y, al fin, veo que no son tres días sino años.

A veces pasa. Un asunto cualquiera, casi sin importancia (trampa de las cosas, claro), nos lleva a territorios mucho más hondos de la vida.

Entre 1791 y 1863 vivió un poeta romano que se llamó Giuseppe Gioachino Belli. Escribía mayormente en el dialecto de la ciudad (er romanaccio, delicioso e incomprensible) y es uno de sus monumentos literarios. Se dice que entre 1824 y 1846 escribió unos 2300 sonetos en los que quiso y logró pintar la vida cotidiana y las gentes de las calles de la Roma de entonces. Pero era un crítico social bastante ácido también y eso, entre otros asuntos, quedó dicho en sus obras, que destilan cierto desencanto y alguna indignación religiosa, política o social.

Pero por interesante que fuere, Belli llega aquí en realidad porque Rafael Alberti lo tiene en los epígrafes de varios de los sonetos que eligió de su Roma, peligro para caminantes (1964-1967) e incluyó en el librito que vengo comentando. Los de Alberti, desde su perspectiva, tienen bastante del tono de los de Belli, en la suya.

De esa selección, tomo el primero, que es el que me puso en el camino de esas cavilaciones que decía al comienzo.

Lo que dejé por ti

Ah! cchi nun vede sta parte de monno
Nun 'za nnemmanco pe cche ccosa è nnato.
G. G. Belli

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados   
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

¡Ah! Quien no ve esta parte del mundo
no sabrá nunca para qué ha nacido.

Eso dice Belli y se refiere a Roma.

Con eso sólo, para quienes como yo no estuvimos en Roma, ya hay materia bastante. De hecho, muchas veces, en los últimos no quiero ni decir cuántos años, se me ha aparecido el asunto, preguntado por otros o por mí mismo: ¿por qué no conozco Roma? Siempre, que recuerde, he dicho y me he dicho lo mismo: porque la conozco. Todavía hoy esa respuesta me es suficiente, porque en un sentido muy laxo es verdadera. Claro, en un sentido muy laxo. Porque Belli no habla de conocer, sino de ver. No es en absoluto lo mismo. Y se entiende muy bien en este caso: el hombre era mediterráneo, no era un nórdico.

La sentencia es más demoledora todavía: Nun 'za nnemmanco pe cche ccosa è nnato.

Y hace días, pero son años, que me pregunto si no tiene un poco de razón. Y más que un poco. Y se pregunta uno, yendo de una cosa a otra, si eso mismo no tiene un aire lo bastante universal como para aplicárselo no ya a Roma sino a tanta otra cosa. Y ya no será ver o conocer, solamente que también, sino otros tantos verbos inquietantes referidos a asuntos que de un modo u otro explican -siquiera nos exigen pensar- para qué hemos nacido.


Nada fácil salir de los terribles dos versos de Belli, cosa nada fácil.

Sin embargo, saliendo o no de aquellos versos, igual me esperaban los de Alberti en su soneto. Y otro tanto de lo mismo, sobre Roma o sobre lo que cuadre. Y más.

Porque, en su caso, el último terceto avanza conminatorio sobre Roma.

Pero, ¿y si cambia uno Roma por...?

Claro.

Por eso lleva días, que son años.

Se entiende.