jueves, 30 de mayo de 2013

Ven, mi amor...


Encontré hace poco un librito de Rafael Alberti que no suele figurar entre sus obras. Sin embargo, él mismo lo armó en 1980 -unos 20 años antes de morir- reuniendo sonetos que había escrito y publicado desde 1924. Es, claro, un homenaje explícito al soneto y se llama, precisamente 101 sonetos; lo publicó Seix Barral ese mismo año.

Hay en ese librito una casi curiosidad.


Alberti publica un soneto 101, Ven, mi amor..., el único tomado de un libro voluminoso que por entonces él consideraba inédito, Amor en vilo.  El caso es que en cuanto libro así quedó: inédito.  Aunque no del todo, porque algo de ese libro integró Versos sueltos de cada día, producto de unos cuadernos que llenó de versos entre 1979 y 1982.

La razón de que Amor en vilo no se haya publicado todavía, es una enredada madeja de misterios, abogados, pasiones, codicias, parientes, amante y viuda, todo junto. Parecida en algo a la vida del poeta gaditano, que vivió 26 años en Buenos Aires, dicho sea de paso.

Los sonetos son desparejos, usted me disculpe. Hay varios que exhiben más oficio que poesía.

Tres de los que me gustaron van aquí. El primero, de sus primeros años. El segundo, a su hija Aitana y el último a una de sus amantes.

Santoral agreste

¿Quién rompió las doradas vidrieras
del crepúsculo? ¡Oh cielo descubierto,
de montes, mares, vientos, parameras
y un santoral de par en par abierto!

Tres arcángeles van por las praderas
con la Virgen marina al blanco puerto
del pescado; ayunando, entre las fieras,
se disecan los Padres del desierto.

El Santo Labrador peina la tierra;
Santa Cecilia pulsa los pinares,
y el perro de San Roque, por el río

corre tras la paloma de la sierra
para glorificarla en los altares
bajo la luz de este soneto mío.


Para Aitana
(9 de agosto de 1956)

Aitana, niña mía, baja la primavera
para ti quince flores pequeñas y graciosas.
Sigues siendo de aire, siguen todas las cosas
siendo como encantadas por una luz ligera.

Aitana, niña mía, fuera yo quien moviera
para ti eternamente las auras más dichosas,
quien peinara más luces y alisara más rosas
en tus pequeñas alas de brisa mensajera.

Aitana, niña mía, ya que eres aire y eres
como aire y remontas el aire como quieres ,
feliz, callada y ciega y sola en tu alegría,

aunque para tus alas yo te abriera más cielo,
no olvides que hasta puede deshojarse en un vuelo
el aire, niña Aitana, Aitana, niña mía.


Ven, mi amor...
A Beatriz

Ven, mi amor, en la tarde de Aniene
y siéntate conmigo a ver el viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va y viene.

Tú no te vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de mi sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me sostiene.

Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras.
Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
aún yéndote, mi amor, jamás te irías.

Es tuya mi canción, en ella estoy.
Y en ese viento que va y viene voy,
y en ese viento siempre me verías.


Y lo curioso es que así fue, de algún extraño modo.

Su asunto con Beatriz Alposta, su última amante notable -que no su última esposa- duró unos pocos años hasta 1982, aunque se prolongó la relación entre ambos ya no juntos, y aún bastante después de que Alberti muriera en 1999, pues ella lidió más de 20 años con abogados y herederos por una casa de Alberti en Roma que le dejó y un interminable quítame de allí esas pajas...