sábado, 2 de marzo de 2013

Palabra eterna



¿Usted cree que hay que tomar punto por punto y analizar todas y cada una de las cuestiones y no cuestiones y cotejar e indagar y rebuscar?

¿Usted quiere hacer un digesto exhausto de si dijo y no dijo, si calló o vociferó, si tachó, borró, incluyó, solapó, leyó, improvisó, enumeró, descartó, ninguneó, criticó, amenazó?

Nones, cumpa, nones...

Lo que hay que hacer es mirar atentamente el reloj.

Y nada más que el reloj.

Y si el reloj dice que fueron tres horas y treinta y siete minutos, ahí tiene todos los datos que necesita para saber de qué se trata.

Todo lo que se dijo o no se dijo puede salir como se dijo o no se dijo, o puede salir de otro modo, asigún sean las cosas por venir y lo que se pueda hacer, o no se puede, o lo que fuere...

Eso es por naturaleza mudable porque es contingente.

Lo que queda clavado en piedra y ya no se moverá son esas 3 horas y 37 minutos.

Y lo que significa que alguien disponga de 3 horas y 37 minutos del tiempo de otros y de todos para que se le oiga y se le mire, excluyentemente.

Y sin justificación.

El día que se entienda el significado exacto del metalenguaje de esas 3 horas y 37 minutos de secuestro del tiempo y de la palabra pública y la mirada pública -sin que importe en absoluto lo que se haya dicho en ese lapso-, se habrá entendido mejor en qué consiste la política.

Ahora bien, mi cuate, si usted quiere despepitarse con todo lo demás, allá usted, su señoría...

Se puede hablar 10 horas de la propia vida con un amigo, se pueden dar 15 horas de clases de geografía en un día, se puede hablar toda una mañana con el vecino de asiento mientras Ud. espera que le toque el turno en Anses. Sí. Y más tiempo más cosas.

Pero se lo digo otra vez: es una forma tan nítida como sofisticada de esclavitud -no importa quién la ejerza- hablar pelotudeces durante 3 horas y 37 minutos, perfectamente seguro y cierto de que de ese modo se ejerce una forma crudelísima del poder como es la de obligar a oír (o más claramente, la irremediable ficción de estar oyendo obligadamente...)

No es el contenido de lo que se dice. No es Cristina eterna.

Es la palabra sin tiempo, hasta el gesto vacío de la escucha obligada, el sometimiento no ya del oído o de la inteligencia sino del cuerpo mismo, inmóvil, en obligada y absoluta disponibilidad durante 3 horas y 37 minutos de canchereadas, petulancias, claves, contraseñas, bravatas y mohines. Y aunque hubieran sido cosas de algún valor...

Nada erosiona tanto al alma como eso.

Y después, encima, está lo que se dice. Claro.

Pero, para cuando empiece el análisis de lo que parece más importante, el daño grave y de veras importante ya estará hecho.