lunes, 13 de agosto de 2012

Esclavos

Esta anotación del Diario clandestino de Giovannino Guareschi es de 1945, cuando faltaban meses para que saliera del campo.

Investigación

15 de enero

Hay jóvenes desorientados que buscan la verdad. Están llenos de buena voluntad:"Quisiéramos alguno que nos enseñara, que nos encaminara. Aquí hay tiempo, hay gente bien dispuesta; tendrían que organizar cursos".

Tienen el morbo en la sangre. Querrían cursos. Cursos de reconstrucción, cursos de mañana, cursos de política, cursos de libertad.

La verdad no se enseña; hay que descubrirla, conquistarla. Pensar, formarse una conciencia. No buscar a uno que piense por nosotros, que os enseñe cómo debéis ser libres. Aquí se ven los efectos: de los efectos hay que volver a remontarse hasta las causas, individualizar el mal. Separarse de la masa, del pensamiento colectivo, como una piedra del empedrado, volver a encontrar en sí mismo al individuo, a la conciencia personal. Poner en su lugar al problema moral.

Mañana, apenas toquéis vuestra tierra con los pies, encontraréis a uno que os enseñará la verdad, luego a un segundo que querrá enseñárosla, luego un cuarto, un quinto, todos los cuales querrán enseñaros la verdad en términos diversos y hasta contradictorios.

Hay que prepararse aquí, "liberarse" aquí en la prisión, para no ser prisioneros del primero que os espere en la estación, o del segundo, o del tercero. Si no, pasar cada una de sus palabras por la criba de la propia conciencia y, de la falsedad individual de cada uno, descubrir la verdad.

Y es más o menos lo mismo que Frenesí.

Y otra vez esa misma sensación. Y otra vez la impresión de que volverá a pasar porque sigue pasando de un lado y otro de la cerca, porque los que parecen "libres" en realidad están presos y los "presos" lo son porque no son libres.

Y la misma idea, otra vez, dicha de otro modo: parecería que tenemos ese morbo en la sangre, que dice Guareschi, y no sólo los jóvenes.

Porque está la verdad. Y esa cosa esquiva y más proclamada que hecha: el amor a la verdad.

¿Se puede engolar el amor a la verdad, un amor mentido, dicho pomposamente o babosamente, como si fuera una jaculatoria de mal gusto o decirlo como una excusa para traficar las propias ideas miserables, y no volverse de este modo un fraudulento, con un fraude tal que arruine al fin todo lo que hay de bueno alrededor? ¿No es casi el segundo mandamiento: no nombrar la verdad en vano, aun con minúsculas?

Lo que dice Guareschi, no sé cómo pero de algún modo, se me hace muy parecido a la condición del esclavo. Puede, si acaso, andar por allí, no está confinado a cuatro paredes y un ventanuco con rejas. Sale incluso al sol y lo disfruta, puede ver el mar, el bosque, la sierra y el llano y los goza. Huele las flores, puede oír cantar al zorzal y verlo volar. Puede cultivar un rosal, carpir la tierra de unas verduras, criar un perro, remontar un barrilete. Ríe, puede cantar mientras trabaja o camina. Hasta le es dado de tanto en tanto incluso el banquete, el vino y el baile, y algunos momentos vacíos de trabajos, para otras cosas, para nada. Y hasta puede acicalarse y, dado el caso, perfumarse y enjoyarse. Y hasta enamorarse y aun amar y aun procrear. Y aun, más aún, morir serenamente.

Claro.

Libre no es, ni él, ni lo suyo, ni los suyos; parecerá, pero no es.

Eso no.

Y la peor desgracia para él -aún mayor que su esclavitud- es que llegue a creer que es libre.

Y la peor aún: que, por amor a la verdad, proclame que es libre.


Tenemos que aprender eso que dice Giovannino. Enseñar eso. Hacer eso. Es urgente.