Investigación
15 de enero
Hay jóvenes desorientados que buscan la verdad. Están llenos de buena voluntad:"Quisiéramos alguno que nos enseñara, que nos encaminara. Aquí hay tiempo, hay gente bien dispuesta; tendrían que organizar cursos".
Tienen el morbo en la sangre. Querrían cursos. Cursos de reconstrucción, cursos de mañana, cursos de política, cursos de libertad.
La verdad no se enseña; hay que descubrirla, conquistarla. Pensar, formarse una conciencia. No buscar a uno que piense por nosotros, que os enseñe cómo debéis ser libres. Aquí se ven los efectos: de los efectos hay que volver a remontarse hasta las causas, individualizar el mal. Separarse de la masa, del pensamiento colectivo, como una piedra del empedrado, volver a encontrar en sí mismo al individuo, a la conciencia personal. Poner en su lugar al problema moral.
Mañana, apenas toquéis vuestra tierra con los pies, encontraréis a uno que os enseñará la verdad, luego a un segundo que querrá enseñárosla, luego un cuarto, un quinto, todos los cuales querrán enseñaros la verdad en términos diversos y hasta contradictorios.
Hay que prepararse aquí, "liberarse" aquí en la prisión, para no ser prisioneros del primero que os espere en la estación, o del segundo, o del tercero. Si no, pasar cada una de sus palabras por la criba de la propia conciencia y, de la falsedad individual de cada uno, descubrir la verdad.
Y es más o menos lo mismo que Frenesí.
Y otra vez esa misma sensación. Y otra vez la impresión de que volverá a pasar porque sigue pasando de un lado y otro de la cerca, porque los que parecen "libres" en realidad están presos y los "presos" lo son porque no son libres.
Y la misma idea, otra vez, dicha de otro modo: parecería que tenemos ese morbo en la sangre, que dice Guareschi, y no sólo los jóvenes.
Porque está la verdad. Y esa cosa esquiva y más proclamada que hecha: el amor a la verdad.
¿Se puede engolar el amor a la verdad, un amor mentido, dicho pomposamente o babosamente, como si fuera una jaculatoria de mal gusto o decirlo como una excusa para traficar las propias ideas miserables, y no volverse de este modo un fraudulento, con un fraude tal que arruine al fin todo lo que hay de bueno alrededor? ¿No es casi el segundo mandamiento: no nombrar la verdad en vano, aun con minúsculas?
Lo que dice Guareschi, no sé cómo pero de algún modo, se me hace muy parecido a la condición del esclavo. Puede, si acaso, andar por allí, no está confinado a cuatro paredes y un ventanuco con rejas. Sale incluso al sol y lo disfruta, puede ver el mar, el bosque, la sierra y el llano y los goza. Huele las flores, puede oír cantar al zorzal y verlo volar. Puede cultivar un rosal, carpir la tierra de unas verduras, criar un perro, remontar un barrilete. Ríe, puede cantar mientras trabaja o camina. Hasta le es dado de tanto en tanto incluso el banquete, el vino y el baile, y algunos momentos vacíos de trabajos, para otras cosas, para nada. Y hasta puede acicalarse y, dado el caso, perfumarse y enjoyarse. Y hasta enamorarse y aun amar y aun procrear. Y aun, más aún, morir serenamente.
Claro.
Libre no es, ni él, ni lo suyo, ni los suyos; parecerá, pero no es.
Eso no.
Y la peor desgracia para él -aún mayor que su esclavitud- es que llegue a creer que es libre.
Y la peor aún: que, por amor a la verdad, proclame que es libre.
Tenemos que aprender eso que dice Giovannino. Enseñar eso. Hacer eso. Es urgente.