miércoles, 14 de marzo de 2012

Quid est kirchnerismus? (III)

Una cosa que es (1)


Los gobiernos nacionales -sus estilos, sus modos- cambian. No todos son iguales, y no todos pueden gobernar, hay que decirlo. Pero cuando gobiernan -cuando pueden, saben o quieren-, no todos lo hacen del mismo modo. Es muy enredada y compleja la madeja nacional, mucho más que los asuntos provinciales. Las veces que gobernantes provinciales acceden al gobierno nacional, suele notarse la diferencia, salvo excepciones. No necesariamente se puede gobernar el país como se gobierna la provincia.

Hay que saber que, en la Argentina, los gobiernos nacionales -lo quieran o no- gobiernan desde la ciudad de Buenos Aires y eso es mucha diferencia. Lo quieran o no los gobiernos nacionales, cuando gobiernan desde Buenos Aires, Buenos Aires los gobierna a todos de alguna manera. No la ciudad de Buenos Aires jurídicamente, no el territorio. No Macri, diríamos por caso y hoy por hoy. No. No eso sino el talante de Buenos Aires, la impronta. Y eso significa que por más que los gobiernos nacionales gobiernen para toda la nación, en este sentido en que lo estoy diciendo, los gobiernos nacionales tienen que gobernar primero para Buenos Aires, para lo que piensa, siente y dice la ciudad capital, que no es solamente la suma de las partes que la constituyen (gentes anónimas, emisores mediáticos, poderes económicos, políticos, culturales y un etcétera que incluye hasta las autoridades eclesiásticas de Buenos Aires...)

En cambio y en general, los gobiernos provinciales no difieren entre sí en lo más hondo y característico. En la superficie, pueden ser de un partido u otro, de una tendencia u otra, no le hace, no en mucho al menos. Los gobiernos provinciales no difieren demasiado en su modo de ejercer el gobierno, y más propiamente el mando. Salvo, claro, que no gobiernen (porque no saben o no quieren), cosa rara pero que puede pasar, aunque pasa poco.

El modo de gobernar provincias –y mandar en ellas- cambia poco. Matices, sí. Nada más. Cada provincia tiene un jefe y un grupo en torno a él, dispuestos todos a ejercer hegemonía en la mayor amplitud posible, vertical y horizontalmente, entre los poderes y en el territorio de cosas y de gentes. Los ha habido históricos y famosos, los hay bisoños o menos conocidos. No es diferente la matriz. Ni la terrible fuerza centrípeta sobre la acción política que ejercen en las cosas públicas.

Mandar y gobernar a veces se superponen, y eso ya depende de la calidad del jefe. La mayoría manda más que lo que gobierna. Y hay algunos que mandan por muchos años, por sí o a través de otros. La hegemonía es una matriz deseada y, en algunas partes más que en otras, casi es lo mismo que gobernar: establecer la hegemonía es gobernar. Desde la capital hasta el último paraje. Puertas afuera y frente al gobierno nacional es otro asunto. Pero, puertas adentro, el que manda manda y si no manda, no gobierna.

Claro que gobernar es mandar. Pero la inversa no vale lo mismo: mandar no es gobernar, necesariamente. Estas sutilezas tienen poca suerte en provincias, habitualmente.

Antes de ser kirchnerismo, el kirchnerismo era un gobierno provincial y en varios sentidos todavía lo es, cuando menos en gestos y hábitos de mando.

El peronismo es otra matriz que hay que considerar. Y el kirchnerismo es peronista en varios aspectos.

La substancia del peronismo es política y la política tiene dos ámbitos fundamentales de ejercicio: el discurso y la acción. Hay muchas variantes de discurso y la palabra ejercida públicamente es una de ellas y más bien es el final del discurso. La política es discurso porque sin discurso no hay conducción y la política en acción es conducción. Sin conducción no hay ejercicio político. Y el discurso es la primera herramienta de conducción.

La calidad del discurso está en relación directa con la de la conducción. Y con discurso y conducción -no sólo, pero sí necesariamente con esas dos cosas- se hace sociedad, se trama, se aglutina y amalgama lo diverso haciéndolo uno. De modo que la cadena de calidades llega desde el discurso hasta la sociedad, pasando por la mediación de la conducción. Y las proporciones de las calidades son directas.

Insisto: el discurso no solo es palabra pública: es antes configuración del mundo y una sintaxis de lo individual y social con un sentido determinado que explica la naturaleza del hombre y de la sociedad así como postula el fin de ambos, y ese discurso así entendido va desde las obras públicas hasta los nombres de las calles, desde la ley hasta la oratoria, desde un impuesto hasta los programas escolares.

Por otra parte, en mi opinión, la acción del peronismo en política tiene realmente -casas más, casas menos- los ejes de independencia económica, soberanía política y justicia social. Es para otro momento la definición celosa y minuciosa de esa tríada, en el peronismo y en el kirchnerismo. Pero uno heredó lo que estaba en el otro, en muchos sentidos nominalmente, en otros realmente. Los modos de obrar en esos tres ámbitos de acción son parecidos en el peronismo y en el kirchnerismo. Eso se debe a que el kirchnerismo es peronista en sus raíces. Otra cosa son el tronco, las ramas, las hojas, las flores y los frutos. Y otra cosa aún es si el árbol recibió algún injerto. Habrá que ver.

Está la cuestión de si algunas visiones, discursos y acciones del kirchnerismo están en la simiente misma de su peronismo. En particular, en aspectos importantísimos de cultura. Y cultura significa aquí algo muy vasto, muy alto y hondo, no cuadros, libros y canciones. Cultura es aquí paralelo a lo que ya dije sobre el discurso.

Dicho de otro modo, en las definiciones más hondas sobre el hombre y la sociedad y los modos de pensar y obrar en medio de ellos o, por hablar más ajustadamente, sobre ellos, ¿el kirchnerismo es ni más ni menos que el puro y mismo peronismo? De la respuesta a esa pregunta depende en un sentido axial la respuesta final a la pregunta que da origen a estas disquisiciones: qué es el kirchnerismo, de qué está hecho.

Más que recurrir a la cuestión acerca de la independencia económica, aunque en parte también atendiendo a ella, para saber eso que me pregunto acerca de la peronicidad del kirchnerismo, es necesario especificar el sentido de la expresión soberanía política, y aun el de justicia social. ¿Hasta dónde llega el término política? ¿Tiene sentido arquitectónico total, de modo que cuando se dice soberanía política se dice algo más que la fortaleza material y formal de un Estado, especialmente pero no sólo, frente a otros estados? ¿Ante qué o quién ha de erigirse como soberana la arquitectura y la acción políticas de un Estado? ¿Qué es justicia? ¿Qué derechos y obligaciones implica? ¿Derechos y obligaciones de quiénes y respecto de cuáles asuntos? ¿Qué tramado de derechos y obligaciones hace justa a una sociedad en una determinada concepción?

Podría pasar que respondiendo a estas preguntas se vea que hay vastas zonas del kirchnerismo que tienen poco o nada de peronismo. Y que ocurra que nombren con las mismas palabras cosas distintas.

Todo esto está en relación directa con la concepción de sociedad (y mucho más de hombre) que tenga una línea política o un dirigente.

Pero hay que decir también que el mismo peronismo no es una línea recta. Las sinuosidades del peronismo son producto tanto de su genética capacidad de acomodamiento a los tiempos y circunstancias, como a las posiciones que su creador adoptó, propició o desechó, alternativamente.

Bien cabe aquí el término pragmatismo, aunque la palabra es agridulce y bifronte. Tanto para quienes no tienen límites en su acción como para quienes los tienen por demás.

Otra cosa. Si las opciones fueran sólo dos, simplificadas en mercado y estado, lo más durable en el peronismo parece ser su vocación por mandar -y gobernar- un estado fuerte (esto es económicamente independiente, políticamente soberano, socialmente justo, en principio), lo cual se le hace necesario para conducir una sociedad con tensiones e intereses disonantes y no siempre armónicos. A su vez, también es durable su vocación por paliar desequilibrios sociales. Según los tiempos, ha tenido para este tópico de los desequilibrios (e injusticias) sociales una doctrina y una pragmática de confrontación o de armonía entre clases. Y con frecuencia ha puesto en acción ambas, siempre con un discurso de sostén que habilita la confrontación tanto como la armonía, aunque hay que decir que siempre prefirió inducir esa armonía con firmeza -y hasta rudeza- más que con persuasión.

Estos datos genéticos del peronismo están en el kirchnerismo en mayor o menor medida pero, en cualquier caso, tienen en él el aire de familia y no el de un órgano trasplantado por un donante desconocido.

En resumen, el estilo de gobierno y mando del kirchnerismo tiene esos dos datos raigales: gobierna como provincial y como peronista. Ninguna de ambas cosas es un invento suyo. Las peculiaridades -más cosméticas que constitutivas- dependen del conductor y de sus notas personales.

Un lector medianamente perspicaz se dará cuenta de que ésta es una descripción más que nada y que no estoy abriendo demasiado juicio sobre estas notas que entiendo son constitutivas del kirchnerismo y sin las cuales no me es posible saber qué es y de qué está hecho.

Ahora bien.

Creo que hay algo más que el kirchnerismo también es y que lo signa de un modo substantivo y sin lo cual no se lo entiende ni conoce acabadamente.


Pero eso tendrá que venir después.

Porque ahora se vino largo este primer punto al que habrá que darle una segunda parte.