miércoles, 7 de marzo de 2012

Quid est kirchnerismus? (II)

Siento que va a hacer falta una advertencia.

Que se enojen los cientistas políticos, pero lo político tiene una raíz agonal inevitable. Esto es: la gente se pelea -se pelea personalmente como si le hubieran mentao a la madre- por las cosas de la política. Incluso los que la estudian y analizan teóricamente, buscando sin más saber lo que es.

Muy difícil, muy pero muy difícil, que al hablar (o siquiera pensar sin hablar) de política y lo político -en cualquiera de sus formas- no se cuele el alma, los sentimientos, las ideas, los deseos, las esperanzas, las frustraciones, las pasiones (cualquiera de las pasiones, las buenas y las otras) de quien habla, como si se estuviera hablando de su biografía.

Eso quiere decir, y eso implica, agonalidad: compromiso con algo a no ceder y que supone que lo que uno sostiene es tan de uno que verlo caer es verse caer y con uno el entero cosmos sin remedio, a veces la patria incluída.

En política, creo, todo el mundo es más o menos partisano. Salvo raras excepciones, muy pero muy raras.

¿Está mal? Según y conforme, mire.

Lo político en sí es grande y noble y es el equivalente del resultado de una visión del mundo en acción y hasta puesta por obra. Hay que sentir el compromiso interior y espiritual, de la mente y la inteligencia, del corazón y la razón, con la realidad tal y como es (o tal y como uno la ve, che non é lo stesso...) Sin eso, no hay política, digo yo.

No hay forma de ir a lo político sin una definición previa -tácita, a veces- de lo que es el hombre y de lo que es la sociedad de los hombres, de su naturaleza, modos, constitución y fin. Y no una simple noción, sino casi una creencia, y sin casi, casi.

Repito, no hay forma de ir a lo político sin eso, ni teórica ni prácticamente.

La mera descripción sin mezcla de categorías y valoración solamente existe en un ente de razón.

No hay sinónimos. No hay estricta neutralidad.

En los entes reales que hablan y piensan y hacen lo político -tanto más en estos últimos- no hay modo de que no haya una visión, una definición.

Y esa primera visión, esas definiciones sobre el hombre y el mundo de lo humano, personal y social -que es el ámbito de lo político-, marcan y dirigen lo que le sigue, las conclusiones y la misma acción, sobre todo.

Que una visión agote la realidad es imposible. Que acierte o yerre, por mucho o por poco, sí es posible.

Como es posible que acierte por poco o por mucho en lo menor y yerre en lo más importante y al revés. Y entonces es posible también que sea buena la visión y deficiente la acción (es un arte, después de todo), como lo es el que se yerre por poco o mucho en la visión y se acierte poco o mucho en la acción.

De todos estos resquicios está hecha la discusión política y la propia acción política.

Seguro que -además de la lucidez, la prudencia y el sentido de la justicia- sólo la buena fe y la honestidad permiten sortear el viboreo con que repta muchas veces el compromiso o el sectarismo (sostenido abiertamente, fingido o mentirosamente negado).

Pero a esa buena fe y a esa honestidad se llega con una ascesis y una virtud -intelectual, moral, psicológica y afectiva- que figura en los libros pero que escasea en la calle.

Como fuere.

Allí va, por lo mismo, esta advertencia que tiene que servir para lo que viene, salvo que hiciere falta otra.

Nunca se sabe.