Agrisado y frío, húmedo y ceniciento.
Prendí la salamandra muy temprano, al alba. Y, ahora, un calor seco y suave -con aromas mezclados de maderas varias- hace amable el tránsito por la casa.
Leer los diarios no sirve. ¿Y cuándo sí? Se adivina incluso lo que no se sabe (como el arzobispado de Tucumán a Mons. Zecca...) y se aburre finalmente uno de la previsibilidad de este mundo sublunar.
En un tiempo, jugaba a adivinar las tapas de los diarios del día siguiente. El porcentaje de éxito era alto y el engaño muy posible y fácil: no se trataba ni de perspicacia ni de mancias: no era mi talento, era la pobreza del ingenio del mundo. Somos previsibles los hombres: muy.
Así las cosas, pensaba esta mañana (es cierto que siendo tan temprano es más disculpable…), y mientras le daba qué flambear, que la salamandra es, quodammodo, como la inteligencia, que puede contener en sí todas las cosas sin perder su propia forma.
Pero.
¡Ay si la inteligencia pudiera siempre hacer lo que siempre hace la salamandra, que vuelve lo que la alimenta en calor y luz y alegría…!
* * *
El día es propicio.
Mate y cigarro a mano, mirando el cielo y el aire de la mañana, dejé que la música hiciera su trabajo, que es como el de la salamandra también, claro, en cierto modo.
* * *
Se dice que, a fines de la década de 1820, Vincenzo Bellini compuso Sei ariette, unas obras de cámara, arias breves, que son como pequeños aguijones entre amorosos y melancólicos.
En la poesía de las canciones, se nota que sobrevive todavía algo de una lírica más antigua, hasta con dejos de contrapuntos afectivos, al modo de las canciones provenzales, y, más cerca (y más probable), de cierto conceptismo barroco.
Luciano Pavarotti grabó en Bolonia, su tierra natal, cuatro de estas composiciones. Y son, a saber, Ma rendi pur contento; Malinconia, ninfa gentile; Bella Nice, che d'amore y Vanne, o rosa fortunata.
Son casi perfectas en sus manos, aunque está claro que mi autoridad en esta materia tiende a cero…
Por alguna razón que se me escapa, dejó fuera de programa a dos de las seis. De modo que hubo que completar el asunto y no sin dificultad, pues -tal vez, claro, porque no tengo nada de eso a mi alcance- parece que o la obra del cisne de la Catania entusiasmó a pocos, o pocos se atrevieron con ella.
Un tenor catalán, Jaume Aragall, y una mezzosoprano húngara, Lucia Megyesi Schwartz, a su modo, tuvieron que hacer lo suyo en Per pietà, bell'idol mio (ya querría yo tener la versión que hizo la Bartoli...) y en Almen se non poss'io, y esto nada más que para que la serie no quedara renga. Se los agradezco, digamos, cortésmente.
Y entre el humo lento -que hace más gris y aromado el aire- y las sutilezas del joven Bellini, a mi modesto parecer, ya puede ir marchando este día en el que lo más notable viene siendo, hasta ahora y por lo que se ve, esa cuarteta sencilla, concisa e inspirada que dice:
Almen se non poss'io
seguir l'amato bene,
affetti del cor mio,
seguitelo per me.