miércoles, 2 de marzo de 2011

Meursault

Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio.
Meursault, el protagonista y narrador de El Extranjero, de Albert Camus, dice así las últimas palabras de su relato, que son sus últimas palabras la noche antes de su ejecución.

Leí ayer de nuevo esta especie de novela. Completa, hace varios años que no la recorría.

Inmediatamente recordé todo, porque a veces es como andar en bicicleta: no se olvida.

Sigue causándome una impresión muy fuerte y sigo viendo como a trasluz, detrás de la mano que escribe, la torsión del espíritu a la que tuvo que haberse sometido el escritor. Y si no fuera que ya sé que a más de cuatro les va a sonar como un exceso, diría que es un caso parecido al de Las Cartas de Escrutopo, de C. S. Lewis.

Y se me apareció otra vez una vieja cuestión acerca de ciertas semejanzas paradojales entre Rodion Raskolnikov, el de Crimen y castigo, de Dostoievsky, y el propio Meursault.

Más lo miro, más me parece que hay muchos puntos de contacto. Claro, nada lineal, sino como si uno fuera la contracara del otro, aunque para llegar a alguna parte por ese camino haya que alejarse de las veredas más obvias. Ambos, eso sí, han sido llevados a las últimas consecuencias de sus caracteres por Camus y Dostoievsky, y muy especialmente en la cuestión de la culpa.

Ese final de Meursault, por ejemplo, ha asqueado a multitudes, y ha sido como el golpe final de un relato que no deja en ningún momento que uno se conmisere del todo, y a veces ni en parte, con el personaje.

Sin embargo, especialmente la última frase, entiendo que es como si dijera ‘crística’.

Me dirán que no es cristiana la frase y mucho menos cristiana es la novela.

Y eso todavía no lo sé.

Después de tantos años, lo estoy pensando todavía.