martes, 20 de diciembre de 2011

La trunca tuya



Llego al río, cruzo el vado,
ay, tu costa jumealera.
Ya el violín llora en el monte
tu chacarera.

Ya es bombo mi corazón
y en su parche se entrevera
con latidos de nostalgia
tu chacarera.

Llevo guitarra de luna
y tu sombra a mi asidera;
y para luz en mis noches,
tu chacarera.

Priendita, qué cosa el tiempo
que se alarga pa’l que espera.
¿Cuándo será que me digas
tu amor en tu chacarera?


Dulce el violín, manso el bombo,
la guitarra compañera,
con sólo verte me dicen
tu chacarera.

Y mis coplas con el viento
buscan tu boca coplera
pa’ que suspires en coplas
tu chacarera.

Tengo un ranchito en el monte
pa’ cuando tu almita quiera
darme con su voz de plata
tu chacarera.

Priendita, qué cosa el tiempo
que se alarga pa’l que espera.
¿Cuándo será que me digas
tu amor en tu chacarera?


domingo, 18 de diciembre de 2011

Poetas y sables

Una muestra ligera, apenas unas pinceladas.

Valen lo mismo a veces para mirar los hilos más gruesos de las cosas.

Por ejemplo.

Una tormenta fallida podría habernos dejado sin poeta, y no es cosa de andar despreciando en la Argentina, que tiene más verseros que vates. Y eso es lo que dice Imponderables.

Hay también los trazos de una carta de un combatiente que alumbran rincones de la Independencia en ¿Por qué decían que era la cosa?

O un duelo a sable entre... ¡dos escritores!, en Quítame allá esos adjetivos como un signo rumboso de no pocas de nuestras esterilidades, bellas esterilidades, épicas esterilidades.

sábado, 17 de diciembre de 2011

He visto unos ojos verdes



Qué tarde llega esta tarde
de aroma verde en las manos,
y qué verde llega el aire
con la luz que vas dejando.

Qué donosa tu palabra,
qué limpio y verde es el talle
del trigo de tu mirada
que me siembra cuando cae.

He visto unos ojos verdes,
ay, de ti…
Crecen en valles de luna
y cuando miran perfuman,
ay, de mí…


Ya por la flor de tu pelo,
como una zamba en la noche,
va tu voz de plata al viento
y endulza hasta los mistoles.

Ya es verde el color del tiempo
Ya es plata la luz del día.
Verde y plateado el recuerdo,
plateada y verde la vida.

He visto unos ojos verdes,
ay, de ti…
Crecen en valles de luna
y cuando miran perfuman,
ay, de mí…



No sé componer canciones.

Pero esto es una zamba.

Por cierto, no hay modo de que un servidor complete en una partitura lo que falta.

Pero siempre puede haber manos diestras que sepan pulsar las cuerdas -o las teclas, como el Cuchi...- y hagan, en una de ésas, los milagros que otros no podemos, como sería volver zamba a esta zamba.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Revisando revisiones

Hay que andar revisando. Estoy seguro de que es así. El problema no es revisar de más, el problema es revisar de menos.

Decía Chesterton que la única cosa que un escéptico no podía ser era proselitista.

Y digo yo, que no soy él, que la única cosa que un revisionista no puede ser es institucional, anquilosar la mirada porque tiene que responder a un patrón. Patrón que quiere decir aquí tanto medida como capanga.

Así que, en lo que a mí respecta, señores y señoras, tengo de revisar las revisiones y a los revisores.

Porque no se puede hacer política sin eso, de ninguna clase, ni de la mejor ni de la peor. Porque no se puede hacer política sin hombres libres (que los que no son libres, no son tan hombres...), ni se puede hacer política sino para hombres libres (que si no habrán de serlo, no es política...)

Y aquí quedan, entonces, Una fecha ominosa, Elegir el enemigo y Se aposta un ángel en Santa Fe.

Y dejo estas tres de Aragón que creo bien pueden servir a este propósito, como otras. Porque eso son estas notas suyas de él que quiero publicar, al fin de cuentas.

Y estas mías, además, lo mismo, si acaso y puedo y me da para tanto.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Todavía



Era la tarde en este mundo. Había
rincones luminosos.
Y unas noches, y lunas
y soles en el aire cada día
y ese aroma de mar, y tiempos quietos
de secretas bondades,
alegres y secretos
sembrados bajo robles poderosos.

Era la tarde en este mundo. Había
brasas de luz amada
ardiendo leños tibios, soledades,
cenizas de las horas,
tizón de resplandores, de alegría,
de belleza y verdades
que aún florecen en llamas nombradoras.

Era la tarde en este mundo. Había
retoños de tormenta,
gajos de risa y luz
y un amor en sazón oliendo a menta.
Y un amor en su cruz.

Era la tarde en este mundo. Había
silbos de un viento lleno
libando el aire claro,
un trapiche de miel fresca de flores
que destilan la luz de los dolores.
Un vino en miel y raro,
amoroso y amable, amado y bueno.

Era la tarde en este mundo. Había
un cielo tinto y suave
que bogaba la nave
borgoña de la nube
por la noche que sube
y va en su gozo persiguiendo al día.

Era la tarde en este mundo. Había
un reino gobernado
por manos que lo rigen silenciosas
y amansan con dulzura
las hebras de esta tierra,
las piedras de la sierra,
el bosque tan amado,
el fuego, el valle mudo, el agua pura.

Era la tarde en este mundo. Había
una voz en el aire que cantaba
y todo celebraba.

Y canta todavía.

No hay que hacerle notas a los versos, en lo posible. Pero, en este caso, creo que vale la pena decir al menos que éstos vienen de un tiempo en el que aquella bitácora ya ida no estuvo disponible y nada apareció por allí; que, de no, allí habrían estado.

Los trajo en estos días una memoria de cosas que son y han sido.

Y aquí vienen ahora.

Estos versos son una celebración. Y celebran a su modo aquello que no puede marchitarse y que pervive, por más que el tiempo pase.

Su antífona, en ese pasado imperfecto, parece la cuenta que alguien hiciera de cosas que ya no están en este mundo -cuya figura pasará-, y que parecen disueltas por el tiempo que pasa por ellas sin concluirlas ni consumarlas; pero que en algo son, aún así y en algo grave y hondo, como el atisbo y la huella del otro que no pasará.

Todavía, es el adverbio -¡ah, los adverbios...!- con el que se cierra la cuenta nostalgiosa. Y así es.

Hasta el fin del tiempo -o hasta el fin del tiempo de una vida de hombre, que también es el fin del tiempo, según se mire-, habrá esa voz que canta y que celebra algo que es un bien -entero, cierto, bueno- que está más allá de la figura de este valle de faz ajada y doliente tantas veces.

Todavía quiere decir que lo que no muere no morirá. Y que vive una vida viva en la raíz de tantas cosas; y que es potente, y tanto, que es capaz de florecer entre las lágrimas y las heridas que acompañan una vida de hombre.

Alguien que recibiera el regalo de esa esperanza -que verdaderamente recibiera una esperanza verdadera- podrá dolerse por lo doloroso, pero se alegrará y celebrará -sin que lo demuela la desgracia- si sabe a qué sabe todavía.

Porque es verdad aquello que dice Simone Weil: si el que sufre no olvida, en medio del dolor, que aún ama, nunca será un desgraciado.

Y será así al final, porque, como acierta san Juan de la Cruz, en la tarde de la vida seremos examinados en el amor. Y habrá que aprobar nuestra vida -y se pondrá a prueba para que pueda ser aprobada- diciendo que aún, todavía amamos.

Y si esto resultara verdad, en la tarde de este mundo se nos dará de regalo algo infinita y realmente mejor que estos versos: todo y todas las cosas.

Incluso, y hasta especialmente, como tal vez diría C. S. Lewis, aquellas que -entre lágrimas- hemos tenido o nos han faltado en este mundo.

Y no habrá modo de no celebrar entonces.


viernes, 2 de diciembre de 2011

Pan del día


¿Qué pueden tener en común el juego del pato, la cruz y una batalla casi inútil?

No es un acertijo ni una trampa, ni es para ponerse suspicaz.

Tres cosas que, si las mira bien, tienen que ver.

Pero tampoco se apure a sacar conclusiones medio baratas y de circunstancia.

Inventar, en su origen, quiere decir encontrar. No sacar de la galera.

Entonces, para seguir la serie, aquí van otros tres de Roque Raúl Aragón (y el lector perspicaz ya sabrá que son suyas las palabras que importan de la entrada, porque el emblema es suyo…)

Nuestros gigantes padres, In hoc signo Vinces y Cantos de amor y de muerte son los de esta vez.

Porque -y tome esto, si le cuadra, como una pista- no todo lo que es política del día hay que leerlo en el diario del día. Porque tampoco hoy el hombre vive sólo de pan.

jueves, 1 de diciembre de 2011

De atrás para adelante



Este año que se inicia es una gran oportunidad para la democratización y la institucionalización de nuestro país. Por primera vez, un modelo desmonopolizador, descentralizador y democratizador tiene la posibilidad de manejar el Estado durante más de diez años seguidos. Los juicios por las violaciones a los Derechos Humanos son un hito para la educación civilizadora de nuestra democracia: es un mensaje de “nunca más” real para el futuro, genera en los futuros golpistas el “autocontrol”, ya que no sólo hace público lo inenarrable, sino que también genera el miedo a ser condenado pase el tiempo que pase. El matrimonio igualitario es otro mojón en esta ruta: pone un freno indubitable a la coacción de los deseos y los derechos de la otredad y es una invitación a la ampliación de derechos de lo marginado y lo discriminado. El pacto social espoleado por la presión del movimiento obrero organizado obliga a negociar permanentemente a los sectores dominantes que continúan aferrados a la “barbarie” del egoísmo desmesurado, de la renta a cualquier costo, de la especulación desenfrenada. Si la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se presenta a las elecciones de octubre y las gana, tendrá un desafío histórico: a) dotar de una institucionalidad sustantivamente democrática al Estado y a la sociedad a través de un cambio cultural que atraviese los partidos políticos, las corporaciones, las organizaciones no gubernamentales y llegue hasta las terminales capilares que son las familias y los individuos, y b) persuadir a los argentinos –con las pruebas obtenidas durante estos años– de que el mejor negocio es el compromiso social y lograr que los individuos sientan vergüenza de ser freeriders, que no puedan sonreír burlones y autosuficientes aquellos que se benefician con el esfuerzo de los demás, o como decía Enrique Santos Discépolo, que ya no sea lo mismo “el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”.


El 9 de enero pasado, en el diario Tiempo argentino, el sociopolitólogo Hernán Brienza publicó una columna titulada Cuadernos de Traslasierra. Lo citado, es la parte final del artículo. Cercano al gobierno en general, Brienza es uno de los jóvenes gurúes de estos tiempos que, como pasa con otros, no es claro si bajan línea o tienen la clave hermenéutica de las políticas oficiales.

No lo lea si no quiere, pero le convendría. Yo lo vuelvo a ver de tanto en tanto, porque se me hace programático en más de un sentido.

Creo que tiene varias ventajas y por enumerar algunas van éstas: 1) está escrito bastante antes de las elecciones y en un contexto algo distinto del actual; 2) señala un rumbo para él necesario, de ganarse las elecciones, rumbo de superficie y a la vez rumbo también fundante; 3) redistribución de la riqueza, derechos humanos y matrimonio igualitario tienen allí un papel sinfónico en el diseño social y político, al punto de parecer ámbitos inseparables.

Ahora que veo la media sanción en la Cámara de Diputados de los proyectos de Identidad de Género y de Eutanasia, así como el debate de Fecundación asisitida, vuelvo a pensar que muchos hombres de la calle, seres comunes -a favor y en contra de este gobierno y del anterior- se equivocan en una cosa o en otra o en otra más.

Porque creo que les cuesta distinguir al menos tres cosas: 1) qué está bien y qué esta mal en las políticas del gobierno o en las que acompaña; 2) por qué está bien o está mal cada cosa y 3) el sentido y el resultado cultural de las políticas sinfónicamente consideradas, esto es: de dónde proceden las cosas, hacia dónde se dirigen y qué resultado perdurable producen, por separado y juntas.

Pero de una cosa estoy seguro: quien no pueda -o no quiera- hacer ese ejercicio de criba y pretenda opinar sobre el día a día y el rumbo de la patria, está perdido.

O, lo que es en cierto modo peor, creerá ver y decir las cosas desde un punto de vista que le resulta afín o respetado y tal vez en realidad sólo sea un hijo bastardo de una madre ideológica a la que tal vez ni siquiera conoce.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Umbral

Supe hace unos años, en 2008, que había, en una feria del libro antiguo en Buenos Aires, una acuarela a cinco colores pintada por Rafael Alberti en 1948 y dedicada en 1949 -dicen los catálogos- al crítico literario Roque Raúl Aragón, y supe que se vendía por mil dólares.

Cómo habrá sido eso, yo no sé. Quién la tendrá, menos sé.

Pero allí está el potro garboso y florido. Y mal no parece.

Cosas raras al margen, el asunto viene a cuento porque elegí tres notas breves de Roque Raúl Aragón como umbral de esta bitácora.

Por cierto que Aragón era bastante más que crítico literario. Pero ciertamente no era menos e incluso lo era de una especie que ya no se encuentra.

A fines de los '70 y principios de los '80, Aragón firmó con nombre o pseudónimo una columna que se llamó Bajo estos mismos cielos y aparecía en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca.

Hace años que ando tratando de rescatar esos textos de temas variados pero fundamentalmente sobre historia y política, que se me hace deben ser leídos por algunos y releídos por todos.

Están escritos en castellano, por lo pronto.

Así las cosas, y para no seguir esperando, mejor los voy desgranando aquí de tanto en tanto, hasta que les llegue el día de juntarse en un solo volumen, que se lo merecen.

Y, ahora, como umbral decía, van estos tres: Hay política y política, La política primero y Quebracho Herrado.

Y al ver, verá usted, mi estimado, por qué tienen que estar al principio, si acaso porque en este caso es verdad que la primera vale oro.

Salvatore

Noche de calor y poca luz en el cielo, y en casi todas partes. Nubes de una lluvia que no llega, húmedas pero irresolutas.

Durmiendo de a ratos, en uno de los paseos nocturnos encuentro en la cueva un tomo de poemas de Salvatore Quasimodo, que descubro -vuelvo a saber- un viejo amigo ya muerto le había regalado a uno de mis hijos..., cuando el chico cumplió 10 años, el 26 de noviembre de 1996, así dice la dedicatoria desleída a su preferido.

Se explica: vendía libros en los trenes, claro, y dio de lo que tenía, como la viuda pobre del Evangelio.

El libro (Ed è subito sera y otros poemas en antología) me trajo el buen recuerdo de aquel pequeño hombre inmenso, vendedor ambulante, poeta, amigo.

En su homenaje (y porque me puso a salvo en una noche densa...), elegí dos que me gustan.
Lamento por el sur

La luna roja, el viento, tu color
de mujer del Norte, la llanura de nieve...
Mi corazón está ya en estas praderas,
en estas aguas anubladas por la niebla.
He olvidado el mar, la grave
caracola que soplan los pastores sicilianos,
las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos
donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos,
he olvidado el paso de las garzas y las grullas
en el aire de las verdes altiplanicies
por las tierras y los ríos de Lombardía.
Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria.
Ya nadie me llevará al sur.

Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos
a la orilla de las ciénagas de malaria,
está cansado de soledad, cansado de cadenas,
está cansado en su boca
de las blasfemias de todas las razas
que han gritado muerte con el eco de sus pozos,
que han bebido la sangre de su corazón.
Por eso sus hijos vuelven a los montes,
sujetan los caballos bajo mantas de estrellas,
comen flores de acacia a lo largo de las pistas
nuevamente rojas, aun rojas, aun rojas.
Ya nadie me llevará al Sur .

Y esta tarde cargada de invierno
es aún nuestra, y aquí te repito
mi absurdo contrapunto
de dulzuras y furores,
un lamento de amor sin amor.


Las muertas guitarras

Mi tierra está sobre los ríos fundida con la mar,
no existe otro lugar de voz tan lenta
donde vagan mis pies
entre juncos sobrecargados de caracoles.
En verdad, es otoño: desgarradas en el viento
las muertas guitarras alzan sus cuerdas
sobre la boca negra y una mano agita los dedos
de fuego.
En el espejo de la luna
se peinan muchachas con pechos de naranja.

¿Quién llora? ¿Quién fatiga los caballos en el aire
rojo? Nos detendremos en esta orilla
a lo largo de urdimbres de hierba y tú, amor,
no me lleves delante de ese espejo
infinito: en él se contemplan muchachos
que cantan y árboles altísimos, y aguas.
¿Quién llora? Yo no, créeme, sobre los ríos
discurren exasperados chasquidos de un látigo,
los oscuros caballos y los relámpagos de azufre.
Yo no, mi raza posee cuchillos
que arden y lunas y heridas que queman.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Lo que será de lo que es (suite)

No habrá dos sin tres.

Porque dicen que no hay dos sin tres.

Vaya a saber.

Usted, cumpa, por lo pronto, hágase el que no oyó ni vio nada, acaso un murmullo o una sombra...

El caso es que esta breve aparición es el aviso al pasar de que una tercera parte de lo que es, será.

O ya es.

(Y, ya que estamos jugando a las escondidas con el tiempo, una tercera parte de lo que fue, debería decir en realidad...)

Lo cierto es que hubo en sus días en estas páginas muchos asuntos que no fueron a dar a ninguno de los destinos que se les destinaron a otras cosas que aquí hubieron y que ahora sí descansan en otros cielos y en otras tierras.

Eran aquellas, cosas de este mundo, cosas de los trabajos y los días de este mundo. De todos y cualesquiera de los trabajos y los días.

Y, a decir verdad, también son cosas de vivir. Con ellas vive y piensa cualquier quidam. Y tanto, a veces, que esas cosas no lo dejan vivir de lo que vive realmente un hombre ni lo dejan pensar en las cosas de vivir y pensar de un hombre.

Pero que están, están. Y que son, son. A su modo, claro.

Ahora bien.

Como cualquiera, un servidor tiene su parecer respecto de tales cosas tan variadas.

Y no es que su parecer valga algo que no pueda perderse.

Son cosas mías, se entiende.

Pero, pudiendo decirlas, va uno y las dice, creyéndose de veras que con eso algún bien habrá. Al menos para quien las dice, que de eso vive, si usted me entiende, y con eso también vive.

Y, no: no es de dineros ni de pan de lo que se trata. Claro.

Por eso.

No hay dos sin tres.

Y ya había dos.

Así que ahora habrá tres.

Pero no se inquiete: es cosa mía.



sábado, 26 de noviembre de 2011

La primera vale oro



Lo dicen así los jugadores de truco.

Y deben tener razón, sobre todo cuando lo dicen los buenos jugadores de truco.

Pero, ¿qué hacemos con el refrán que postula que el que ríe último ríe mejor...?

O con eso de que la tercera es la vencida. O con no por mucho madrugar... (aunque al que madruga...)

¿Y con tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe?

¿Y con los últimos serán los primeros?

La política -la vida entera, vamos...- está tejida con estos dilemas. A veces tan entreverados que se le hace un lío al más pintado para saber cuál hebra es cuál y qué se está tejiendo.

Así es.

Entonces es cosa de mirar cada cosa cada vez y todo junto y tratar de ver. Y ver. Y encontrarle todo el sentido que tuviere (todo el que uno pudiere encontrarle): de eso se trata en primer lugar la política.

Y la vida entera, vamos...

Porque nada puede hacerse sin eso primero. Y sin eso, al final.

Cosas así son las que nos miden y nos dicen quiénes somos, al final.

O al principio.

martes, 15 de noviembre de 2011

Cura Malal



La sierra se ha puesto gris
y un aire a trigo le viene
por la falda rumoreando
un silencio fresco y verde.

La piedra guarda un arroyo
y el agua que la entretiene
canta la risa de un valle
de estrellas en su vertiente.

Muge una tropa que pasta.

Se ve un paisano que vuelve.
Y un potro alerta galopa
bajo una luna celeste.

La luz se vuelve borgoña

mientras en todo atardece
y un ave sola recita
una tristeza que tiene.


domingo, 6 de noviembre de 2011

El día y la noche



La noche se termina,
es esta noche, hija de las noches de este mundo,
y va tiñiendo de púrpura y azahares
las horas de este siglo,
aunque resiste.

Duerme en los rincones todavía
la plata de su luna.

Hay las manos inquietas,
palomas que hieren con arrullos,
volando por senderos desiertos y ateridos,
ignotos de los hombres,
que el tiempo no conoce.

Hay los ojos sin luz
del vigía ciego,
guerrero mudo que guarda su horizonte
y oye brillar escudos y lanzas
susurrantes de miedos y de odios,
silenciosos de guerra.

¿No domará la sangre al fin
los potros garañones de la furia
que tascan sus dolores,
que muerden sus pesares,
grises y violentos como tormentas de mar,
en llanos de rocío?

El sol quiebra las nubes,
disuelve unos demonios ululantes
que huyen con las sombras.

La mañana,
feliz de ruiseñores y zorzales,
no sabe de la guardia oscura, en armas, sola;
no sabe de los ruidos de arreos y de espadas:
tiene otras batallas, sus batallas de luz.

Ríe su verde,
que aroma y que gotea,
canta los cantos nuevos de cada hora.

Y llega el día
y un amor,
que estalla en las almenas derruidas
del corazón de noche.

Como un rayo.

Como un latido fresco,
pulsa vida clara que bulle en sus colores,
un nuevo y renacido coraje
y otra esperanza
que nace de este día.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Visión

En el Libro I de La balada del Caballo Blanco, Chesterton pinta un encuentro entre Nuestra Señora y un rey Alfredo atribulado y solitario que vaga por sus tierras desoladas. Es una visión y una aparición.

El texto -que es extenso (*), pero que copio doblemente para los que quieran apreciarlo- describe la ansiedad patriótica de Alfredo, que quiere ver su tierra libre de los invasores de Guthrum, el danés. Pero no es sólo patria.

El tono de la pregunta de Alfredo a la Virgen es hondo y sentido, sin alardes, dolido verdadera, pero mansamente.

La respuesta, que como se ve no es sólo respecto de la patria, parece hasta cierto punto dura, muy dura...

Pero.

"Madre de Dios", dijo el peregrino,
"no soy sino un simple rey,
no pediré, como podrían pedir los santos,
ver secretos escondidos.

"Las puertas del cielo son puertas terribles,
peores que las puertas infernales;
no atravesaría yo los vedados esplendores,
ni buscaría conocer lo que guardan,
demasiado bueno para ser contado.

"Pero para este mundo lleno de pena,
esta pequeña tierra que conozco:
¿Será para siempre lo que ahora es
o estallarán nuestros corazones de dicha,
viendo al extranjero marcharse?

"Cuando nuestro último arco sea quebrado, Reina,
y nuestra última jabalina arrojada,
bajo algún triste y verde atardecer,
sosteniendo en alto una cruz arruinada,
echados bajo el césped cálido de las tierras del oeste,
¿volveremos por fin a nuestro hogar?"

Y vino una voz humana pero elevada,
como una pequeña casa suspendida
entre las nubes; o como cuando un siervo de barraca y pequeño campo
se sienta, como siempre, junto al fuego de su casucha,
pero oye, arriba, sobre el viejo y sencillo techado,
un campanario que prorrumpe en canción.

"Las puertas del cielo están ligeramente entornadas,
nosotros no guardamos nuestras ganancias,
el peor final puede fácilmente
venir silenciosa y repentinamente
sobre mí en medio de un sendero.

"Y cualquier pequeña doncella que camina
consagrada a buenos pensamientos,
puede vencer la guardia de los Tres Reyes
y ver las queridas y terribles cosas
que guardé yo en mi corazón.

"El más vil de los hombres, caído en los campos grises,
detrás de la puesta del sol,
oyó entre una estrella y la otra,
a través de la puerta entreabierta de la oscuridad que cayó,
el concilio, más antiguo que las cosas que son,
la conversación de quién es Tres en Uno.

"Las puertas del cielo están ligeramente entornadas,
nosotros no guardamos nuestro oro,
pueden los hombres desarraigarse allí donde los mundos comienzan,
o leer el nombre del pecado innombrable,
pero si vence o si falla
a ningún buen hombre se le ha dicho.

"Los hombres del Este pueden predecir las estrellas,
y señalar los tiempos y los triunfos,
mas los hombres signados por la cruz de Cristo
van alegremente en la oscuridad.

"Los hombres del Este pueden examinar los manuscritos
para asegurar destinos y fama,
mas los hombres que beben la sangre de Dios
van cantando hacia su ignominia.

"Los hombres sabios conocen qué perversidades
están escritas en el firmamento,
adornan tristes lámparas, tocan tristes cuerdas,
oyendo las pesadas alas color púrpura,
donde los olvidados reyes seráficos
aún traman cómo morirá Dios.

"Los hombres sabios conocen todas las maldades
bajo los retorcidos árboles,
donde el perverso languidece en placeres,
y los hombres están hastiados del vino verde,
y enfermos de mares carmesí.

"Pero tú y toda la grey de Cristo
son ignorantes y arrojados,
y tú tienes guerras que con dificultad ganas
y almas que con dificultad salvas.

"Nada te digo para tu consuelo,
sí, nada para tu deseo:
evita que los cielos se oscurezcan más aún
y que el mar suba más alto.

"Será la noche tres veces noche sobre ti,
y el cielo, una cubierta de hierro.
¿Tienes gozo sin causa,
sí, fe sin una esperanza?"

Aún mientras hablaba, ella ya no estaba,
ni dijo él una palabra,
sólo oyó, quieto en su sitio,
bajo la capucha de antiguas noches,
al pueblo marítimo derribando el bosque
como una marea alta que arrecia desde el mar.

Solamente oyó a los hombres paganos,
cuyos ojos son azules y desolados,
cantando acerca de alguna crueldad
cometida por un rey importante y sonriente
a la luz del día en la cubierta de un barco.

Solamente oyó a los hombres paganos,
cuyos ojos son azules y están cegados,
cantando quién sabe qué vergonzosas atrocidades se hacen
entre el soleado mar y el sol
cuando la tierra queda atrás.



----------------------------
(*) Dejo aquí el texto original, con su espléndida música original. Tomé una traducción, hecha recientemente con raro y gran entusiasmo, y le hice algunos pocos retoques.

"Mother of God", the wanderer said,
"I am but a common king,
Nor will I ask what saints may ask,
To see a secret thing.

"The gates of heaven are fearful gates

Worse than the gates of hell;
Not I would break the splendours barred
Or seek to know the thing they guard,
Which is too good to tell.

"But for this earth most pitiful,

This little land I know,
If that which is for ever is,
Or if our hearts shall break with bliss,
Seeing the stranger go?

"When our last bow is broken, Queen,

And our last javelin cast,
Under some sad, green evening sky,
Holding a ruined cross on high,
Under warm westland grass to lie,
Shall we come home at last?"

And a voice came human but high up,

Like a cottage climbed among
The clouds; or a serf of hut and croft
That sits by his hovel fire as oft,
But hears on his old bare roof aloft
A belfry burst in song.

"The gates of heaven are lightly locked,

We do not guard our gain,
The heaviest hind may easily
Come silently and suddenly
Upon me in a lane.

"And any little maid that walks

In good thoughts apart,
May break the guard of the Three Kings
And see the dear and dreadful things
I hid within my heart.

"The meanest man in grey fields gone

Behind the set of sun,
Heareth between star and other star,
Through the door of the darkness fallen ajar,
The council, eldest of things that are,
The talk of the Three in One.

"The gates of heaven are lightly locked,

We do not guard our gold,
Men may uproot where worlds begin,
Or read the name of the nameless sin;
But if he fail or if he win
To no good man is told.

"The men of the East may spell the stars,

And times and triumphs mark,
But the men signed of the cross of Christ
Go gaily in the dark.

"The men of the East may search the scrolls

For sure fates and fame,
But the men that drink the blood of God
Go singing to their shame.

"The wise men know what wicked things

Are written on the sky,
They trim sad lamps, they touch sad strings,
Hearing the heavy purple wings,
Where the forgotten seraph kings
Still plot how God shall die.

"The wise men know all evil things

Under the twisted trees,
Where the perverse in pleasure pine
And men are weary of green wine
And sick of crimson seas.

"But you and all the kind of Christ

Are ignorant and brave,
And you have wars you hardly win
And souls you hardly save.

"I tell you naught for your comfort,

Yea, naught for your desire,
Save that the sky grows darker yet
And the sea rises higher.

"Night shall be thrice night over you,

And heaven an iron cope.
Do you have joy without a cause,
Yea, faith without a hope?"

Even as she spoke she was not,

Nor any word said he,
He only heard, still as he stood
Under the old night's nodding hood,
The sea-folk breaking down the wood
Like a high tide from sea.

He only heard the heathen men,

Whose eyes are blue and bleak,
Singing about some cruel thing
Done by a great and smiling king
In daylight on a deck.

He only heard the heathen men,

Whose eyes are blue and blind,
Singing what shameful things are done
Between the sunlit sea and the sun
When the land is left behind.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Oración gramatical



Soy un sujeto tácito, de verbo intransitivo.
En nada modifico. A nadie complemento.
En todo sin objeto, indirecto, adjetivo.
Impersonal, sin ritmo, tan neutro y sin acento.

Si a veces finjo un vago rumor de sustantivo,
conjugo interjecciones sin más predicamento.
Sin número ni modo, jamás indicativo;
casi bimembre en todo, siempre en mi voz, pasivo.
Mi trama se consume sin tema ni argumento.

Yo sé que estos errores no son gramaticales.

Pero, Señor, me quedan el tiempo que me diste
y la misericordia que siempre me ofreciste.

Y algunas otras cosas, que son circunstanciales.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

De la pena insomne




Entonces, sin palabras, con sigilo,
al balcón de la noche se asomaba.
Mientras, la luna llena comandaba
su tropel de dolor, que pasa en vilo.
Entonces, por el cielo navegaba
el solo corazón pidiendo asilo,
ardiendo heridas que, mellado, un filo
en la raíz del tiempo le sangraba.
Sola, la soledad… Atrás y abajo
y arriba y adelante ya florece
como un campo de sal y un mar de arena.
Del tronco de su noche, crece un gajo
de luz en la mañana que amanece
junto al silencio insomne de su pena.

lunes, 31 de octubre de 2011

Destierro

En la edición del 16 de septiembre de 1982, en el diario Clarín, Jorge Luis Borges publicó un breve artículo, Hoy:
Hasta el movimiento romántico, que se inció, tal es mi opinión, en Escocia, al promediar el siglo dieciocho y que se difundió después por el mundo, Virgilio era el poeta por excelencia. Para mí, en 1982, es casi el arquetipo. Voltaire pudo escribir que si Homero había hecho a Virgilio, Virgilio es lo que le había salido mejor. En la inconclusa Eneida se conjugan, según se sabe, la Odisea y la Ilíada. Es decir, la vasta respiración de la épica y el breve verso inolvidable. En la cuarta Geórgica leemos: "in tenui labor". Más allá del contexto y de su interpretación literal, esas tres palabras bien pueden ser una cifra del delicado Virgilio. Cada tenue línea ha sido labrada. Recuerdo ahora:
Adgnosco veteris vestigia fiammae.
Dante, cuyo nostálgico amor soñaría a Virgilio, la traduce famosamente:
Conosco i segni dell'antica fiamma. (1)
Virgilio es Roma y todos los occidentales, ahora, somos romanos en el destierro.

Me parece en más de un sentido conmovedor el homenaje y la proximidad de estas palabras con las que cité días pasados, salidas de la boca de Mark, el personaje de Chesterton en La Balada del Caballo Blanco.

Sin embargo.

Miro en esta hora la tarde serena, levemente ventosa, soleada, fresca. Una de esas tardes que diría uno justifican la creacción entera. Y me pregunto si los versos de Chesterton y el homenaje de Borges pueden ser entendidos hoy. No solamente se trata de cultura, de saber algo de la lengua de Roma, de las raíces de Europa y del mundo que nació con ella y que ella hizo nacer, ni tampoco de entender el tramado detrás de la Commedia dantesca y sus claves. No es erudición, no...

Esa Roma entera de Mark y esa Roma omnipresente de Borges, ¿acaso es todavía?

Tal vez el destierro del que habla Borges es ahora más vasto y el desarraigo ha llegado más hondo, sin que él pudiera sospechar siquiera de qué se trataba.

Y me viene a la mente súbitamente ahora un pasaje curioso de san Tomás de Aquino, que trae Castellani en El Apokalypsis de san Juan (Excursus E-G):

Santo Tomás en su COMM. AD THESS., II, después de preguntarse: "El Imperio Romano cayó y no se reveló el Anticristo...", responde tranquilamente: "El Imperio no ha desaparecido", y se remite al Sermón de Pascua de San Gregorio el Magno.

----------

(1) El texto de Dante en el Purgatorio (XXX, 40-66) dice:
Tosto che ne la vista mi percosse
l’alta virtù che già m’avea trafitto
prima ch’io fuor di püerizia fosse,
volsimi a la sinistra col respitto
col quale il fantolin corre a la mamma
quando ha paura o quando elli è afflitto,
per dicere a Virgilio: ‘Men che dramma
di sangue m’è rimaso che non tremi:
conosco i segni de l’antica fiamma’.
Ma Virgilio n’avea lasciati scemi
di sé, Virgilio dolcissimo patre,
Virgilio a cui per mia salute die’mi;
né quantunque perdeo l’antica matre,
valse a le guance nette di rugiada
che, lagrimando, non tornasser atre.
«Dante, perché Virgilio se ne vada,
non pianger anco, non piangere ancora;
ché pianger ti conven per altra spada».
Quasi ammiraglio che in poppa e in prora
viene a veder la gente che ministra
per li altri legni, e a ben far l’incora;
in su la sponda del carro sinistra,
quando mi volsi al suon del nome mio,
che di necessità qui si registra,
vidi la donna che pria m’appario
velata sotto l’angelica festa,
drizzar li occhi ver’ me di qua dal rio.
Por su parte, las palabras de Virgilio que cita Borges y que están detrás de la cita de Dante, son del libro IV de la Eneida (v.22) y las dice Dido, quien, enamorada de Eneas, le confiesa a su hermana que siente renacer las cenizas de las llamas antiguas del amor en ella, que había jurado fidelidad eterna a su difunto marido Siqueo.

sábado, 29 de octubre de 2011

Esquirlas


En el medio de este día,
en esta tierra,
nieva una lava dulce de jazmines
que el viento, como aroma,
va llevando entre surcos,
oscuros como miedos.

Ya están sobre la hierba nueva,
tibias de un sol de octubre,
estas esquirlas blancas,
pasajeras sin rumbo,
frágiles como heridas del tiempo,
leves como un dolor antiguo,
perfumando como olvidos.

La tarde pasa
como un arroyo manso,
como plácidas horas.

La siesta de mis manos,
florecidas,
pasa como la tarde.

Y en la mirada,
sordo y quieto,
el aire estalla jazmines
de este día.

lunes, 24 de octubre de 2011

Esta sangre




Esta sangre de octubre,
que es la flor de esta sangre y luce como un rayo,
sale de mí,
veloz y ágil,
como un lebrel a la carrera.

Esta sangre de octubre se ha vuelto cazadora:
busca presas de luz a campo abierto,
aves de alas tendidas,
aves de vuelo inmenso,
o pumas de silencio apasionado
o el ligero venado de olvidos y recuerdos;
o acaso predadores afilados de furias.

Armada de unos ojos
que trazan horizontes como mares
y de unas manos quietas
y un corazón que libra truenos y murmullos,
esta sangre de octubre cazadora
desdeña madrigueras y pantanos,
aparta su mirada de cuevas y escondrijos
y ansía, frente a frente,
hallar su caza noble
bajo un cielo sin sombras
sobre una tierra digna.


domingo, 23 de octubre de 2011

Octubre

Hace unos siete años, en otro lugar, escribí -incluso algunos versos- sobre la herida que Frodo recibió en la Cima de los Vientos, en octubre de 3019 de la Tercera Edad del mundo en Arda.

Decía, entonces, que, días después, la mañana del 24 de octubre, Gandalf miraba a Frodo convaleciente en Rivendel, sabiendo ya que esa herida era demasiado para un mortal.

Recordaba allí que, unos meses después, al borde de las fraguas ardientes del Monte del Destino, marzo le quitaba a Frodo una parte de sí y de ese modo el Anillo se fue finalmente de él y de este mundo, no porque lo hubiera soltado, sino precisamente porque no lo soltó.

De las heridas que recibió el Portador, éstas fueron las más graves y la segunda más, en apariencia, por lo que significa moral y espiritualmente esa debilidad de no poder deshacerse del mal que lo destruye.

Pero ahora creo entender también que, con ser humillante el verse obligado y empujado a hacer el bien -a los mordiscos mutiladores, si hace falta-, no es eso lo que le ha dejado a Frodo la herida mayor.

Precisamente, lo que aquí en este valle no podrá curar del todo es la secuela de una herida en la que también tuvo parte, aunque de otro modo, quizá más profundo y grave.

Al final del capítulo 11 del Libro Primero de su obra, Tolkien cuenta que Frodo recibió esa herida habiéndose puesto el anillo, pese a saber que no debía hacerlo, bien que en parte obnubilado también por el miedo y la sugestión.

Así es como cruza al mundo de las sombras, se hace nítido a los ojos de sus perseguidores y queda vulnerable y a su merced. Y es allí cuando el Rey Brujo de Angmar lo hiere con el arteramente mágico y envenenado puñal de Morgul, que entrará en la carne de Frodo y se disolverá en ella, antes de que se saque el anillo.

Necesitará la ciencia de Elrond para que la esquirla no siga penetrando en su cuerpo; con todo, cada octubre Frodo volverá a sentir algo más que el dolor físico de su cicatriz. Porque no se trata de lo que oculta la cicatriz sino de algo más hondo, que ni siquiera Elrond podrá curar aquí y que solamente tendrá reposo al fin en Tol Eressëa de Valinor, en el Reino Bendecido, siguiendo el Camino Recto, más allá de los mares de este mundo.

jueves, 20 de octubre de 2011

Vidalita de la lluvia *




Viento de luz en la pampa
polvo de sal en el aire,
agua de olvido en los surcos,
silencio que rumia y arde.

Hay en el cielo un suspiro
que es un quejido constante
que quiere llorar la lluvia
sobre esta tierra que late.
Y está tronando racimos
de nubes grises, fragantes,
que alegran el suelo en llanto;
mientras, la noche, adelante,
le roba tibieza al día
sediento en su piel de azahares.

Hay un zumbido de luna
siseando por el ramaje
que disimula la pena
que empieza a gotear sin ayes
y que cae despacito
-ay, si vieras cómo cae…-;
luminosa como risa,
liviana como tu talle
que viborea y se azula
por ese gris de paisaje
como una lluvia de flores,
como si lloviera en sangre
todo un día de llovizna,
de tu mañana a mi tarde.

No sé qué tiene el aroma
de la sombra de este sauce
que endulza palabras mudas
que alumbran como puñales
y que son como requiebros
que nunca te dijo nadie.

No sé qué vidala cantan
los silbos de unos zorzales
que han hecho hablar a la brisa
y acarician pastizales
verdes, dorados y húmedos,
con esa tonada grave,
que dicen que suena triste
(lo dicen los que no saben…)

No sé por qué de tan mansa
la lluvia parece un ave
herida, echada y durmiendo
sueños de vuelos salvajes:
sobre los cerros sonriendo,
planeando sobre unos mares
inquietos de espuma fresca,
y verdes como los valles.

Hay una voz que murmura
como un vapor susurrante.

Lo dejó la lluvia nueva
y ya no quiere callarse.




* Esta Vidalita de la lluvia viene de esta Vidalita de la lluvia.

lunes, 17 de octubre de 2011

Marco

En su obra de 1911, G. K. Chesterton le hace decir a Mark, el italiano, imaginado como un aliado de Alfredo el Grande, antes de la batalla de Ethandune contra Guthrum el danés, en la primavera de 878:
Lift not my head from bloody ground,
Bear not my body home,
For all the earth is Roman earth
And I shall die in Rome.

No alcen mi cabeza del suelo sangriento,
no carguen mi cuerpo hasta mi hogar:
pues toda la tierra es tierra romana
y en Roma moriré.
La estrofa está en La balada del Caballo Blanco (V, 148-151).

Pasaron apenas 100 años desde entonces y tal vez en tiempos de Chesterton eso dicho sonaría distinto, todavía, y ya no dice lo mismo; aunque, también es verdad, la frase imaginada por el autor correspondía a un hombre del siglo IX, mil años atrás.

Lo que sea: estoy de acuerdo con il signore Marco.

Y, si es por pedir, pediría otro tanto.

jueves, 13 de octubre de 2011

Romance de la copla


La copla duerme en la noche,
sueña cantando distancias
y la rozan alas mudas
que esperan en la mañana.
Tiene una pena de sombras
urdidas entre unas salvias
que la oscurecen fragante
y que entre aromas la aclaran.
Erguida en el viento silba,
por el monte fresco baila.
La copla dulce amanece
toda luz y nunca amarga.
Ay, copla, quién te tuviera
para llevarte en las ancas
del potro de unos silencios
que mi corazón cabalga.
Ay, copla de estos caminos
por donde la vida pasa,
quién te oyera por los valles,
alivio de las quebradas.
Ay, copla, rumor del río,
manantial que suena y labra
surcos de tiempo en los ojos
y campos en la mirada.
Ay, copla, miel de los días,
consuelo de los que callan,
tu voz de aceite en el aire
cura heridas que no sangran.


jueves, 1 de septiembre de 2011

Patrias de nadie, campos de cenizas


No tiene fin esta furia ojerosa,
pabilo débil,
resplandor del asco y de las iras
que incendian calles
ahogadas del tedio de un dolor vacío,
como estos días.

Muertos que van, exánimes anónimos…

Patrias de nadie, campos de cenizas.

Por los caminos, silencian sus tormentos
los hambrientos ahítos de pan y de palabras;
unos que arrastran cadenas de centavos
y ríen y babean,
ajenos de sí mismos.

(Miran al pordiosero que profetiza gozos.
Le dejan en las manos escamosas
limosnas ciegas, dádivas de desprecio.)

Y van y gorjean como urracas.
Como cuervos, trinan y pían.

Buitres de la alegría.

Ululan como hienas carroñeando
un blanco pan sabroso, humeante.


Una noche sin tiempo llena el aire.


Hoy, sólo los niños,
creen dormir sin temores hasta el día.

jueves, 11 de agosto de 2011

Uno





Tan esclavo y tan libre me figuro.

Tan al vuelo en la tierra encadenado.

Tan en semilla y flor voy enhebrado.

Tan en alto y en luz como hondo oscuro.



Tan en la pena río, alegre imploro.

Tan gozoso que voy, doliente clamo.

Tan silenciosamente, a voces bramo.

Tan urgido e impaciente me demoro.



Tan verde me marchito y seco broto.

Tan viento en calma y quieto en arrebato.

Tan mortal soy fecundo, vivo mato.

Tan íntegro quebrado, entero y roto.






martes, 9 de agosto de 2011

Vino, uva, vid (II)

Si se busca por el lado de las palabras, se llega hasta donde se puede y no mucho más allá. El origen se lo disputan arios y semitas, con pareja argumentación.



Pero es verdad que vid, viña, vino, parecen llevar a un punto común, aunque nunca seguro y siempre discutido. Especialmente, para el caso de vino.



Las raíces de vid (a las que se asocian viña y vino) llevan a una voz que podría significar algo así como retorcimiento envolvente, lo cual no es raro si se ha visto una vid alguna vez. Parece así una simple descripción del aspecto de la planta.



Con uva parece haber mayor acuerdo; sin embargo, tampoco allí hay unanimidad. Asociada en general a una raíz que significa húmedo o jugoso, también hay acreditados que llegan por ella a otra que significa crecimiento.



Con un solo trazo, casi puramente simbólico, bien puedo darme por conforme en mi caso si llego a la conclusión de que, en efecto, esta planta está envolviendo mi vida desde antes aun y, secretamente, ha acompañado mi crecimiento desde raíces que se me pierden a mi vista.



No encontré, es verdad, ninguna relación concluyente entre vid y vida.



No en las palabras, quiero decir, y tal vez son deficientes en este punto todos los diccionarios.



Porque, puestos a ver y después de todo, el mismo que dijo “Yo soy la vid” dijo “Yo soy la vida”.

viernes, 5 de agosto de 2011

Vino, uva, vid

En el jardín de la casa, entre mis plantas elegidas -que no son muchas-, hay al menos un retoño de una vieja parra. Es una vid que fue de Nicolás, mi abuelo materno, no sé de dónde ni desde cuándo y que había hecho crecer en tiempos que no sé.

Mi madre conserva aquella reliquia que suele dar, año tras año, jugosas uvas pequeñas y oscuras, ocultas en medio de enormes hojas ásperas.

Hace años, y a mi pedido, me dio un gajo de aquella planta. Con el tiempo -y mi suerte- lo creí seco y marchito. Le pedí otro.

El caso es que un día brotaron finalmente ambos y ambos prendieron con los años, para mi felicidad y asombro.

Sé de cierto que si ahora viven es porque sus manos, al hincar el gajo en la tierra, le dieron un destino silencioso de arraigo y vigor casi inarrugables. Yo no podría haber hecho semejante conjuro. Viene con los dedos, con la sangre, con el espíritu. Dios me diera eso…

Hoy, ambas plantas, viven su vida y las veo prosperar.

Me reclama mi madre cada vez que ponga esas plantas en tierra, como debe ser. Y no puedo. Al menos, no puedo todavía. Quién sabe por qué, aunque yo sé por qué, pero no lo digo.

Recuerdo ahora que esa vid está enlazada con mi vida -y con la vida de mi sangre- de un modo que me alegra y me sorprende notar. En todas las casas en las que viví creció un sarmiento de esa vid original y siempre mítica para mí.

No hay forma de verlo en que semejante asunto no tenga un sentido.

Lo que será de lo que es

Hace casi 20 años, un buen amigo me regaló el tomo de Cartas de J. R. R. Tolkien, con esta dedicatoria:
Elrond dijo: “Marcharás bajo la sombra entre seres malvados. Pero hallarás amigos fieles quizás donde menos te lo esperes.”
Más allá de su lectura críptica -en su ingenio, dejó entreveradas en la cita las iniciales de mis nombres y apellidos-, lo curioso ahora es que, con el tiempo y en gran medida, la frase vino a resultar verdadera, no sólo pero en particular en su segunda parte.

Algunos de esos amigos fieles, hace poco, me animaron a encarar algo que ya venía haciendo cansina y despreocupadamente, a muy otro ritmo, claro, y por ello mismo con la posibilidad de no hacerlo efectivamente jamás.

Recordé entonces los versos que Gandalf escribe a Frodo sobre Trancos-Aragorn, en particular aquello de que no todo el que anda errante está perdido y más todavía aquello de que la escarcha no alcanza a las raíces profundas.
All that is gold does not glitter,
not all those who wander are lost;
the old that is strong does not wither,
deep roots are not reached by the frost.

From the ashes a fire shall be woken,
a light from the shadows shall spring;
renewed shall be blade that was broken,
the crownless again shall be king.
Y así ha venido a ser, me parece.

Algunas veces -y bastante la última vez-, hubo lectores que levantaron simpáticamente su disgusto. No sé si tanto por la desaparición de esta bitácora y lo que en ella vivía, como por sus periódicas desapariciones y reapariciones…

Más de uno, me imagino, habrá pensando si la causa no sería el anillo aquel del que trata Tolkien; y más de uno, sin saberlo, tal vez habrá estado bastante cerca de la verdad.

No le hace.

A las raíces profundas no las alcanza la escarcha, es verdad. Pero esta bitácora -con lo que la suscitó en su momento y lo que la acompañó y alimentó a su modo durante sus años- ya no volverá: efectivamente, las fuentes de donde manaba han mudado. Esta misma entrada no desmiente en nada lo dicho sobre su fin, pues en este caso se trata apenas de un anuncio nomás, que según parece corresponde hacer.

El caso es que otras dos bitácoras han visto la luz en estos últimos tiempos. Ninguna de ellas es la continuación de nada, salvo que se quiera pensar que la misma mano aplicada a cosas distintas hace la misma cosa.

Sin embargo, en parte y al modo de cada una -todavía no definido en todos sus detalles-, las dos guardarán con el tiempo materiales que alguna vez estuvieron en ésta ya definitivamente ausente.

Al verlas, si no yerro de más, los que se interesen por estas cosas verán explicaciones bastantes, que los lectores avezados (pero más que nada benevolentes) ni necesitan ni piden. Aunque tal vez dejar un somero croquis a mano alzada sea útil.

Una de las nuevas, marenostrum / locus unde, lleva sobre sus espaldas la música que alguna vez estuvo aquí. Con el tiempo, y según parezca más propio y mejor, podrían agregarse a las músicas aquellas los textos que las acompañaron originalmente. Nuevas músicas viven allí ahora mismo, pero ya no como huéspedes o exiliadas sino como anfitrionas y nativas de pleno derecho.

La otra bitácora de ambas, pelícano en el sur, no tiene mejor suerte, si acaso no es más grave: ella cargará con muchas de las cosas que en su tiempo se escribieron aquí. Al pasar a su nueva casa cambiarán de aspecto -ya que su calidad no hay modo de mejorarla- porque adquirirán el formato algo pomposo de un libro, como allí se verá a medida que los trabajos y los días lo permitan. Por el momento, casi como una amenaza muda de lo que habrá de venir a ocupar una parte de ese nuevo espacio, figuran en las páginas de pelícano en el sur los bocetos de las tapas de varios de esos textos que ya están en trabajos de composición y armado. Corriendo el tiempo, otras cosas se dirán allí también, Dios primero, pero eso ya no forma parte de esta herencia obligada.

Alguien me observó que, como quiera que lo vea, la bitácora que ya no es tenía alguna unidad y homogeneidad -hecha de sus muchas y disímiles partes y de algo más que no son las partes y que la hizo un todo, una obra-, y que eso mismo, la obra, el todo, se perdería irremediablemente. Y eso es enteramente verdad. No sé, al fin de cuentas, si esa pérdida es una gran pérdida.

En todo caso, y como dice Miguel Hernández,
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Entonces no sería un mal destino, en el desguace, que lo que pudiera valer siquiera algo sobreviviera alimentando el humus en el que germinen otras floraciones. Porque no sólo ocurre eso con nuestros restos mortales o simplemente con el curso de nuestra vida; también de cosas enormes (incluso no tan buenas) quedan reliquias que nutren otras que pueden ser a veces insignificantes pero necesarias, o a veces mayores y más luminosas que las que las ayudaron a crecer. No puede saberse a ciencia cierta. Mientras tanto, creo firmemente lo que le gustaba decir a Chesterton: “cuando esto termine, sabremos por qué empezó…”


Y eso es todo, señores.

Por lo que, así las cosas, cumplido el anuncio, y dejándolos felizmente en su arbitrio para ir libremente a donde más les plazca, su servidor se retira.

sábado, 18 de junio de 2011

ens





Pasaba la tarde, nublada y todavía un poco húmeda, después de la tormenta de unos días atrás.

Había terminado por armar un fuego a la intemperie, allí mismo, en vez de irme junto a la salamandra; era el fin de la faena: después de ordenar las cosas de labor y dejar limpias las herramientas y acomodados los aparejos. Puse la pava en un costado, sobre las primeras brasas, y lentamente me dediqué a ensillar el mate. Un tocón de quebracho blanco, que pronto iría a dar en gajos y astillas a la leñera, me hacía de asiento, cerca del calor y la luz que empezaban a crecer. Había casi viento y un aire ligero y fresco, un poco ácido, como es el aire de junio cuando trae ensalmos de hojas y ramas de fines del otoño y la tierra mojada de las primeras lluvias que avisan del invierno.

Miré la ventanuca que fuera, y que ahora parecía una boca sellada, las cavidades muertas de un ciego, un hombre sin manos. Tenía en las mías todavía ese aroma áspero y feliz de la argamasa. La piel cuarteada me dejaba acomodar la madera caliente en el fuego o correr la pava que ya estaba por estar en sazón.


* * *



Iba en mis asuntos de mate, fuego y cigarro y no lo oí llegar, venía del lado del camino, bordeando el montecito.

- ¡Eh...! ¿Y eso? ¿Qué pasó ahí? ¿Qué hizo ahora?
- Y, lo que ve...
- Claro que veo... Pero, digo, ¿otra vez? ¿Cuándo fue la última vez? ¿Este verano o el otro?
- El otro...
- Ja..., ¡qué tipo! Cada tanto... Verano, invierno... Se le da por los solsticios, ¿qué le pasa? ¿Es algún rito? Y ahora viene el invierno, ¿qué significa? ¿Se prepara para la noche más larga?
- ...
- No..., digo, ahora en serio, ¿qué hizo? ¿La cerró? ¿La tapió?
- Y...
- Por eso, la última vez la tapió también o algo parecido. Pero después retomó.
- Esa vez, así decía el aviso que sería...
- Está bien, es verdad... ¿Y ahora?
- Queda así. Y nada más.
- Ah..., mire usted... ¿Así que nada? ¿Nada de nada? Oiga, ¿ese mate anda?
- Claro que sí, perdóneme...
- ¿Y por qué la cierra? ¿Ustedes hacen siempre así las cosas? ¿Porque sí?
- ...
- No quiero meterme, no es mi asunto, pero...
- Así está bien.

Miró la ventanuca un tiempo, en silencio. Ya empezaba a querer orear. Le había puesto más cal que cemento, porque me decía mi padre que la cal era más fuerte. Tenía el aspecto de una hornacina. Pero era una ventana tapiada.

- Es medio tonto lo que se me ocurre pero..., ¿sabe que viéndola ahora me parece como sí siempre hubiera estado así? ¿Me entiende?
- Y, tal vez...
- Quiero decir...
- Entendí, sí...
- No queda mal, después de todo. Tiene aspecto de hornacina.
- Mal no queda, es verdad y cierto que parece una hornacina...
- ¿Y qué va a hacer ahora?
- ...
- No le creo si me dice que no va a hacer nada..., seguro otra cosa, algo...
- ...

Le convidé un mate y enseguida un cigarro. Estaba haciendo muchas preguntas. Prendió el cigarro y jugó con el humo mientras miraba pensativo e intrigado otra vez la ventanuca, con el mate en la mano. Empezaba a oscurecer y el fuego hacía bailar nuestras sombras sobre la pared como si fuéramos muñecos desarticulados. Por momentos, nuestras figuras quedaban encajadas en la ventanuca; impresionaba ver esas siluetas fantasmales como asomándose por el recuadro y evanescer inmediatamente después. La pared y la ventanuca se habían animado de pronto con la luz y esos juegos de sombras. Pero eran sombras. Allí, ahora, lo que no era piedra y argamasa, era una ventana tapiada. Con el tiempo, cuando el fuego desapareciera, ni sombras habría.

- ¿No le da un poco de pena? Yo me había acostumbrado, ¿usted no? Seguro que va a extrañar, no me diga que no. Pone cara de que no pasa nada... Tantos años... Usted se la pasó mirando por ahí ¿cuántos años van ya...? La verdad es que la vista es buena desde ahí...; bueno... era, quiero decir...
- ...
- ¿Por eso la abrió? ¿Por la vista?
- ...
- Porque es raro abrir una ventana ahí. Parece más bien que esa pared tendría que ser lisa, ¿me explico? Todo mira para otro lado... Es verdad que la vista es buena y, además, el camino no está ni muy cerca ni muy lejos, así que desde la ventana se ve todo y desde el camino se ve la ventana; pero eso no molesta, porque no se ve adentro... ¿Sabe que había gente que a veces preguntaba por esa ventana? No sé por qué, pero preguntaban. No era fea, no quedaba mal; pero seguro que es eso que le digo: allí no tenía que haber una ventana...
- ...

Yo miraba el fuego mientras él razonaba sus tanteos. Agregué las últimas astillas que tenía a mano para que hubiera un poco más de llama, algo de calor y luz. El efecto era curioso y un poco inquietante, como pasa a veces con esas horas en que no hay ni luz ni oscuridad. La pared se volvía de colores raros, por momentos dorada o rojiza y al rato gris. Mientras, de a poco y a medida que llegaba la noche, la ventanuca se confundía con las piedras, el dintel se disimulaba con las sombras, el pequeño alfeizar se aplanaba y parecía no haber habido nunca una ventana allí.

- De veras, no sé qué decirle...
- ¿Decir?
- Y claro, si es inútil... Usted no me va a decir nada. Le digo que hay que ver si queda así..., no vaya a ser cosa que como otras veces...
- ...
- Dígame, sinceramente, ustedes, los que escriben, ¡qué tipos raros son, qué cosa…! ¿Un día me va a decir, me va a contar? ¿Por qué la abrió? ¿Por qué la cierra?
- ...
- Tiene razón, qué estoy diciendo...
- ...
- ¿Qué es ese cigarro que me convidó?
- Uruguayos son, acá no hay y allá casi no se consiguen... Me los regalaron.
- Ricos, fuerte el tabaco, no los conocía, pastoso el humo, ricos...
- ...
- Qué se le va hacer..., en fin... Me tomo un último mate y me voy rumbeando para la casa...


Y eso hizo.


* * *



Nos quedamos solos la ventanuca que fuera y yo.

El fuego se iba yendo también. Esperé a que se consumiera entero. Tardó un rato, no mucho; las brasas se fueron vistiendo de cenizas blancas y volátiles hasta hacerse nada. El frío de la noche, ya a las puertas del invierno, llegó en algún momento sin que me diera cuenta y parecía venir del lugar en donde hasta hacía unos minutos todavía quedaba algo de humo y tibieza.

La noche había ocupado todo alrededor, un cielo de nubes bajas vagaba por encima con un halo también gris rojizo. Se levantaba un viento acompasado que hacía murmurar el montecito.

Frente a la ventanuca ya no quedaban rastros de calor ni de luz, nada más que cenizas y el resto del mundo.

Recogí las cosas y me fui también yo.

ens

martes, 14 de junio de 2011

Linhas tortas (V)

Está pronto el invierno. Y no se nota, es verdad. Como no se ha notado mucho el otoño, tampoco, salvo destellos hirientes.

Entre abril y ahora -desde que anoté aquí por última vez algo al respecto de mi asunto con Castellani- la salamandra fue una incorporación feliz. Tan feliz como perturbadora, si me permite que le diga. Y hasta diría que, hoy por hoy, es en buena medida como el emblema de esta cuestión que vengo masticando, con suma lentitud y cuidado: indigestiones, empachos, intoxicaciones, son de cuidado.

Por ejemplo.

Pasa uno feliz de la vida horas enteras dedicado a la madera (que la etimología lleve a materia, no es de mucha importancia...) Ya es algo, claro. A poco que se ocupe, aparece toda suerte de ramas, troncos, tablas. Todo sirve, todo va. Me gusta la obra del leñador, no lo niego. Casi lo haría porque sí. Entiendo que la asociación de la madera con el fuego es más nítida y sabrosa y juiciosa que la de otros combustibles, que no son tantos. El papel, por caso (o el cartón), es complementario, servil, de un vasallaje digno, sí, pero subsidiario.

Y, después de la recolección, viene el uso y el gozo. El fuego mismo.

El proceso mismo, el camino del frío a las llamas y a las brasas, es de suyo gratificante, cómo que no. Y el cuidado del fuego, por cierto. Una astilla, otro leño, remover las brasas, abrir o cerrar el tiraje. Regular, modular, cultivar, ver crecer. Son horas, claro que sí, drenando cierto gozo en breves espacios de labor constante, como surcos de agua que van a la contemplación feliz del fuego, esa cosa hipnótica, esa puerta ardiente a ideas y pensamientos que parecerían solamente aparecer cuando se miran las llamas, cuando se adormece uno viendo titilar las brasas, como si las tales cosas vistas pertenecieran a un mundo clausurado a la vez que visible. Un mundo de formas que pueden contemplarse pero que no pueden de hecho penetrarse, ni llevarse uno consigo del todo, y prácticamente nada.

Opuestas se me hace que me son las llamas y las brasas, me son ambas yuxtapuestas a mí.

Nos une lo mismo que nos separa.

Como la belleza, diría. Y como las cosas bellas, más precisamente. Las unas y las otras, las de por mano de hombre y las que no.

Difícil es darle fin a las cosas de ese mundo de lo bello, de la Belleza, de las bellezas, del arte. Muy.

Creo que Castellani sabía bien eso. Creo que era impaciente, también. Y tal vez por ambas cosas, optó al fin por la como si le dijera docencia pastoral acerca del asunto. Por la vía más segura y benéfica, por la vía de la amonestación edificante. Fue del principio al fin, pero no pasó del todo por el medio. Y en el medio quedaron cosas que hay que ver, ordenar y catar en silencio y con tiempo.

El mundo de la belleza y de las cosas bellas es de lo más riesgoso que hay. Él sabía eso. Lo dijo muchas veces. Creo que supo además en la propia carne que era peligroso. No era poeta en un sentido pero lo era en otro. No solamente podía entender lo que Baudelaire advertía y decía respecto del arte, del esteticismo, del amaneramiento brutal de quien se fabrica idolillos y los sirve como si fueran eternos y divinos. Más peligroso y grave que el dinero y casi que el poder, diría, y fíjese si no.

Pero si eso es así, es precisamente porque el asunto parodiado por los esteticismos y las substituciones es enorme: como que es Dios mismo y Él y todas las cosas. Y nada más fácil que hacer de la belleza -y del arte anejo- una divinidad. Pero eso es muy peligroso. Peligroso porque es muy delicado y poderoso, pero también porque es casi inmediato. La belleza tiene algo de Dios mismo de un modo que casi no admite la mera intermediación de las cosas en las que se manifiesta. Peligroso pensarlo, también. Peligroso decirlo.

Pero debe hacerse, con tiempo, con paciencia. Buscando luz en la luz y, a la vez, no dejando que cierta luz opaque cierta sombra de los misterios y arcanos, diría el padre que decían los Padres. Misterios y arcanos que son muchos en esta cuestión porque es alta y grave. Pero no todo lo oscuro es misterio y cosa alta. Hay oscuridades -ya es sabido- que son bestias antiguas y perversas. Y tanto más oscuras y perversas son con su halo de belleza. No puede ser de otro modo si lo bello -lo realmente bello- es Dios mismo y de Dios mismo: el anticristo se parecerá a Cristo.

De veras pienso que Castellani vio todo eso. Como de veras creo que finalmente se impacientó y optó por enseñar la vía que no puede hacer mal. Aunque todos estos asuntos sufrieran las mermas de algunas distinciones necesarias. Aunque la esperanza que es capaz de dar la belleza y la contemplación de la belleza hubiera que mejor buscarla en otra parte. Aunque haya que embolsar arte, belleza y Belleza, en una misma o parecida bolsa y guardarla como él diría hasta la Patria, donde Dios será todo Belleza.

Pensar y decir que si peligra el bien entonces la belleza/arte/Belleza debe postergarse y suspenderse o evitarse, es una frase peligrosa, al fin de cuentas. Pero es benéfica también en cierto sentido: hace bien, según y conforme.

Pero seguirá siendo un problema tener esa frase a mano. Hay que buscar una más ajustada a las cosas, me parece. Cosa riesgosa es.

Dice Castellani que Arte y Escolástica de Maritain fue de lo mejor que leyó respecto de todos esos asuntos. No digo que no. Digo que es -a mi mucho menos certero criterio- un buen libro. Y útil y claro. A mí me ha servido mucho, especialmente para dar clases.

Después y antes que ese libro se ha escrito mucho por todas partes y desde muchos puntos de vista. En lugares hasta cierto punto insospechados hay madera para este fuego.

No ya sólo Kierkegaard o Von Balthasar, sino Duquesne y Weil. Y tantas cosas más que llegan hasta hoy y hasta al propio Benedicto XVI, que no le saca el ojo de encima al asunto desde hace años.

Pero, y hasta donde puedo decir (que es como decir nada), la cuestión sigue abierta, muy abierta y más en estos tiempos. Como todas o muchas de las demás, me dirá usted. Y sí. Salvo por el hecho de que ésta no es una cuestión cualquiera ni de catálogo.

Casi me tienta decir que en esta cuestión hay que mirar y ver todo de nuevo: de Platón a Dionisio y san Agustín, de Plotino a santo Tomás. Y de Aristóteles a Castellani.

No creo que vaya a ser un servidor quien encare semejante cosa. No, seguro.

Pero mientras sigo dándole vueltas al asunto le diré una cosa que creo que ya sé.

La belleza y la esperanza tienen un fortísimo lazo invisible y recóndito.

Y tanto así que, creo, quien no pueda conmoverse genuina y hondamente ante lo bello, distinguirlo de entre el mar de calamidades y estragos de este valle y darle el peso que tiene; quien no pueda verlo y gozarlo serena y despaciosamente, como si algo ardiente y sólido le entibiara el hondo corazón y no sólo la piel de los ojos, como si viera con certeza -hasta casi digo con certeza de Fe-en la belleza de todas las cosas las huellas del Amado, ese alguien, me parece, ha desesperado o está por.

No sólo eso. Quien tenga esa desgracia, creo también, es hermano de leche de quien se refugia en los masajes de la belleza como substituto mismo de una divinidad que se le ha hecho lejana e inhallable. Su nostalgia y su dolor de intemperie han puesto un ídolo en el lugar reservado para que el hombre ansíe al Amado. Lo mismo pero distinto, después de todo.

Porque en lo bello está Dios de un modo que acaso sabremos en la Patria no sólo cómo -que es importante, pero no capital- sino por qué, y eso si Dios mismo no se lo revela a alguien antes.

domingo, 12 de junio de 2011

Fandango




Fandango

Para Rodrigo


Misterio del fandango que se crece
como una voz antigua y horadada.
Que nace cuando por vez de inicio
un muchacho lo toca.
Es una riada vieja,
una como alba que crece en los ojos.
Una queja,
como una luz que sube por el agua,
como una desolada voz sin cielo.
Los pájaros escondidos en las yemas,
los huesos duros en la cara de piedra
y los caminos de la música alerta
como galgos, corriendo entre los árboles.
El fandango se sube a la mañana
como una estrella de humo.
Para llorar lo espero
entre mis cosas.
Casi de frío yerto, oscura mortandad.
Sin azucenas. De negro y de morado.


Fue el 17 de octubre del año pasado y no sé si entonces me di cuenta de la fecha, pero sí que le iba bien. Lo traje a esta bitácora a propósito de Lugones.

Junto con aquellos versos, en aquel mismo número de la revista entusiasta, había estos otros que recordé ayer y que Manolo le dedicaba a su hijo. Aquí quedan ahora.

En un tablao abigarrado -calé con algo de payo-, lo acompañan en sus dichos, y como testigos de su casta, Rafael Farina, Paco Toronjo, Camarón con Paco de Lucía, y Juanito Valderrama con Adelfa Soto.

Allí van todos ellos juntos, cada uno con su arte y todos con el mismo.