domingo, 17 de octubre de 2010

Asunto con espinas (II)

Fue en 1993, en el número 3 de la revista entusiasta que menté varias veces en esta bitácora. Me lo recordaba anoche tarde un inspirador de aquellas páginas.

Apareció allí este poema que su autor, José Manuel González, dedicó en epígrafe Para don Bruno. Me sigue pareciendo lo que entonces: austero, viril, bien dicho, benevolente.
18-2-1938

No tengo que decir nada de nada,
ni el alba huele a nada ni a nadie espero,
ni nadie nunca subirá la calle,
ni importa nada que ya no la suban.
No importan los jardines humildosos
de los barrios. Ni las guitarras silentes.
He jugado las cartas que la vida me dio,
la carta de la vida serena allá en los pueblos
con sus calles de tierra, sus tunales pencosos.
Con sus mujeres fuertes y su sol encelado.
Luego llegó a mis manos la carta del poeta
rojo, del desmandado gritador de palabras,
Luego la de los versos color verde verlaine.
Después, otra vez, siempre, la carta de la tierra,
aún llevo aquí en el fin de mis pensados días,
el feudal gusto recio que me dejó en la sangre
la grasa del cordero y el vino familiar.
Y luego los caminos, caminos y caminos,
buscando la alegría del oler y el tocar:
nombré príncipes búlgaros, nietos de la Odisea,
miré casas normandas que venteaban el mar.
Me hice griego de mieles y de filosofías
y romano de fierro, de código y de mármol.
Y, aquí, otra vez, la tierra: paisanajes rientes,
pelajes, vidalitas, guaycurúes, arreos,
delfinas, lapachales, rastrilladas, jagüeles.
Después, después los días terribles en su paso,
el cuerpo que se alenta, los ojos que se enturbian
y la tierra aquí al frente, este Delta tremendo
que se crece pudriendo y vuelve a florecer.
Silencio, ahora, silencio, extranjero el alcohol,
miro por la ventana lo que sé es lo final,
duele el pecho, las manos, pienso en una mujer
adolescente, tibia, pura carne sin alma.
Y vuelvo a decir tierra, devastada, vencida.
Lodo en el agua mansa, y en la tierra nativa
y lodo el corazón que no es fiel a la que ama
y regusta la fiebre de la que no ama nada.
Lodo, Delta final, enlodada la sangre
regreso al lodo padre. Yo, Leopoldo Lugones.