Vísperas de tormenta, dicen. ¿Quién sabe?
Y cada cuál tendrá la suya, claro. Pero estoy hablando ahora de la tormenta de santa Rosa, tan nuestra. ¿Nuestra? Y, sí. Fuera de este rincón, digamos al este de las pampas, habrá otras tormentas, pero no ésta.
Los que se ocupan de estas cosas dicen por ejemplo que, en los últimos 100 años, sólo 9 veces se atormentó el 30 de agosto; y dicen que, de cien veces, apenas en 53 tronó el cielo y aulló el viento -honrando a la santa, patrona de América- entre el 25 de agosto y el 4 de septiembre. Será, si lo dicen. Y no me río de los números, créame; pero, así, pelados y sin sal, no me dicen mucho; si no hay “segundo plato, postre, café y licores”, se me hace poco alimento o poco sabroso.
Por eso.
Vayamos entonces a Discépolo.
Tormenta es un tango de su autoría que siempre me gustó. Filosófico, diría la tribuna. No para bailar, ciertamente. Difícil de cantar, además, y no muy frecuentado, tal vez por eso mismo. Y mire que el tango tiene tormentas, tormentos y atormentados…
Discépolo tiene varios así. ¿Qué sapa, Señor...?, por ejemplo y entre otros, muy poco conocido. Y, claro, el socorrido y típico Cambalache.
¿Tienen teología? ¿Religión si acaso? ¿Espiritualidad? No sé eso. Al menos, cierto aire de oración tienen, de imploración, como un llanto desconsolado que busca consuelo y mira para arriba.
Ahora bien.
La letra tiene lo suyo, no crea. Y da ella sola para pensar un rato en varias cosas; por ejemplo sobre el tango y los argentinos, o sobre las tormentas y el hombre, o sobre la fe y la esperanza. Y, no por último menos importante, hasta sobre el modo de rezar.
Pero, con todo y eso: ¿qué pasa cuando uno no canta completos los versos de don Enrique Santos?
Habrá que ver.
Mientras, ésta es la versión completa de Rubén Juárez.
Y la incompleta, de Floreal Ruiz.