La bilis es amarga, además de amarilla o verde. En tanto, un otro color negro y no menos amargo aparece en la melancolía y está en la primera parte de la palabra que remite al griego mélas, mélanos, es decir, negro. Lo que da al fin cierta bilis negra, y esto en razón de que se creía que ese ánimo y talante lo producía ese humor oscuro. Atrabiliario es otro adjetivo que refiere exactamente lo mismo.
Bilis y amargura es lo que estalla en la furia del iracundo y colérico. Esa negrura pastosa y amarga es lo que saborea el melancólico.
En su garganta resecaDice magníficamente Leopoldo Lugones en una espeluznante descripción de un solterón anclado en el pasado, la soledad, sus frustraciones, además de masticar algún rencor sordo mientras flota entre la niebla de algún puerto brumoso en algún lejano país...
gruñe una biliosa hez,
y bajo su frente hueca
la verdinegra jaqueca
maniobra un largo ajedrez.
Es interesante la relación entre la bilis de la ira del colérico y la del triste asaz, que es el melancólico. Pero no es el momento de ir por esos arrabales.
Lo que pueda haber de raíz corporal y humorosa en la determinación de uno u otro, me tiene ahora sin cuidado, aunque el hilemorfismo y -la realidad, claro- no permite que uno se olvide sin riesgo grave de que somos seres corpóreos y que los condicionamientos de los humores y fluidos tienen parte en el estado de nuestro espíritu, tanto así como Newman se alertaba a sí mismo advirtiendo que lo que él estimaba una gran fe, era apenas buena salud. Por razones parecidas, no estoy considerando aquí lo que se llama doctrina de los elementos, derivada en la de los humores y consecuentes temperamentos humanos, dos de los cuales son el melancólico y el colérico.
Siempre me ha llamado la atención, sin embargo, más la melancolía que la cólera, aun cuando se las ve tantas veces reaccionar encadenadas, como si fueran dos momentos o fases de un mismo movimiento. Más allá de esto, entendí siempre que la cólera del iracundo era, como si dijera, menos humana y más animal que la tristeza del melancólico. Y tal vez por eso mismo me imaginé siempre que está más cerca de convertirse en diabólica la melancolía que la cólera.
En estos últimos días, he repasado y encontrado muestras musicales de cosas de esta laya, que me han dado algo que pensar sobre estos asuntos. Y no es culpa mía -o sí…- el que para ver ciertas cosas necesite otras, como si le dijera que para entender mejor la soberbia, el dolor desperdiciado, la pureza del alma, el sentido de la historia y los hondones del cuore, me venga bien la música.
Esta canción, por ejemplo, que canta mi estimadísima Savina Yannatou, procede de un poeta griego de principios del siglo XX, Kostas Karyotakis y se llama algo así como atardecer, crepúsculo o, más sencillamente, la noche.
También di con esta versión en euskera que Xabier Lete hizo de un famoso poema de Cesare Pavese, en mucho contemporáneo de Karyotakis. El poema del italiano se llama Verrà la morte e avrà i tuoi occhi y la canción que canta aquí Paco Ibáñez se titula Heriotzaren begiak.
No diré que sea absolutamente causal la relación, pero no hay que dejar enteramente de lado la cuestión de que tanto Karyotakis como Pavese se suicidaron, uno en 1928 de un tiro en el pecho y el otro, en 1950, envuelto en cierto disgusto y tedio existencial que lo acompañó toda la vida, pocos meses después de componer sus versos acerca de la muerte que, por otra parte, estaban inmediatamente dedicados a una bonita y fugaz actriz norteamericana, por la que sintió algún amor no correspondido.
Por su parte, más en el tono que en el tema, creo que no desmerece para nada y algo del aire del asunto sobre la melancolía tiene, esta canción de cuna (Uspavanka Za Radmilu M., Nana para Radmila M.) del talentoso bosnio Goran Bregović, que, dicho sea como una curiosidad, nació el mismo día en que Pavese firmó su poema, el 22 de marzo de 1950.
Al fin, y creo que como regalo a la paciencia, esta canción que figura en una miniserie que en el 2002 hicieron los ingleses sobre el famoso Doctor Zhivago de Boris Pasternak. La música es de Ludovico Einaudi y, pese a mi afán, no pude dar todavía con la letra de Hablando contigo (Talking to you), cuyo aire terriblemente eslavo y estepario, letras más o menos, me es uno de los emblemas de la melancolía, díganme caprichoso si quieren.
El caso es que, en principio y mirando el asunto desde otra perspectiva, la cólera y la melancolía en cuanto pasiones son parientes también por el objeto que puede producirlas: el bien. En el primer caso, la cólera se manifiesta por algún bien (real o aparente, objetivo o subjetivo) amenazado por algún peligro; en el segundo caso, es la ausencia de un bien de las mismas características que el anterior lo que promueve ese estado y esa pasión del alma asociada a la tristeza, que es como la reacción natural ante el bien ausente o perdido.
El problema con la melancolía, me parece, y cuando llega a arraigar en el alma, es antes que nada que predispone a la desesperanza, cuando no es ella misma la causa; esto es, la disposición a negar en cierto sentido, incluso absolutamente, la posibilidad del bien, presente o futuro.
Mientras, creo ver, otro costado de esta pasión se relaciona con ciertos modos del arte, con cierta manifestación de cierto tipo de belleza, y en este caso no es menos letal que en el anterior. Y es así cuando se trata de cultivar y regar el deleite en la tristeza y el paladeo de lo que la provoca y sostiene en el tiempo, como bien puede ser el caso de la música. Tal vez, pienso, una búsqueda de cierto calor o tibieza de lo bello, compensando la frialdad y la sequedad que le son propias a la melancolía.
(Dejo para otro momento el asunto pero, hace un tiempo, hablando de una zamba que oí cantada por Jorge Cafrune, dije que alegraba oír las penas bien dichas. Y esto no es lo mismo que deleitarse con las grisáceas y agridulces honduras de la tristeza, cuando es considerada ella misma como un bien simpliciter…)
Me parece que en tiempos en los que el bien (de tantas formas considerado) peligra o parece perdido, no estaría mal ponerle un ojo a la cólera y a la a veces consecuente melancolía. Aunque es verdad, creo, que este orden no es necesario y puede ser a la inversa, como muchas veces se ve, de modo que la cólera surge por una melancolía precedente, como pasión raigal y vicio del alma, cólera que se enfurece por un bien en peligro pero que, en realidad, el alma, en su tristeza crónica y larvada desesperanza, ya ha dado por perdido.
Después de todo, entre las sutilezas del mundo espiritual está el hecho de que no todo grito del Nazgûl desesperanzador suena mal sino que a veces tiene los dulces acordes de melodías –musicales o no- que llenan el alma de una tristeza infinita que, si uno anda mal parado, cree que le hace bien oír y gustar; así como no toda desesperanza viene del grito del Nazgûl sino que, por extraño que suene, a veces es exactamente al revés y son la propia melancolía y desesperanza del corazón adentro las que atraen o producen los gritos chirriantes, o dulces, del Nazgûl afuera.
Tal vez el ejercicio de discernimiento de estas cosas no sea para todo mundo. Como habrá también quien quiera hacer experimentos de brujo del alma con estas honduras.
Yo no me atrevo y no lo haría, vea lo que le digo. Es materia harto delicada.
La misma belleza, siendo y porque es grande y espléndida, puede ser malversada y así desfigurada, volverse el mullido y tibio tobogán por donde uno se va -eso sí: bonitamente- al carajo.