sábado, 5 de junio de 2010

El corazón del tesoro (IV)

Hace algún tiempo, murió la madre de un amigo muy querido.

Conversábamos en la noche de ese día, distendidos. Un gesto digno de un corazón noble no oculta la tristeza, pero se ve a través de un gesto cómo se vuelve una tristeza noble y digna. Serena y honda.

Mi querido amigo –como suele pasarnos cuando conversamos, de tanto en tanto- entró de lleno a una afirmación provocadora: "hoy pierdo un poco de mi identidad…"

¿Cómo así? ¿Los otros nos hacen, decís, hacen nuestra identidad?

Matizamos largamente, a partir de allí, hasta dejar en pie algo provisional, que tal vez nos conformara a ambos.

Pero el asunto se me quedó boyando en las horas de los días que siguieron.

¿De veras los demás tienen una parte nuestra? ¿De algún modo somos también algo que no somos nosotros, sino nosotros en ellos?

¿Tenía razón mi viejo camarada?

Se me han muerto gentes, claro que sí. Gentes del alma, que he llevado en el corazón por tiempos y tiempos. Y algunos han sido carne y huesos de mi carne y huesos, y yo de su carne y sus huesos. Muertes, también es verdad, las hay de todas clases, además de nuestra hermana la muerte corporal...

En cuanto a los muertos-muertos, pensé –sentí- siempre que una parte del cosmos se opacaba si ellos desaparecían del mundo de los vivos. Como si dijera que la ontología de todo lo que es, con esa merma existencial, quedaba renga en algo. Que la muerte agrisaba una parte del cosmos, la dejaba en nieblas, en oquedad. Que el resto de las cosas que existen –espirituales y aun no- quedaban en una como ansiedad y nostalgia, rota esa hermandad de lo que existe con lo que existe, a causa del hachazo invisible y homicida.

Pero lo que sostenía mi buen amigo –hay que decir que se ocupa en filosofías-, no lo había pensando así nunca.

Pasó que apenas poco después, andando por esta cuestión del corazón del tesoro, vi en otras partes de Los cuatro amores, de C. S. Lewis, que también él dice algo parecido.

En el capítulo IV, Lewis habla sobre la amistad. Inmediatamente antes del pasaje que traigo ahora, está distinguiendo entre Eros y Amistad y explica por qué mientras en el primero el número dos alcanza, en la amistad, no.
Lamb dice en alguna parte que si de tres amigos (A, B y C) A muriera, B perdería entonces no sólo a A sino «la parte de A que hay en C», y C pierde no sólo a A sino también «la parte de A que hay en B». En cada uno de mis amigos hay algo que sólo otro amigo puede mostrar plenamente. Por mí mismo no soy lo bastante completo como para poner en actividad al hombre total, necesito otras luces, además de las mías, para mostrar todas sus facetas. Ahora que Carlos ha muerto, nunca volveré a ver la reacción de Ronaldo ante una broma típica de Carlos. Lejos de tener más de Ronaldo al tenerle sólo «para mí» ahora que Carlos ha muerto, tengo menos de él.
Pienso, además, si esto vale para la amistad solamente. Porque tal vez no haya que restringirlo a sólo ese tipo de amor. Y tal vez ni siquiera hace falta amor. Tal vez cualquiera que nos conozca, sin mediar afecto alguno determinado o especial, también nos hace, también hace parte de nuestra identidad.

Como si dijera que somos, también, quienes somos para alguien, aunque no puedo evitar el inciso "de algún modo", claro. No es fácil entender en qué sentido eso que los otros tienen de nosotros, sea nuestro, y así entonces y por eso mismo sea parte de nuestra identidad.

Tal vez, además, poner en actividad al hombre total no signifique solamente algo visto desde mi orilla y desde la playa de mi identidad. Tal vez, de algún modo y en algún sentido, algo de aquello que llamamos la identidad de cada uno, necesite de otros como yo, de otros hombres, precisamente porque son "como yo", y eso porque no sólo no soy capaz de agotar la entera natura humana sino que tampoco alcanzo a ser, yo solo, todo lo yo que soy.

A toda clase de amores y concordias -desde el matrimonio hasta la vida en la polis- se le aplicaría este fundamento. Y toda clase de amores recibiría así una explicación a la necesidad de su existencia. Porque aun los amores desinteresados en algo participan de alguna necesidad, en los hombres al menos y hasta diría en toda creatura.

Pero es verdad, por otra parte, que un día sabremos quiénes somos en realidad.

Y nos lo dirá lo que veamos de nosotros en Otro que nos ve y que nos sabe.

Y así, nosotros mismos y por Otro y en Otro, sabremos.