viernes, 15 de enero de 2010





Viajero: ves lo que ves.

En esta foresta mansa,
bajo esta raíz descansa
ens dormido.

Se lo tiene merecido.

Si acaso ves que despierta,
su tiempo se habrá cumplido.
Y estará sobre sus pies.

La raíz de lo que es
no está muerta.






miércoles, 13 de enero de 2010

Sueño de una noche de verano (conversaciones con Abraham)

Creo que miraba sin mirar. Parecía buscar algo en el suelo e inmediatamente después en algún lugar cerca del horizonte, o en la foresta alrededor. Tal vez fuera un gesto intencional, nada más; pero era un gesto plástico y simpático.

Había un silbido lejano de casuarinas, persistente y mordiente. Inquietantes figuras altas y negras se mecían como lanzas despenachadas o mástiles flameantes en un mar de tormenta, detrás de la pequeña laguna, como quien va para el camino real. Clareaba el día. Con los ojos entrecerrados por el humo del fuego que habíamos hecho casi al filo de la barranca, se respiraba lentamente.

Pensaba, se ve. Algo quería decir.

Soplaba esta vez el raro viento del sudoeste. Hace tiempo no sopla: vigoroso, huracanado, temible. Fantástico. Un viento de revelaciones. La mañana ya se veía que sería fría, pese a correr enero. Ayer mismo, un calor húmedo. Hoy, ya no. El humo traía un aroma extraño en verano; la madera se quemaba chisporroteando y las llamas, anárquicas, se colaban por las astillas y las hacían estallar. El ruido del fuego llenaba el silencio lleno de ruidos de la madrugada y el viento acompañaba.

-¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable?, dijo en voz muy baja y sin entonación casi.

-Soy el autor de todas las entradas de esta bitácora, qué puedo decir..., respondí el disparo lo más rápido que pude. Me di cuenta de que iba a ser pasado por la trilla.

Como al acaso, como si no me hubiera prestado atención, continuaba: -Tal vez haya cincuenta entradas que lo merezcan. ¿Borrarías toda la bitácora, en vez de perdonarla y sacar nada más que esas cincuenta? Creo que no harías semejante cosa. No te veo borrando lo justo juntamente con lo culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte.

Sonreí.

-Tampoco yo creo ser capaz de semejante cosa, dije. Si encontrara cincuenta de esas entradas -soy tan justo o culpable como cada una y ellas lo son por mí, en todo caso-, entonces 'perdonaría' a toda la bitácora, y las suprimiría sólo a ellas.

Siempre con la mirada como perdida, siguió una bandada de pájaros negros que trazaban ángulos imposibles en el cielo. Mientras, hacía cimbrar unas ramas de sauce, dejando que el viento fuerte las levantara como plumas.

Nos habíamos acercado al filo de la tierra y nos sentamos casi sobre la barranca, más cerca de las brasas y los tizones humeantes: mirábamos el paraje ancho que había por delante, pocos árboles y una bruma lenta y entre celeste y rosada que andaba reptando sobre el calor de la tierra por el frío del aire.

-No me quiero meter en lo que no es asunto mío, pero… quizá lleguen a ser cien. ¿Borrarías todo si en vez de cincuenta son cien?

Ahora era yo el que perdía la mirada. Claro que había pensado en eso. Tantas veces había pensado en ese asunto.

-No, dije con la voz ronca por el humo: encuentro esas cien, y el resto de la bitácora se queda, aunque es verdad que no es tu asunto, por otra parte.

-¿Y si llegaran a trescientas?, tentó el tiro rápidamente, pero sin cambiar el tono desvaído.

-Si es así, voy por esas trescientas, y sigue todo como está.

-Claro, susurró como si hiciera cuentas. Parecía tener algo cansado en la voz y, a la vez, cierta calma alegre. Aunque quizá, puesto a mirar, resulten quinientas…

-No me extrañaría para nada; pero si hay quinientas, hay quinientas…, dije casi sin mover los labios, mientras recostaba la cabeza sobre el tocón de un viejo fresno, cortado hacía poco.

Un remolino súbito levantó tierra a lo lejos y se oyó en el montecito el crujido de unas ramas secas que caían como granizo. Pasaron unos teros. Cada vez había más luz y hacía más frío.

-¿Qué se yo? Cada cual sabe, no digo que no. Pero, en realidad, si uno se pone a pensar, revisando y leyendo con tiempo podrían ser setecientas..., trazó como una hipótesis inocua, mientras encendía otro cigarro.

-Entonces, ¿qué remedio? Tengo que hacerme cargo, si ése es el caso, y tendré que vérmelas con esas setecientas entradas, concedí.

El aire estaba cada vez más liviano. El viento era suave ahora y unas nubes rápidas le daban vértigo a la escena y al paisaje. Apenas había un resplandor al este y parecía el sol. Bastante más lejos, sabíamos que estaba el mar, que no veíamos, pero creíamos oír.

-No creas que lo digo por molestar, sonrió sin afectación y con cierta picardía; pero, ¿no es verdad que quien dice setecientas podría muy bien decir mil o tal vez...?



El silencio ahora era tan liviano como el aire. Como si no hubiéramos estado hablando, los dos mirábamos de a ratos hacia adelante, de a ratos hacia el fuego. A veces, el cielo. Los cigarros se apagaban entre los dedos, apenas si fumábamos.

Pasó casi una hora de esa nada que se había vuelto densa, pero sin expectación y para nada molesta. Si cantaba algún pájaro, tímido, era para volver al silencio inmediatamente, como si hubiera dicho su bocadillo de extra en la escena. El fuego languidecía, volaban cenizas de tanto en tanto y un rojo cansado en la madera se iba haciendo cada vez más gris.

El límite entre la noche y la mañana se ensanchaba, difuminado.


La conversación y la noche habían terminado.



Era la hora.



Me levanté y me fui.

martes, 12 de enero de 2010

Il Trionfo del Tempo e del Disinganno

Il Trionfo del Tempo e del Disinganno es un oratorio un poco extraño y además el primero que compuso Händel, a los 22 años, en 1707. El libreto es del renombrado cardenal Pamphilj, de antiquísima familia romana, y pretende ser una especie de diálogo alegórico y moral entre Belleza, Placer, Tiempo y Desengaño, con el propósito –algo barroco, convengamos, y más que algo- de señalar que Tiempo y Desengaño triunfan sobre sus aquí oponentes.

Me gusta la obra -siempre me gustó- en la primera versión, que es la que conozco, porque Händel reformuló el texto y algo de la música en 1737. De eso casi nada sé.

Mi estimada Cecilia Bartoli canta algunas partes en su repertorio (entre otras, la afamada Lascia la spina, que es recitado de Placer; o aquella parte en la que Belleza se queja de Tiempo con versos fuertes:
Un pensiero nemico di pace
fece il Tempo volubile edace
e con l'ali la falce gli diè.
Nacque un altro leggiadro pensiero
per negare si rigido impero
on'il Tempo, più Tempo non è.)
Hace bastante que no oía nada de este asunto, pero volví a toparme con este oratorio gracias a un envío amical que debo agradecer.

Lo que son las cosas: y yo que creía que ‘la’ Bartoli era la que mejor lo hacía…

Hasta que llegó Roberta Invernizzi.

No sabía nada de ella y ahora sé algo.

Al final del oratorio y con la voz de Belleza, fieramente enojada con Placer, canta estos versos, casi dantescos:
Pure del Cielo intelligenze eterne,
che vera scuola a ben amare aprite,
udite, angeli, udite il pianto mio,
e se la Verità dal Sole eterno
tragge luce immortale, e a me lo scopre,
fate che al gran desio rispondan l'opre.

Tu del Ciel ministro eletto
non vedrai più nel mio petto
voglia infida, o vano ardor.
E se vissi ingrata a Dio,
tu custode dei cor mio
a lui porto il nuovo cor.



Ya lo sé: la cuestión requeriría tal vez idas y vueltas, discutir los textos (si los busca, los encuentra...) y la intención del Pamphilj, revisar lo que hizo después Händel; si el Tiempo, si la Belleza…

Ya, ya...

Paso.

Otro día. En otra vida.

Ahora, no. No ahora que Tiempo y Desengaño, parece que vienen triunfando sobre Belleza.

¿Y Placer?

No sea pánfilo, mi amigo, no sea pánfilo...

Una sola cosa sí le digo, a las apuradas: no me gusta nada esa tesis de que el tiempo y el desengaño triunfan sobre la belleza. Por más que entienda el sentido lírico de la cuestión y la vieja y noble prosapia que tiene la idea no tan lírica de que a lo que está en el tiempo se lo come el tiempo. Ni así visto aplaudo.

(Y ya déjese de embromar de una vez con Placer, hágame la caridad...)

Aquí está, sin ir muy lejos, la belleza de Roberta Invernizzi que, mientras el tiempo pasa y curándome además del desengaño de que Cecilia no lo es todo, triunfa.

La belleza está al final de todo. Y es el fin.

Mejor así.

domingo, 10 de enero de 2010

Librea

Reinas en todo: a flores me gobiernas.
Si decretas el sol, luzco y me inclino.
Si es la lluvia, soy húmedo en tu nombre.
Me sombrea el ciprés y lo obedezco.
Tan súbdito y pastor de cada rosa,
tan alcalde en lavandas y laureles.
Barón de acacias y tan don del tala,
como paje del roble o escudero
sumiso de nogales, casuarinas.
Teniente de ciruelos, manzanares,
acato al limonero y los jazmines;
y la ley son retamas, los aromos.
Me rige el lirio. Y hasta el trébol manda…
Me gobiernas a flores. Yo te sirvo.



viernes, 8 de enero de 2010

Savina

Lo confieso: tengo admiración por Savina Yannatou. Y más.

En especial, al atardecer.

Fíjese.

Encare usted temprano un día áspero y macilento, déjelo andar salpicado él de noticias agridulces y de vueltas y revueltas de caminos que se entreveran y van y vienen y desalientan al más pintado. Ocúpese de trivialidades que manda el buen tino. Tramite sandeces, fatigue escritorios y mostradores anodinos. Camine usted la ciudad. No: no sólo camine: ¡vaya en auto…! Y hable con todo mundo. Haga negocios tontos de cabotaje, cobre cheques, presente papeles, atienda llamados, haga llamados.

Uf.

Siéntase atrapado, inane y aburrido. Ríase de su sentimiento. Salga del escritorio, rápido: no se ahogue… Discuta con dos ferreteros por un repuesto desconocido en el barrio viejo de la ciudad. Vuelva a su escritorio. Despache notas, escriba importantes estupideces y lo que venga, asigne bobadas urgentes, siéntase torpe y ríase de su torpeza.

(Atención, eso sí: en un recodo del día, salga a comprar unas acuarelas y unos papeles de dibujo para su malcriada Isabel: que seis años son su fiestón de ella…)

Y, al fin, en cuanto pueda, seguro de que no pierde nada que valga la pena conservar, deje los parajes aquellos de los malos recuerdos y huya hacia el noroeste. Enfrente las autopistas, mire con atención las caras y los gestos de los viandantes a su vera. Siéntase miserable de ser uno de ellos. Y ríase de sentirse miserable. Después de todo, es un día. Mientras, piense, escriba, medite, goce el fin. Gaudium in fine…

Llegue.

Desmonte. Ría, juegue, festeje, ayude a soplar velas de cumpleaños, coma torta.

Y espere: también el festín de la malcriada palidece y termina.

Vaya finalmente a la cueva, cansino y seguro de que el tiempo es más suyo ahora, lleve el mate en ristre. Repose.

En ese momento -no antes, no después-, convoque a su querida Savina para que aplane el día, lo vuelva terso y claro como una llanura.

Y oiga, que la belleza es un nombre grande. Y no es contra nada. Es. Y hace el bien.

Atardece.

Vigorosa y simplemente, suena Savina. Pocos tienen sabiduría en la voz. Ella tiene. Sabe.



Es el momento de preguntarle qué más quiere cantar. Otra...

¿Occitano? ¿De veras? ¿Y cómo así?

Y, entonces, le garanto, frescamente cantará fragmentos de una canción francesa, del Languedoc, que se dice para despedir al señor Carnaval, cuando lo queman, en los inicios de la Cuaresma.



Pero, mire usted…

ver

Encontré la letra completa en occitano y su traducción.
Adiu paure Carnavas

Adiu paure, adiu paure,
adiu paure Carnavas
Tu te'n vas e ieu demòri
Adiu paure Carnavas
Tu t'en vas e ieu demòri
Per manjar la sopa a l'alh
Per manjar la sopa a l'òli
Per manjar la sopa a l'alh
Adiu paure, adiu paure,
adiu paure Carnavas

La joinessa fa la fèsta
Per saludar Carnavas
La Maria fa de còcas
Amb la farina de l'ostal

Lo buòu dança, l'ase canta
Lo moton ditz sa leiçon
La galina canta lo Credo
E lo cat ditz lo Pater.

Adiós, pobre Carnaval

Adiós pobre, adiós pobre,
adiós pobre Carnaval
Tú te vas y yo me quedo
Adiós pobre Carnaval
Tú te vas y yo me quedo
Para comer la sopa de ajo
Para comer la sopa de aceite
Para comer la sopa de ajo
Adiós pobre, adiós pobre,
adiós pobre Carnaval.

La juventud juerguea
Para saludar a Carnaval
María hace bollos
Con la harina de la casa

El buey baila, el burro canta
El carnero dice su lección
La gallina canta el Credo
Y el gato dice el Pater.

¿Es verdad, Savina, que además con esta melodía hay un sentido himno de Viernes Santo, que le cantan al Varón de Dolores los cristianos del Líbano y el medio oriente? ¿Y dice usted que hay una versión de las dos letras, y con el himno también en catalán?

ver

En árabe, este himno se llama Wa habibi (Oh, mi amado…) y dice:

وا حبيبي وا حبيبي أي حال أنت فيه
من رآك فشجاك أنت أنت المفتدي
يا حبيبي أي ذنب حمل العدل بنيه
فأزادوك جراحاً ليس فيها من شفاء
حين في البستان ليلاً سجد الفادي الإلة
كانت الدنيا تصلي للذي أغنى الصلاة
شجر الزيتون يبكي و تناديه الشفاء
يا حبيبي كيف تمضي أترى ضاع الوفاء

Una traducción aproximada, dicen que dice esto:
Oh mi amado, oh mi amado: en qué estado estás…
Quien te ve se apena, tú eres la víctima.
Oh mi amado, qué pecado pesa sobre sus hijos
que te han hecho heridas tales que no se pueden curar.

Y así es. ¿Ven?

Digan lo que quieran: Savina Yannatou, al atardecer, le salva a uno el día.

Lo hace bello, fresco, claro.

Y bueno.

Admirable.


Ευχαριστω, Savina.

jueves, 7 de enero de 2010

El silencio

Estoy tratando de encontrarle un sentido al dato. Y no porque no lo tenga, sino al contrario: trato de ver cuál es su mejor sentido, de todos los que suena tener.

Ahora es tarde. Obligadamente tarde en la noche. Fue un buen día, fresco y soleado, vivo, glorioso. Pero ahora es tarde y es noche larga.

Hay silencio ahora. Un silencio de aves, un silencio de agua, silencio de rumores de árboles y de risas. Nadie canta. El aire no suena. Las flores no hablan. La respiración está lejos, profunda, quieta, ausente. En medio del jardín, recostado sobre el marco de la puerta de la cueva, oigo, veo, que el cielo está mudo, que la noche calla. Hay un silencio de nombres, de personas, de cosas. Nadie nombra a estas horas. Ni siquiera los pasos suenan sobre el pasto húmedo y el cigarro apenas habla un lenguaje de luz cenicienta, intermitente. Lo demás es silencio. Parece silencio.

Sin embargo.

Miro alrededor y, de pronto, caigo en la tonta cuenta de que hay bastante más que 150.000.000 de palabras rodeándome. Y eso sólo sumando las escritas en papel, que no son las únicas.

(No, ni se moleste en hacer sumas, mi amigo. Deje que los veladores se ocupen de esas trivialidades. ¿De dónde sale esa cifra, entonces? Una sola pista, algo imprecisa: apenas una novela promedio, tiene unas 60.000 palabras...)

(Y le confieso una cosa: Me pregunto siempre -hace años es siempre- qué hacer finalmente con los libros. Ni hablar de los “papeles”. ¿Qué hacer? Se disputan una parte algunos de los de casa, tampoco a los mordiscos..., tal vez por afinidades digamos que profesionales. Y anda por ahí de tanto en tanto, esa tentanción súbita , no muy confiable, de vivir en un mundo sin palabras de aire ni papel, ni de luz, ni de tinta...)

La madrugada ya llega. Me puse a ver de oír esas palabras. ¿Todas? No, claro. No todas, no todas de una vez.

Pero no a mirarlas, sino a oírlas. No sólo saber que están allí, encuadernadas, encarpetadas, sueltas, disciplinadas y quietas, vivas o muertas, recordadas, formularias, insolventes o brillantes. Históricas, queridas, odiadas, despreciables o venerables, veraces o hipócritas, dulces, ácidas, triviales, sensatas, duras, mentirosas, luminosas u oscuras.

No, nada de nada; no por ahora. Por ahora, lo primero. Si es posible oírlas. Porque están allí, alrededor, como una multitud silenciosa, murmurante. Y, será por la hora, creo ver ahora que todos ellas de algún modo me miran. Y la mayoría de ellas, creo, para peor, me oye. Ay...

Pero no son las únicas, por supuesto.

Hay tantas más.

Cuántas palabras digo diariamente. Cuántas digo con el aire, la luz, la tinta. Cuántas no digo y me digo. Con cuántas palabras pienso e imagino decir.

Y cuántas leo. Y cuántas oigo. Y cuántas imagino oír y sé que se están diciendo. Y cuántas sé que no se dirán jamás. O que mejor ni se dijeran.

Mire bien: nomás allí, frente a usted, mi amigo, que está leyendo estas líneas, allí mismo hay más de 700.000 palabras que lo miran. ¿Se da cuenta?

Y esas mismas 700.000 con más otros millones de palabras están aquí: frente a mí, dentro de mí, alrededor. Como usted tendrá sus millones, además.

El caso es que conozco tantas palabras, sé de tantas. Sé tantas cosas de tantas de ellas. No, no lo tome a mal: no por sabiduría o ciencia. Ni por las erudiciones algo fútiles, de caja de herramientas. Cosas, dije: cosas propias de ellas, sus historias, sus legajos, sus claves y códigos de señales, sus contraseñas. Eso digo, no su lugar en el lexicón o en el diccionario, no su lugar en este estante o en aquella carpeta.

Hablo de su vida de ellas, de sus tiempos, y de su corazón. De lo que pesan, de lo que valen. Y hablo de lo que creo saber.

Y en realidad sé tan poco de ellas. Tan nada. Conozco tantas cosas de palabras que conozco tanto y que creo que nunca he oído realmente.

Las estoy mirando ahora.

Y las espero, creo. Para ver si me hablan. Para que hablen, finalmente. Y para poder oírlas, finalmente. Para oír si las oigo, para ver si las oigo. Y así ver.

Y me imagino que si alguna vez uno estuviera frente a una palabra de verdad, oiría felizmente el silencio por primera vez. Y entendería.

¿Cuánto somos palabras? ¿Cuánto somos palabra? ¡Cuánto! Impresiona.

Por eso digo: no le falta sentido al asunto. Le sobra.


Caramba, mi viejo, será la hora -como usted dice-; pero, mire las cosas que se le ocurren…: ¿no prefiere el relevo de guardia?

Puede ser. No todavía. No es tiempo.


Igual, es verdad, y es verdad para usted también: ¡cuánto somos palabra, palabras…!

martes, 5 de enero de 2010

El Niño rey



Andaban la noche fría
y el desierto iluminaba
la estrella que les fue guía.

Miraba Gaspar, miraba
Baltasar lo que veía
Melchor mientras caminaba.

El cielo que se encendía,
la noche que se doraba
como al sol del mediodía.

Llegaron y se notaba
que la luz que aparecía
no era el cielo el que la daba.

Un buey brillaba y reía,
en luz la oveja balaba
y un burro en luz refulgía.

La piedra rústica alaba,
baila el pastor y alegría
el pasto seco lloraba.

Ven que se encienden a día
las sombras, que ya no estaba
la noche negra y vacía.

Y el Niño que jugueteaba
con la Doncella María
y José que contemplaba.

Ya Baltasar se postraba,
ya Melchor honor rendía,
y ya Gaspar se inclinaba.

Qué regia la cofradía:
qué regalos regalaba,
cuántos dones ofrecía.

Y el Niño cómo gozaba
esas gracias que le hacía
cada uno que llegaba.

Y a cada cual bendecía
el Niño, mientras clareaba
la Noche de Epifanía.



lunes, 4 de enero de 2010

Maoríes en la Atenas de Kernnunnos



La vela, desvela. Qué remedio.

Es como viajar, casi.

Por eso tal vez anda uno dando vueltas a sus asuntos -y con sus asuntos-, mientras las horas pasan. Y también le da vuelta a los asuntos que no son sus asuntos, admitámoslo, que eso no tiene que ver con los relojes.

Varios de los casa (y así empezó el viaje al anochecer), andan por el literalmente ancho mundo. Una de ellos, la más lejana, ha tocado Nueva Zelanda en estos días.

A ver, entonces, por dónde anda.

Recorrí las islas, miré las fotos de las espectaculares montañas Misty, recordé que Jackson buscó locaciones allí para su película sobre el libro de Tolkien..., y qué más quiere que le diga. Es una isla, después de todo.

Una vez sumergido en la mitología maorí, descubrí nada menos que a Tāne Mahuta y a Tāne, la divinidad detrás del antiquísimo árbol que lo simboliza.

Apenas viendo quién era, no había que pensar demasiado, por extraño que parezca: la historia de Tāne es en mucho similar a la de Kronos, también él hijo de la Tierra y el Cielo, de Gaea y Urano, que entre los maoríes se llaman Ranguinui y Papatuanuku. Y no sólo por eso, según se ve. Más cosas aparecen en esos relatos, pero, si alguno quiere interesarse...

Apasionante, claro. Ni los griegos son maoríes, ni viceversa. Y se las arreglan para tocar asuntos así, de modo tan similar. Veo después que el punto en parte está tratado en algunos textos de materias clásicas. Con más tiempo, puedo ver que Maui, héroe máximo de los maoríes, muestra puntos sorprendentes de contacto con otras historias y mitos, incluido el de Orfeo y hasta con Prometeo.

¿Sabrá esto Juana, la visitante de las islas maoríes en estos días? ¿Tendría que saberlo? Pero, no, hombre…, que para eso viajo yo en vela.

Llegado hasta allí, la noche sigue y se abren caminos en varias direcciones. ¿Vamos para este lado, por la senda del árbol? ¿Vamos para este otro lado, por la de los dioses? ¿Importa tanto? Tomé para el lado de los dioses, finalmente, suponiendo que tarde o temprano llegaría al árbol.

Fue así que recordé que detrás del sentido del tiempo de los celtas, y de su figuración de los ciclos del año, hay cosas similares a éstas de los tiempos del tiempo. Lo busqué y lo encontré. El relato en los libros es mejor que lo que hay dando vueltas por allí. Desmañadamente, y con retoques de madrugada, una de las versiones de la historia que puede transcribirse fácil es ésta, en la que aparecen algunas de las múltiples divinidades de estos pueblos:
El dios Esus (el señor) se une a la diosa Rigani (la reina) en primavera, y así resulta la afamada Reina de Mayo.
Rigani, dejando a Esus, se une con el dios Taranis, dios del trueno y de los cielos. Así Rigani vuelve a convertirse en reina de los cielos y esto corresponde al período llamado Lughnasad (agosto, en el norte), fiesta en la que aparece otro nombre excelso entre los celtas: Lugh (palabra que significa brillante y que está detrás de Llew hasta Lugo y Lugones, mire usted…)
Con la llegada del otoño norteño, Esus se transforma en el Dios Kernnunnos, el dios-ciervo y padre, entre otras cosas, de la naturaleza y los animales.
Con la fiesta de Shamain (una especie, simplificando, de día de muertos), en el otoño boreal, Kernnunnos baja al inframundo, a los infiernos Rigani vuelve a ser la madre-tierra al bajar ella también a las entrañas del mundo. Ahí se une a Kernnunnos en noches que llaman las noches sagradas de las madres (para la época de la Navidad en el hemisferio norte, esto es, su invierno).
Taranis enfurecido manda contra Rigani uno de sus lobos-monstruos.
Gracias a la ayuda del dios solar Belenos, Rigani mantiene a distancia al monstruo mandado por Taranis.
Ogmios (el elocuente e inventor de la escritura), con el apoyo de Teutates (el dios padre y señor, el Tutatis de Ásterix), mata al monstruo que amenaza a Rigani.
Taranis manda a otro monstruo que transforma a Rigani en una triple grulla.
Teutates reúne en contra de Taranis un ejército y esto queda representando en el ritual del caldero.
Teutates juzga a los guerreros muertos en combate. Hasta que Teutates termina siendo vencido por Taranis.
Los dioscuros celtas, Divannos y Dinomogetimaros, descubren a los toros, cuyo sacrificio más adelante permitirá a Rigani volver a su forma original.
Belenos, en su papel de dios bueno y mediador, permite que se opere la unión de los dioscuros con los dioses Ogmios y Kernnunnos.
El dios Sukelus se encarga de matar a los dragones que se encuentran en las zonas de paso hacia el inframundo.
Se realiza el sacrificio ritual del ciervo (hacia las fiestas del carnaval en el norte), que Ogmios realiza para permitir a Kernnunnos volver de las entrañas de la tierra.
Kernnunnos vuelve entonces a tomar la forma de Esus y corta el muérdago sagrado en el bosque donde se encuentra al toro sagrado y a tres grullas simbólicas.
El sacrificio del toro le permite a Rigani volver ya con su forma original y así se va cerrando el ciclo del año en esas imaginaciones celtas.
Convengamos: todo este entrelazamiento mítico de espíritus y cosas que se entrelazan en metamorfosis sucesivas, se parece bastante no sólo a las nociones de tiempo que subyacen en estas mitologías, sino a las figuras de sus guardas y símbolos… O al revés, claro.

En el caso de algunos de estos relatos celtas, que no son uniformes en todos los territorios donde poblaron y vivieron, Esus es el Señor y Rigani la reina, y ambos están en el origen de los tiempos y de los ciclos.

También ellos combaten entre sí, en estas mitologías tan lejanas de los maoríes, y lejos en parte también de los griegos, aunque no tanto; y, de sus combates y andanzas y entrecruces, también surgen los tiempos (circulares, por cierto, como en casi todas las religiones y mitologías) y los ciclos y los seres sometidos a esos ciclos, que lo son tanto de la naturaleza como de los cielos, en cuanto a las posiciones de los astros en la esfera celeste y las notas y propiedades que vieron en ello los pueblos antiguos, en relación con el hombre y el universo.

Apenas una curiosidad, pero llena de significados. El mayo de los celtas, por ejemplo, se extendió por Europa, aunque los cultos primaverales son casi universales. Y, con el tal mayo, el culto a los árboles, claro (llegamos otra vez al árbol…). Tengo entendido que un Mayo es precisamente un nombre genérico para denominar al árbol, incluso en España, o al menos en sus zonas de mayor influencia celta, trayendo el nombre de la costumbre de clavar en tierra un tronco –cuanto mayor, mejor…- frente a las casas el 1º de ese mes en épocas de primavera, para que se cumpla –siquiera ritualmente- el deseo invocado de fecundar y hacer propicia la tierra y a todo lo que ha de crecer. Ese eje, el árbol, tiene con su verticalidad perpendicular a la tierra el sentido místico también de unir, de alguna manera, lo permanente con lo mudable.

Ya que estamos en estas cosas (dicho rápido y para no hacerlo tan largo, porque amanece), Kernnunnos o Cernnunnos (o como quiera escribirlo…) está -sin saberlo, tal vez- detrás de otro árbol: el famoso Guernikako arbola de los de Vizcaya.

Por cierto que el árbol de los vascos no es exactamente el Tāne Mahuta de los maoríes y sus milenios. Sin embargo…

En lo que al vasco se refiere, de hecho y hasta donde sé, hay uno, desde 1979, que hace ahora las veces del emblemático árbol de Guernica. Es, dicen que dicen, retoño de otros, porque lo cierto es que había 3 antes que él que fueron muriendo sucesivamente. En 2004, según me entero, se murió el anterior. Él, y todos ellos, hay que creer, son hijos de un mismo bosque que supo haber en las inmediaciones, allá atrás en el tiempo.

El que murió en 2004 era un roble.
El tercero que ha presidido la Casa de Juntas de Gernika, tenía una altura de doce metros y su edad se calculaba en 146 años. El primero de ellos se le denominó «el Padre» y se plantó en el siglo XIV llegando a durar durante 450 años, mientras que el segundo conocido como «el viejo», cuyo fósil se conserva en los jardines de la Casa de Juntas, estuvo vivo entre 1742 y 1892. Fue el 15 de Enero de 1860, cuando el Padre de Provincia, Don Castor Allende Salazar, plantó el retoño que habría de alcanzar el siglo XXI, con él se aseguraba la sustitución del, por entonces, ya desahuciado Árbol Foral del Señorío. Fueron precisamente sus bellotas las que sirvieron para dar vida y continuidad al frondoso roble en el que en palabras de Labayru, «se hallan alegóricamente representadas las libertadas vizcaínas»
Más ciclos, y retornos de retoños.

Pero es así, parece, que lo más vasco, lo vasquérrimo, viene a juntarse con otras cosas. Miren usted por dónde. El propio nombre Guernica-Gernika, que dicen no es palabra vascuence ni se traduce en esa lengua, parece que muestra una ascendencia celtíbera, de una raíz Kern- (cuerno); de donde se estima que el lugar pudo haber llevado ese nombre por su probable dedicación, como lugar sagrado de reunión, al mismísimo Kernnunnos, el cornudo, cuya representación, ya se sabe, es un ciervo astado asaz.

En fin.

De Tāne a Kernnunnos, de paso por Kronos, es mucha distancia para una sola noche.

Viajar cansa. Y lleva tiempo. Y no es tiempo circular, precisamente.

Hay que descansar.

domingo, 3 de enero de 2010

Gimnasia y esgrima

Estaba recostado bajo un árbol tratando de conciliar un poco de ese sueño grato de la tarde. Una silla cómoda, sol de verano, plácido. Un fraile solía decirme que lo canónico eran unos mágicos 15 minutos. Sí, entiendo…

Eso es así. Si hay noches.

Porque las noches, como todo el mundo sabe, no son para dormir: son para velar. Más todavía si uno es padre. He vuelto a recordar en estos días las noches largas de pasillos de hospital de años de mi vida y de las vidas de los míos. Días sin día y noche. Noches sin madrugadas. Conocí eso cuando tenía pocos años y nunca se me ha permitido que lo olvide del todo.

En esos casos, lo que hace el tiempo es a veces curioso. Se apelmazan las horas, se va de una cosa a otra sin que haya un concierto de propósitos, aunque parecería que hay uno solo. Pero no es que nada más es algo anómalo. Todo es –se vuelve- una alteración. No es que haya un momento de zozobra y, aparte, el resto del día. Sí hay algo que hace las veces de eje, y en torno a él vamos y venimos. Pero el eje es tal y está hincado de tal modo en nuestro tiempo que desencaja todo el resto y lo obliga a una torsión. Es tan excluyente como molesto. Y, lo más curioso, es que a veces -¿parece?- es necesario. Agridulce, claro.

Ahora bien: un día es otra cosa. Tiene cierto organismo, se mueve de un modo gracioso: una organización plástica, como mecánica aunque viva y como libre. Un día-día de una vida-vida es distinto. Fresco y liviano, aunque estemos cargados de cosas; feliz y amable, aunque nos topemos con desengaños y tristezas.

Pero, cuando hay un cuerpo extraño, un remolino, las cosas giran y se alinean de otro modo y de algún modo ¿buscan? ¿tienden a? romper al girar lo que hay a su alrededor. Una araña en el centro de su tela, absorbente y fatal.

El sol está bastante más fuerte. Un poco de agua. Y, si hay alguna posibilidad de sueño, habrá que buscar por un rato algunos rincones frescos de la casa o de la cueva. A deambular, pues.

La escena –que veo empezada- es algo previsible. El colorado gigantón Hamish recibe a su viejo compañón de la infancia, William Wallace, que vuelve al clan Campbell después de tantos años lejos. El encuentro es simpáticamente áspero, aun cuando se reconocen.

Es una boda. Hay bailes y juegos y destrezas y comida. Niños que corren, gentes que conversan y ríen, cerveza, guirnaldas. En fin, lo visto. No sé por qué pero, de algún modo, creo que Tolkien logró una especie de tópico con sus fiestas de la Comarca y, tal vez, a partir de allí la imaginación se haya hecho un poco más pobre o perezosa. O tal vez ya lo era y, gracias a él, se nota.

El asunto ahora es que los ingleses no le permiten llevar armas a los escoceses. De otro modo, como dice Hamish, el desafío que le lanza a William habría sido con espadas, tal vez hachas. Será con una piedra. Pesada, negra. Hay que tirarla lo más lejos que se pueda. Gana Hamish, claro. Y se ufana de su rudeza eficaz.

Wallace, al parecer, sabe más cosas. Lo reta a un duelo desigual. Tomarán cierta distancia. Hamish tendrá como arma otra vez la pesada piedra negra y se la arrojará a Wallace, que no podrá mover los pies del suelo. Hamish debe tratar de acertar. Si lo hace, se entiende, es casi seguro que aplastará a su contrincante. Lanza. Y falla.

William Mac Aulish, a su vez, toma su arma: un guijarro insignificante. Lo arroja y pega certeramente en la frente de Hamish Campbell. Lo marea primero y lo hace caer inmediatamente después. William gana el duelo, claro.

He visto la película varias veces, con suerte diversa. Esta vez, no logra retenerme. Vuelvo al jardín y a la silla bajo el laurel y el tala. No habrá sueño. Que haya reposo.

Mientras vigilo a mi objetivo nocturno, ahora en el día excepcionalmente acuático, vuelvo al tiempo, a cierta especie del tiempo. Y pienso en esa esgrima que nos impone, o nos propone. O que nosotros le proponemos a él. O logramos imponerle.

Uno de nosotros tiene una piedra grande, lustrosa y negra. El otro, un guijarro insignificante.

Si acierta el caballero de la piedra negra, el otro será aplastado. Si acierta el caballero del guijarro, habrá vencido y habrá bastado para poner a su adversario a la distancia conveniente.

Interesante. A veces es posible. Creo que habitualmente nos hacemos a la idea de que el tiempo, de que cierto tiempo y sus cosas, nos aplastarán.

Pero, a veces, en esa esgrima, un guijarro insignificante, cosa de nada, mantiene a raya al tiempo. O mantiene a distancia a cosas que son del tiempo o que son en el tiempo y que, de acertar con nosotros, terminarán aplastándonos.

Y tal vez con un guijarro de nada (no tanto, no tanto…), logramos acertarle en el mismo entrecejo a alguna de aquellas cosas que querrían adueñarse del tiempo y de nuestro tiempo y de nuestra vida en el tiempo o de nuestras cosas en la vida en el tiempo.

Con todo y eso, acertándoles, nos libramos de cierta especie de temporalidad tiránica y de lo que viene con ella. Porque si ellas nos arrojan una piedra pesada y negra, y resulta que aciertan, nos aplastan y de algún modo dejamos de ser nosotros y nuestras cosas dejan de ser de algún modo nuestras. Y, de algún modo, ya no tendremos una vida. Y ese tiempo y sus cosas serán el caballero de la piedra negra vencedor.

Es difícil. Pero, como William Mac Aulish, deberíamos prepararnos, modelarnos con cierta gimnasia para esa esgrima.

Mis meditaciones se diluyen a esta altura. Igual, mientras me dispongo a seguir la vela, juego distraído con una piedrita redonda y ambarina entre mis dedos.

Uno nunca sabe.

sábado, 2 de enero de 2010

Homenagem

El año pasado, me propuse escribir un fado.

¿Por qué? ¿Cómo ‘por qué’?

Supongamos que, entre otras cosas, quería probar que no se puede escribir un fado si uno no es portugués.

Pero, además, quería escribirlo en español como si fuera portugués, para que cuando se tradujera al portugués no hubiera casi merma. Un ejercicio, diría, reflejo: componer en español como si el español fuera la traducción del portugués. Y eso para probar que no se puede.

Me llevó un tiempo, viera. Casi un par de meses. Y lo hice. Lo hicimos, en realidad, porque MM, paciente paulista, me ayudó con acuidad y buen tino a completar la obra. Y allí quedó el asunto, porque el destino que verdaderamente llevaba no lo sabía.

Hace unos pocos días, volvió el fado. Y con oferta melódica. Miré usted. Cuánto honor.

La insistencia, la voluntad de vivir de este pobre fado (pobre en este caso la mano del dizque fadista, claro…), se me hace que me obliga a darlo a la luz, impúdicamente.

ver

Fado del gozo de fado

Fado triste de estos años.
Los ojos que ven pasar
un amor, los desengaños,
como las olas del mar.

Fado de agua de estos ríos
que lavan el tiempo y son
aires de un fado, sombríos
acordes del corazón.

La noche que el fado canta
no tiene estrella ninguna
y es agria miel la garganta
que a un amor desconsolado,
le dice: noche sin luna,
triste amor..., como este fado.

Cuando se olviden las penas,
si olvida el pecho dolido,
el fado que va en las venas
dirá de otro amor perdido.

Y si es fado que no llora,
ojalá ni voz le des.
Sólo al llorar enamora
el fado, si es portugués.

La noche que el fado canta
no tiene estrella ninguna
y es agria miel la garganta
que a un amor desconsolado,
le dice: noche sin luna,
triste amor..., como este fado.

Mas con saudade, algún día,
un fado nuevo dirá
saudades de una alegría
que alguna vez llegará.

Y un día, verás, diremos
–la sola voz, la guitarra–
el gozo que conocemos
del fado que nos desgarra.

La noche que el fado canta
tiene estrellas, ya no es bruna.
Y es luz y miel la garganta
que al único amor amado,
le dice: noche de luna,
dulce amor..., como este fado.
La traducción portuguesa dice:
Fado do gozo de fado

Fado triste destes anos.
Os olhos que vêem passar
um amor, os desenganos,
como as ondas do mar.

Fado de água destes rios
que lavam o tempo e são
ares de um fado, sombrios
acordes do coração.

A noite que o fado canta
não tem estrela a brilhar
e é mel azedo a garganta
que a um amor magoado,
lhe diz: noite sem luar,
triste amor…, como este fado.

Quando se esquecem as dores,
se esquece o peito doído,
o fado que nas veias corre
cantará outro amor perdido.

E se é fado que não chora,
oxalá nem voz lhe dês.
Só ao chorar enamora
o fado, se é portugués.

A noite que o fado canta
não tem estrela a brilhar
e é mel azedo a garganta
que a um amor magoado,
lhe diz: noite sem luar,
triste amor…, como este fado.

Mas com saudade, algum dia,
um fado novo dirá
saudades de uma alegría
que alguma vez chegará.

E um dia, verás, diremos
– a voz solitária, a viola–
o gozo que conhecemos
do fado que nos desola.

A noite que o fado canta
tem estrelas, céu a brilhar.
E é luz e mel a garganta
Que ao único amor amado,
lhe diz: noite de luar,
doce amor…, como este fado.

Tal vez usted no sepa de qué va el fado. No está bien eso, pero puede ser. Pero, si es así, entonces es del todo injusto que crea que se entera por esto que un servidor intentó, haciendo de letrista.

Mejor es oír fado de verdad. Y no: no compare. Oiga.









¿Vio?

¿Entendió?

¿Sí?

Listo.

viernes, 1 de enero de 2010

Umbral

A veces, Señor, uno está tentado de decir que si querías que fuéramos como lirios del campo nos deberías haber dotado de una organización más semejante a la de un lirio. Pero ése, supongo, es precisamente tu gran experimento. O no, no un experimento pues Tú no necesitas andar averiguando cosas. Tu gran empresa, más bien. Hacer un organismo que también es espíritu; realizar ese terrible oxímoron, un “animal espiritual”. Tomar un pobre primate, una bestia llena de terminaciones nerviosas, una creatura con estómago que necesita ser llenado, un animal de cría que desea una pareja, y decir “ahora arréglatelas: sé un dios”.
Esto dice C. S. Lewis en el capítulo 4 de Una pena observada.

Este año, me late, va a ser un año memorable.

¿Usted dice ‘duro’, ‘difícil’, ‘peligroso’, ‘terrible’?

Dije lo que dije: memorable. Y digo además que me parece que va a poner a prueba el oxímoron terrible ése del que habla Lewis. Como también digo que “…sé un dios” es un convite-mandato que estará a la orden del día. Y nos medirá.

Sin ser ese “dios”, el hombre parece que no podría ni siquiera ser realmente hombre. Y hoy, menos.

Claro. Está el tiempo y los tiempos. Tiempos duros, dicen que son éstos. Llenos de expectativas y de signos y de pesquisas de signos.

Pero no hay que confundirse. El tiempo que importa es principalmente Kairós. Y los signos serán los signos del Kairós.

A esto se refiere san Agustín cuando dice en las Confesiones (XI, 11):
¿Quién podrá detener el corazón del hombre para que se pare y vea cómo, estando fija, dicta los tiempos futuros y pretéritos la eternidad, que no es futura ni pretérita?
De esto habla Jesús con saduceos y fariseos (Mt. 16, 1-3):
Los fariseos y los saduceos se acercaron a él y, para ponerlo a prueba, le pidieron que les hiciera ver un signo del cielo.

Él les respondió: "Al atardecer, ustedes dicen: "Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo como el fuego". Y de madrugada, dicen: "Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro". ¡De manera que saben interpretar el aspecto del cielo, pero no los signos de los tiempos!

Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro signo que el de Jonás". Y en seguida los dejó y se fue.
De lo mismo habla san Pablo esta vez (Rom. 13, 11-12):
Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe.

La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz.
Y esta otra vez (Ef. 5, 15-17):

Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos.

No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor.

Y otra vez más (Col. 4, 5):
Compórtense con sensatez en sus relaciones con los que no creen, aprovechando bien el tiempo presente.
Y de lo mismo san Pedro (1 Pe 1, 11-12):
Ellos (los profetas) trataban de descubrir el tiempo y las circunstancias señaladas por el Espíritu de Cristo, que estaba presente en ellos, y anunciaba anticipadamente los sufrimientos reservados a Cristo y la gloria que les seguiría.

A ellos les fue revelado que estaban al servicio de un mensaje destinado no a sí mismos, sino a ustedes. Y ahora ustedes han recibido el anuncio de ese mensaje por obra de quienes, bajo la acción del Espíritu Santo enviado desde el cielo, les transmitieron la Buena Noticia que los ángeles ansían contemplar.

En todos esos pasajes de las Escrituras, la palabra griega que se usa es kairós. Y, en todos los contextos, se usa intencionalmente. Connota del mismo modo y se refiere a lo mismo.

Creo que habrá más necesidad de Kairós que de Chronos en los tiempos de este año, por tentador que resultare tener el cronómetro en la mano. Vamos a ser medidos por el tiempo, no a medirlo. Vamos a ser medidos por Kairós.

Contar menos las horas, mirar más a lo que dicta las horas, como dice san Agustín. Para entender mejor. Los tiempos y este tiempo. Y los signos. Pero más que ninguna otra cosa para estar más atentos a lo significado por los signos que a los meros signos. Y que haya luz.

Y se me hace que quien no quiera ser un dios, en el sentido que dice Lewis, quien no quiera vivir según ese Kairós, sufrirá de más. Y hará sufrir.

Y así se hará más difícil no ser opaco. Y se hará mucho más difícil todavía hacer aquello difícil que decía y pedía Newman de que las propias tinieblas se vuelvan luz para los demás.