domingo, 22 de noviembre de 2009

El Rey que viene

Denethor II era un hombre noble y grande, senescal regente de Gondor, más exactamente el 26°.

En Gondor, el último rey anterior a Elessar-Aragorn había sido Eärnur, en el 2050 de la Tercera Edad, y su senescal fue Mardil, el primero de los regentes del reino de una línea que duró más de 900 años, que se había hecho hereditaria y que por ello recibió finalmente Faramir, en el 3019, cuando Denethor, su padre, murió arrojándose a las llamas y al abismo de su desesperación.

Estos senescales regentes fueron instituidos en un principio para evitar contiendas de pretendientes al trono de los herederos de Isildur, cuando el rey Eärnur cayó en manos del señor de los Nazgûl y desapareció.

Por raro que parezca en hombres de semejante estatura, como la gran mayoría de sus antecesores Denethor no esperaba la vuelta del Rey, pese a que su cargo de senescal regente tenía ese término preciso: senescales regentes hasta el regreso del Rey. Durante muchos años, Denethor sospechó siempre de Gandalf e incluso cuando supo de Aragorn le temió, creo que lo odió y envidió en parte y lo apartó finalmente todo lo que pudo de Gondor.

Era un hombre grande y sabio, pero sentía que Gondor le pertenecía y quería perpetuar su casa –naturalmente provisional en relación con el reino–, a través de su hijo preferido, Boromir. El propio Boromir estaba imbuido de esa doctrina y, mal que bien, también él quería la grandeza de Gondor… bajo los senescales, no bajo el Rey. No esperaba al Rey tampoco él y también receló a Aragorn cuando supo que el trono de Gondor era su herencia. Al momento de morir, sin embargo, la nobleza y grandeza de Boromir le permitieron ser quien realmente era y reconoció a su señor.

El asunto, entonces, es el Rey que viene.

Y, entonces, el asunto es también si los senescales regentes lo esperan realmente, y ansían su Venida para entregarle el reino que quedó a su cuidado de ellos, precisamente, hasta que el Rey vuelva.

A dos cuestiones difíciles tuvo que enfrentarse Denethor.

En primer lugar, como sus antecesores, tenía un sus manos un reino nobilísimo entre los hombres, pero no era rey. Y debía recordar que no lo era y esperar al Rey que vuelve. Y ya fuera porque amaba reinar aun sin ser rey o porque amaba la grandeza de Gondor más que al Rey que la hacía tan noble, no creía que el Rey fuera a volver, como muchos de sus antecesores y contemporáneos.

En segundo lugar, Denethor era hombre sabio y grande en dones. Tenía la capacidad de ver más allá de lo inmediato y era en ese sentido un gobernante de fuste. Pero en aquello que era grande fue probado: su misma mirada fue obnubilada y de allí su desesperación. Probablemente la muerte temprana de su esposa, Finduilas de Dol Amroth, lo sumió en la amargura, la tristeza y el silencio. Como probablemente un celo amargo por conservar la dignidad de Gondor (sin más rey que los senescales…), lo obligó a frecuentar uno de los 7 Palantiri para descubrir y anticipar los planes de Sauron.

Tal vez convenga recordar al paso que estas esferas de cristal eran obra de los Noldor, hábiles en tantas obras con metales y piedras, muchas de las cuales fueron peligrosas para los hombres o mal usadas, como los Silmarilli.

Precisamente era Sauron quien había quedado, después de idas y vueltas, en poder del Palantir mayor que había robado de Osgiliath; y precisamente era ése el que en cierto modo controlaba a los 6 restantes, y por cierto al que frecuentaba Denethor, con su pasión desordenada de cierta omnipotencia.

Es cosa curiosa. Sobre el fin de sus días, ya en medio de la Guerra y prestos a combatir en la decisiva batalla de los Campos de Pelennor, una de las últimas visiones de Denethor fue la de una flota de Corsarios que remontaba el Anduin con rumbo a Gondor, para sitiarla por agua. Esa escena probablemente desesperó aún más al senescal y le hizo pensar y sentir que todo estaba perdido pues, atacado por todas partes y de tal manera, Gondor no se salvaría. De allí que, creyéndose sin hijos que lo sucedieran y con semejante prognosis (y sin esperar al Rey…), el suicidio le pareció la única salida. Como Sauron podía controlar las visiones, seguramente le ocultó la verdad sobre esa flota. Denethor, al fin, se arrojó al fuego con la piedra visionaria en la mano, todo un símbolo.

Es el caso que en Orthanc, la torre en la que gobernaba y vivía Saruman, había otra de estas piedras visionarias. También a través de ella Sauron controló al gran mago, haciéndole imbatible a sus ojos el poder oscuro de Mordor, y manipulando su voluntad, que debió haber sido poderosa, pero torcida, lo convenció de que había que poner el bien y el poder al servicio del poder y del mal.

Una vez que cayó Orthanc y con ella Saruman, Aragorn tuvo acceso a ese Palantir y vio en la piedra una escena similar a la que vio Denethor: la flota de Corsarios navegando el Anduin y aprestándose a atacar Gondor. Lo vio antes que Denethor y con esa información a la mano, resolvió intentar la maniobra de tomar la flota, desalojarla de Corsarios y dirigirse a Gondor, pero esta vez a colaborar con la defensa de su reino, con un ataque arriesgado y sorpresivo. Así lo hizo. Y era él y eran sus hombres -y no los Corsarios- los que iban a bordo de las naves en la escena que Denethor vio en el Palantir, aunque el senescal, manipulado por Sauron y por su propia desesperación, no los vio.

Parece claro que la voluntad y el corazón de Aragorn no eran la voluntad y el corazón de Denethor. Sus fines no eran los mismos y sus respectivas inteligencias, finalmente, no estaban mirando las cosas del mismo modo y tal vez ni siquiera estuvieran mirando las mismas cosas. Sus esperanzas y expectativas diferían. Y parece que, viendo de algún modo lo mismo, vieron cosas distintas y obraron de modo diferente.

Para los amantes de las fechas, diré que, según los registros, Denethor se suicidó un 15 de marzo.

Otro 15 de marzo, pero de 1981, moría en Buenos Aires Leonardo Castellani.

Rumbo a la Argentina, el 22 de diciembre de 1946, a bordo de un buque –el Naboland–, escribió estos versos, desmañados aunque suficientes:
Como un petrel que sobre la erizada
superficie del mar plúmbea y movida
volando sin cesar toda la vida
y con las olas por precaria almohada

la su indígena playa ya olvidada
toda esperanza de volver perdida
así boga mi alma mal dormida
sobre una eterna soledad salada.

Sólo un oscuro instinto la encamina
un increíble esfuerzo la sostiene
un fuego la alimenta y determina
el aire la mantiene

hacia el bajel azul de un rey que viene
hacia un sueño de amor inmenso y lene
y una ignota golconda diamantina.