Garcilaso de la Vega se apresta a recibir a Don Juan de Austria, en el cielo de los grandes de España
He venido a servirte en lo que mandes,
Sire, soy Garcilaso de la Vega,
y ahora es otoño en tu rincón de Flandes.
Es otoño y octubre y sé que llega,
Serenísimo Juan, pronta la muerte
que viene a darte paz en esta brega.
Y estamos hermanados de esta suerte:
octubre es nuestro puerto de partida,
cuando el otoño su borgoña vierte.
Y hermanos somos en dejar la vida
por amor a Don Carlos, cautiverio
que nos da gloria, sin dolor ni herida.
A Felipe, Don Carlos dio el imperio.
Pero tuyo es su fuego solamente,
tuya es la luz del sol y su misterio.
Tuyo el ardor amante, el insolente
destino, el mundo y ese grito osado
de dar batalla contra la corriente.
Yo sé que Alteza nadie te ha nombrado
ni te hicieron Infante de Castilla.
Pero el cielo y el mar te han coronado.
Y en tu corona de grandeza brilla
más que el oro y diademas, tu grandeza,
que más que nada brilla de sencilla.
De mi sangre en mi canto di belleza
y hoy la traigo a tus pies. Vengo a decirte
la alteza de tu luz y tu nobleza.
Quise venir, Don Juan, a recibirte
para cantar con gozo a tu memoria
y algo del gozo de tu luz pedirte.
Aquí, Señor Don Juan, no hay más historia
ni traición, no hay más pena, ya no hay celo:
todo es gloria, Señor, ya todo es gloria.
Llegó hasta el cielo en tu coraje el vuelo.
Ya eres el vuelo mismo. Y mi alegría
por tanto cielo que trajiste al cielo.