jueves, 24 de septiembre de 2009

El día y la noche

¿A usted le cantan los gallos? ¿No? A mí, sí.

Venía hace poco de una reunión nocturna, a la madrugada, y el gallo de enfrente –que siempre canta– cantó a esas horas con un ánimo y un timbre tales, que me recordó, inmediatamente, que había negado a Cristo muchas más veces que las tres de Pedro.

Lo cual no me hace mejor que Pedro, sino peor, fíjese lo que le digo. Y tanto peor. Porque en estas materias, más es menos.

Me fue de gran consuelo el canto del gallo en medio de la madrugada. A veces pasa. A veces ciertos cantos de ciertos gallos le recuerdan a uno no solamente la floración del día y las luces que advienen, todavía en la noche de la vida. A veces el gallo nos recuerda más inmediatamente la oscuridad, nos recuerda que andamos en cierta oscuridad. Y que se viene el día y la mañana, claro que sí.

El gallo, siempre, aunque mida traiciones y desatinos, es esperanza. Siempre.



Y lo que son las cosas. ¿Nunca le pasó confundirse con la luz, más que con las sombras? Y no con la luz del día, esa que anuncia el gallo, sino con las luces de la noche, si se entiende lo que quiero decir.

Más de una vez, anda uno perdido en la vida. Perdido de no encontrar su casa. Las cosas que le son a uno “su casa”, no la casa de uno, literal y necesariamente. Aquellas cosas hacia las que estamos yendo –sabiéndolo o sin saberlo– y que son como el término -puerto y objeto- de nuestros afanes. Y hasta el puerto que teníamos señalado en la frente al nacer. El término que debe ser y no siempre sabemos que es. Pero es. Aquello incluso que de algún modo nos mueve suavemente sin que lo sintamos o sepamos del todo.

Podría pasar que fueran luces a la distancia lo que uno no distingue. O que las luces que ve no fueran las luces que uno anda buscando. O que no fueran aquellas que lo guían hacia donde va. Luces son, claro, pero no lo son para mí.

E, incluso, si no son las luces de aquello que a uno le es su casa, es lo mismo que nada, me parece. O casi nada. Relumbrones podrán ser, o no. Luces que confunden más que iluminar, por buenas que fueren.

Puede pasar, claro que sí.

Se viene la noche, el follaje de las cosas de la vida ni siquiera deja pasar la luz de la luna, que, con ser luna y todo, a veces es misericordia de luz en medio de la noche, atisbo de luz. Lo suficiente como para que uno no ande en tinieblas.

Claro que la luz de la luna no es la luz del sol, pero a veces uno no está para luz de sol, por falta de ojos. Y apenas le dan los ojos para la luz de luna. Pero puede pasar que ni eso, por el follaje de la vida. Y con esa cerrazón de noche sin luna por el follaje y luces confusas a lo lejos, se haga difícil llegar a casa.

Y a veces pasa, por volver adonde salimos, que el canto del gallo nos recuerda dónde estamos. Y a dónde vamos. O hacia dónde estábamos yendo cuando nos perdimos.


lunes, 21 de septiembre de 2009

Epifanía del zorzal


Si este dolor zorzal canta, es un triste
murmullo de zorzal, una garganta
en pena de zorzal, canto que embiste
la tarde cuando su nostalgia canta.

Mas si es zorzal la tarde, ya no es triste.

Si este sauce zorzal que silba y llora,
traza en verde zorzal a la mañana,
por el aire zorzal que la enamora
se vuelve luz primera en tu ventana.

Mas si es zorzal el alba, ya no llora.

Noche zorzal no vi. Silencio y nada
es la sombra zorzal que cubre el cielo.
Pero un fuego zorzal, en la callada
noche, madura ya la voz en vuelo.

Y si es zorzal la noche, ya no es nada.


domingo, 20 de septiembre de 2009

¡Voistino voskrese!

Ya lo dije en estos días: septiembre bien puede ser marzo, y viceversa, en más de un sentido.

Por ejemplo, dicen los que dicen que saben que, el 22 de septiembre a las 21:18 de lo que llaman ahora tiempo universal, se producirá el equinoccio de primavera para el sur y el de otoño para el norte. El sol, dicen, pasará por el punto donde la elíptica cortará el Ecuador celeste. Los puntos de Virgo y Piscis, dicen.

El sol, dicen, saldrá ese día exactamente por el este y ese día se pondrá, dicen, exactamente por el oeste.

Yo, por mi parte, digo que me parece muy bien.

Pero, estoy pensando en otra cosa.

Por ejemplo, que la primavera es florida, como la Pascua lo es. Que la primavera es el signo de las resurrecciones. Y de la Resurrección, que fue en primavera. Y está bien.

¡Hristós voskrese! dicen para esa época los rusos en sus liturgias (de hecho, dicen Христос васкрсе!). Y lo dicen cuando se encuentran por la calle, en cualquier parte, en sus saludos, durante todo el tiempo que va desde la Pascua hasta la fiesta de la Ascensión. Los saludados, a su vez, responden ¡Voistino voskrese! (es decir, Ваистину васкрсе!)

¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

Y digo que la primavera -aunque sea en el sur- es el tiempo que nos han dado para recordar que lo que vemos -hasta el zorzal y la calandria que oímos- es el signo de que Cristo ha resucitado.

Ventajas que tiene el sur, al fin de cuentas.

Podemos recordar dos veces al año, al menos dos veces al año: ¡Hristós voskrese!



viernes, 18 de septiembre de 2009

La calandria gallarda y el zorzal de Monteverdi

No tengo modo fácil y perito de explicar exactamente lo que oigo en los cantos de la calandria y del zorzal.

Por eso.

Que la música hable de la música.

Allá por 1624, parece que Claudio Monteverdi tomó un bellísimo madrigal de Carlo Milanuzzi y le puso música. Milanuzzi, hay que decirlo, era compositor, poeta y pretre, a la vez.

Si dolce è 'l tormento, primer verso y título del madrigal, son palabras que no le vienen mal a un zorzal, creería yo.

Hay varias versiones de esta obra. A mí, me gusta una imperfecta, según se mire. Porque hay quienes dicen que el tenor Marco Beasley no sigue cánones para cantarla como se debería.

Yo -que de música ni pío...- digo que lo más probale es que la sangre materna napolitana de Beasley (no la paterna inglesa, claro...) entienda mejor la obra que cualquiera que siga a pie juntillas el reglamento.

El caso es que lo que oigo en este madrigal, creo que es lo mismo que oigo en el aire del trino del zorzal.





Más o menos para los mismos años, un compositor alemán, Samuel Scheidt, compone una tal Gagliarda Battaglia, pieza para cinco bronces, inspirada en músicas militares de la época, que combina las fanfarrias al uso con una suerte de arte aparte que por entonces había.

Guardianes de las torres fortificadas solían comunicarse entre sí a través de sonidos diversos que combinaban. Y tan bien parece que lo hacían, que algunos compositores tomaron inspiración de ellos para componer. Scheidt es uno de esos compositores.

Y esa característica es en parte lo que hace que asocie esa Gagliarda con la calandria. Pero no menos el tono mismo: vibrante, sí, pero oyendo a la vez que, a su vivacidad y variación, se le cuela una nota leve, tal vez en la sonoridad misma de las trompetas, tan gagliardas ellas.


Tórtolas de bramido

Hubo una serie, hace ya un par de años, que nació de unos versos de Guillermo Etchebehere, hechos milonga por Atahualpa Yupanqui.

Fue por veredas raras la serie. Si hasta dos versos de allí fueron a dar a otros versos, como brotan de raíces los retoños de ciertos árboles. Y no que el retoño sea mejor que las raíces, se entiende.

Sigue pareciéndome que esa milonga dice bien. Y sigue pareciéndome que los dos versos finales hacen un par sin par. Y bien está esa forma de decir en cada estrofa que lo que el árbol tiene de florido viene de lo que tiene sepultado (aunque mejor, me parece, y disculpen...)

Como creo -repito y volviendo a esos versos-, que está bien, por vía poética y paradojal, eso de que las raíces que alimentan las floraciones tienen que tener la dulcedumbre de los leopardos dulces y el bramido de las tórtolas bramantes.

Raro, si lo pienso. Pero no tanto, si uno se pone a ver.

Después de todo, lo más poderoso es lo más dulce y nadie puede igualarlo en eso. Como el bramido del más manso, y sólo él, puede abrir el cielo.



Más tendrá que ser

Y después, está el viento.

Por momentos el cielo aclara y deja una llovizna tenue de nada, mojadora. Pero está el viento, y el viento hace a la garúa cortadora, picante.

Revoltijo de brotes hace este viento, turbiones de pelusas, amagos de flores, cosas de septiembre.

Los estoy mirando y me parece que peligran los mínimos como azahares de la cidra que me traje de México, hace casi ya diez años, y que brotaron recién este año por primera vez. La planté semilla y hubo que esperar años. Ya tiene más de tres metros de alto. Su aspecto de limonero espigado, que de la familia es. Y unas espinas que amedrentan.

Claro que con los bandazos a sesenta kilómetros por hora, y por muy de Jalisco que vengan, los azhares de la cidra tendrán que ser fuertes. Más fuertes tendrán que ser.

Nacer por primera vez tan lejos de la tierra madre y que te reciba este viento...

Pero no es cosa de la cidra, nada más. Cualquiera, después de todo.

Con vientos así -en el aire, en la vida, en el alma, en la historia-, florezca uno por primera vez o ya no tenga -o casi ni dé- flores ni frutos, más fuerte tendrá que ser. Más fuerte que el viento.

Pero, no se engañe, mi amigo. ¡Qué viento! Da gusto.


Maitiak galdegin zautan

Hay que aprovechar la lluvia.

Por ejemplo, tengo desde hace unos pocos días un gajo de una vid que viene de tiempos de mi abuelo. Lo hizo para mí mi madre, la dedos-verdes.

Hace poco me traje el gajo a casa y esta lluvia es una bendición. Lo veo desde la cueva. Lo vigilo, en realidad. Empeño inútil. Una vid es como una cultura, tal vez es demasiado para una sola vida de hombre.

Pero una tradición de vid es una tradición -entre tantas otras- que tiene que pasar. Después de todo, ¿qué sería un ítalo si no tuviera una vid heredada?

Pero la música cuenta, claro. También con lluvia.

Como esta cancioncilla popular de los eúskaros, que va de maravillas con esta lluvia. Y ni que decir lo bien que va con mi expectativa de parral.
Maitiak galdegin zautan,
polita nintzanez (bis, o berriz, si prefieren)
polit, polit nintzela baina,
larrua beltz, larrua beltz.

Maitiak galdegin zautan,
premu nintzanez (bis)
premu, premu nintzela baina,
etxerik ez, etxerik ez.

Maitiak galdegin zautan,
boltsa banuenez (bis)
boltsa, boltsa banuela baina,
dirurik ez, dirurik ez.

Maitiak galdegin zautan,
lana banuenez (bis)
lana, lana banuela baina,
gogorik ez, gogorik ez.

Gaixoa, hil behar dugu,
guk biok gosez (bis)
gosez, gosez hil behar baina,
elkar maitez, elkar maitez.

Una traducción libre, dicen que dice esto:
Mi amada me preguntó si era guapo
mi amada me preguntó si era guapo
guapo, guapo era,
pero con la piel negra, con la piel negra.

Mi amada me preguntó si era primogénito
mi amada me pregunto si era primogénito
primogénito, primogénito era,
pero no tenía casa, no tenía casa.

Mi amada me preguntó si tenía bolsa
mi amada me pregunto si tenia bolsa
bolsa, bolsa si tenía,
pero dinero no, dinero no.

Mi amada me preguntó si tenía trabajo
mi amada me pregunto si tenía trabajo
trabajo, trabajo tenía,
pero ganas no, ganas no.

Pobres hemos de morir nosotros dos de hambre
pobres hemos de morir nosotros dos de hambre
de hambre, de hambre moriremos,
pero moriremos queriéndonos, moriremos queriéndonos.



jueves, 17 de septiembre de 2009

Lluvia de septiembre



Como todo el mundo sabe, y según se mire, septiembre bien puede ser marzo. Y viceversa.

Y así es como la primavera es el otoño, según se vea, porque a veces septiembre es un otoño y marzo una primavera. Y viceversa.

Entonces, mientras por ejemplo el norte y el sur levantan sus emblemas de hojas secas o brotes renacidos, disputándose las primicias de la vida y de la muerte, creo que definitivamente lo mejor es un madrigal.

Algo que, al menos por unos tres minutos, aplane las diferencias entre una cosa y otra y haga olvidar las distancias entre lo que se apaga en marzo y lo que estalla en septiembre. Y viceversa.

Y estoy seguro de que lo mejor es un madrigal de un mes neutral. Digamos mayo, por ejemplo.

Un madrigal de lluvia de mayo, ahora que llueve en septiembre.

Algo que suene tan amablemente meláncolico como un otoño de septiembre. O como un zorzal de septiembre.

Ahora que cantan los zorzales. Porque es septiembre. Y llueve. Como si fuera otoño.


A ver las aves

Dicen, con razón, que la calandria imita el canto de otros pájaros. Que varía, que va de trino en trino, incluso de sonido en sonido y que llega a imitar hasta el silbido humano.

Por eso la llaman Mimus saturninus. Los anglófonos -especialmente en los States- les dicen mockingbirds. Imitadores –mimus-, burladores. Tanto da. Son compositoras las calandrias. Hasta combinan sonidos distintos de varias aves o no y componen con varios de ellos una melodía propia.

El oído del ignaro tanto como los ornitófilos, coinciden, sin embargo, en que su canto tiene una nota melancólica, probablemente propia, dicen los que oyen con grabador en mano, no imitada. Como si dijera uno que cuando canta ella, aparece la melancolía.

Pero a mí, qué quieren que les diga, me traspasa el zorzal. Su canto es lo opuesto al de la calandria: monótono para los entendidos; tiene aunque distinta una nota de melancolía, mucho más nítida e indiscutida. Pero tiene a su vez una consistencia que no le hallo a la calandria, si me disculpan los del otro bando. Porque, claro, allí también hay bandos, ¡cómo no! Calandrias versus zorzales.

Debo decir que no cualquier zorzal, sino el Turdus rufiventris que le dicen, el zorzal de vientre colorado, o chalchalero, para algunos, pero eso no sé yo si es así.

Tengo en mi memoria atardeceres de toda laya, transidos ellos y yo con ese canto. Tengo la memoria física de haber estado viendo clarear -tantas veces- con el pregón casi mañanero del zorzal.

Monótono, todo lo que quieran, pero me produce una alegría sin tasa. Y cuando calla, cuando las horas lo hacen callar, siento que se apaga el mundo. En estos tiempos, cuando amainan los fríos, reaparece, especialmente, al caer el sol y antes de salir. Y es un cierre glorioso de días. Y de noches.

La esperanza que me da ese canto al alba, viera usted. La placidez que me produce ver morir el día con la despedida del zorzal. Algunas tardes de lluvia, como la de hoy, por ejemplo. Apenas cesa la lluvia fuerte, en cuanto escampa apenas o parece va a, la nota penetrante, levemente ronca. Contraltada, atenorada. A veces contratenorada.

No voy a dar una batalla por las preferencias paseriformes. Pero denme a elegir, díganme “puede llevarse de este mundo un solo canto de pájaro...”, y me llevo el del zorzal.

Magnífica creatura. Puede hacer a la vez un homenaje a la belleza de este mundo y ponerle una nota suave de sic transit gloria mundi, y ser ella misma una gloria mundi, en un muy otro sentido, claro.

Y pienso ahora que lo digo que bien puede ser verdad eso de que la creativa calandria multiforme y el monótono zorzal sean ambos melancólicos y nostálgicos, tal vez mejor.

Eso que llaman la monotonía del zorzal, es la nota de eternidad que suena en su canto punzante y reiterado. Y cada frase es a la vez única. Y plena. Como pleno suele ser lo único. Y lo eterno. Y por esa nota de eternidad clama el zorzal, mientras va en el tiempo. Con nostalgia, claro, que suena a melancolía.

Y otro tanto con la calandria versátil, que quién sabe cómo sabe que el todo es mucho más que la suma de las partes, por variadas y muchas que fueren las partes. Y extraña el todo, aunque tenga a placer las partes y nada le cueste tenerlas.

Y me pregunto qué habrá querido significar Dios con esos cantos y esas notas. De qué cosas altas serán signos el zorzal y la calandria.

Pero, no me haga mucho caso.

El canto del zorzal puede hacer eso.

No sólo de vino se emborracha un hombre.

martes, 15 de septiembre de 2009

La espada y la luz

Uno de los textos que se leen hoy es el del evangelio de san Lucas (2, 33-35), y que sólo allí está:
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel y será signo de contradicción; y a ti misma una espada te atravesará el corazón para que se manifiesten los pensamientos íntimos de muchos”.
La Vulgata dice:
Et benedixit illis Symeon et dixit ad Mariam matrem eius: Ecce positus est hic in ruinam et resurrectionem multorum in Israhel et in signum cui contradicetur; et tuam ipsius animam pertransiet gladius ut revelentur ex multis cordibus cogitationes.
Otra versión del texto de san Jerónimo dice pertransibit. No le hace.

Lo que creo que hay que mirar con algo de atención es el versículo 35 y en él, más exactamente, aquello de que la espada de dolor que atravesará el corazón de la Virgen de los Dolores (hoy es su fiesta), lo hace también para que se manifiesten, queden a la luz, se revelen las intenciones, los pensamientos de muchos corazones.

No es causa de la manifestación la espada porque atraviese el corazón de María. La manifestación -en particular, un momento específico de esa manifestación- es lo que hará que su corazón sea atravesado por una espada. Y esa manifestación será la luz que ilumine lo recóndito.

En la Catena Aurea, por raro que parezca, aunque es frecuente que ocurra, san Beda, san Ambrosio, san Agustín, san Gregorio Niceno y Orígenes no se ponen de acuerdo del todo sobre esta cuestión y sus exégesis sobre este asunto son en realidad como conjeturales.

La de Orígenes, entretanto, disuena del resto, porque entiende el asunto en sentido auspicioso, positivo diríamos livianamente:
Había en los hombres pensamientos malos, que fueron revelados para que los destruyera el que murió por nosotros. Puesto que es imposible destruirlos durante el tiempo que permanecen ocultos, por lo que, si nosotros pecamos, debemos decir: "no he ocultado mi maldad" (Salmo 31, 5). Si manifestamos nuestros pecados, no solamente a Dios, sino a aquellos que pueden curar las heridas de nuestras almas, se borrarán nuestros pecados.
Es muy apretado el lenguaje profético del anciano Simeón. Creo que se entiende que la espada que atravesará el corazón de María es algo que le ocurrirá a su Hijo, no su Hijo sin más. Aunque el Hijo y su Pasión y Muerte, son espada a la vez.

Martirio del corazón, llama san Roberto Belarmino a esa espada de dolor, siguiendo a san Buenaventura y dice con él que es mayor ese martirio que el del cuerpo, asociando incluso esa espada al dolor de Jesús en Getsemaní.

El asunto es que lo que le ocurrirá al Hijo –que será esa espada para el corazón de la Virgen– será a la vez -y ahora sí también el Hijo mismo- luz que iluminará y dejará manifiesta la intimidad de nuestro corazón. Algunos asocian este pasaje de san Lucas con aquellas palabras que Jesús le dirigió a Nicodemo, según cuenta san Juan en el capítulo 3 (14-21) de su evangelio:

De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.

En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Esa serpiente de la que habla san Juan, es la de Moisés en el desierto (Números 21, 4-9), que precisamente se recordó ayer, porque era la fiesta de la Exaltación de la Cruz. De modo que, la Exaltación que será espada, la exaltación de la cruz de quien es espada de luz a su vez, nos queda junto a la fiesta de su Madre de Dolores, cuyo corazón será traspasado por la espada, que traspasando ilumina.

Y parece que se ve claro que una serpiente que no es una serpiente y cura de las serpientes que matan, es un signo de Cristo.

Esa serpiente que no es serpiente y sirve de signo de contradicción para muchos, esa serpiente, es aquella que elevada, cura. Pero, ella misma, cuando es elevada, traspasa el corazón de la Virgen. Y cuando elevada traspasa el corazón de María, ilumina de oro todo y tanto que los corazones de muchos (y los de todos, diría yo, si esto no va a causar problemas a -y con...- los traductores...) quedan a su luz del todo traspasados e iluminados por la espada que es el Verbo.

Muy bien.

Pero me parece que, de un modo que impresiona, sigue resonando en el pasaje la concisión de Simeón: una espada te atravesará el corazón para que queden a la luz los pensamientos de muchos.

Ya está dicho: Esa espada es el Verbo. Aquella que dice san Pablo (Efesios 6, 17) que
es la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.
Aquella misma Palabra, que es espada y luz, y que aparece en la carta a los Hebreos (4, 12-13)
En efecto, viva es la Palabra de Dios y eficaz, y más penetrante que cualquier espada de doble filo, y penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y los tuétanos, y escruta los deseos y los pensamientos del corazón.

No hay para Ella criatura invisible; todo queda desnudo y al descubierto a los ojos de Aquel al que rendiremos cuentas.

(Vivus est enim Dei sermo et efficax et penetrabilior omni gladio ancipiti et pertingens usque ad divisionem animae ac spiritus, compagum quoque et medullarum, et discretor cogitationum et intentionum cordis; et non est creatura invisibilis in conspectu eius, omnia autem nuda et aperta sunt oculis eius, ad quem nobis sermo.)
Simeón, dice Ana Catalina (que no explica esta profecía, sólo relata), está feliz desde que un ángel le anuncia que, a la mañana siguiente, el primer niño en entrar al templo será el Mesías y él lo verá, como pidió a Dios. Y muere feliz, inmediatamente después de haberlo viso y profetizado sobre Él y su Madre, palabras tan graves.

Y es así. Porque si bien la noticia es buena, no por eso deja de ser grave.

Tal vez, la nota de tragedia que la profecía incluye, es parte de la siempre paradojal gravedad feliz que anuncia el cristianismo. Una gravedad siempre mal entendida, me parece. Tanto por los que acentúan el dolor de la espada hasta ignorar la luz, como por los que acentúan el brillo de la luz hasta ignorar que con la espada hay algún dolor.

Y allí Simeón dice las dos cosas. Y por algo lo dice. Y por algo lo dice con semejante felicidad y éxtasis.

martes, 8 de septiembre de 2009

Natividad de María

Esta viña niña,
brotada de este gajo sin agraces ni mancha,
toda luz:
va preñada de un vino en sus parrales.

Y de ella, toda bella,
brotó la luz un día.

En racimos de gloria,
los granos luminosos de esta vid luminosa
vienen tintos de sangre
como la sangre fértil,
como este vino nuevo que fermenta
la gloria en los lagares de la vida.

¡Ay vino de este amor!
¡Ay vino de esta sangre!

Borbotones de amor son esta viña niña
y estos granos de vino que redimen.

¡Ay viña de este amor!
¡Ay viña niña de este amor!

¡Líbame el vino suave y luminoso,
de esta viña de amor que te ha hecho niña!



viernes, 4 de septiembre de 2009

Enólogos

El evangelio que se lee hoy es un fragmento de san Lucas (5, 33-39):

Ellos le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben.» Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días.» Les dijo también una parábola: «Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. «Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: «El añejo es el bueno.»
Esa última frase, precisamente, es la cuestión aquí. Y la cuestión del vino, más exactamente.

Está sólo en san Lucas. Los otros sinópticos no la traen.

La Catena Aurea trae a este respecto comentos varios sobre la oposición nuevo-viejo, que es el punto que creo que más interesa. Y que está en relación sutil con la primera parte relativa al ayuno y al festín.

Y es útil ver lo que dicen tanto con respecto a este pasaje en san Lucas, como al de san Mateo o al de san Marcos.

Respecto de nuevo y viejo, la Vulgata dice, simplemente, novum y vetus, aunque si bien no dice explícitamente añejo (hay que tener presente la connotación habitual de la palabra cuando se trata de un vino), vetus melius est, tal vez tiene algo de añejo:

Et nemo mittit vinum novum in utres veteres: alioquin rumpet vinum utres, et ipsum effundetur, et utres peribunt: sed vinum novum in utres novos mittendum est, et utraque conservantur. Et nemo bibens vetus, statim vult novum, dicit enim vetus melius est.
En griego, por su parte, en el pasaje dice palaiós.

καὶ οὐδεὶς βάλλει οἶνον νέον εἰς ἀσκοὺς παλαιούς· εἰ δὲ μήγε, ῥήξει ὁ οἶνος ὁ νέος τοὺς ἀσκούς, καὶ αὐτὸς ἐκχυθήσεται καὶ οἱ ἀσκοὶ ἀπολοῦνται· ἀλλὰ οἶνον νέον εἰς ἀσκοὺς καινοὺς βλητέον καὶ ἀμφότεροι συντηροῦνται. καὶ οὐδεὶς πιὼν παλαιὸν εὐθέως θέλει νέον· λέγει γάρ· ὁ παλαιὸς χρηστότερός ἐστιν.
Por cierto que todo está muy bien.

Si uno lee con cuidado, no encontrará nada que le llame demasiado la atención, salvo para bien.

Por mucho que Jesús tense humorísticamente las paradojas de lo bueno-nuevo y lo viejo-rotoso, al final, alguien con mayor fe que un servidor y con mayores luces, va y se lo explica a uno, por si no entendió.

Pero.

Para mí, como para muchos, igual el vino mejor es siempre el añejo.

Me gustaría saber más acerca de las costumbres de trapichar en esos tiempos. Me gustaría tomar mejores vinos, también. Pero, y todavía sin entrar en las necesarias distinciones, parece verdad que cuanto más viejo mejor. Y, vaya añadidura, que entonces Jesús equivocó los adjetivos en lo que al vino se refiere.

Y sin embargo.

En este caso, el asunto ahora es que en el pasaje añejo y viejo son deméritos o al menos menguas en la calidad. La pequeña parábola condensada que dice aquí Jesús, dicen los Padres que está llena de misericordia. Y que vestidos viejos y pellejos u odres viejos, son estados del hombre que por misericordia no deben ser probados con la potencia del vestido vigoroso y nuevo y con la calidad superior del vino nuevo.

Se entenderá fácilmente –siquiera por contexto– que un vino viejo no tiene que ser un vino añejo. Viejo puede querer decir también rancio, avinagrado, que ha perdido fuerza, que ha enrarecido su sabor, que es turbio a la vista, no traslúcido. Y, si es así, que hace mal tomarlo.

Así y todo, un vino bueno no sé qué es, en esos mismos términos, y -aunque podría arriesgar una tipología al respecto con la ayuda de otros más viejos que yo- tampoco se entiende bien por qué bueno se opondría a añejo y por qué y en qué sentido tiene que ser nuevo el vino si ha de ser bueno.

De modo que, así entendido, tenemos tres palabras para estos vinos: viejo, añejo y nuevo.

Y eso es un bonito lío. Y broma magistral, además.

Y se me hace que por entender mal esas distinciones, y no catar el sabor de esos vinos, bien pueden venir problemas mayores en otras cosas. Por ejemplo, qué es la Tradición -ay, pobre Tradición...-, es asunto que, creo, también está incluido en esta enología crística.

Conclusión por ahora: con el vino no se juega.

Y tomar vino no es entender de vinos. Por mucho que se tome.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Dos

Hoy es septiembre. Soy,
de un ya rumor de abejas matutino,
amador y vecino.
Soy del día de hoy.

Hoy es septiembre. Doy
en silencio las gracias porque vino.
Mientras, busco el camino
por donde vino. Y voy.