domingo, 14 de junio de 2009

Niebla (XIII)

Los Elfos tienen tres grandezas concéntricas, digámoslo así; entonces es al menos presumible que tengan tres ‘bondades’ o participaciones en el bien, correspondientes, aunque no digo con esto que una cosa dependa de la otra. Esto es, su participación en el bien no es inmediata a su grandeza, salvo potencialmente. Podrían ser muy buenos, pues son grandes. Pero no lo son necesariamente, salvo en el renglón óntico.

Así las cosas, su primera grandeza es la de la especie de seres a la que pertenecen. Los Elfos son grandes por naturaleza. Así los hizo Eru y son los mayores de sus hijos compuestos de cuerpo y espíritu. Todas las otras ‘razas’ corpóreas e inteligentes son en este sentido inferiores a ellos, inicialmente: Hombres, Hobbits, Enanos (aunque estos últimos tienen además el estigma de su origen subcreado en Aulë, como se sabe.)

A su vez, hay Elfos que superan al resto de los de su ‘raza’ en razón de las excelencias de su origen. Y estos son los tres primeros linajes Vanyar, Teleri y Noldor. Entre ellos, a su vez, hay diferencias y ciertas disposiciones que, si bien no autorizan a enhebrarlos jerárquicamente sin más a partir de ellas, permitirían tal vez decir que unos son más celestes, otros más acuáticos y otros más terrenos. Todos ellos, como se saben, son a su vez estelares, pues estrellas es lo primero que vieron al ‘nacer’ y aman eso más que nada. A partir de estos linajes originarios, se fueron diversificando –aunque no demasiado- y en cualquier caso lo hicieron siguiendo eso que llamo y parecen ser sus disposiciones naturales.

Por último, hay grandeza personal en algunos Elfos que se suma a las anteriores que ya poseen, actual o potencialmente. Esta grandeza personal, además de poder estar asociada a su antigüedad en la existencia como a su linaje, supone en tal caso una característica propia de un individuo de esta ‘raza’. De modo que además de poder ser grande porque es un Elfo, puede ser grande entre los Elfos por razones propias suyas individuales. Incluso, aunque es menos frecuente, saltando por encima de su linaje o antigüedad. Así todo, parece manifiesto que los más antigüos y altos, son los que pueden o podrían ser los mayores y eventualmente los mejores, en razón de esas condiciones.

Por cierto que todos los Elfos son susceptibles de obrar mal y de malearse, como es posible para toda creatura espiritual y por lo tanto inteligente. No debería olvidarse a este respecto que no habría mal sin espíritu y esto significa, primeramente, sin inteligencia y por cierto sin voluntad. En el caso de los Elfos, particularmente, una causa próxima de este maleamiento suele ser frecuentemente el mundo material, del que tienden a enamorarse, así como las obras de sus manos asociadas a la materia, en virtud también sea dicho de su inconmensurable creatividad y pericia. El mundo de lo bello, particularmente, pero también el mundo de lo grande y potente, más de una vez los ha puesto en complicaciones y no pocas veces esas complicaciones han sido funestas y fatales, no solamente para ellos.

La cuestión de su durabilidad en este mundo, su permanencia y su peculiarísima condición temporal y frente a la muerte –ese misteriosamente llamado don de Ilúvatar a los hombres–, es también un factor importante para comprender el talante élfico. Así, la permanencia corre en ellos pareja con su amor por este mundo material, así como con su nostalgia. Para algunos, se trata de una nostalgia específica en razón de su historia personal, como es el caso de los que añoran el Reino Bendecido por haber estado centurias o milenios lejos de allí, o por las circunstancias en las que se alejaron de él. Para otros, el mero contacto y conocimiento de este mundo material -o de algunas partes de él- les despierta tanto amor como melancolía. Tal el caso de los que añoran el mar, los bosques o simplemente Arda. Pero para todos ellos, parecería que el tiempo transcurriendo es tanto una fuente de un intensamente sabroso paso por el mundo, como un agridulce exilio. Esta condición parecería acrecentarse y agudizarse todavía más, después de la salida de Valimar de los lugares de Arda, la tierra, y aun de Eä, en tanto universo material, cuando la morada de los Valar salió de este mundo.

Otra cuestión a estos respectos, y en relación con el mundo imaginado por Tolkien, es la sensación que tiene todo lector de sus dos obras más conocidas, pero aun de El Silmarilion, en cuanto al papel de los Elfos en ese mundo imaginario.

Creo que el lector –más allá de que sepa o advierta por ejemplo que El Señor de los Anillos tiene como punto de vista de la narración la mirada hobbit, y tal vez por ello mismo– puede sentir que hay una impronta ‘elfocéntrica’ en los relatos.

Pero, ¿es efectivamente así? No es asunto que importe inmediatamente ahora pero, sin duda alguna, las historias de Tolkien no son ‘hobbitcéntricas’. Por otro lado, tal vez, cosas dichas a propósito de los Hombres en los escritos que se refieren a las edades primeras, como el final mismo de la saga del Anillo y su Guerra final, permitirían al menos hacer competir a Elfos y Hombres en cuanto a su centralidad en la obra. Como digo, no es un asunto que importe ahora. Pero no deja de tener alguna relación con mi propósito en torno a la figura de Galadriel. Por cierto que los Elfos lamentan el final de lo que ellos consideran sus edades –si es que ese tiempo era el de su predominio efectivamente–, así como parecen lamentar que con el final de sus días en Arda –y tal vez en Eä misma– comiencen los días de los Hombres, como si con ello advirtieran una degradación en la historia (no en el relato, sino en la Historia) en general y en la atención y cuidado de las vastedades de Arda en particular. Si ese lamento es efectivamente así, habría que ver si es enteramente lícito, o si es una inadvertencia de los Elfos, quienes tal vez no puedan sino ser ‘elfocéntricos’ en su mirada de las cosas de este mundo.

Más allá de sus dones naturales, más allá de las inocultables y celebrables virtudes de estos feéricos y altísimos seres, mi condición de Hombre (por Hobbit que uno pueda sentirse) me inclina inevitablemente a pensar que no solamente hay una parte de la entera historia (no de la narración) que los Elfos no terminaron nunca de entender –y digerir–, aun cuando muchas cosas veía su perspicacia y algunas otras les fueron reveladas al respecto, especialmente en cuanto al amor que Ilúvatar tiene por los Segundos Nacidos y, consecuentemente o no, respecto del papel que Eru quiso para ellos, vista la historia de cabo a rabo, más allá de los resplandores de las edades primeras en las que los Elfos habitaron este mundo y eran protagonistas casi exclusivos.

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Nota en el margen

Sé que hay toda suerte de lectores de estas cosas. Como los hay de esta bitácora. De modo que no me demoraré mucho en explicar cuál es el valor que le doy a estas cuestiones y al entendimiento que busco de las obras de Tolkien (como de otros asuntos y autores) y el valor que le doy a la interpretación para varios propósitos de lo que dice literariamente en ellas y aun ensayísticamente en sus Cartas, por ejemplo. Y no creo que deba dar demasiadas explicaciones, no muchas más que las que se traslucen de estos escritos que vengo llevando, y esto no por menosprecio, impaciencia o malhumor sino porque a unos nunca les harán falta (o casi) y a otros no les alcanzarán (ni les servirán) nunca.

Se entiende que, cada quien que lleve una bitácora, la lleve según su gusto y, presumiendo su buena fe, la lleve a su leal saber y entender, diciendo lo que cree debe decir y decirse, del modo como le parece más atinado o prudente, y pulcro, claro, en su doble sentido. Y lo digo aun cuando en algunos casos esos sean presupuestos difíciles de probar. O de creer.

Con todo, y sé que no es infrecuente en este mundo, siempre se ve uno tentado de decirles a eventuales lectores, especialmente cuando son o se muestran (hiper)críticos o simplemente gruñones –y hasta a los malparidos–, que si no les gusta esta bitácora se busquen otra a su gusto.

Es una tentación, claro, que debo confesar que pocas veces me ha rondado. Y a veces parece harto justa. Pero creo que no debe hacerse. Tengo afecto por los eventuales lectores, críticos o no, gruñones o no, malparidos o no. Creo que son buenas gentes. Por otra parte, los sé independientes y distantes, casi exactamente a la distancia en que el propio autor de la bitácora los coloca.

Debo agradecer el que no pocos hayan probado su buen sentido más de una vez y otros me hayan ayudado mucho en algunos casos, espontánea y generosamente. Pero entiendo, además, que son inteligentes y algunos muy. De modo que creo que hago bien si supongo que su inteligencia y buena fe les dirán cuándo algo no ha sido escrito para ellos. O cuando están sobrando. Por aquello de lo que se habla, o por lo que se dice, o por quien lo dice o por lo que fuere. Tanto da.