domingo, 24 de mayo de 2009

Niebla (V)

Por lo pronto, no viene mal distinguir.

Un asunto es que le haya tomado a Lev Aleksandrovich Zander apenas una parte del título de su obra Dostoïevsky. Le problème du bien (Taina dobra: dobra problema tvorchestve Dostoevskogo) y que todavía ni me haya enterado de qué va el libro en cuestión. No creo que se ofenda.

Otro asunto es que esa parte del título se me haya mezclado con Galadriel, por mera yuxtaposición física de volúmenes en un viaje de tren un día de niebla, aunque tal vez nada sea tan casual enteramente y detrás de nuestras elecciones haya más caminos que los que ve nuestra pobre mirada.

Y otro asunto todavía es que, con esa mezcla algo fortuita entre manos, ensaye algunas relaciones temáticas que no necesariamente están en la realidad inmediata y a primera vista. Pero me pregunto si no es así como ocurren las cosas, en general, de modo que al final sabemos si acaso por qué comenzaron.

El caso es que no sé si para cuando murió Lev A. Zander, que publicó su libro en 1946 en París, emigrado ruso como era, habrá sabido algo de El Hobbit, de 1937. ¿Habrá conocido, en 1954, El Señor de los Anillos, inquieto y viajero como era? No lo sé. Y quizá no haga falta agregar por ahora una línea más de dispersión a estos devaneos.

En cuanto a mí, aquí estoy y aquí me quedo por ahora, mientras Zander -dicho sea con respeto- espera sin remedio que me ocupe un poco más de la Dama de Lothlórien.

Porque, ahora que lo voy viendo, podría pasar que este asunto de Galadriel ya no significara sólo un ejemplo del problema del bien. Tal vez haya un subcapítulo aquí respecto de la grandeza que ya no se refiere a Galadriel sino directamente a Tolkien. O tal vez sea al revés, y el problema del bien aparece en este caso y en el propio Tolkien como una derivación del problema de la grandeza.

Por otra parte, está lo que concierne a la mismísma Dama. Y allí hay que decir que si no existiera esa indefinición en el carácter que Tolkien fue imaginando para ella, especialmente por lo que dice en esa Carta 353 del fin de sus días, y que no coincide con todo el resto de lo que ha dicho sobre Galadriel (ni en otras cartas, ni El Señor de los Anillos ni en el Silmarillion), tal vez la cuestión tendría menos interés, y esto dicho, sin embargo, teniendo ya suficiente interés en relación con el problema del bien, precisamente, aun cuando Galadriel sólo fuera lo que se dice en El Señor de los Anillos y la impresión que nos llevamos de ella sea la que tenemos al verla en ese texto.

Pero, algo más.


Hay que decir, creo, a propósito de esto, que aun tal vez mirando sólo su aparición en El Señor de los Anillos y comparándola con lo que de ella se dice en los capítulos 9 y 14, por ejemplo, del Quenta Silmarillion, podemos advertir que Tolkien ha procedido de un modo extraño en el caso de esta mujer.

Si no estoy muy equivocado, en el caso de Galadriel hay como dos figuras, insisto, aun cuando no incluyéramos en absoluto los bocetos de la Carta 353, en la que de penitente pasa a ser inmaculada. Si fuera así, lo que vemos en la Carta 353 no sería sino el final de algo y no un cambio absoluto de dirección. Aunque si fuera realmente el final, sería un final sorprendente y en algún sentido incongruente.

Las advertencias de Christopher Tolkien respecto de las dificultades para consolidar un texto y conformarlo, creo que me son innecesarias en este caso. Ya lo sé: ya sé que la coherencia completa y racionalmente impecable solamente se encuentra en la realidad real -más allá de que podamos advertir esa coherencia o no- y no en una obra literaria. Y mucho más cuando uno se enfrenta a un autor que está en la difícil tarea de establecer un mundo como completo en el que transcurren las historias, misterios y aparentes inconsistencias incluídos. Y que solamente tiene una vida de hombre para hacerlo.

Tampoco estoy mirando directamente la mente -y el corazón- de Tolkien y tratando de adivinar sus intenciones y la máquina de su pensamiento y de su subcreación.

Tal vez, si tuviera que decir qué estoy haciendo (y no tengo por qué decirlo, si se entiende...), diría que voy yendo de cosa en cosa, tratando de entender qué significa, qué contiene y en cuánto me valen todas ellas para ver, pensar y entender estas cosas y otras cosas que de algún modo están contenidas en ellas, Tolkien incluso.

No se crea que, por ejemplo, no estoy hablando de política también. O de la Iglesia. O de tantas otras cosas que me son cercanas y hasta propias, tanto como de otras que me son ajenas y no me tocan en ningún sentido.

Cada hombre es un solo hombre, con una inteligencia capaz de hacerse de algún modo todas las cosas y con hambre de entender las cosas y también la sintaxis de las cosas, su significado y su relación en distintos planos. Aun en aquellos planos en los que parece a primera vista que no tienen relación alguna.

Pero esto mismo, se sabe, es tan fructuoso como peligroso. Y siempre difícil.

Sin ir más lejos, el propio Tolkien no se cansa de decir que los Elfos mismos, los Primeros Nacidos, con su belleza y luz a cuestas, con su inmortalidad y su poder a cuestas, aun ellos tenían una tal voracidad de conocer de tal modo todas las cosas y de obrar con ellas. Y una capacidad inconmensurable de amar las cosas que conocían y hacían. Superior a la de los Hombres, dice. Pero no es lo único que dice de ellos.

Tal vez, y precisamente, Galadriel es un ejemplo viviente del cuidado que hay que tener con las cosas grandes.

De modo que, a cuidarse -digo y me digo-, mientras uno va por allí mirando y tratando de ver y diciéndose a sí mismo que es eso lo que quiere y busca. Porque de esa voracidad y de ese amor vinieron a ellos, los Elfos, tanta gloria en sabiduría y obras como penas, infortunios, orgullos terribles y hasta desesperación.

Cosa que puede pasarle a cualquiera, esté mirando a ver si ve qué significa el problema del bien o qué es en realidad de verdad una simple mosca.

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Es claro que para quien no ha leído las obras de Tolkien, muchas si no la totalidad de estas elucubraciones tienen que parecerle ruso arcaico, además de serle por sí mismas completamente superfluas o abstrusas.

Si así es, no hace falta que se tomen el trabajo de leer a Tolkien para entender de qué estoy hablando. Olviden todo este asunto.

Menos una cosa, por cierto: leer a Tolkien.