viernes, 16 de enero de 2009

Día 16

“Día 16. La mitad más uno: he aquí la selecta mayoría. Todo lo que exceda de eso quita autoridad.”

Esta me gusta, señores, porque, en principio, es de Boca. Y eso no tiene por qué decirle mucho a quien no sea de estos lares (lares del espacio y lares de los gustos...); pero, para quien entiende, la mitad más uno es una sola cosa posible que valga la pena mencionar en un asunto serio tomado en solfa.

Dicho lo cual, vayamos a la Florecilla.

¿En qué palabra estará la llave de este asunto: uno, selecta, mayoría, autoridad? Porque me parece que mitad, por ejemplo, ni excede ni quita, y exceda y quita, más o menos otro tanto.

Podemos ir por partes.

Uno. Dice la Florecilla: la mitad más uno. Y eso puede ser de dos maneras. Supuesto 100, que una parte sea 51 y la otra 49. O que, supuesto 100, las mitades sean iguales y haya uno –otro– que haga de una de ellas, precisamente, la mitad más 1. Si fuera el primer caso, podría ser casi trivial la diferencia (“ganamos, pelito para la vieja...”) y hasta podría ser grave por numerolatría; selecta, sí, pero numerolatría al fin. En ese caso no es tanto el uno como el 51 lo que cuenta. Si en cambio fuera el segundo caso, uno se transforma en el eje de la cuestión y ambas mitades iguales son lo que el consenso, porque de ese modo, no manda el uno sin respaldo y a fuerzas, sino de algún modo con el acuerdo o la conformidad, también, de aquellos a los que ha de mandar. No es poca la diferencia entre una cosa y la otra. Y aunque una es más bien cualitativa y la otra más bien cuantitativa, tienen su cosa cada una de ellas.

Selecta. Va con mayoría, que no es indiferente, y por eso mismo se la puede ver aparte. Pero si puede verse aparte es porque en términos cuantitativos mayoría basta, pero selecta es cualitativo. Es un contrasentido tan sonoro llamar selecto al 51 de 100, que evidentemente es una especie de o sarcasmo o paradoja. Creo que se trata de lo segundo y que don Braulio quiere decir que no es indebido mandar con consenso, sino que es indebido decidir lo que se ha de mandar según el consenso, o por chanchuyo o acuerdismo. Al fin de cuentas, el arquitecto de la política diseña y pergeña lo que ha de hacerse, es decir sabrá lo que es posible y conveniente hacer en cada caso, al mismo tiempo que oye. Eso me lleva a pensar que este adjetivo selecta va mejor con la segunda versión de uno.

Mayoría. Tal vez aquí la sola palabra mueva pasiones. Tal vez por solamente mencionarla se lo tache al autor –o a cualquiera– de democratista, populista, partidista. Tal vez lo sabe don Braulio, y en algo le pesa o le significa algo, y entonces -barroquismos y cuasi oxímoron, aparte- contrapesa mayoría con selecta. Pero al margen de cuáles puedan parecer las preferencias políticas del autor de la Florecilla, lo cierto es que hay un modo tuerto de entender el opuesto, es decir, minoría. La simetría de que la minoría es más que la mayoría, porque la mayoría es mayoría, es una gansada tan evidente como su inversa, si no fuera porque un cierto sentido de mayoría tiene aalún prestigio bien ganado. En otros órdenes pasa que en algo la mayoría pesa: en cierta ciencia, por caso, la sentencia común de los doctores y de casi todos ellos, es un argumento de peso. Pero también en buena política es de atender lo que perjudica o molesta a todos o a la mayoría, y no en asuntos en los que no se podría elegir, sino en asuntos no necesarios. No se puede gobernar contra todos, por el hecho mismo de que son más o muchos. Claro, el número importa cuando importa y para eso se necesita no desdeñar ni la materia sobre la que se aplica el número y hasta la misma calidad de los que integran el número que resulta una mayoría. En asuntos de formas de gobierno, también la mayoría tiene su cuestión, y con la cuestión central a la vista del origen del poder y la autoridad del que gobierna, es claro que ninguna de ellas podrá gobernar contra todos o contra el mayor número. Y en esto la clave está en contra. Hay que recordar de nuevo que uno o la minoría o varios tienen que ser tales que sirvan para gobernar. Y para servir no solamente han de saber qué es el poder y cómo se usa, sino para qué, con qué objeto y fin. Y según lo que sepan de esto, será que gobiernen o no contra todos o el mayor número, más allá de lo que quiera la mayoría.

Autoridad. En la Florecilla dice que si hay demasiada mayoría, se pierde autoridad, que la mitad más dos quita autoridad. Esto también parece reforzar el segundo sentido de uno. Es verdad que la cláusula podría entenderse también en sentido arrogante, cómo no. Incluso como un cierto desprecio paradojal por las mayorías. Incluso asociándolo al segundo sentido de uno, podría decir aquí que las mayorías cuantitativas quitan autoridad o la degradan, haciéndole creer al que gobierna que tiene más poder, más autoridad y hasta gobierna mejor porque son más que la mitad más uno los que lo sostienen o apoyan o asienten o concuerdan con él. O que se crea que vale porque muchos lo siguen o lo apoyan o lo votan. Pero si hay algo de lo que no parece haber duda alguna en la Florecilla es la afirmación de que la autoridad es cualitativa. Y creo entonces por eso mismo que más que asociarla a la mitad hay que asociarla al uno ése, que es el que no solamente hace la mayoría cuantitativa en la proposición sino que parece confirmar que la autoridad es para uno, y que es para que uno gobierne. Uno es la diferencia. Más de uno hace que haya menos autoridad no más. No es la mitad, es uno.

Tal vez, don Braulio, al fin, piensa en una monarquía y todo el mundo –o la mayoría– crea que, porque dijo mayoría, la mala palabra, está pensando en la democracia.

Es posible. Pero es verdad que la gente habla más de política que lo que sabe de política. Yo, por ejemplo.