miércoles, 3 de diciembre de 2008

Para el pueblo, lo que es del pueblo

Pero la televisión es algo más complejo aún, es la difícil articulación de publicidad (recursos), contenidos, tecnología y contexto social, todo eso monitoreado por un software que mide el rating minuto a minuto y lo informa en real time. Y es una industria que ante la ausencia de publicidad, verdadera reina del medio, genera programas baratos y mediocres en todo sentido.

Y todo esto, además, para lograr que se entretengan millones de albañiles, amas de casa, mecánicos, dentistas, economistas, cartoneros, obstetras, filósofos, que tal vez estén deprimidos, algo frustrados por el sistema que los contiene, y supliquen por tres horas para no pensar en nada.

El no pensar en nada incluye no sólo expulsar de nuestra mente las contradicciones sociales del sistema; es también generar el olvido o la negación de nuestra propia insatisfacción por un rato.

Con una ventaja, cuando vemos algo que no nos gusta cambiamos de canal y listo, e igual que un niño de cinco años cree que si su mamá sale del campo de visión desaparece, también nosotros fantaseamos que la guerra de Irak se termina al apretar el control remoto y poner a Los Simpson.
Esa cita dice algo, cómo que no. Por cierto que es un relato como si dijéramos fenoménico, de lenguaje urgente y cuasi apocalíptico, muy apto para el público interno, más que nada. Mantiene la “moral de combate” y baja línea a la vez, fija los criterios, recuerda los objetivos. Planta el eje revolucionario y conmina veladamente a no dejar de explotar la indignación. De vuelo corto, si se quiere, concedo. Pero tal vez suficiente para recordar al lector que hay que ir por los recursos, hay que ir por la inclusión y el reparto. Pero más que nada hay que ir por el relato nuevo y por las fuentes y emisores de un relato nuevo, donde relato significa el sentido último de todas las cosas, su trabazón más íntima. Relato quiere decir, más o menos, manejar “la partícula de Dios” en la historia. Tal vez para quedarse con el reparto, claro...

Pero más que ese artículo, me interesó el otro , que está al lado.
El regreso a la disputa por el poder popular cobra significación en nuestra tierra. ¿Cómo terminar con los campos de concentración cultural y político? ¿Qué nueva producción política puede liberar del secuestro conservador a parte de nuestra sociedad media? Hay que crear para unir y ganar para transformar la lógica porque una vida está por encima del dan shon y el destino humano está en riesgo. Que baje el cielo y suba la tierra, porque no se trata de pedir lo imposible como en aquellos sesenta del Mayo Francés, se trata de pedir el reparto de nuestra riqueza.

Construir nuestro relato. Romper las rutina retórica, quebrar el común de los sentidos; salir del lugar donde nos puso la cultura de la usura; no somos deudores, fuimos saqueados y vamos por lo nuestro.

Los neoconservadores buscan presurosos un atajo; su revolución cultural que mutiló a los partidos y contaminó a muchas referencias sociales de izquierda, su dominio en el campo cultural y de los medios de masas para imponer el liberal modernismo ahora se astilla en los sótanos sociales. Cuántas categorías políticas resulta indispensable revisar, cuánto concepto que funciona como un censor pragmático hay que reactualizar, y cómo apelar a la literatura para decir lo indecible –machacaba Nicolás Casullo– y exponer cosas de las que se tiene apenas una intuición, y además tener la libertad de que todo es admisible en la literatura. Nuestra literatura de sueños incumplidos y el deseo que nos empuja a componer una nueva gramática del derecho de la mayoría, del conocimiento liberador y la información calificada y profundamente democrática. Hay mil batallas culturales y políticas pero no se gana premiando al sistema de comunicación sino creando nuevos relatos, liberando la palabra del analfabetismo político, confiando en ese pueblo que busca instruirse en la militancia política nueva y en la comunicación popular en un aprendizaje mestizado y con sacrificio de formarse e investigar desde un ejercicio de educación popular sin la tutela de sabihondos y oportunistas que dictan clases de su egoísta reproducción sistémica.
Es muy gráfico. Más cerebral, claro. Y más periodístico, además, con ese bombardeo de preguntas y consignas que marcan la cancha, le ponen nombre y apellido a las cuestiones que importan –que deben importar– y las resuelve en una sola dirección.

El aire utópico semioculto es lo que más me llama la atención.

La pancarta que encabeza la columna de manifestantes parece la del abucheo a la usura, la de la pedorreta al neoliberalismo, la de la amenaza al explotador. Y entonces resulta más bien simpática la fenomenología en este caso.

Hay toda una vida por afuera y por encima de la lógica del mercado y del mercadeo. ¡Bravo! ¡Claro que sí!

Hay todo un asunto en lo de los nuevos modelos políticos para ordenar el caos del liberal modernismo de los conservadores y la cerrazón pragmática y doctrinal de los neoconservadores. ¡Iupi!

Pero la zota tiene pata, y se le ve, compadre.
Construir nuestro relato. Romper las rutina retórica, quebrar el común de los sentidos; salir del lugar donde nos puso la cultura de la usura; no somos deudores, fuimos saqueados y vamos por lo nuestro.
O cuando dice (pidiendo más o menos veladamente la dichosa nueva ley de contenidos audiovisuales, la misma que una vez que un gobierno progre arregla con el grupo Clarín, ya no tiene el mismo sabor revolucionario, no sé si me explico...):
Nuestra literatura de sueños incumplidos y el deseo que nos empuja a componer una nueva gramática del derecho de la mayoría, del conocimiento liberador y la información calificada y profundamente democrática.
O cuando, finalmente enrollándose en la bandera de la utopía, ahora sí, sangra por la herida:
Hay mil batallas culturales y políticas pero no se gana premiando al sistema de comunicación sino creando nuevos relatos, liberando la palabra del analfabetismo político, confiando en ese pueblo que busca instruirse en la militancia política nueva y en la comunicación popular en un aprendizaje mestizado y con sacrificio de formarse e investigar desde un ejercicio de educación popular sin la tutela de sabihondos y oportunistas que dictan clases de su egoísta reproducción sistémica.
¿Qué dijo? ¿Cómo es eso de que el pueblo no sé qué cosa...?
...confiando en ese pueblo que busca instruirse en la militancia política nueva y en la comunicación popular en un aprendizaje mestizado y con sacrificio de formarse e investigar desde un ejercicio de educación popular sin la tutela de sabihondos y oportunistas que dictan clases de su egoísta reproducción sistémica.
¡Ah, eso...! Sí, claro.

Si al pueblo ése del que usted habla se lo ve que se muere de ganas por “instruirse en la militancia política nueva y en la comunicación popular en un aprendizaje mestizado y con sacrificio de formarse e investigar desde un ejercicio de educación popular sin la tutela de sabihondos y oportunistas que dictan clases de su egoísta reproducción sistémica...”

Y que sea usted el que lo instruya, obviously, y le mestice el aprendizaje, claro, y lo forme sin tutela, salvo la suya, se entiende...

No sea ganso, viejo, hágame la caridad.

Ese pueblo que usted manosea, existe nada más que en su pluma (en sus teclas), en el aguaalaboca que se le hace a usted pensando que lo tiene de plastilina y a su disposición, ahora que está en la malaria, y ya lo veo relamiéndose porque, ahora que trastabilló el muro de los mangos, el pueblo está para cualquier viaje revolú que usted le proponga, despertándole la conciencia de sus derecho a bajar el cielo y subir la tierra.

Piedra libre, amigazo...

Piedra libre para uno (no está solo, ch'amigo...: usted es legión) que quiere manejar la guita en nombre del pueblo. Y manejar el poder en nombre de la conciencia histórica popular. Y manejarle el circo mediático, siempre en su nombre. Y manejarle la tierra. Y el cielo, claro. Y el Cielo, obviamente.

¡Déjese de joder, muchacho!

Usted de lo que se está quejando es de que el pueblo, ese pueblo maleado y tontón, partido en mil esquirlas de opresión y explotación, de expolio y manoseo, de estolidez educativa y perversión, de cultura barbitúrica y circo, aun así, con todo y eso, ese pueblo no está saliendo a la calle impaciente y aguerrido, militante y furioso, en largas columnas de puños en alto esperando y aullando porque usted y sus compañeritos de clase se están demorando en decirles para dónde queda la historia...

Una cosita más, y disculpe, ¿no?, pero es la última: ¿va a durar mucho el proceso de beatificación de Nicolás Casullo?