domingo, 2 de noviembre de 2008

Tres muertos vivos

Alguna vez ya mencioné aquí la obra de Fr. Mézard, op.

Mirando ahora cuestiones varias, me encontré con este fragmento de una meditación del Jueves de la infraoctava de Pascua, que no debo de haber topado por casualidad.
Tres muertos resucitados por Cristo

I. Cristo resucitó tres muertos, a saber: a la hija del archisinagogo (Matth., IX, 18 sgts.), al hijo de la viuda, que era llevado fuera de la puerta (de la ciudad de Naím), como se lee en San Lucas (VII, 11), y a Lázaro, que llevaba ya cuatro días en el sepulcro: A la niña la resucitó en la casa; al joven, fuera de la puerta de la ciudad; a Lázaro, en el sepulcro. Además, a la niña la resucitó en presencia de pocos testigos: el padre y la madre de la niña, y tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan; pero al joven en presencia de una gran muchedumbre; a Lázaro, delante de una multitud y con gemidos.
Por estos tres resucitados se designan tres clases de pecadores. Pues unos pecan consintiendo con el corazón en el pecado mortal; y éstos son simbolizados por la niña muerta en la casa.
Otros pecan por acciones y signos externos, y éstos son representados por el muerto que era llevado fuera de las puertas de la ciudad.
Pero cuando se afirman en el pecado por costumbre, entonces son encerrados en el sepulcro.
Sin embargo, el Señor los resucita a todos. Los que pecan únicamente por el consentimiento, y mueren pecando mortalmente, más fácilmente son resucitados. Y como su pecado es secreto, se curan con enmienda secreta. Pero cuando el pecado sale al exterior, entonces exige un remedio público.
Hasta aquí hay suficiente, incluso como para mirar hasta la muerte misma como símbolo de los modos de pecar, lo cual es asunto poco visto. Y que no se ve muy sencillo, aunque impresiona y sí parece bien misterioso. Y que santo Tomás hable aquí de aquellos muertos que en las Escrituras son tópicos, como ocasión de milagros, y que hable con esa casi distancia de personas realísimas (y hasta de Lázaro, con lo que nos hemos acostumbrado a pensar que significaba para Jesús), es una cuestión que me llama la atención y no puedo dejar de admirar a la vez.

¡Cuánto hay de admirable –y casi digo de envidiable– en esa mirada que ve de ese modo las cosas que hizo Jesús, lo que significan las cosas que hizo o que dijo! Es como la mirada de un artista.

Y todo esto está a propósito de un comentario a un texto del evangelio de san Juan (V, 25):
Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán.