miércoles, 8 de octubre de 2008

Negocios (II)

En realidad, puestos a ver, el asunto es un tópico tan viejo como las riquezas y el dinero. Y no tan antiguo como la pobreza, que es asunto más viejo que el dinero aunque parejo en edad con las riquezas.

La fugacidad de los bienes, la decepción por tenerlos o perderlos, la frustración por su insuficiencia, la ansiedad que causa poseer las riquezas, todas cuestiones primas hermanas, casi correspondientes y simétricas con el apetito que despiertan.

Uno se acuerda de tantas cosas literarias a este respecto, si se pone a pensar. Y como estuve leyendo a Quevedo en estos días, me acordaba entonces de su muy conocida letrilla "Poderoso caballero es Don Dinero...", que como es remanida, tuve que saltear. Pero allí fue que precisamente encontré tantas cosas suyas sobre este asunto, tomadas algunas de tantas otras fuentes mucho más viejas y varias, desde Epicuro a san Pedro Crisólogo, pasando por Séneca, por decir algo.

Pienso que es claro que aunque no existiera el capitalismo -y obvio es decirlo- este asunto ya sería un asunto. Por lo que parece un error confundir con el capitalismo cualquier alusión a estas materias. Ni siquiera la divinización de las riquezas y el oro son algo nuevo, como cualquiera sabe. De donde es claro también que esa codicia y esa ansiedad, y esa voracidad, y esa petulancia y las consecuencias de todo tipo que les siguen, son al capitalismo como el todo a una parte.

Este asunto de estos días es -y esto es más obvio todavía- bastante más hondo que el capitalismo.

En fin.

El día pasó y dejo aquí estos dos sonetos de don Francisco, para lo que puedan servir, que no por tan barrocos en su aliento, con pizcas de beatus ille y otras yerbas antiguas, valen menos.

Muestra el error de lo que se desea y el acierto en no alcanzar felicidades

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
¡mirad el ciego error en que he vivido!
Con mis aumentos propios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.
Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.
Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.

Enseña cómo no es rico el que tiene mucho caudal

Quitar codicia, no añadir dinero,
hace ricos los hombres, Casimiro:
puedes arder en púrpura de Tiro,
y no alcanzar descanso verdadero.
Señor te llamas, yo te considero
cuando el hombre interior que vives miro,
esclavo de las ansias y el suspiro,
y de tus propias culpas prisionero.
Al asiento de l'alma suba el oro;
no al sepulcro del oro l'alma baje,
ni le compita a Dios su precio el lodo.
Descifra las mentiras del tesoro,
pues falta (y es del cielo este lenguaje)
al pobre, mucho; y al avaro, todo.


Lo cual, bien mirado me parece, en prosa germánica actual suena así:
Una vez más la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y, para ser realistas, tenemos que contar precisamente con esta realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan, serían la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades para construir la casa de nuestra vida: sobre la arena o sobre la roca. Sobre la arena construye quien construye sólo las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera y sobre el dinero. Aparentemente éstas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada. Y así todas estas cosas, que parecen la verdadera realidad con la cual contar, son realidades de segundo orden. Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre la arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y, más que el cielo, es la realidad. Por esto, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente más débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que queda permanente. Y así estos primeros versículos del Salmo, nos invitan a descubrir qué es la realidad y a encontrar de esta manera el fundamento de nuestra vida, cómo construir la vida.


Dicho sea de paso -y como se entiende claramente-, pese a que hay allí una mención sobre bancos y finanzas, y por actual que resulte al ojo y al oído, más sabrosa y mucho más actual es la cuestión propia de la Palabra que allí se trata.

Pero, claro...

Para leer, entender y si acaso saborear todo eso otro -porque, como cualquiera se da cuenta, la Palabra es cosa más seria que un pagaré, como dice Quevedo... y Benedicto-, se necesita más tiempo -al menos más tiempo- y mucha atención y buena cabeza y buen corazón.

Y lengua, pluma y mano para hablar así nomás y como quien no quiere la cosa y como si uno supiera de plata y bonos y economía, tiene cualquiera; pero -y hablo por mí...- lengua, pluma y mano para eso otro, me da que no cualquiera tiene.