lunes, 20 de octubre de 2008

Interés por la hora

Resulta que el 19 de octubre pasado, yo tenía 24 horas.

Vinieron, entonces, y me pidieron 1 hora de las 24 que tenía. Y me dijeron que me la iban a devolver el 14 de marzo.

Qué remedio: se las di. Y mi 19 de octubre rengueó de una hora.

Es un capital precioso, les prevengo y si uno lo piensa. No los libros que son muchos, no la plata, el auto o la casa, que son poco. El tiempo. El tiempo de la vida. Y lo que entra en una hora del tiempo de la vida. Una hora ausente y, a decir verdad, reponible, sí, hasta cierto punto, pero irrepetible.

¿Se da cuenta? Una hora de vida. Toda una hora. Claro, quién sabe qué habría hecho uno de esa hora de vida. Por ejemplo, yo estaba en una comida con amigos. Muy agradable la conversa, ricas y abundantes las viandas caseras, no mucha gente. La noche era apacible, el humor sereno y plácido. Igual tuve que darles allí mismo la hora que me pidieron. Y se las di.

Dentro de 21 semanas, más o menos, me dicen que devuelven la hora que les di. Otra, más bien, pienso yo. Ésa no, otra hora que no será ésa que les di.

Y como está todo este asunto de las tasas y las finanzas y esas cosas, se me dio por ponerme matemático-financiero-metafísico. Y me pregunto, entonces, si habrán calculado el interés que voy a ganar, me pregunto a qué tasa me cotizan el préstamo obligado que les hice. No que me interese especialmente, pero ya que a todos les preocupa tanto la economía ahora...

Son unas 3.500 y pico de horas de unos 147 días, o algo así. Cuánto vale una hora de mi domingo 19 de octubre de 2008, después de esas 21 semanas, a no sé qué interés.

No es por desconfiar, qué quiere que le diga, pero alguien se quedó con un vuelto, me parece.

Y son tantas horas, vea... Como unos cuantos millones de horas: todas irrepetibles.

¿Se da cuenta cuántas horas?

Entre ellas debe haber algunas horas que hubieran sido de dolor, de soledad, de desesperación. Las habrán dado con cierto gusto, me imagino. Y no querrán que el 14 de marzo le devuelvan una igual y menos aún con sus intereses. Y quién sabe, mire: no diga tanto, porque a veces nos hace bien el dolor, a veces alguna soledad cicatriza alguna herida, a veces alguna desesperación nos obliga a reconocer que necesitamos algo que no podemos conseguir o que nos inquietamos por futilidades. Podría pensar que pudieron ser horas de mal y de pecado y de odio. Claro.

Pero habrá habido allí -seguro- algunas horas que eran horas de arrepentimiento y conversión, por decir así. U horas de amistad o de plegaria. Algunas horas de amor que hubieran sido. Horas de partidas convenientes o de llegadas esperadas, horas felices de tantos. Dos amantes mirándose a los ojos sin más. Una madre acariciando la frente de su hijito primero, recién dormido. Tal vez horas de algún trabajo arduo pero jugoso de creatividad y belleza. Tal vez algo útil y necesario para el bien de algunos.

¿Ven? Así, medido como lo medimos los hombres, ese 19 de octubre -y donde hubo que dar una hora- no hubo nada entre las 0 horas y la 1 de la madrugada. Ni aplausos, ni lágrimas, ni asesinatos, ni besos. Allí donde se dio una hora, nadie murió, nadie nació el 19 de octubre de 2008 entre las 12 de la noche y la 1 de la madrugada.

No sé.

El 15 de marzo, Dios primero, ya les diré qué fue del tiempo. Si acaso me entero.