miércoles, 10 de septiembre de 2008

Miscelánea de días (XII)

Este asunto siempre me interesó, y ya que estamos como en el aniversario de la muerte cerebral, vale la pena siquiera un memento.

No podría decir muy bien por qué me interesa pues, si bien es verdad que a los 13 años decía que quería ser médico, eso es lo más cerca que estuve de la medicina. Tal vez el haber estado más cerca de la muerte que de la medicina, sea la razón de mi interés. Siempre pensé, sin embargo, que en esa cuestión acerca de la muerte hay algo tan serio como oscuro.

Este año, sin ir más lejos, estuve en una católica reunión 'académica' en la que estrenaba participación y el tema del día era precisamente éste. Tuve mala suerte. Nuevecito en ese corral, unos toros viejos, de notable cornamenta, a la única pregunta que hice -un poco atrevida, confieso- me contestaron con desprecio, patronizing y cierta furia. Y la razón que habrán tenido, claro. No soy médico, ni filósofo, ni teólogo. Ni nada que se le parezca.

Lo lamento por los cornudos, qué quieren que les diga. Porque me parece que ahora la misma pregunta atrevida se la tendrán que contestar al señor Ratzinger.

Mi ignorancia no es pequeña. Pero, una cosa que no sabía, y de la que me entero ahora -me escondieron la leche mis cofrades, los astados científicos-, es que precisamente en el estado de la Ciudad del Vaticano, no corre el influyente Informe de Harvard.

Mirá vos...