domingo, 20 de julio de 2008

Versos de piedra (III)

Y parece que así son nomás las cosas en este mundo. Por eso, a veces –casi siempre-, conviene ir a menos.

Uno no es siempre quien cree ser. Ni siquiera es quien es, la mayor parte del tiempo. Ni sabe acaso del todo quién es. De no, los griegos no hubieran alumbrado el conócete a ti mismo.

¿Tienen culpa las cosas de no estar donde uno las habría puesto?

¿Qué esperaba encontrar? ¿Con qué esperaba toparme sobre la piedra si iba a la piedra? Vaya a saber. Vaya yo a saber.

Me paré sobre granitos de milenios, caminé las mismas huellas de hombres ‘nuevos’, que tienen allí casi doscientos años. Y me senté en archivos, bibliotecas, universidades, salas de lectura. No habré hecho todas las cosas que podría, porque me quedaron por ver y oír. Sembré encargos por allí y por allá.

Cuando no era tiempo de labores, o eran tiempos como muertos, un día entero me pasé, de la salida del sol hasta el ocaso, en una mesa larga, azul, con no muy buena luz y algo de frío, leyendo torres de libros que me ponían enfrente, hectáreas se me hicieron de surcos como versos, porque muy pocos (¡qué pocos!) eran versos como surcos. Hablé con gentes, pedí notas, copié nombres, títulos. Anoté números, direcciones.

¿Qué esperaba encontrar? ¿Con qué esperaba toparme sobre la piedra? ¿Hice lo que iba a hacer? ¿Hice todo lo que iba a hacer? ¿Había algo que hacer? Vaya a saber. Vaya yo a saber.

Don Leopoldo, mientras, me miraba, desde el pórtico del alegre destierro. Creo que se reía de mí.

Y se me hacía más destierro todavía el destierro de los versos como surcos, en medio de tanto surco que era surco y no era verso.
ver


Algo alegre hay. Algo alegre sentí. Es un lugar para un alegre destierro, breve al menos. Alegre es el paisaje, las piedras son con todo alegres. Las gentes, en general. Y alegre el aire de familia que tiene la sierra en toda la sierra que conozco de esa sierra, como parientes lejanos que muestran que son parientes, no lo pueden negar. Eucaliptus, pinares, piedras que brotan de tierras raras y coloridas del gris al sepia, lomadas de siembras o barbechos, ondulaciones como mares, vientos y fríos claros, nítidos.

Versos, no, fíjese. Poco y nada. Mucha historia vi, escrita, contada, de eso hay. Alguna prosa, nada notable. Periodistas de la historia, historia de periodistas, cosas de más de 150 años y de allí para acá. Políticas, reyertas, ambientes (de ambientalistas, incluso) y más cosas de hace poco y de ahora, que no son para hablarlas ahora.

¿Qué esperaba encontrar? ¿Con qué esperaba toparme sobre la piedra? Vaya a saber. Vaya yo a saber. Me ha de llevar algún tiempo ver qué vi, qué había. Por eso, a veces –casi siempre- conviene ir a menos. No hacer mucha alharaca, ante uno mismo, más que nada. Hasta no saber mejor.

¿Decepción? Tampoco eso, no. Porque no es que no traje nada de nada, además de lo que traje.

Por ejemplo, en uno de los mostradores ilustrados, había, una revistita colectiva que me hizo acordar a mí mismo y a otros del tipo, de cuando éramos lo que ya no somos y empezábamos a ser lo que tal vez terminemos siendo, sea lo que fuere. Decía De arte y poesía. Era el número 2 del año I, 2006. Preferiría no hacerlo se llamaba. Ja... ¿De veras? ¡Fantástico! Eso de arrancar con un arrepentimiento es algo parecido a eso de ir siempre o casi siempre a menos, porque después puede pasar que uno vea que de veras preferiría no haberlo hecho... Me pareció, entre cosas descartables, ver un desterrado allí, con talento, creo, joven, de buena mano y no muy buena tinta, eso es verdad, concesiones al sumario, a la agenda del día. Lástima. Un destierro, si es un destierro de veras, merece mejores lágrimas. Lágrimas como risas. De no andar cargando penas y castigos, diría Don Leopoldo.

Y algunas otras cosas encontré.

Después, tal vez haya para decir más cosas de las pocas que me traje, porque encontré pocas.

Pero dos digo ahora, frescas, de recién venido al destierro del destierro.

Paisaje geométrico, de Julio Villaverde, es un soneto simpático. Está en un libro que en 1993 llamó allá Paisajes del alma.
El ranchito da sombra de cateto
junto al verdoso isósceles de un pino.
Sinuosas paralelas de camino
soslayan la altitud del cerro escueto.

Un segmento de rudo parapeto
resguarda el cono trunco de un molino,
y el círculo del tanque mortecino
sin agua evaporó su radio quieto.

Con recta placidez de hipotenusa
reposa en cubo la quietud del heno
y el líquido poliedro de la esclusa.

Mientras colma el cilindro de centeno
hecho escuadra en la hora ya difusa
un viejito anguloso y escaleno.
Bastante atrás, en 1925, Silverio F. Vázquez, uno que supo ser maestro local, y al que también se le dio por las revistas y el periodismo en su hora, publicó un volumen – Lluvia ligera- con asuntos amorosos y algunos riesgos calculados en las grafías, muy propios de aquellos años de vanguardias y ensayos. El librito es una belleza rústica de impresión impecable, tipografía noble y no mucha calidad lírica.

Pero.

Está este Motivo Medioeval, que tiene un sabor que traspasa la época, en su traje sencillo.
Hace dos noches que sueño
que no tengo corazón,
i hace dos noches que rondan
los lobos la población.
Yo no soy supersticioso
pero padezco el temor
de que han de venir los lobos
a sacarme el corazón.
Madrecita, ten cuidado
que no falle el aldabón,
i si viene el señor lobo,
le dices que yo no estoy
i le dices, madrecita
que no tengo corazón,
que ayer lo dejé prendido
en las rejas de un balcón.