miércoles, 30 de julio de 2008

Coplas de la sierra

Brama el río y la laguna
tiembla con él, se acompasa.
Todo pasa.

Zorzales cantan zorzales.
Palomas arden arrullos
en murmullos.

Azares, linos, la rosa
florecen; mi limonero,
el primero.

No cantes bajo ese sauce.
Si cantas, llora contigo.
Dale abrigo.

Pasó el viento esta mañana.
La piedra no se movió.
Y él pasó.

Llegó a la sierra la tarde
que entibia la yerbabuena.
Y sin pena.

Baja el sol, se apaga el día.
Hoy la esperanza no es vana:
Es mañana.


martes, 29 de julio de 2008

Traidor (III)

-Tome, badulaque, léase un poco de Orwell...
Julia no se interesaba en absoluto por las ramificaciones de la doctrina del partido. Cuando Winston hablaba de los principios de Ingsoc, el doblepensar, la mutabilidad del pasado y la degeneración de la realidad objetiva y se ponía a emplear palabras de neolengua, la joven se aburría espantosamente, además de hacerse un lío, y se disculpaba diciendo que nunca se había fijado en esas cosas. Si se sabía que todo ello era un absoluto camelo, ¿para qué preocuparse? Lo único que a ella le interesaba era saber cuándo tenía que vitorear y cuándo le correspondía abuchear. Si Winston persistía en hablar de tales temas, Julia se quedaba dormida del modo más desconcertante. Era una de esas personas que pueden dormirse en cualquier momento y en las posturas más increíbles. Hablándole, comprendía Winston qué fácil era presentar toda la apariencia de la ortodoxia sin tener idea de qué significaba realmente lo ortodoxo. En cierto modo la visión del mundo inventada por el Partido se imponía con excelente éxito a la gente incapaz de comprenderla. Hacía aceptar las violaciones más flagrantes de la realidad porque nadie comprendía del todo la enormidad de lo que se les exigía ni se interesaba lo suficiente por los acontecimientos públicos para darse cuenta de lo que ocurría. Por falta de comprensión, todos eran políticamente sanos y fieles. Sencillamente, se lo tragaban todo y lo que se tragaban no les sentaba mal porque no les dejaba residuos lo mismo que un grano de trigo puede pasar, sin ser digerido y sin hacerle daño, por el cuerpecito de un pájaro.
-¿Y esto qué es?

-Una novelita de 1948..., so zapato... El capítulo V de la II Parte de 1984...

-¿Y pa’ qué?

-Sirve. Pa’ saber lo que dice, por ejemplo. Sabría lo que son los ministerios del Amor, la Verdad, la Abundancia y la Paz, por ejemplo...

-¿Justo ahora? Me da fiaca...

-Ya sé..., por eso...

-Y no entiendo nada de novelas...

-Ya sé..., precisamente...

-Además es vieja...

-Ya sé..., con más razón...

-.....

-Mire, mi amigo, deje, no importa: ya leyó lo que quería que leyera...

lunes, 28 de julio de 2008

Traidor (II)

Alguna gente, de variado espectro ideológico, está encargándose de recordar que los K nunca fueron de izquierda. Es cierto. Quien quiso ver otra cosa se equivocó. Pero también es cierto que, durante la primera etapa de la gestión, se abrió la posibilidad de tejer cambios con alineación progresista. Si acaso el Gobierno generó eso por interés oportunista, ahora lo tiene por delante como necesidad. Apostar a subsistir como fotocopia de la derecha será más inútil que triste.
-Y apróntese, caballero, porque de estos quejidos y lamentaciones de traiciones no ha visto todavía el final.

-¿Sigue con eso?

-Un poco más, sí. Pero no mucho, creo. Un poco. Otro poco miro para otros lados. Y el asunto no parece estar mejor en otros lados, qué quiere que le diga.

-No entiendo.

-Ya sé...

-No se haga el interesante...

-Quiero decir que la cosa está peor ahora que lo que estaba hace dos semanas atrás. O un mes. O dos o cuatro.

-¡Epa!

-Y, sí: ¡epa! Una cosa, mi amigo, es que mucho barullo hace mal, no lo dudo. Aturde al más pintado. Embota, embrutece. Espectáculo, piñas, gritos. Hay que tener mucho aguante para seguir como si le dijera un mundial de cuatro meses. Y cada día con una final a la mañana, otra al mediodía, otra a la nochecita y otra a la madrugada. Bah, finales... Como si fueran finales, que no eran, pero uno las miraba como si fueran. Y con la adrenalina al palo mirando partidos que uno no miraría jamás y que mira porque está como enviciado. Togo vs. Suiza, vimos; y Canadá vs. Islas Kuriles, y así. Pero otra cosa, joven, es que lo que importa esté resuelto.

-Pero usted mismo dice que mucho barullo hace mal. Y por lo menos ahora barullo no hay...

-Claro. Pero usted tiene que oír gritar a D’Elía o a De Angeli para darse cuenta de que hay barullo... ¿El problema era el barullo? Si quiere barullo, espere. En cualquier momento va a oír otro poco por esto o aquello. Y otro poco después. Pero si quiere un consejo que no pidió, siga rezando. Ya se lo dije varias veces.

-Me dijo tantas cosas...

-Le dije por lo menos dos. Le dije que se fije en lo que queda, no en quién gana: no mire la ola, mire cómo queda la playa después que pasó la ola, porque usted no vive en el mar, vive en la tierra. Y le dije también que usted cree que el mal tipo es más peligroso que el buen tipo y yo le digo que el peligroso es el bueno...

-No entiendo...

-Ya sé.

viernes, 25 de julio de 2008

Traidor

Tengo un poco hartos a algunos contertulios por insistirles en que miren un poco a la izquierda.
¿Que miren al gobierno, dice?

No, no dije al gobierno: dije a la izquierda.
Éste es un apunte más, en todo caso. Y ni siquiera hay tiempo ahora para mucho comento del asunto. Tiene la gracia medio obvia de que el trencito de comentarios va en la misma dirección.

Además, cuando se lee esto -y otras cosas que ya he comentado en otras ocasiones, incluso cuando se lee sin demasiada atención-, sopla un airecillo levemente gélido desde la gauche y se alcanza a oír un susurro que parece repetir 'traidor'.
¿Que le dicen a Cobos, dice?

No, no dije a Cobos. Más bien se lo dicen al gobierno...

lunes, 21 de julio de 2008

Trilussa

Resulta que, en estos días serranos, hablábamos de poesía con un compaño de labores, sujeto de fina alma, buena cuna y buen gusto, es decir, un tipo sencillo.

Tiene sangre peninsular en las venas y por eso en una que otra comida intercambiábamos versos en dialectos tanos.

Cuando terminó mi ricerca breve, le leí el descubrimiento del Paisaje geométrico. Me pareció que aquellos años suyos inconclusos de ingeniería, eran el recipiente apropiado. Y así fue. Tanto que me pidió copia y se lo hice llegar por correo.

A la vuelta, me regaló un soneto en romanaccio (romanesco es más académico, pero vale lo mismo...) del famoso Trilussa. Alguna vez hay que hablar de él. Porque aunque pueda parecer conversación de melómenos o filatelistas, el caso es que Carlo Alberto Salustri -firmaba con el anagrama de su apellido- fue uno de los poetas populares más famosos de Italia, y todavía lo es.

No voy a traducir el soneto en verso, sino en prosa y sólo el asunto. Y eso para que quien se anime no pierda la gracia del original.

En La statistica, entonces, el autor se pregunta retórica e irónicamente qué es la estadística. Más allá de los números, lo curioso de la estadística, dice, es cuando maneja porcentajes. Gracias a ellos, el pobre mide igual que otros que no lo son. Por ejemplo, la estadística dice que a cada uno le toca un pollo al año; pero si el pollo no entra en la lista de compras de un pobre, igual le ha tocado un pollo estadísticamente, aunque haya alguno que se esté comiendo dos.
La statistica

Sai ched'è la statistica? È 'na cosa
che serve pe' fa' un conto in generale
de la gente che nasce, che sta male,
che more, che va in carcere e che sposa.
Ma pe' me la statistica curiosa
è dove céntra la percentuale,
pe' via che, lì, la media è sempre eguale
puro co' la persona bisognosa.
Me spiego: da li conti che se fanno
seconno le statistiche d'adesso
risurta che te tocca un pollo all' anno:
e, se nun entra ne le spese tue,
t'entra ne la statistica lo stesso
perché c'è un antro che ne magna due.

Y una cosa, claro, lleva a la otra; y así me fui a buscar lo que tenía de Trilussa en libros y antologías que heredé. Encontré varias fábulas y cuentos en verso que hace años no leía. De modo que y como por ahora es lo mismo cualquiera, elegí dos.

En el primero, Er carattere, un sapo gris verdoso sale de un agujero y se las toma con un camaleón. Lo acusa de ser una veleta, un inconstante, complaciente con el mundo tomando el color ambiente, de ser frívolo, siempre variable y acomodaticio. Él, el sapo, en cambio, será repulsivo pero es de una sola pieza y así quedará, y por estar siempre entre el barro, siempre será de un solo color; y de allí su prestigio y su solidez, tal como él lo ve. Cada quién con su idea, dice el camaleón: yo cambio siempre y vos nunca, y me parece que estamos los dos equivocados.
Er carattere

Un Rospo uscì dar fosso
e se la prese cor Camaleonte:
- Tu - ciai le tinte sempre pronte:
quanti colori che t'ho visto addosso!
L'hai ripassati tutti! Er bianco, er nero,
er giallo, er verde, er rosso...
Ma che diavolo ciai drent'ar pensiero?
Pari l'arcobbaleno! Nun c'è giorno
che nun cambi d'idea,
e dài la tintarella a la livrea
adatta a le cose che ciai intorno.
Io, invece, èccheme qua! So' sempre griggio
perchè so' nato e vivo in mezzo ar fango,
ma nun perdo er prestiggio.
Forse farò ribrezzo,
ma so' tutto d'un pezzo e ce rimango!
- Ognuno crede a le raggioni sue:
- disse er Camaleonte - come fai?
Io cambio sempre e tu nun cambi mai:
credo che se sbajamo tutt'e due.

En Accidia, un vagabundo duerme arrebujado y hecho un rollo informe sobre la tierra, en una plaza. Un guardia lo despierta y lo echa y el vagabundo le agradece que lo despertara, oportuno, porque justo en ese momento soñaba que estaba trabajando en la oficina.
Accidia

In un giardino, un vagabonno dorme
accucciato per terra, arinnicchiato,
che manco se distingueno le forme.
Passa una guardia: -Alò!- dice -Cammina!-
Quello se smucchia e j'arisponne: -Bravo!-
Me sveji propio a tempo! M'insognavo
che stavo a lavorà ne l'officina!

domingo, 20 de julio de 2008

Versos de piedra (V)

En el apuro, me quedó algo por decir de aquellas palabras de Don Leopoldo, que copiaba días atrás.

En esa época, realicé mi segundo viaje a París, donde una profunda crisis espiritual me lanzó a la órbita de la metafísica, para usar una figura muy propia de los días actuales.

Fue mi segundo llamado al orden que se tradujo, literariamente, en la planificación de mi novela Adán Buenosayres, aparecida veinte años después, y en el rigor poético de Laberinto de Amor y de los Sonetos a Sophia. Y digo rigor poético ya que todas esas composiciones fueron realizadas en una mortificación del idioma verdaderamente penitencial para un versolibrista como yo lo era.

Es verdad, para mí al menos, que el soneto que le sigue traduce en parte esta confidencia, como una voz inaugural de los Sonetos a Sophia que allí está presentando.

Pero es eso del rigor poético lo que me frenó desde que lo advertí.

La ascesis del espíritu asociada a la lírica y más particularmente a la composición lírica. No es un asunto fácil de explicar, me parece.

La belleza como ascesis, como purificación, como moldeamiento del hombre.

¡Qué difícil es explicar la relación entre el espíritu y la belleza en esos términos... y en cualquiera, casi!

Más fácil es aplicar el placer al mundo de lo bello y de (le desconfío a la palabra) lo estético, aunque se especifique que se trata de un placer espiritual también o más que nada, con lo que parece entonces que la palabra placer queda exonerada de sus connotaciones desde simplemente hedónicas hasta de las menos inocentes superficialidades esteticistas o directamente de sus posibles notas pecaminosas de morosas delectaciones que tengan lo suyo en ser delectaciones tanto como en ser morosas.

¡Cuánto nos queda por aprender! ¡O, tal vez, qué mal nos habrán enseñado esa coexistencia riesgosa siempre entre la belleza y el mundo espiritual!

Que la alegría del placer de lo bello pueda burilar el corazón y las pasiones, es algo difícil de entender. Que la belleza nos dé a la vez alegría y un dolor de ausencia y de presencia que mortifique y vivifique al hombre al mismo tiempo, tampoco es cosa fácil de entender.

Y no es más fácil entender que el artífice use los mecanismos y las prácticas propios de su arte para moldearse el corazón. En las artes plásticas, tal vez sea más sencillo, más próxima una cosa a la otra. El cincel del escultor es una representación relativamente inmediata de cuánto más que el mármol, la madera o la piedra puede cincelarse con el arte. Fra Angelico pintando el cielo de rodillas, como se dice que hacía casi en éxtasis, es otra ocasión de ver al cuerpo acompañando al alma en los gestos de afuera y adentro y a todo el hombre en una tensión que es al mismo tiempo presencia arrobadora y alegre ausencia penante, como de nostalgia.

Pero cuando se trata de hacer eso con la palabra, ya no es tan fácil explicar qué significa rigor.

¿Cómo asociar el rigor a la alegría del dolor de la belleza cuando se trata de palabras?

Porque podría decirse que en la elección de las voces -evitar algunas, obligarse a otras- hay un ejercicio de orden, de erosión purificadora, de selección ordenadora, casi físico y sin casi. Sí, pero no es eso. No sola ni principalmente eso.

Marechal habla además del metro -la palabra medida y acentuada rítmicamente- burilando el corazón, acompañando el ejercicio de pulido, o generándolo, como medicina también.

Probablemente -seguramente- haya que ser poeta para entender esto.

No creo que Marechal pensara que en el verso libre no hay poesía o belleza. Dos cosas que la palabra humana puede alcanzar y hacer, libre de ritmo musical exterior incluso, libre de medida exterior.

Creo que la referencia de Don Leopoldo está asociada más genéricamente al valor del silencio como maestro espiritual. Al silencio como ritmo sonoro, como sonido, más que como simple negación del sonido. Y al ritmo como silencio.

Cierto embretamiento del corazón, más que en palabras en silencios, en rítmicos silencios. Y no para mostrar la destreza en el mundo de los sonidos, no para el artificioso alarde rítmico del artífice.

El ritmo como silencio. Como una nítida señal de ausencia, de límite, signo de la realidad del hombre, a la vez que de la realidad de las cosas consteladas y armónicas: y algo que vaya amansando al corazón en una respiración de ausencias, como una jaculatoria de sonidos rítmicos que serenan el alma por la negación musical. No la negación de la música sino precisamente lo opuesto: la negación en la música.

El silencio acorde. Y un acorde silencioso. Una música callada, que diría Fray Luis de León.

Silencio y música, dolor y gozo, presencia y ausencia todo rítmicamente acompasado. Sereno el aire, serenando al corazón, haciendo el orden con el mismo orden, en representación rítmica.

Y en palabras que son voces interiores más que exteriores. Un restaurado entender y ver en el verbo de la mente y el corazón: un verbum interius, un verbum cordis que en ese rigor poético al que se somete recibe como la disposición ascética que le dicta el silencio de la voz, el ritmo de los sonidos, para con eso retomar un orden anterior, anterior en el tiempo y en hondura y en raíz; para entender todo de nuevo, pero mejor, o por mejor decir, bien.

Para que al final la voz exterior se adecue a la original palabra interior, como diría santo Tomás: et haec est dispositio interioris sermonis, ex qua procedit exterior locutio.

Y así, incluso, poder pasar de la consideración de un verbo a la del otro Verbo, y entender lo que se alcance a entender del uno por el otro, en ambos sentidos de dirección, como intenta explicarnos el mismo santo Tomás en otras partes, que se ve que era tema que lo apasionaba.

Pero mejor aquí lo dejo, por ahora.

Bastante tengo ya con el rigor feliz, como para ir detrás de la exigente alegría.

Versos de piedra (IV)

Entre las cosas con las que di, también había un poco de actualidad.

El 14 de junio de 1906, en el número 8 de La Comuna, el zamorano Manuel González Castro, que residía desde muy joven en la ciudad y que murió en 1920, firmó estos versos, que copio tal y como los encontré transcriptos en una historia del periodismo local.
Los políticos

“Cuando un político aspira
á ocupar un alto puesto,
gentil, gallardo y apuesto,
por su sección sale en gira.

“Llega á una localidad,
y anuncia una conferencia
habla de honor y conciencia,
porque es su especialidad,

“Habla de hombres arbitrarios,
de Reyes é Inquisidores;
y de inícuos dictadores,
de ilotas, y de falsarios.

“Dice, que los adversarios
al pueblo insultan y engañan;
que su limpia historia empañan:
que no tienen partidarios.

“Del poder se apoderaron
dice -con mucha vehemencia-
por el fraude y la inconsciencia,
de los hombres que compraron.

“Es tiempo ya, Ciudadanos,
que desperteis del letargo;
y me deis á mi el encargo,
de castigar los tiranos.

“Y una vez en el poder,
venid á mi, sin recelo,
que si no es plata; el consuelo,
nunca les haré perder.

“Al encumbrarme en la meta
desprovisto de ambiciones,
han de surgir bendiciones,
de los cantos del poeta.

...........................................

“Por fin la oración termina
y el político muy ufano
desciende sombrero en mano
cuando la noche declina”.

No tiene la culpa el autor de que el tema no fuera inédito ya en aquellos años, en los que apenas si había partidos. En cualquier caso, es interesante también -y medio obvio- que no fuera inédito entonces, ni lo sea ahora.

Ciento dos años después, según parece, el zamorano sigue escribiendo los mismos versos, aunque La Comuna haya desaparecido a mediados de los ’40 y él un cuarto de siglo antes.

Hasta donde se ve, nadie lo acusaría de ir repetiéndose década tras década.

Versos de piedra (III)

Y parece que así son nomás las cosas en este mundo. Por eso, a veces –casi siempre-, conviene ir a menos.

Uno no es siempre quien cree ser. Ni siquiera es quien es, la mayor parte del tiempo. Ni sabe acaso del todo quién es. De no, los griegos no hubieran alumbrado el conócete a ti mismo.

¿Tienen culpa las cosas de no estar donde uno las habría puesto?

¿Qué esperaba encontrar? ¿Con qué esperaba toparme sobre la piedra si iba a la piedra? Vaya a saber. Vaya yo a saber.

Me paré sobre granitos de milenios, caminé las mismas huellas de hombres ‘nuevos’, que tienen allí casi doscientos años. Y me senté en archivos, bibliotecas, universidades, salas de lectura. No habré hecho todas las cosas que podría, porque me quedaron por ver y oír. Sembré encargos por allí y por allá.

Cuando no era tiempo de labores, o eran tiempos como muertos, un día entero me pasé, de la salida del sol hasta el ocaso, en una mesa larga, azul, con no muy buena luz y algo de frío, leyendo torres de libros que me ponían enfrente, hectáreas se me hicieron de surcos como versos, porque muy pocos (¡qué pocos!) eran versos como surcos. Hablé con gentes, pedí notas, copié nombres, títulos. Anoté números, direcciones.

¿Qué esperaba encontrar? ¿Con qué esperaba toparme sobre la piedra? ¿Hice lo que iba a hacer? ¿Hice todo lo que iba a hacer? ¿Había algo que hacer? Vaya a saber. Vaya yo a saber.

Don Leopoldo, mientras, me miraba, desde el pórtico del alegre destierro. Creo que se reía de mí.

Y se me hacía más destierro todavía el destierro de los versos como surcos, en medio de tanto surco que era surco y no era verso.
ver


Algo alegre hay. Algo alegre sentí. Es un lugar para un alegre destierro, breve al menos. Alegre es el paisaje, las piedras son con todo alegres. Las gentes, en general. Y alegre el aire de familia que tiene la sierra en toda la sierra que conozco de esa sierra, como parientes lejanos que muestran que son parientes, no lo pueden negar. Eucaliptus, pinares, piedras que brotan de tierras raras y coloridas del gris al sepia, lomadas de siembras o barbechos, ondulaciones como mares, vientos y fríos claros, nítidos.

Versos, no, fíjese. Poco y nada. Mucha historia vi, escrita, contada, de eso hay. Alguna prosa, nada notable. Periodistas de la historia, historia de periodistas, cosas de más de 150 años y de allí para acá. Políticas, reyertas, ambientes (de ambientalistas, incluso) y más cosas de hace poco y de ahora, que no son para hablarlas ahora.

¿Qué esperaba encontrar? ¿Con qué esperaba toparme sobre la piedra? Vaya a saber. Vaya yo a saber. Me ha de llevar algún tiempo ver qué vi, qué había. Por eso, a veces –casi siempre- conviene ir a menos. No hacer mucha alharaca, ante uno mismo, más que nada. Hasta no saber mejor.

¿Decepción? Tampoco eso, no. Porque no es que no traje nada de nada, además de lo que traje.

Por ejemplo, en uno de los mostradores ilustrados, había, una revistita colectiva que me hizo acordar a mí mismo y a otros del tipo, de cuando éramos lo que ya no somos y empezábamos a ser lo que tal vez terminemos siendo, sea lo que fuere. Decía De arte y poesía. Era el número 2 del año I, 2006. Preferiría no hacerlo se llamaba. Ja... ¿De veras? ¡Fantástico! Eso de arrancar con un arrepentimiento es algo parecido a eso de ir siempre o casi siempre a menos, porque después puede pasar que uno vea que de veras preferiría no haberlo hecho... Me pareció, entre cosas descartables, ver un desterrado allí, con talento, creo, joven, de buena mano y no muy buena tinta, eso es verdad, concesiones al sumario, a la agenda del día. Lástima. Un destierro, si es un destierro de veras, merece mejores lágrimas. Lágrimas como risas. De no andar cargando penas y castigos, diría Don Leopoldo.

Y algunas otras cosas encontré.

Después, tal vez haya para decir más cosas de las pocas que me traje, porque encontré pocas.

Pero dos digo ahora, frescas, de recién venido al destierro del destierro.

Paisaje geométrico, de Julio Villaverde, es un soneto simpático. Está en un libro que en 1993 llamó allá Paisajes del alma.
El ranchito da sombra de cateto
junto al verdoso isósceles de un pino.
Sinuosas paralelas de camino
soslayan la altitud del cerro escueto.

Un segmento de rudo parapeto
resguarda el cono trunco de un molino,
y el círculo del tanque mortecino
sin agua evaporó su radio quieto.

Con recta placidez de hipotenusa
reposa en cubo la quietud del heno
y el líquido poliedro de la esclusa.

Mientras colma el cilindro de centeno
hecho escuadra en la hora ya difusa
un viejito anguloso y escaleno.
Bastante atrás, en 1925, Silverio F. Vázquez, uno que supo ser maestro local, y al que también se le dio por las revistas y el periodismo en su hora, publicó un volumen – Lluvia ligera- con asuntos amorosos y algunos riesgos calculados en las grafías, muy propios de aquellos años de vanguardias y ensayos. El librito es una belleza rústica de impresión impecable, tipografía noble y no mucha calidad lírica.

Pero.

Está este Motivo Medioeval, que tiene un sabor que traspasa la época, en su traje sencillo.
Hace dos noches que sueño
que no tengo corazón,
i hace dos noches que rondan
los lobos la población.
Yo no soy supersticioso
pero padezco el temor
de que han de venir los lobos
a sacarme el corazón.
Madrecita, ten cuidado
que no falle el aldabón,
i si viene el señor lobo,
le dices que yo no estoy
i le dices, madrecita
que no tengo corazón,
que ayer lo dejé prendido
en las rejas de un balcón.

miércoles, 16 de julio de 2008

Versos de piedra (II)

Estuve ayer leyendo y oyendo a Leopoldo Marechal. Después de todo, el tiempo -aunque escaso- es de lo más propicio.

El asunto es que leía algunas cosas y oía otras. Me acompañaba un volumen sonoro, grabado en 1967, que me regalaron el año pasado, en el que él mismo selecciona, introduce y lee algunos de sus versos, poemas completos o fragmentos(1).

Me detuve, oyendo y leyendo, un soneto especialmente. Y no sólo el propio soneto, que vale lo suyo, sino y más que nada las palabras que dice Marechal al presentarlo.

En esa época, realicé mi segundo viaje a París, donde una profunda crisis espiritual me lanzó a la órbita de la metafísica, para usar una figura muy propia de los días actuales.

Fue mi segundo llamado al orden que se tradujo, literariamente, en la planificación de mi novela Adán Buenosayres, aparecida veinte años después, y en el rigor poético de Laberinto de Amor y de los Sonetos a Sophia. Y digo rigor poético ya que todas esas composiciones fueron realizadas en una mortificación del idioma verdaderamente penitencial para un versolibrista como yo lo era.

He aquí algunos de los Sonetos a Sophia.


Soneto del alegre destierro

En tu caballo de color de trigo
vuelves, Otoño, el de la mano llena;
y si el mendigo estaba de verbena,
hierros de segador alza el mendigo.

Sólo yo, lejos de tu fruta, sigo
rumbos trazados en mudable arena;
pero no voy en alas de la pena
ni llevo la cadena del castigo.

¡Mundo frutal, recibe mis adioses!
¡Y adiós, Otoño, el de afiladas hoces!

Con pie liviano y corazón sonoro
yo me dirijo a la provincia de oro

donde mi amante jubilosa muerde
su fe madura y su esperanza verde.


Lo copio a las apuradas y no tengo tiempo ahora para decir algo, en particular de alguna cosa que hay en la presentación. Lástima.

O no tanto. Porque si voy de salida, y con trazas de cazador de versos, este umbral me resulta ahora un espléndido pórtico.



(1) Hay algunos de los poemas del volumen disponibles. No sé por qué, esa selección dejó afuera algunos de los 18 poemas que hay en el disco. Uno de los expulsados es precisamente el soneto que copio. No le hace. Igual vale.

lunes, 14 de julio de 2008

Es lo que hay

Unos días atrás, nos cruzamos con un compadre, buen amigo. No personalmente sino a través de palabras de otros y después a través de breves letras por el éter.

Un comentario al pasar sirvió para mover el fuego. Y saltaron chispas, claro, como cuando se mueve el fuego. Fue tonificante, viera usted.

El caso es que a vuelta de correo me copia generoso un fragmento de José Antonio.

Sirve hacer eso de que un texto, una canción, un emblema, se presenten por nosotros y nos representen. Y allí fue que se terminaron el cruce y los chsipazos.

El asunto me trajo a la memoria otros textos del español. Cosas que viene bien repasar y leer cada tanto. Por ejemplo, ahora que se mueve el fuego también por todas partes y saltan chispas por todas partes.

Fue en el Gran Teatro de Córdoba, el 12 de mayo de 1935.

A esa altura, y hacía rato, ya todo estaba decididamente patas para arriba en aquella España. Ya se mamporreaban y hasta se mataban en las calles y todavía no había habido alzamientos oficiales y guerra civiles declaradas. Pero ya había.

En Córdoba, como digo, José Antonio hizo un discurso en medio de refriegas, piedrazos, marchas, cárceles. El discurso se parece a otros de ocasiones anteriores. Tiene, con todo, un aire más serio, también es menos retórica política y florida y más programático. Como en ocasiones anteriores, sin embargo, otra vez describió la realidad de aquella España y dijo qué pasaba y qué había que hacer, a su sabor. En esa oportunidad, incluso, trazó hasta una especie de programa de gobierno completo.

El fragmento que mi compadre me manda con algunos párrafos más que agrego, se parece, además, en esto y aquello otro, a varias cosas que uno mismo diría. Siempre, y también aquí y ahora.
Nosotros tenemos que volver a ordenar a España desde las estrellas; tenemos que hacer otra vez de España una unidad de destino en lo universal. La vida española se encuentra oprimida entre una capa de indiferencia histórica y una capa de injusticia social. Por arriba España dimite cada día un poco más su puesto en el mundo; por abajo, soporta la existencia de muchedumbres hambrientas y exasperadas. La política española, entre esas dos capas, conserva un tono colonial; cada Gobierno desparrama medio centenar de gobernadores que administran las provincias a su talante y que trazan a su capricho el estatuto de derechos públicos de cada ciudadano.

¿Qué salidas se ofrecen para tal estado de cosas? Dos salidas: la de los partidos de la izquierda y la de los partidos de la derecha. Los partidos de la izquierda alegan la preocupación de lo social; pero además de que, aun en eso, son totalmente ineficaces, porque su política desquicia un sistema económico, y no mejora en nada la suerte de los humildes, los partidos de izquierda ejercen una política persecutoria, materialista y antinacional. Y los de derecha, al contrario, manejan un vocabulario patriótico, pero están llenos de mediocridad, de pesadez y les falta la decisión auténtica de remediar las injusticias sociales.

Nuestro movimiento no es de derecha ni de izquierda. Mucho menos es del centro. Nuestro movimiento se da cuenta de que todo eso son actitudes personales, laterales, y aspira a cumplir la vida de España, no desde un lado, sino desde enfrente; no como parte, sino como todo; aspira a que las cosas no se resuelvan en homenaje al interés insignificante de un bando, sino al acatamiento al servicio total del interés patrio. Para nosotros, la Patria no es sólo un concepto, sino una norma. El acatamiento de esta norma hay que imponerlo con todo el rigor que haga falta, contra todos los intereses que se opongan, por fuertes que sean. Por eso somos revolucionarios.

Un año después, en noviembre de 1936, unos 15 días antes de su fusilamiento, terminó una especie de análisis-manifiesto que tiene trazas también de testamento político, por las propuestas que trae y el tiempo en que fue escrito y lo que pasó después.

¿Está bien? ¿Está mal?

Verá usted, mi amigo. Creo, de todos modos, que hay cosas dichas allí que sirven. Y que varias de ellas me representan, tanto como a mi compadre, y en mi caso en lo que tienen de universal, más que nada, porque español del '30 no soy.

¿Hace falta un José Antonio? ¿En aquella España de él, en ésta que ya no es suya?

¿Entre nosotros mismos, vamos...: hoy mismo, aquí mismo?

Podría discutirse, tal vez.

Aunque no sé si tanto, porque cierta clase de hombres siempre hace falta. La vida y la palabra de ciertos hombres siempre sirve. Y si firman con su muerte, también y sobre todo. Aunque no a todos les sirve de la misma manera su vida, su palabra y su muerte, se entiende.

Pero me parece que lo cierto es que, si llegáramos a la conclusión de que aquí y ahora haría falta un José Antonio, sería al fin de cuentas una conclusión tal vez no irremediable pero seguramente medio triste.

Porque a él no se lo ve por ninguna parte. Y nada parecido se ve.

Se ve mucho de esa izquierda que él dice y peores y se ve mucho de esa derecha que él dice y peores.

Pero a él no se lo ve. Ni a nadie parecido.

¿Qué se puede hacer? Hay que apechugarla...

Es lo que hay.

domingo, 13 de julio de 2008

Versos de piedra

Otras veces ha sido el sur, el sur-sur, el sur profundo. La tierra aquella, sin monasterios.

Pero esta semana me tocarán unos días de un poco de sur bonaerense, donde el sur empieza a ser sur-sur, me parece. Es una zona que aprendí a gustar en los últimos años. Esa tierra siempre la tuve un poco relegada, mirando más lejos. Pero algo la he caminado -casi literalmente- y llegué a conocer unos lugares, gentes, y entonces se me hace diferente ahora.

Es cierto que, cuando se anda por allí, y más que cualquier otra cosa, se siente el viaje en el tiempo.

No sé tanto de esas cosas como para saber si es verdad que el Sistema de Tandilia es tan antiguo como los libros dicen con sus miles de millones de años. Tampoco sé si es el plegamiento más antiguo del mundo, como dicen. Si es precámbrico, como dicen. No lo sé. Tal vez debería creerles, pero se ve que tengo problemas con cifras de más de cuatro dígitos.

Tanto me da. Tiene lo suyo el lugar. Y sobre todo, tiene tiempo acumulado en cada poro y hay recovecos, vueltas de camino, andando a campo abierto, como para sentirse uno de esos cazadores vestidos con pieles, en alertas cuclillas frente a un fuego nuevo, a la sombra de las piedras enormes y viejas, o en medio de ondas vacías de llanura inquietante, aguzando el oído, el olfato, la vista. Figuraciones, ya lo sé. Pero algo de eso me ha pasado andando por allí.

Ya hace rato que tengo la idea de alguna vez hacer los 300 y pico de kilómetros de esas sierras, de punta a punta. Como digo, he caminado una parte, deambulando por ambas puntas y algo del medio, cerca del mar donde termina la vista de esas piedras, o a la altura de Balcarce, o de Juárez, y un poco más arriba, cerca de Olavarría. Pero una parte no es todo. Y tal vez debería ser a caballo, porque me pareció ver que así se entiende mejor esa tierra. Y solo, claro. Porque parecen tierras para andar solo, con la tribu en otro lugar. Se me hace que, bien montado, podría hacerse mínimo en unos doce a quince días.

Una vez será. No ahora.

Ahora hay que laborar allí otras faenas, en lugares que me parece que tanto podrían estar en Tandil como en Puerto Madero. Y que al cazador –al que imagino junto al fuego, no al otro que de esos sí hay cabe el río color de león- no le sentarían para nada.

Algo se podrá andar, de todos modos. Y ver y oír.

Claro que uno sabe, como cualquiera sabe, que aquellos parajes tiene paisajes y que dan vacas y ovejas y minerales y esas cosas. Que son pintorescos y que hay turistas y cosas para turistas. Pero se me dio en estos días, por ejemplo, por ver qué poesía daba esa tierra. No encontré demasiado a la distancia. Algo, pero poco. Y con ese encargo voy, también y principalmente.

Entonces, mejor ver y oír allí mismo qué dicen y qué han dicho aquellas piedras en los versos que sobre ellas se han escrito.

Porque si uno le hace caso a los catálogos debería ilusionarse. No por el fraseo de catálogo del catálogo, claro, sino por lo que trae a la imaginación.
ver

Estás caminando sobre 2.500 millones de años geológicos, que es el tiempo en que se formaron estas sierras. Si el genio que servía a Aladino, con uno de sus mágicos gestos, pudiera apartarte toda la tierra hasta descubrir su pie, comprobarías que te encontrás a una altura de 8000 metros.

Durante 900 millones de años, el espacio fue cubierto por las aguas del mar. Cuando se fueron, infinitos pamperos soplaron desde la Patagonia y cubrieron con toscas, granzas y polvos -el loess pampeano- buena parte de sus faldas. Las lluvias -también infinitas produjeron el milagro verde de su cobertura edática.

Pero también estás caminando sobre la Historia.

Cuando -unos diez milenios atrás- los primeros hombres procedentes del Asia, en agotadoras migraciones de norte a sur, llegaron a estas serranías, aún moraban Gliptodontes, Smilodontes (tigres-sables) Megaterios y Mamuts, los últimos grandes mamíferos del Cuaternario, mientras iban haciéndose espacio, como nuevos habitantes, guanacos, zorros, huemules, águilas, liebres patagónicas (maras), ñandúes y chajáes. Y después que los españoles fundaron Buenos Aires, también vacas y caballos, que de mansos que eran se tornaron cimarrones y recorrieron libremente las pampas hasta aquí.

En muchas de estas cuevas, habitaron cazadores pacientes, hicieron fuego, comieron, vivieron, amaron y tuvieron hijos. Ya en tiempos tardíos, nuevas tribus procuraron oponerse con sus lanzas a la empecinada voluntad del blanco por desalojarlos.

A fines del siglo XIX, ya no había indios en estas sierras, pero sí diestros italianos, eslavos y españoles -los picapedreros- que transformaron muchas de las rocas que faltan, en adoquines, cordones, granitullos y bloques con los que se empedraron muchas de las calles de la República, Buenos Aires incluída.

Todo eso te acompaña, viajero amigo, cuando caminas las sierras tandilenses.

Porque si uno estuviera de pie sobre semejante ruina viva, sobre la respiración de esas piedras barridas por vientos que soplan quién sabe si desde el comienzo del mundo, sobre semejante ruina fértil y de milenios enteros, con esos tumultos callados de milenios de años de mar, si un hombre estuviera allí, de pie, con siquiera una ínfima raíz del alma hincada en ese abismo de eras, tal vez –imagino, me ilusiono- debería poder alumbrar alguna palabra de un sabor potente, rancio de siglos, unos versos de piedra, de bosque y mar, versos como capas innumerables de sonidos y texturas que están abajo, murmurantes, a miles de metros debajo de los pies de un hombre.

Como si dijera un verso –una palabra- que fuera la más mínima y esplendente huella humana, nítida sobre semejante espectáculo del tiempo.

Veremos. Oiremos.

Quién sabe.

sábado, 12 de julio de 2008

Momentos Berger

Hace algún tiempo comenté una idea del escritor británico John Berger que leí en una entrevista. Decía que él descree de la palabra “amor”, porque supone un desenlace feliz. Y agregaba que él prefiere esos momentos en los que, a solas con otra persona o colectivamente, está pasando algo que todavía no puede ser conceptualizado pero se vive, se siente, se entra de lleno en ellos. Lo individual se disuelve y se abre el túnel que nos separa de los otros. Hay comunión. Son momentos de contacto pleno. Todo esto último es interpretación mía de lo que desde ese momento llamo “Momentos Berger”. Sí recuerdo perfectamente que él terminaba ese párrafo diciendo: “Probablemente sean los únicos momentos por los que vale la pena vivir”.

Es otra más de las incontables admoniciones de la izquierda.

Para fastidio de algunos lectores -imagino- y para otros alrededor -lo sé-, tengo acopiada una colección de lo más nutrida de estas piezas, al fin y al cabo un poco previsibles.

No es mía toda la culpa. Lo que pasa es que, infatigable y disciplinadamente, en estos meses -ya lo he dicho, creo- estas gentes que no paran de escribir: miran cada señal, oyen atentas cada palabra, cada foto, como si cada voz y cada imagen fueran briznas de hierba que se mueven aunque sea imperceptiblemente en la sabana, y ellos, cuidadosos, acechan para ver si esos signos son los signos de la presa o si son los signos del cazador.

No me parece errado. Tienen razón: es lo que hay hacer. Porque también hay que hacer eso y a veces es lo que hay que hacer principalmente. Aunque algunos lo hacen con torpeza e ingenuidad de militantes mal disimulados, que se hacen los prescindentes y los equidistantes, pero a los que igual se les ven los pantalones por debajo de la pollera.

Pero aquellos otros con más luces, los que hacen de faro y de mangrullo, tendrían más y mejor razón todavía -y harían un señalado bien-, si fuera lo único que hacen o si lo hicieran por otras razones.

No es tanto que le hablen a otros, a los otros, a los de enfrente. Hablan principalmente para sí mismos, para su público, para su mercado interno. Porque lo que están haciendo con su vigilia de 24 horas los siete días de la semana de cada mes de siempre, es procurar que los propios, los propia tropa, no se olviden de lo que no deben olvidarse y recuerden dónde están, quiénes son, qué piensan, cómo se dice lo que piensan, qué está pasando, qué se está haciendo, para qué, por qué.

El texto que copio tiene otras posibilidades, bastante más nutritivas y provechosas que este 'piedralibre al comisario político'.

Pero se me hizo tarde ahora y el día fue largo y, lo que son las cosas, no me tocó hoy ninguno de esos dichosos Momentos Berger...

jueves, 10 de julio de 2008

Simpática tópica atípica

Y hablando de que en todo siempre hay algo, me acordé de unas frases que oí hace ya unos ¿qué diré?... decenios.

Estaba en el noroeste viviendo por un tiempo. Mis días y trabajos me obligaban y, como si dijera por culpa de ellos, tenía que juntarme con gentes de lo más pintorescas.

Políticos, por ejemplo.

Personajes curiosos son, a los que es difícil entender. Uno cree que los entiende o, lo que es más o menos igual, que los conoce. No, señor. Nada de eso. Son raros, en los dos sentidos de la palabra. De una raza extraña. Lo que está bien y no tanto, a la vez, según y conforme.

No son tan raros que no sean humanos, al fin de cuentas. Y no todos son tan humanos como para poder dedicarse a la política. Pero eso es sabido y es otro asunto.

Si digo que a la vez me resultan interesantes y me aburren, voy a tener que dar explicaciones, que no voy a dar. Lo que sí es cierto es que si alguna vez uno está frente a un político, se da cuenta. Y se da cuenta, además, de todas las veces que estuvo frente a gentes que no lo son, malgrado lo que ellas mismas piensen de ellas mismas y uno de ellas. No lo digo por primera vez: una cosa es un genérico zoón politikón y otra es un particular político. El asunto me resulta muy interesante, pero para otro momento.

Ahora me atengo a dos frases que oí entonces, de boca de dos viejos lobos de mar.

Porteño a medias uno y anorteñado, norteño de cepa el otro; bastante amigos entre sí; ambos de orígenes elusivamente derechoizquierdosos, aunque con “códigos” (je, je...)
ver

No creo que fueran la antonomasia del político, por favor, eso se entiende. Trato de ser fiel a mis recuerdos y de hacerles justicia a sus retratos, no de ajusticiarlos. Tal vez les faltaban cosas que un político bueno tiene que tener. Pero muy pocas de las que un buen político suele tener.

Eran también, con todas sus trajinadas horas de vuelo (mayormente nocturno) bajo la piel, un pozo de ciencia práctica-práctica y del arte consecuente, aunque cultos, dicho sea también, en una cultura tan simpática como utilitaria, según el caso. De modo que estaban llenos de ‘manuales de usuario’ y de guiños convenientes, según el interlocutor, al que conocían superficial pero atinadamente, de una mirada apenas. Jamás olvidaban un nombre, jamás descuidaban un detalle que pudiera abrir un legajo mental, jamás estaban donde no debían ni faltaban en el lugar debido, o eso parecía.

En ese tiempo tenía que tratarlos bastante, por cuestiones casi siempre protocolares (no existe tal cosa para un lobo de mar...: siempre es lobo y siempre está en el mar o al borde de estar en el mar...) Los vi moverse siempre con sutilezas de cazador, de animal cuidadoso. Adictos al susurro, a la contraseña, expertos en la media palabra tanteadora, baquianos de la dilación oportuna, dueños de la firmeza cum mica salis. De una connatural rapidez de movimientos mentales, físicos, sociales. No eran peores que otros del mismo barrio. Y eran hasta un poco mejores. Gente rara. Y notable, según se mire. Unos ‘maestros’.

Pasa que por entonces ya sabía bien que había cosas que nunca sería: filatelista, sommelier, albañil, encuadernador, por decir algunas.

Ni político, claro. De no, habría aprendido la mar de cosas de los lobos de la mar.

El caso es que cada uno dijo a su turno su respectiva sentencia, ambas memorables ahora.

“Lo que se estira se hace víbora...”, sentenció una vez el norteño de cepa y agregó, ocurrente por lugar de nacimiento: “...y las víboras pican...”, eludiendo con reflejos innatos el intranquilizador “...matan”.

El otro, por su parte, tenía sentencias más racionales, más algebraicas, diría, más francesas. Pero igualmente densas.

“No se desplaza lo que no se reemplaza”, dictaminó en cierta ocasión.

El interés histórico de las circunstancias en las que ambos axiomas fueron dichos, es más o menos despreciable ahora.


Hace, como ya dije, decenios que guardo esas frases. A veces las uso. Siempre las repaso, las palpo a ver cuánto tienen de verdad. Y sin duda que me parecen tener lo suyo. Podrán necesitar –y qué no- alguna nota al pie o varias. Pero al final las dos quedan más bien exoneradas.

¡Y vieran a qué innumerable cantidad de asuntos se aplican! ¡Y cuántas veces me las digo por esto y aquello! ¡Y cuántas veces las pienso de cosas que uno ve y oye!


Claro que así dicho, y viniendo estos apotegmas de donde vienen, nada impide que alguno los aplique al pensar en cosas políticas. Incluso alguno se preguntará, tal vez, si efectivamente no estaré hablando de política. Y si ésta no será una elipsis, si no será un comentario oblicuo, como al pasar sobre los asuntos de la polis.

Créame o no, mi estimado amigo, pero más bien no. Y no en primer lugar, en todo caso, ni en segundo, siquiera.

martes, 8 de julio de 2008

Breve entremés en el que se pretende que se deje entrever el ser de este merengue

El mundo alrededor está vario y sabroso, como siempre.

Y claro que hay alguna que otra cosa por allí: urgencias, puntos de honra, parteaguas de la historia y de la vida.

Y hasta más de una sería una bonita ocasión para el comentario zumbón, o para la sesuda reflexión, siquier la palabra desdeñosa, aun la pía meditación, acaso la admonición envarada; ya tal vez cupiera la ficta o veramente humilde advertencia, ya podría ser el apóstrofe paternal, el coloquial consejo fraterno, el discurso indignado, la indicación flamígera, la negligencia vitriólica, la cadencia morosa.

Sí, claro que sí: tanta cosa del sumario de estos tiempos y de este mundo podría merecer palabra y gesto.

Pero, ¿para qué?

Y más: ¿por qué?

No. Nada de eso. Nada así.

Sin ir demasiado lejos: nomás el aire de julio, por ejemplo, vino ambivalente, pero siempre tan digno de ser visto y vivido, verlo y vivir en medio de sus grisidades raramente coloridas, olerlo en sus fuegos, ahora esporádicos, añorados. Y para mayor vértigo, ya se barrunta agosto, más inestable, más bifronte todavía.

Lo que es hoy, pían pájaros a mansalva; el jardín aparece húmedo y seco, según la hora y el día; el sol calienta un poco de más pero no por eso deja de girar su curva celeste apenas levantándose por sobre el horizonte, bordeando el palo borracho a la altura casi de su panza, esquivando el laurel malhumorado y cetrino, mofándose del ciprés calvo prudentemente perenne, trasluciendo una araucaria lejana que extraña mejores fríos, tiñendo las tardes ferruginosas en caídas silenciosas que refrescan el aire, al fin y al cabo.

Cuando no dormita buscando calores mezquinos, el perro de la casa, por ejemplo, juega interminablemente a la pelota y, según con quien, la retacea con lúdicos dientes temibles o “la lleva” con las patas, la ataja en el aire, la esconde, la corre.

También hay una vigorosa cidra mexicana que no para de crecer; un limonero de cuatro estaciones que todavía no da del todo en ninguna pero ‘hojea’ a más no poder enormes hojas carnosas; una ‘SantaRita’ en ciernes que se chamuscó con las abruptas heladas de junio y de la que mi madre dice con sentencia inapelable “ni la toques, va a vivir...”

Con todo y eso, alrededor de estas inmensidades, pasan cosas. Alrededor por afuera y alrededor por adentro.

Se ve que si uno fuera o tuviera que ser ansioso (ansioso de hoy, ansioso de este invierno, ansioso de este año, de este decenio, de estos siglos) estaría de lo más desorientado, inquieto.

Podría estar eufórico o triste y cada cosa a su turno o ambas a la vez.

Como podría patinar todo a lo ancho de una apatía olímpica, patriarcal, que escondiera bajo el fino hielo superficial terrores a quintales u honduras tenebrosas de pensamientos poco nobles, de alegrías infelices, carcajadas de desesperanza, seriedades de agruras.

Podría, sí. Claro.

Pero, digo yo, ¿qué apuro hay? ¿Qué necesidad hay?

¿No tiene la vida -aun aquí mismo, todavía ahora mismo- un reverbero inagotable, bullendo en el tiempo de una vida de hombre?

Siempre es más agradable el camino si se sabe que hay puerto al final. Y la dos cosas son emocionantes, el camino y la llegada. Ir y esperar.

Saber que, mientras, se transita y saber que, al final, hay un final.

Saber que las cosas pasan. Saber que se llega. Y entre el principio y el fin, el medio. Y uno en el medio.

Todo pide atención, todo es comida y bebida, todo dice algo, todo muestra algo. De todo lo que es y pasa se vive -aun aquí y todavía ahora-, en poco o en algo o en mucho, de un modo alguna cosa, de otro modo otras cosas.

Parece que basta rumiar y ver, calmadamente, digiriendo, descartando módicamente si se puede con el dorso de la mano, aferrando serenamente si se puede con dedos firmes, esto y aquello, siempre mirando y viendo, nunca sin mirar ni ver.

Siempre, cada día, cada hora, antes del final, es el tiempo de algo y de alguien y es la víspera de algo y de alguien.

Siempre, y hasta el final. Gracias a Dios.

sábado, 5 de julio de 2008

El fruto

Se abre el dulzor de un fruto que partí con la mano;
lo deshacen mis dedos, lo recibe mi palma;
alegre va en mi boca, sabe a un sabor arcano
que huele a paraíso. Como en calma.

Y su jugo ha teñido mi piel, que ya envejece,
y lentas se me escurren su piel y las semillas.
Y su carne a mi carne la ha aromado y florece
plácidamente y huele a maravillas.

Hay niebla. Una llovizna lava el fruto jugoso,
-tiene el dolor de un llanto templado, silencioso-
y exhala beatitud, me impregna gloria.

Estoy sentado. Es tarde. Hoy no hay fuego de invierno.
Del fruto que ha pasado, libre, fragante y tierno
me queda el gusto, el gozo. Y la memoria.


martes, 1 de julio de 2008

El rengo (II)

Hace unos días pensaba en el lío lírico que sería hoy tener que rimar cosas tan ásperas y malsonantes.

Y mire usted por dónde, mi amigo, viene el apóstol rengo que mentaba recién y hace su aporte, interpósita mano, eso sí.

Es chusco el verso, vea, porque al fin de cuentas es un fraile mediterráneo, franciscano, apóstol de indios, hijo de campesinos y campesino él mismo. Y no un sociólogo de la UBA. Se entiende, claro.


Dános la paz en la guerra,
Don Fray Junípero Serra,
que sí y que no con la soja,
señor de la pata coja.

Tú entre los indios amigo,
apóstol de tierra y trigo,
refrigera al infeliz,
predicador del maíz,
que estamos en estas zanjas,
cultivador de naranjas,
meta y ponga disparate,
hortelano del tomate.

Somos hierro en la bigornia,
fundador de California,
y nos machacan a mazo,
beato fraile buenazo,
entre usura y retenciones,
caminador de misiones
la avidez y la avivada,
padre pastor de Ensenada.

Al fin de todo aquí vengo,
mallorquín sencillo y rengo:
y ofrezco un durazno prisco,
hijo del padre Francisco,
pidiendo tu intercesión,
portador del azadón,
a ver si este mundo acata,
socio de la mala pata,
lo que tu Rey hizo ley,
maestro de Monterrey.

El rengo

De noche, parece, lo picaron unos mosquitos, tal vez un zancudo, algún otro bicho, y se rascó. Y tanto se rascó, dormido se ve, que llegó a lastimarse. No eran épocas de pervinox, así que se le infectó la herida y tanto que una vez que se curó, quedó rengo. Además era asmático y andaba mal de los pulmones. Y tanto que dizque murió de tuberculosis, aunque como a los 71 años.

Algunos de sus pasos rengos recorrí. No tantos, porque él caminó, con renguera y todo, más de 4.500 kilómetros en nueve años; y más subiendo y bajando por toda la sierra de Querétaro y por toda la California, la Baja y la Alta –en la que lo consideran fundador de ciudades y del mismo estado, y más.

Era un mallorquín menudo y no muy sano. Franciscano, el hombre, desde chico. Muy léido, dicen y buen profesor y maestro. Y trabajador y trajinador, tanto que fundó pilas de misiones en el far west antes de que fuera el far west, y por todas partes de México. Y pasó y le hicieron pasar las de Caín, virreyes y gobernadores y hasta clérigos, claro. Pero el tipo, nada: siempre avante.

Un titán, el rengo.

Lo conocí de chico. Chico yo, quiero decir, porque él murió en 1784. Justo en la época en que empezaba aquella renguera que decía, la mía que no la suya de él, porque a esa altura ya caminaba por lo parejo, el hombre, y no era nada rengo. Un amigo del colegio me visitaba una vez por semana y me traía al hospicio pilas de revistas, entre las que había vidas de santos. Y el rengo, que no era santo declarado entonces y hoy por hoy es todavía sólo beato (desde el 1988), estaba entre mis preferidos, aunque los dibujos eran bastante sencillos, debo decir.

Pícaro y cordial, andador, buenazo hasta no poder más, inteligente, hábil. Filósofo y teólogo, humilde campesino, mediterráneo. Pero también un genio para la planificación de la agricultura que les enseñó a los indios de sus misiones, o para el comercio entre misiones, para la construcción de caminos entre las misiones, y para fundar ciudades y hacer leyes de protección de indios, y esto por hablar nada más que de la añadidura.

En el Capitolio yanqui, cada estado de los States puede poner la estatua de dos de sus próceres y ‘padres fundadores’.

Él único fraile que hay en la galería de las estatuas es ni más ni menos que el rengo de California.

¡Qué tipo!

Fray Junípero Serra, sí señor...

No sé bien por qué se lo celebra en la liturgia de hoy. Nació un 24 de noviembre, murió un 28 de agosto (he visto que los franciscanos lo celebran el 26 de agosto, porque el 28 es san Agustín.)

El evangelio que le tocó hoy es un fragmento de san Mateo (8, 23-27), nada menos que el relato de una tempestad calmada por Jesús en el Tiberíades.
Subió a la barca y sus discípulos le siguieron.
De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido.
Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!»
Les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.
Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?»

¿Ven? He allí Uno a quien le obedece el viento de los espíritus que soplan sobre el mar de este mundo. Y Uno a quien le obedece el mar de este mundo que bulle agitado por los vientos de los espíritus que soplan sobre él.

Como en el caso de mi buen Junípero. Que, a imitación del que calma el mar, puso también él sal y fuego en el mar de este mundo, templando las aguas, bautizando al mundo.

Que es lo que uno debería hacer. Y no hace falta ser rengo para eso.