lunes, 9 de junio de 2008

Lianas (VII)

Hoy a las tres de la tarde tomé un taxi.

(Y aquí podría salir de la entrada, sin decir más. Y calculo que con ese dato autobiográfico podría, me imagino, hacer las delicias de la angurria existencial de unos cuantos recolectores de las residuales desprolijidades de la vida, roedores de datos de inventario, embolsadores de experiencias ajenas. O tal vez ilustrar con episodios desopilantes de mi vida diaria -como tomar un automóvil de alquiler- a honestos buscadores de signos biográficos, que serán los menos. Mejor, sigo viaje...)

El chofer dijo tener unos creíbles 35 años. No se lo veía de mal humor. No se lo notaba alicaído, ni triste.

¿Y a que no adivinan, señores míos, el tema de la conversa de 15 minutos y 25 cuadras céntricas?

Exacto.

Apenas dije ‘qué se dice’ me contestó con un chiste contra CFK que anda corriendo por mensajes de texto, según me anotició con feliz displicencia y gracejo.

Le pregunté, entonces y ya que habíamos caído en el punto primero y único del orden del día, qué decían los que se sentaban atrás.

Me dijo que uno le había dicho que con el IVA que había recaudado el gobierno en estos meses de carestía (vaya palabra, ¿no?) debe haber hecho casi tanta ‘caja’ como lo que podía cobrarle al campo con las retenciones ésas.
- Y las cosas no van a bajar, se da cuenta...

- No sé, soy malo para las cuentas, pero puede ser.

- Yo tampoco sé pero un poco verdad debe ser: el otro día unos amigos pagaron a pesos 18 el kilo de asado... Un asadito con los amigos, ¿se da cuenta? Y eso lo paga la gilada que es la mayoría, jefe...

Me dijo también que otro le había dicho que se sentía un chico viendo a los padres pelearse por la plata. Y otras cosas así, me decía.

Le pregunté, al fin, qué pensaba él. Le pregunté junto si él entendía de qué se trataba, y si no lo cansaba la cuestión, tan larga, tan sin saber bien, tan crispado todo. Le pregunté, de revés, cómo era la cuestión: por qué ‘la gente’ no se cansaba de todo esto y la carestía y todo eso, sin entender nada de casi todo, sin saber qué están diciendo, quién tiene razón, y los gritos y los pitos y las flautas y por qué la gente no pegaba un portazo y pateaba el tablero y mandaba todo al diablo...

- Mire, jefe. Le voy a decir una cosa. Yo tengo 35. A los 15 tuve que dejar el colegio porque mi viejo no tenía plata para ‘bancarme’ y me dijo: “flaco, se terminó lo que se daba..., tenés que laburar...” Era la época de Alfonsín, ¿me entiende? Las cosas valían 100 y al rato, 500. Dura la mano... No me quedó otra, tuve que salir a la calle. Después terminé un poco a los ponchazos. Soy enfermero, ¿sabe? Me hice enfermero, porque me gusta estudiar, algo aunque sea. Y hasta ambulancia tuve, ¿se da cuenta?. Pero... Vino el ‘innombrable’ y otra vez a la lona, la de cheques que me quedaron colgados... Perdí todo de nuevo. Y después la crisis de no sé qué y después éste y aquel y así... ¿Me entiende?

- Más o menos...

- Claro... Le explico: los de mi edad, y de mi edad para abajo, somos como de esa clase. Una clase, ¿me entiende? Nosotros nacimos en esto, así como ahora. No conocemos otra cosa. Esto es lo normal para nosotros, no conocemos otra. Siempre fue igual, nunca estuvimos bien. Flotamos un poco, no nadamos del todo ni nos ahogamos del todo... Ahí, siempre al límite. No tenemos mucho para elegir, ni mucho futuro para esperar. Si tenemos como quien dice para el asadito, mejor. Si no, esperamos la próxima, porái tenemos más suerte... Ya aprendimos, bah, digo yo, no es que aprendimos, no nos queda otra porque esto para nosotros es lo normal. Por eso le decía: nosotros nacimos en esto. ¿Me entiende?

- Como sobrevivientes, dice. Sobreviven, van tirando, día a día, ¿eso es?

- Y sí, eso.

- Pero, ¿por qué se conforma con eso?

- No es que uno se conforma; pero ¿qué quiere que hagamos? ¿Qué se puede hacer? De veras, le digo: yo a veces hago la lista, ¿vio? Y, ¿la verdad?: no hay ni uno... Está bien, se va ésta. ¿Quién viene? Da lo mismo, son todos lo mismo. Mucho piripipí, discurso, mucha milonga: esta yegua dice una cosa, la otra gorda le contesta otra: son todos verso, jefe. Todos. Son iguales todos... Ellos hacen la suya. Entonces yo hago la mía. Unos por la guita, otros por otra cosa... Son ellos y te hacen creer que es para vos...

- Hace años, cuando uno tomaba un taxi, todos los taxistas hablaban de política. Y todos decían lo mismo. Si pasaban, por ejemplo, por la casa de gobierno, por el congreso: “Yo a éstos, ¿sabe qué haría?... Los encierro a todos y les prendo fuego”. O decían: ¿Sabe qué haría yo con estos tipos, maestro? Los mando a todos a laburar al campo o a hombrear bolsas, los mando... Sinvergüenzas... El pueblo muriéndose de hambre y estos tipos dándose la gran vida...” Era un clásico...

- Y sí... Mi viejo dice lo mismo, más o menos, pero él se pone más loco que yo. Nosotros no, ¿ve? Los de treinta y pico, digo... Y los pibes, más todavía, los que vienen abajo... Somos así. No conocimos otra. Y sobrevivimos, como usted dice, andamos sobreviviendo...


Por 9 pesos con 30 no estaba mal. Si uno piensa que una encuesta mezzo-mezzo se cotiza 30 mil y no menos...

Me sorprendió, con todo. El escepticismo cálido, casi cordialmente cínico. Nada agresivo, casi diré como sin resentimiento, como sin dolor alguno. Sin felicidad y sin dolor.

No era el simple Juan Pérez. No era el hombre común que quiere una vida de medida humana, sin desmesuras. Ni púsil ni desmadrado. Y que prefiere que los asuntos de mago los arreglen los magos, mientras él se dedica a vivir.

No era el burgués, siquiera, que podrá darse aires de ponderación rastrera, de hombre crítico preocupado, de intelectual oportuno o de emprendedor con aspiraciones ruidosas y vanas, pero que en realidad mide y pesa cada paso, buscando ahorrarse energías o vivir de los demás o hacer girar el cosmos en su provecho, masajeando su ego de tipo inquieto y solidario y suspicaz.

Pero tampoco era un derrotado. No está peleando nada, entonces no puede ser derrotado. No puede ser del todo llevado, ni del todo empujado. No está del todo de pie ni vencido del todo. No opone resistencia. No quiere lío. No quiere más lola.

Él nació en esto. Él no conoce otra cosa. Para él esto es lo normal.

Y eso es parte de lo que queda, de lo que hay que mirar mientras pasa lo pasa. No es todo, pero es parte.

Es ni más ni menos que un aspecto ácido de lo que queda cuando pasa lo que pasa. Así nomás, en traje de paisano. Uno de tantos.

Pasa en la ciudad, es verdad: sitio poco épico, casi nada lírico y deformadamente trágico.

Pero pasa.

Y pasa, por ejemplo, en la piel de nuestro alumno secundario incompleto, enfermero quebrado, taxista escéptico y cordial.

No ahondamos otros tópicos que podrían haber dado más materia y reflexión.

Pero estaba claro.

Podría pasar que con esa mansedumbre pudiera hacerse un energúmeno un día. Podría pasar que con ese escepticismo resultara un día un esclavo.

Cualquier cosa podría pasar con este buen hombre, Dios no lo permita.

No sé si sabe de la cuestión ésa de redistribuir la riqueza.

Pero si un día redistribuyeran almas, seguro le alegraría que le devolvieran la suya.