sábado, 12 de abril de 2008

Jerusalén

Hay que entrarle al asunto de las conversaciones de Roma -y bien específicamente, de Benedicto XVI- con los judíos y con el Islam.

Es a cuento, claro, de lo que dijo hace unos días el rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, en relación con la oración por los judíos.

Creo sin embargo que, a esta altura, hay que hacer un breve sumario de cuestiones a considerar.

A mi modo de ver el asunto, y así parece que lo refrendan los hechos, deben tenerse en cuenta paralelamente dos "conversaciones". Una de Roma con los musulmanes, que empezó antes, al menos en este pontificado. Otra con los judíos, que surge con fuerza a la luz pública a partir de la reforma introducida a la oración por los judíos en el misal de 1962, sin que haya variado la del misal de 1970, y a cualquier efecto vale aclararlo, porque Roma lo ha aclarado.

Así vista la cuestión, para ambas conversaciones valdría observar las similitudes y diferencias generales del temario planteado por las partes.

Se sabe que la conversación con el Islam se inicia ruidosamente con la lección de Ratisbona y con las consideraciones allí vertidas acerca del papel de la razón y sobre las relaciones entre fe y razón. A ello siguió una catarata de reacciones a favor y en contra desde el mundo cristiano, tanto como, principalmente, desde el mundo musulmán. Este último parece haber consolidado su posición en una carta que fue creciendo en firmantes de todas sus parcialidades y modificando levemente sus contenidos hasta alcanzar la versión actual que parece ser el punto en que han quedado de acuerdo todas las ramas del Islam acerca de lo que hay que conversar con Roma y con el resto de las iglesias denominadas in genere cristianas, desde la ortodoxia hasta los evangélicos de toda suerte. Vale aclarar que esto que pasa hoy (desde 2006) es la más reciente etapa de un proceso, etapa nueva y tal vez distinta de lo que se venía haciendo, por cierto, pero etapa al fin de un planteo ecuménico más viejo.

Por otra parte, el diálogo con el judaísmo tiene sus propios carriles. Aunque vale también aquí lo dicho para el Islam, en cuanto a que no es inédita la conversación con el judaísmo, es verdad sin embargo que con el "gesto" de la reforma al Oremus et pro Judaeis, de la liturgia de Semana Santa, comienza un hilo nuevo de conversación, que también ha despertado reacción diversa no solamente en el mundo judío, sino también en el católico y en el cristiano en general, y también, como en el caso de los musulmanes, a favor y en contra de la nueva perspectiva y de las nuevas bases de conversación.

La cuestión ahora es señalar de qué quiere hablar Roma con musulmanes y judíos.

Y aquí hay que hacer una distinción que me parece al menos curiosa, pero que estoy seguro de que es bastante más que una singularidad o rareza del planteo.

Porque mientras a los musulmanes desde el comienzo de esta etapa se les dice desde Roma que no hay demasiado que hablar sobre las diferencias teológicas de fondo o dogmáticas (tal vez en esa misma línea habría que considerar el "gesto" del bautismo de un musulmán durante las celebraciones del Papa en la última Semana Santa), se les propone, y por lo mismo que no se quiere hablar de teología dogmática así como así con ellos, hablar sobre la incorporación a sus creencias y prácticas de aspectos racionales que se presume o se afirma ausentes o debilitados allí y ya incorporados por Occidente, desde el Iluminismo en adelante. A ello, los musulmanes se resisten y contraofertan proponiendo finalmente -y después de idas y vueltas de cartas y expresiones de ambos de lados más o menos explícitas- centrar la cuestión en los dos grandes mandamientos que, dicen, resumen toda la ley y los Libros (tanto la Biblia como el Corán): el amor a Dios y al prójimo, con todas las implicaciones y hermenéuticas del caso. Roma no ha contestado aún definitivamente a esta "agenda".

Pero muy otro es el caso de la conversación con los judíos. A ellos -e insisto en decir que el diálogo con los judíos no es inédito, aunque parece que las bases actuales son distintas- se les plantea desde el comienzo de esta etapa -implícita y explícitamente- la centralidad de Cristo como el Mesías y el anhelo de que Israel reconozca en Él al Hijo de Dios. Que lo reconozca ya y se convierta -palabra crítica en este asunto, tanto para musulmanes como para judíos- o que lo reconozca cuando la plenitud de los pueblos -gentiles- haya ingresado a la Iglesia, ingesando Israel con ellos en ese momento (como sostiene la oración ahora reformulada para el misal de 1962), es asunto que valdría la pena considerar. No cambia el fondo de la interpelación que el cristianismo de Roma le dirige a Israel: Cristo es el Mesías que Israel esperaba según la Promesa y ahora Él espera que Israel lo reconozca y se reitegre a la fe que Él le dio. No creo que pueda pasarse sin notar el fuerte sabor escatológico (parusíaco, para otros) que tiene el planteo de la oración reformulada, dicho sea como un apunte, para nada marginal. Con todo, a ello los judíos contestan -y dando crédito a lo dicho por el rabino Di Segni- que la judeidad -lo que habría que entender como la fidelidad a lo que consideran su razón de ser como pueblo y como fe religiosa- se perdería irremediablemente de ese modo. Dicen además que un diálogo sobre esa base es inútil. A cambio, contraofertando también ellos, proponen que Roma y los judíos hablen de otras cosas que no supongan tocar el núcleo sólido de su creencia y, lo que es más claro, el centro de su justificación como nación y pueblo elegido.

De modo que, tal y como se ve, se cruzan así las líneas de los temarios (y me pregunto sí son efectivamente dos temarios distintos), porque mientras Roma no quiere hablar de teología dogmática con el Islam, no quiere hablar de otra cosa con Israel. Mientras el Islam no quiere hablar de la razón y de las conquistas de la Ilustración, quiere hablar de teología dogmática con Roma. Mientras, el judaísmo no quiere hablar de teología dogmática con Roma, se aviene a acordar con ella asuntos más, diríamos, mundanos o naturales.

Si alguno dijera que es fatigoso asaz andar siguiendo la pista de lo que dijo el que dijo que no dijo lo que el otro dirá que decía pero no dirá, estoy de acuerdo.

Tanto más aun, porque no se habla en estas cuestiones solamente en lengua teológica -ya difícil para los de mi barrio- sino en lengua política también, y diplomática y aun periodística, pues desde que existe lo que se dice y lo que parece que se dice -es decir, el periodismo- también la retórica y la dialéctica de estos asuntos se acomodan en algo y no poco a ello.

Repasar este complejo tramado es más que lo que podría hacer un servidor desde esta bitácora.

Pero, siquiera a modo de eso mismo, de bitácora, tal vez valdría la pena hacer un esfuerzo y dar un pantallazo breve -y seguramente algo pobre- del statu quo. Y si fuera posible algo más, aunque no mucho más porque teólogos tiene el mundo que saben más que uno.