jueves, 3 de abril de 2008

Borda

No sé qué harán con el Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda. El Borda, a secas, decimos por acá; dicen que algo harán con él, no sé.

Lo que sí sé es que en 1942, cuando el lugar todavía se llamaba Hospicio de las Mercedes, fue a dar allí Jacobo Fijman y se quedó hasta que murió, en 1970.

(Así que, si me preguntaran, antes que nada, no importa que hicieren después, le podría -por decir algo- una placa al lugar, mejor una señal, un verdadero signo, en su nombre.)

Había estado unos meses allí, antes, en 1921. Este 25 de enero que pasó habría cumplido 110 años, era de 1898, rumano, de la Besarabia. Culto, espiritualmente fino, hombre religioso. Lo fascinaban los colores. Y, claro, estaba loco, dicho así, ligeramente, clínica, psiquiátricamente. Pero creo que eso no le "arruinó" nunca la lírica del alma. Y creo que ni siquiera el alma.

La izquierda lo descubrió como a fines de los '60 y se lo apropió, como bandera de cosas tan rebuscadas que son hasta aburridas de explicar. Un barrido y un fregado, nada grave. Fijman es más grande y más nítido que todo eso, estoy seguro y creo que la izquierda también.

Me acordé ayer, por ejemplo, de que el 2 de abril se cumplieron 30 años de la muerte de Ignacio Braulio Anzoátegui, de quien supe hace años que lo visitaba y se veía con él.

Se dice que Leopoldo Marechal, dos años menor (y que murió, como él, en 1970), lo invitó a escribir en el periódico Martín Fierro en 1926, que es también el año en que Fijman publica el primero de sus tres libros de poemas. En el número 32 de ese mismo año, Jacobo Fijman publicó en el periódico este poema:

Mediodía

El sol
hace un motín sangriento.
Paisaje apisonado.
Luces malavenidas.
Paladeos chispeantes del arroyo.
Tierras blandas de lluvias perfumadas
donde cavan las luces como perros.
Sosiego
de mediodía.

Guía de carreteras bifurcadas.
Surcos. plantíos.

Distancias.
Todas las heredades interrumpidas,
como en un paradero,
definitivo.
Se enclavan en el sosiego los blancos, verdes y malvas
del suave caserío.

Distiéndese el paisaje
martirizado
de luz.
Una horda de árboles dispara
sus flechas de bramidos
contra el sol, agujero
inconcluso,
desolación iluminada.

Perspectivas insospechadas
que lame el horizonte sensualmente.

El silencio le ha puesto al viento
un candado de horas.
Bocas temblonas
del río.
Señorea la luz del mediodía.