sábado, 29 de diciembre de 2007

La Cabeza y el Cuerpo

Más allá de cualquier explanación y comentario, los textos están en los Evangelios; especial pero no únicamente, en los discursos de despedida que Jesús dice en torno a la Última Cena.

Lo dicho a partir del capítulo 12 y hasta el 17 del Evangelio de san Juan, el amado, es una sucesión de analogías, similitudes, casi identidades, propiedades transitivas entre -digámoslo así- la Cabeza y el Cuerpo y, por cierto, entre el Cuerpo y el Padre. Todo ello fundado, como lo hace allí Jesús, en las relaciones que Él tiene con el Padre por ser Jesús quien es y en su carácter de Mediador y hasta de signo o icono del Padre, como se ve en sus respuestas a los apóstoles en esos capítulos.

Lo que ahora me importa subrayar, sin embargo, es lo que allí se me figura como un punto central: Lo harán con ustedes, porque lo han hecho Conmigo.

Tal será la vida del Cuerpo, como ha sido la vida de la Cabeza.

Es un principio simple, pero decisivo. Y aplicable, según y conforme, a cualquier asunto en el que se busque o se dirima el sentido de lo que se ve en la historia, y el propio sentido de la historia. Y no porque sí.

Toda -y digo enfáticamente toda- cuestión que implique el sentido y la acción del cristianismo, incluso el curso histórico de la cristiandad, se ve a la luz de esta relación tan íntima como mística entre el Cuerpo y la Cabeza, que también tiene un aspecto central en la continuidad eficaz que le encomienda la Cabeza al Cuerpo, hasta que vuelva.

Una relación que se resumiría -salvadas las distancias ónticas- en aquella profecía de que "lo que hacen Conmigo, lo harán con ustedes": Mi historia es la de ustedes, si ustedes son Míos, como el Cuerpo es uno con su Cabeza.

Por supuesto que, visto así, nada queda afuera de esta relación, mientras se trate de entender la vida del Cuerpo, desde la Creación de todas las cosas hasta el Fin; mientras se trate de entender los signos de los tiempos, lo que dicen y hacen los miembros del Cuerpo tanto como lo que se dice de ellos y se hace con ellos, siempre en el marco mismo de la relación del Cuerpo con la Cabeza.

Esto quiere decir, entonces, que para entender la vida y el sentido del Cuerpo, hay que prestarle atención a la vida y al sentido de la Cabeza.

A veces, parecería que el cristiano olvida esa inherencia, que será finalmente la de la Amada en el Amado transformada. Y no solamente unidos y reencontrados al final, en el Fin: cuando baje la Jerusalén Celeste, cuando Él reine para siempre y haga nuevas todas las cosas, coronando lo incoado.

Ese olvido -en el que muchas veces se juega la Fe, muy especialmente la Esperanza y también la Caridad- parecería olvidar que su analogado primero y principal, su caput, es quien es. Y que, además, tuvo cuidado extremo en significar cada palabra y cada gesto y cada hecho de su vida histórica en relación con su Plan, que incluye la existencia del Cuerpo.

Una Venida y la otra Venida, un Nacimiento y una Parusía, un tiempo y ese otro modo de ser todas las cosas. Y, en medio de ambos 'puntos', las palabras y los gestos y los hechos de la Cabeza, que además son signos de la vida del Cuerpo.

Por muy extraño (y -entendiéndolo livianamente- hasta decepcionante) que pudiere parecerle al cristiano, esto significa que es en la Cabeza donde el Cuerpo verá qué es, qué será, cómo es, cómo será, y qué significa, todo lo que al Cuerpo se refiere.

Y cómo lo tratarán, cómo lo recibirán, cuánto y cómo lo oirán y lo seguirán. O no. Qué harán con él. Cuál será su suerte y su fin. Y en qué consiste su suerte y su fin en este tiempo y cuando ya no haya tiempo. Y cómo, siempre en relación con la Cabeza, deberá entender el propio Cuerpo su suerte y su fin en este tiempo y cuando ya no haya tiempo, mientras ambas cosas transcurren y ocurren.

Todo lo que quisiéramos mirar, mirémoslo en Él; lo que quisiéramos ver, veámoslo en Él; todo lo que habremos de esperar, conozcámoslo en Él.

Todo.

No sólo aquello que nos gusta o nos gratifica mirar, ver o esperar por motivos tantas veces y siempre cortos, aunque no inéditos como se ve en aquellos mismos pasajes del texto de san Juan.

Todo.

Porque como es allí será aquí, como es en la Cabeza será en el Cuerpo.

No es el siervo más que su señor.