sábado, 27 de octubre de 2007

Leprosos en el aprisco (IV)

Tal vez haya que ir con más calma en estas materias. Me digo que no hay que sucumbir ni a la tentación de simplificar con la respuesta automática y de apariencia -y eficacia- canónica, ni sucumbir a exacerbar las figuraciones. Siempre está el tratamiento prudente con la costa a la vista. Pero también está el riesgo cierto de lo mismo, cuando prudencia no significa la virtud sino algo con el mismo nombre y significado opuesto.

Lo cierto es que, puesto a ver, en esto ocurre como en todas las Escrituras: descubre uno -valiente hallazgo...- que no hay modo de esquivar el todo, pues allí el todo es todo en toda cosa. Y aunque la variedad de asuntos puede impresionar, impresiona como una sinfonía, como una constelación. Una costelación no es un montón de estrellas y cuerpos celestes juntos -distintos y distantes- sin chocarse ni apartarse: es una forma que junta estrellas y cuerpos celestes.

Veamos, por lo pronto, algunos puntos sobre la cuestión de los leprosos en el aprisco.

Es claro que en aquello sobre que se viene hablando hay algo que bordea la ironía. Acaso simplemente el humor, aunque un humor incómodo y un poco áspero, especialmente para un judío observante en el tiempo de Jesús. Y para cualquier judío observarnte de cualquier tiempo, sea de la religión que fuere.

Por una parte, está la insistencia en poner de por medio a los samaritanos, como condimento de varias comidas, intragable condimento -e intragables comidas- para los puros.

Después, está la insistencia en lo que a los tullidos se refiere. No solamente los de la carne, también los del espíritu. Y más: la insistencia en que tales tullidos sean la piedra del escándalo en materia de observancia de la ley, especialmente la del sábado, tal vez en lo que tiene de emblema ritual del verdadero Día del Señor, digo yo. Y está el hecho de que además los tullidos sean los preferidos, más allá -y a veces en lugar- de los preferidos.

Es claro también, me parece, que la oveja que se pierde (¿sólo las ovejas perdidas de la casa de Israel?; no en los hechos, por lo menos...), los tullidos, los samaritanos y los leprosos -claro...-, están en el católogo de los asuntos centrales. Jesús usa de ellos en parábolas, figuras y milagros, para explicar y decir insistentemente lo central.

Puros e impuros, observantes e impíos, ortodoxos y heréticos. Sanos y enfermos.

No hay que afilar mucho la mirada para darse cuenta de lo complejo que es esto.

Tanto como tratar de compadecer libertad y predestinación. Y no casualmente, porque ese asunto ásperamente bifronte se trata allí, no como accidental, aunque sí misteriosamente.

De una parte está la Promesa. Y la carne y la sangre. Y la ley (y la Ley). De otra parte, está la amonestación y la advertencia. No el desafío, porque la acción siempre es descendente y el Señor no desafía a su siervos propiamente, aunque los rete en el doble sentido que la expresión tiene. Es la amonestación, la corrección de la mirada, cierta pedagogía, la didáctica de la Promesa. Y la pedagogía de la Redención, de tan ríspida digestión, aunque pueda resultar amable y dulce en la boca, como diría el Amado.

La Misericordia de Dios que no quiere que se pierda ninguno de los que ha dado a su Hijo, y la Justicia de Dios que atiende tanto a lo que ha dicho desde el principio como a satisfacer a la vez la ofensa a Dios y la consecuente culpa del hombre; tanto como se atiene a la Promesa hecha en el principio y después específicamente a Abraham y a Moisés (que no es mera actitud simbólica de prometer en ellos lo que a todos, sin más), y la Veracidad de Dios que no ha mentido ni engaña...

Y más cuestiones de esta suerte.

Sin embargo, el Nuevo Testamento -en particular, pero no solamente- está tramado de innúmeras paradojas sobre la predestinación y la gracia, sobre la elección y las elecciones, sobre la misericordia y la libertad para acogerse a ella, incluso por sobre la justificación por la fe..., especialmente de los impíos o de los tenidos por tales en la medida que no son de la fe ni observantes de la ley.

Es difícil no encontrar pasajes en las Sagradas Escrituras que hablen en este registro de estos asuntos.

Por ejemplo, y casi al azar pues estoy tomando apenas las lecturas del día en que escribo estas líneas, en las Cartas de san Pablo (Romanos 8, 1-11):
Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús.
Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte.
Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne,
a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu.
Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual.
Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz,
ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden;
así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios.
Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece;
mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia.
Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.
(Leyendo este texto, por ejemplo, ¿cómo no pensar en la carne leprosa, en la curada y en la no curada y en qué hace que la lepra de la carne sea curada y en cómo la carne que no es redimida por el Espíritu siempre es leprosa, aunque sea sana materialmente? Y figuras y corolarios similares...)

Pero también en el Salmo correspondiente (Salmo 24, 1 - 6) a las lecturas de hoy, dice:
Salmo. De David. De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan;
que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos.
¿Quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?
El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura.
El logrará la bendición de Yahveh, la justicia del Dios de su salvación.
Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob.
O -y ahora en un sentido que es muy a propósito de lo que aquí se viene diciendo- en el propio evangelio de san Lucas, que corresponde a este último sábado de octubre (13, 1 - 9):
En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios.
Les respondió Jesús: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas?
No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.
O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?
No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo."
Les dijo esta parábola: "Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?'
Pero él le respondió: 'Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono,
por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.'"
Pues bien, aquí se trata de que hay un pueblo de Dios, un Israel de Dios, y hay también aquellos de los que dice el Salmo: "Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob." Y es difícil saber si son lo mismo esa "raza" y ese Israel, pues parece que son lo mismo, aunque no todo Israel es de esa raza ni son de esa raza sólo los miembros de Israel.

El asunto es que hay una ley y una Ley, un pueblo y un Pueblo, hay un camino y un Camino, hay una vida y una Vida, hay una salud y una Salud:
Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu.
Ovejas y ovejas. Sanas y enfermas y viceversa, pues las sanas enferman y las enfermas sanan. Pero, también, publicanos, pecadores, prostitutas que no lo son y honestos y justos que sí lo son: quiero decir, justos que sí son publicanos, prostitutas y pecadores. Y hay samaritanos. Mujeres samaritanas que beben agua de Vida; samaritanos que hacen lo que un levita de la ley y un escriba de la ley no hacen; samaritanos que son curados a la par que los judíos, pero doblemente, porque en aquellos se opera una doble vivificación: en la carne y en el espíritu, y en estos no.

Es verdad: el aprisco está lleno de leprosos.

En dos sentidos de esta expresión: no son todos los que están, no están todos los que son. Pero tal vez porque no son, no están; y por que son, están.

Ahora bien.

Hay otra insistencia notable en este asunto que obliga a mirar la cuestión también como una cuestión 'política' (y ojalá se entienda la inclusión de esta palabra en este contexto...) La insistencia en lo colectivo, en las pertenencias y extranjerías, en pueblos y naciones, apriscos y rediles.

¿Se trata nada más que de personas individualmente consideradas? ¿Son emblemas particularizados en grupos, digamos así, pero en el sentido de que lo que se dice es de todo hombre, que atañe a todo hombre no importa su pertenencia pues se trata de lo humano, sin más? ¿Hay algo colectivo, social, además? ¿Son efectivamente el emblema de pueblos, de naciones? ¿Pueblos y naciones reales, en algún sentido, en todo sentido, en ningún sentido?