lunes, 24 de septiembre de 2007

Los secundarios (IV): Secundarios (II)

Buscamos tantas veces el sentido de nuestra existencia no importa a qué edad ni por qué. Buscamos con ansiedad el sentido de las cosas que nos pasan, pequeñas, aparentemente casuales o enormes y con fuerte sabor a designio. Creemos en las causas y las buscamos. También en las causas finales, y en los para qué.

Bien. Veamos por un momento todo eso bajo esta perspectiva del extra. Y hay que repetir que ni es contradictoria ni anula la perspectiva de la unicidad irrepetible y valiosísima de nuestra propia vida.

Digamos que agregamos una perspectiva, no cambiamos una por otra.

Entonces.

Pongamos algunos ejemplos históricos.

¿Qué sabemos de la madre de Confucio? ¿Quién era el amigo entrañable, insustituible de Príamo? ¿Quién influyó decididamente en los afectos de Pitágoras? ¿Qué le enseñó de fundamental a su hijo el padre de Platón (dicho sea de paso, ¿quién era y cuándo murió?)?

Hagamos la lista todo lo extensa que se quiera. Pero, mientras, cambiemos de personajes.

Siempre me gustó imaginar vecinos, amigos, parientes, conocidos de los personajes referenciales, protagonísticos. Incluso en aquellos casos en que el secundario tuviera un valor notable exterior o históricamente considerado. Y aun cuando el secundario o extra pudiera decir de sí mismo que es el amigo de tal o cual, el padre de tal o cual, o sintiera que su vida se ha visto adornada en importancia por la cercanía de uno u otro personaje de los considerados principales, lo cual, visto bien, vendría en apoyo de la doctrina del secundario.

Creo que el caso emblemático para mí es el de san José, sin duda ninguna.

Imaginemos apenas. Estoy seguro de que José tenía una vida muy parecida a la de cualquiera en términos generales. Pero en el sentido más propio también: tenía su vida. Los rasgos que muestran lo poco que sabemos de él así lo dicen con claridad.

Una vida con su diseño y proyectos. No sólo a largo plazo sino a mediano y corto plazo. Qué hacer la semana que viene, cómo pagar esta deuda, qué pasa si no la pago. Adónde ir ahora o después. Cuánto comer o tomar para sentirme bien o para no sentirme mal, para no hacer papelones, cómo vestirse para cuál ocasión, con quién hablar -y con quién no- y por qué y para qué. Imagino una vida común y real, de la que él fuera el protagonista y una vida tramada alrededor de sus anhelos y esperanzas, de sus deseos y expectativas. De los para qué que descubriera o sintiera como posibles o aun ciertos.

Y los actos consiguientes para ir detrás de sus anhelos y esperanzas. E imagino que todas estas cosas le importarían sobremanera a José, como que era su vida la que estaba en juego detrás de cada cosa.

Ahora bien, puestos a pensar, la razón de ser de José parece distinta de la que él tratara de entrever en sus anhelos y esperanzas, en sus deseos y expectativas, aun siempre nobles y grandes y rectos todos ellos.

Más raro sería pensar que José tenía y siempre tuvo la noción nítida y clara de que estaba en este mundo para ser el casto esposo de María, la Virgen Madre de Nuestro Señor Jesucristo y para ser el padre adoptivo a todos los efectos del Hijo de Dios.

Y aquí debo pegar un salto, que espero no sea un salto mortal.