domingo, 10 de junio de 2007

Otoño de hojas en hojas de otoño

En medio de las infinitas estupideces que tiene la semana, siempre hay algo. Todo sirve, más o menos. De todo saca el que quiere algo que le venga bien. Y, con suerte, que le haga bien. Y, con más suerte, que haga bien.

Pensaba en esto esta mañana de domingo de Corpus Christi.

En los días de la semana pasada, por ejemplo, yendo y viniendo a las corridas, había visto un paisaje como éste del otoño en niebla que nos ha tocado. Y, en más de un viaje en tren -lecturas más o menos-, la imagen de esos colores en melancolía -feliz, si se me deja decirlo- se me aparecía una y otra vez.

Como uno acumula cansancio, acomodar todo lo que hay pendiente se hace cada vez más difícil. Porque, además, uno acumula cosas y más cosas que posterga deliberadamente hasta los remansos que -ay, a veces...-, son los fines de semana.

Por ejemplo.

Toda la semana, en medio de pavadas de este mundo, me la pasé acumulando los textos de Ratzinger-Benedicto XVI y de Camillo Ruini sobre aquello que el cardenal había llamado hace unos meses el "eje" del pontificado de Ratzinger: la cuestión acerca de la razón. Y de veras que es asunto peliagudo, al que hay que dedicarle tiempo, en cantidad y calidad, que no es cosa solamente de leer al frío de latón ferrioviario. Eso sirve, pero no alcanza...

Se mezclan tantas cosas allí (de las obvias teología y filosofía, pertinentes a la cuestión, hasta la más o menos también obvia política curial vaticana...), tantas que es preciso leer con seis o siete cabezas a la vez para ver de entender.

Y más, todavía.

Porque, por pedido de un cofrade, a las casi 50 páginas oficio de apretado texto a un espacio (dijera otro amigo puntilloso...) de los últimos artículos y discursos de ambos -desde Regensburg y adversus Habermas hasta las últimas intervenciones de Ruini-, tuve que sumar otras alrededor de 40 páginas idem del documento de la Comisión Teológica Internacional sobre La speranza della salvezza per i bambini che muoiono senza battesimo: esto es, la agitada cuestión del limbo.

Pero.

Sobre el cierre de esta edición, llegan a mi mesa dos trabajos, esta vez de unas 40 páginas A4 mecanografiadas a doble espacio.

Claro. Podría alguien decir que eso es bastante menos. No tal. Porque un agudísmo filósofo bate allí, en uno de los dos trabajos, delicadas materias sobre el milenio del Apocalipsis, con tesis de lo más provocativas. Y eso no es menos, sino más.

Por eso.

Salí esta mañana a caminar.

A ver el otoño. A ver las otras hojas. Las del otoño en Arda, que bastante se parecen también a las hojas que acumulo en la cabeza y en la mesa.

Está el paisaje de mi calle, que es el de la fotografía que abre esta entrada.

Y en aquel paisaje del mundo que he estado viendo durante los días pasados, madurando el otoño hasta hacerse invierno, veía todo junto. Pero esta mañana, más lentamente, me tocó ver cada parte, viendo cómo es cada parte que hace aquel paisaje.

Cada hoja, una por una. Las fui recogiendo y las fui mirando. Una por una.

Con ellas hice la foto que cierra esta entrada.

Vi entonces que el otoño es todo eso junto y es cada parte. Como el otoño de la vida.

Hacen un paisaje, claro. Pero no todo es ocre, ni dorado, ni borgoña. Ni siquiera puro verde, que también hay.

Con un poco de ese entrenamiento del ojo en el paisaje, me queda ahora zambullirme en la montaña de hojas.

Las otras.

Ya vi, hojeándolas, que son como el otoño.