domingo, 24 de junio de 2007

Las soledades de Frodo (II)

Hago aquí una primera aproximación a la cuestión de las soledades de Frodo y de los estadios en los que cae.

Un apunte, apenas.

Parece que Frodo tiene tres períodos en su vida.

Obviamente, el primero se hunde en la prehistoria de la historia y permanece como en sombras. Sabemos que es un joven hobbit alegre y cordial, favorito de su tío Bilbo, y solitario caminante de la Comarca. Diría aquí, con el propio Tolkien, que fue solitario pero más bien introspectivo caminante, en todo caso más ocupado en la superficie alegre y bella de las cosas que en su íntima tragedia y tensión. No digo, con todo, que en estos tiempos no se acumularan y maduraran las experiencias que -en un buen continente- habrán de verse en los estadios y soledades siguientes. Este período se va disolviendo en el segundo y no es inmediata su inserción en él. Conocida la misión que le propone Bilbo, que refuerza inmediatamente Gandalf, Frodo avanza como a ciegas, como inerte, con su voluntad pero no necesariamente por su voluntad. Diría que acepta, pero todavía no actúa. Ese intermezzo lo va desasiendo de su vida pasada, del estadio amable pero liviano de su primeros años. Y comienza a mostrale la cara de cierta soledad, correspondiente con el creciente entendimiento del drama que se juega en la historia. De todos los simpáticos hobbits de la Comarca, apenas tres quedarán a su lado. Con ellos, no menos a tientas que él mismo, se encamina al primer salto.

Creo que con este primer salto, que lo arroja a la vez al segundo estadio y a su segunda soledad, Frodo comienza a crecer en altura y hondura. Al ponerse de pie en el Concilio de Elrond, un Frodo distinto se ha puesto de pie. Tal vez ha comenzado a morir al estadio anterior desde la herida del espectro, cerca de la Cima de los Vientos. Con ayuda logró cruzar los vados del Bruinen y llegó a Rivendel. Pero ya está de nuevo en pie, aunque distinto. Y con esa incorporación súbita, inesperada para casi todos, Frodo da a su vez el salto al estadio segundo. Él creía que sólo se trataba de un transporte, de un ciertamente grave -y gravoso- aditamento que debía ser puesto a salvo en Rivendel, acaso, o en lugar seguro. La primera misión se trasmuta así en la segunda. O, por mejor decir, se va develando la misión como por capas. La antigua y dulce soledad, se vuelve también otra. Soledad más correosa, ferrosa, diría. Una soledad de hierro, como es habitualmente la del hombre que da el salto al mundo de la justicia y de la entrega al beneficio de los otros. Este beneficio a los otros, esta pasión por la justicia y el bien de la comunidad, se pinta allí de los colores éticos del segundo estadio. Frodo se vuelve así el centro de una Comunidad que representa a todos los seres de la Tierra Media. Y es el centro en función de ellos, también. Como principal agonista es, a la vez y por ello, su pararrayos. Los golpen que importen a partir de este salto, serán los golpes que a él le den. Está, sin duda, al servicio de todos los demás y en función de ellos -hasta donde entiende lo que ha aceptado- ha aceptado la misión de cargar con el mal del mundo para bien de todas las naciones de la Tierra Media. Es decir, un héroe y con la soledad -acompañada por la comunidad- propia del héroe. Pero soledad al fin; aunque, al fin, acompañada. Como en el caso anterior del primer estadio, el paso al tercero tiene su aproximación, su maduración. El salto, cada salto, es eso: un súbito y definitivo cambio de estado. Pero no sin preparación, no sin antecedentes.

Más difícil es señalar el momento en que Frodo acomete el segundo salto y es arrojado con él al tercer estadio y a la nueva soledad, tal vez ya definitiva en términos históricos, precisamente por la naturaleza de esta soledad, que no es simplemente apartamiento. El segundo salto tal vez habría que ubicarlo, gestualmente, cuando -en un hecho con enorme cualidad simbólica- Frodo cruza el Anduin en Parth Galen y abandona a la Compañía, rumbo a Mordor. Con sus tres compañeros hobbits había comenzado su itinerario cruzando en Gamoburgo el mismo río, perseguidos por los espectros. Sin embargo, con la misma o quizá mayor cualidad simbólica, Frodo acomete el ascenso al Orodruin, la Montaña del fuego que resplandece, la Montaña del Destino, con la noción clara de un nuevo momento que le exigirá -hasta donde puede ver y entender entonces- el abandono de todo lo anterior. Si al cruzar el Anduin encaró las tierras salvajes rumbo a Mordor con Sam como única ayuda, el ascenso será en completa soledad. ¿Completa soledad? Tal vez no. Porque, y si hubiera que seguir el mismo patrón, ¿no debería considerarse el momento del salto a un estadio diferente, aquel en que Frodo 'arroja' el anillo a Sammath Naur, la Grieta flamígera? Para esta última posibilidad existiría, en principio, la objeción de que, precisamente, Frodo no 'arroja' el anillo a la grieta. Y la objeción no es un obstáculo menor. Pero. Visto de otro modo, es decir viéndolo por sus efectos, el estado al que Frodo es arrojado a partir de ese preciso momento -del momento en que la misión se ha cumplido y su intervención ha sido la que ha sido-, ese estado nuevo, el estadio nuevo, conlleva una nueva soledad. Y es probable que la substancia de esa nueva soledad, esté enhebrada de modo inseparable con el hecho mismo de que Frodo no 'arrojó' el anillo, y que no estaba por completo solo frente a la grieta, sino que una parte de Frodo se fue con él y así se disolvió en el fuego en el que había sido forjado. El salto requerido para entrar en el tercer estadio parece tener poca gracia, poca elegancia. Tal vez porque no se trata de un héroe, como aquel que se irguió en Rivendel. La soledad sobreviviniente, entonces, está hecha también de esa 'frustración', de ese cumplimiento 'imperfecto' de la misión. Un cumplimiento acorde con la naturaleza del cumplidor, si hubiera que recordarlo. No ha llegado a ese momento solo. No ha llegado al culmen llevado por sus propias piernas y con la sola fuerza de su corazón. No habría sobrevivido enteramente solo, arrojado al corazón de la maldad, al interior del reino del mal en Arda. Por fuerte que el héroe resultara, la misión es mayor que él. Y ya lo era en sus comienzos, cuando todavía ni siquiera vislumbraba en qué se estaba metiendo.

Bien.

Hasta aquí, por ahora.