sábado, 29 de diciembre de 2007

La Cabeza y el Cuerpo

Más allá de cualquier explanación y comentario, los textos están en los Evangelios; especial pero no únicamente, en los discursos de despedida que Jesús dice en torno a la Última Cena.

Lo dicho a partir del capítulo 12 y hasta el 17 del Evangelio de san Juan, el amado, es una sucesión de analogías, similitudes, casi identidades, propiedades transitivas entre -digámoslo así- la Cabeza y el Cuerpo y, por cierto, entre el Cuerpo y el Padre. Todo ello fundado, como lo hace allí Jesús, en las relaciones que Él tiene con el Padre por ser Jesús quien es y en su carácter de Mediador y hasta de signo o icono del Padre, como se ve en sus respuestas a los apóstoles en esos capítulos.

Lo que ahora me importa subrayar, sin embargo, es lo que allí se me figura como un punto central: Lo harán con ustedes, porque lo han hecho Conmigo.

Tal será la vida del Cuerpo, como ha sido la vida de la Cabeza.

Es un principio simple, pero decisivo. Y aplicable, según y conforme, a cualquier asunto en el que se busque o se dirima el sentido de lo que se ve en la historia, y el propio sentido de la historia. Y no porque sí.

Toda -y digo enfáticamente toda- cuestión que implique el sentido y la acción del cristianismo, incluso el curso histórico de la cristiandad, se ve a la luz de esta relación tan íntima como mística entre el Cuerpo y la Cabeza, que también tiene un aspecto central en la continuidad eficaz que le encomienda la Cabeza al Cuerpo, hasta que vuelva.

Una relación que se resumiría -salvadas las distancias ónticas- en aquella profecía de que "lo que hacen Conmigo, lo harán con ustedes": Mi historia es la de ustedes, si ustedes son Míos, como el Cuerpo es uno con su Cabeza.

Por supuesto que, visto así, nada queda afuera de esta relación, mientras se trate de entender la vida del Cuerpo, desde la Creación de todas las cosas hasta el Fin; mientras se trate de entender los signos de los tiempos, lo que dicen y hacen los miembros del Cuerpo tanto como lo que se dice de ellos y se hace con ellos, siempre en el marco mismo de la relación del Cuerpo con la Cabeza.

Esto quiere decir, entonces, que para entender la vida y el sentido del Cuerpo, hay que prestarle atención a la vida y al sentido de la Cabeza.

A veces, parecería que el cristiano olvida esa inherencia, que será finalmente la de la Amada en el Amado transformada. Y no solamente unidos y reencontrados al final, en el Fin: cuando baje la Jerusalén Celeste, cuando Él reine para siempre y haga nuevas todas las cosas, coronando lo incoado.

Ese olvido -en el que muchas veces se juega la Fe, muy especialmente la Esperanza y también la Caridad- parecería olvidar que su analogado primero y principal, su caput, es quien es. Y que, además, tuvo cuidado extremo en significar cada palabra y cada gesto y cada hecho de su vida histórica en relación con su Plan, que incluye la existencia del Cuerpo.

Una Venida y la otra Venida, un Nacimiento y una Parusía, un tiempo y ese otro modo de ser todas las cosas. Y, en medio de ambos 'puntos', las palabras y los gestos y los hechos de la Cabeza, que además son signos de la vida del Cuerpo.

Por muy extraño (y -entendiéndolo livianamente- hasta decepcionante) que pudiere parecerle al cristiano, esto significa que es en la Cabeza donde el Cuerpo verá qué es, qué será, cómo es, cómo será, y qué significa, todo lo que al Cuerpo se refiere.

Y cómo lo tratarán, cómo lo recibirán, cuánto y cómo lo oirán y lo seguirán. O no. Qué harán con él. Cuál será su suerte y su fin. Y en qué consiste su suerte y su fin en este tiempo y cuando ya no haya tiempo. Y cómo, siempre en relación con la Cabeza, deberá entender el propio Cuerpo su suerte y su fin en este tiempo y cuando ya no haya tiempo, mientras ambas cosas transcurren y ocurren.

Todo lo que quisiéramos mirar, mirémoslo en Él; lo que quisiéramos ver, veámoslo en Él; todo lo que habremos de esperar, conozcámoslo en Él.

Todo.

No sólo aquello que nos gusta o nos gratifica mirar, ver o esperar por motivos tantas veces y siempre cortos, aunque no inéditos como se ve en aquellos mismos pasajes del texto de san Juan.

Todo.

Porque como es allí será aquí, como es en la Cabeza será en el Cuerpo.

No es el siervo más que su señor.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Regalo

Hace unos pocos días, un amigo me devolvió un librito que le había prestado hace tiempo y que había olvidado que había prestado.

Es aquella breve colección de Pensamientos de Charles Péguy.

El asunto es que, en realidad, tengo la impresión de que me han regalado un libro... mío. Por la felicidad de haberme encontrado con él. No por la devolución (que en materia de libros se sabe que no es obligatoria, en modo alguno...) Y por la felicidad de no sentir que lo haya reencontrado, sino encontrado.

Lo miré de nuevo, encontré las marcas de otros tiempos. Sendas ya vistas, recorridas.

Con todo, algunos pensamientos -copio abajo unos pocos- me parecieron muy a propósito (todavía...) de otras cosas: algunas cósmicas, otras propias, más bien diversas entre sí.

O quién sabe si tanto.
Cuántas paciencias no son sino medios para no sufrir... Cuántas paciencias no son sino la más sabia, la más impecable estafa al dolor, es decir, a la prueba, es decir, a la salud.

Verso y prosa son dos seres diferentes, incomunicables. Y decir la misma cosa en verso y prosa no es decir la misma cosa.

Un alumno no vale, no existe sino en el sentido y en la medida en que por sí mismo introduce una voz, una resonancia nueva.

Reconstruir un público amigo de la verdad sincera, de la belleza sincera, un público pueblo, ni burgués, ni populachero, ni afectado, ni bruto, es la tarea formidable a la que nos hemos atado.

El pueblo, antes de la cultura, tuvo los proverbios que ya eran peligrosos porque no se creía del todo que eso fuera pensamiento. Algunos intelectuales, después de la falsa cultura, tienen fórmulas que son groseras como los proverbios, y del todo peligrosas, además, porque se cree del todo que eso es pensamiento.

Muchos santos no han tenido vida pública y la gloria del cielo fue la primera que alcanzaron.

En el fondo, para el cristiano no hay vida privada y vida pública desde que todo pasa igualmente a la vista de Dios.

La sabiduría humana dice: desgraciados aquellos que dejaren para mañana.
Y Yo digo: felices, felices los que dejan para mañana.
Feliz quien remite. Que es como decir feliz quien espera.
Y el que duerme.

Como si más de uno
que dejara sus negocios muy malos al acostarse,
no los hubiese encontrado buenos al levantarse.
Porque, quizás, Yo anduve por ahí.

Siempre hay que decir lo que se ve. Sobre todo -esto es más difícil- siempre hay que ver lo que no se ve.

Lanzar ideas falsas -y sostenerlas- es peligroso. Pero lanzar una idea falsa y despreocupadamente abandonarla... es mucho más peligroso... El autor ha podido retirar su idea pero no ha retirado la imagen, la memoria que la gente humilde formó, guardó de esa idea. A la primera ocasión la falsa idea reaparece floreciente; la comparación descomedida se impone porque es cómoda.

La revolución es el llamado de una tradición menos perfecta a la tradición más perfecta; el llamado de una tradición menos profunda a una tradición más profunda.

Una revolución, por esencia, busca penetrar profundamente en las vetas no agotadas de la vida interior..., no son los hombres superficiales los que hacen las revoluciones; son los hombres medulares.

A veces, me permito reflexionar durante la comida. Esto hace perder enormemente el tiempo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

El Niño en Belén

Si vienes esta Noche, Niño, y naces
entre la paja seca de este pecho, sabes que soy tu cueva de Belén y soy tu portal pobre, Niño mío. Si Tú vienes a mí, Niño, y me naces, sabes que nacerás entre estas piedras y que estiércol habrá, y que habrá oscuro, que soy un asno, un buey, y que habrá frío. (¿Y quién soy yo para negarte el pienso si Tú quieres nacer en este páramo, en mi bajío, en esta cueva insulsa, y hacer habitación de un Rey sin tasa de esta pocilga que tan bien conoces?) Sólo tengo esta nada y pastos, tengo este silencio vacuo, estas miserias, este rincón sin luz y esta nostalgia. Ven, Niño, y nace. Dales esperanza. Que tu Madre me alumbre cuando alumbre. Y que arda en esta Noche tu alegría.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Signos de la Venida

Para la fecha de su fiesta, este año, volví a mirar la figura de san Juan, el bautista, siempre impresionante.

Lo recuerdo ahora porque el evangelio del 3er. domingo de Adviento, lo trae nuevamente. Y, pensando en lo que se dice allí, me pareció que podría haber más de un punto de contacto entre dos textos que, en apariencia, se diría que se refieren a cosas similares de modo contrapuesto.

Por una parte, éste del domingo en el que se refiere a la pregunta que, a través de sus discípulos, le formula, a Jesús, san Juan el bautista desde la prisión: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? Una pregunta en la que resuena el eco del capítulo 18 del Deuteronomio.

La pregunta sin duda parece tener dos partes unidas por la disyunción, cuestión que también valdría la pena mirar.

Jesús, en cualquier caso, le contesta a los enviados de Juan con textos del profeta Isaías (un resumen de los capítulos 26, 29, 35, 61), de claro sentido mesiánico (Mt. 11, 4-6):
Jesús les respondió:
Id y contad a Juan lo que oís y veis:
los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los
pobres la Buena Nueva;
¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!
Esos mismos textos de Isaías son los que leerá Jesús en Galilea, en la sinagoga de su ciudad de Nazará, cita san Lucas, la conocida Nazareth. Y al finalizar, comentará: Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.

Todo el asunto podría ponerse bajo el título genérico de 'signos de la Venida'.

Sin embargo, hay 'otra' Venida.

A ella se refiere extensamente Jesús mismo en el capítulo 24 del evangelio de san Mateo (y otros lugares concordantes en san Marcos y san Lucas). Y el texto podría muy bien llevar el mismo título genérico que ya mencionamos para lo primero.

Ahora bien.

Es notorio que los signos de una y otra Venida son distintos.

Juan, el Bautista, manda preguntar por la Venida y se le contesta con signos. Al ver estos signos cumplirse, Juan y sus discípulos -que tal vez son los destinatarios de todo el intercambio- podrán contestarse la pregunta que se formularon, tal vez Juan programáticamente, tal vez los discípulos de Juan de modo real. El caso es que estos signos son benéficos y amables, llenos de luz y esperanza, auspiciosos y felices.

Entretanto, y según Jesús, están los 'otros' signos de la 'otra' Venida, que tiene similar sabor mesiánico respecto de la primera (similar, decimos, no podría decirse en principio que idéntico); estos signos, sin embargo, son contrarios a los que Jesús refirió a Juan, el Bautista, pues estos segundos anuncian catástrofes y cataclismos, apostasías, traiciones, cobardías, muertes, destrucción. Con el agregado paradojal de que, al verlos, el que espera habrá de alegrarse, pues ellos son los signos de una Venida pronta y que en razón de que precisamente es una Venida feliz, deben mover a alegría.

¿Qué significa esto? ¿Dos Venidas, cada una con sus signos? ¿O se dice Venida y debe entenderse lo mismo?¿Por qué en ese caso diferentes signos anunciarían cosas similares, si no es que anuncian en realidad la misma cosa?

¿Por qué esta relación tan disímil entre signos de la Venida y la propia Venida? Y aun cuando se tratará de dos Venidas anunciadas, bien que se trataría de la llegada de Uno mismo que viene, pero viniendo de dos maneras distintas, en momentos distintos, ¿qué significa que a una Venida se le atribuyan unos signos y a la otra, otros?

Por otra parte, cada Venida tiene un sentido y los signos que acompañan a cada una no se compadecen, linealmente, con sus sentidos.

La primera Venida, redentora, la Encarnación misma, es anunciada con signos benéficos y alentadores. Esta Venida terminará, se consumará, visto en términos quizá demasiado humanos, en una catástrofe, pese a que en rigor sea una eucatástrofe, en su sentido profundo y más real. Terminará con una muerte humillante, que en realidad es muerte redentora pues el final real de esta primera Venida es la Ascensión posterior a la Resurrección, sucesos gloriosos ambos y, vertebrados en la Redención, motivos mismos de esta Venida.

Mientras que la segunda Venida referida por Jesús, inequívocamente regia (de allí su identificación con una Parusía real), se anuncia con signos terribles y horrendos, para terminar en un halo de gloria inmarcesible. Y ni siquiera terminar, pues esta segunda Venida se anuncia regia desde que acaece, justiciera, espléndida, triunfante en su mismo suceso, en su misma irrupción.

Diferente en principio del modo como acaece la primera Venida.

¿Por qué?

Creo que la pregunta de san Juan Bautista en buena medida está en el vértice de este asunto.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Luna de Guadalupe

Hoy la luna son cuernos de una luna
-como luna de oriente;
como una hoz de plata;
cimitarra de polvo, inmóvil y fragante-,
como regazo de una madre virgen,
en esta pura noche bonancible de diciembre a mediados,
aquí, en el sur de todo.

Es un cuenco que luce,
una scudella de madera clara
que rebosa lo oscuro, rebasada de luz,
misterio de este cielo silencioso.

Sobre estos pastos de aromas y rocío,
diminuto jardín, refugio manso,
no hay luz de luna,
ni estrellas hay.

Muda es la noche.

Y la mirada es muda.

Y las manos se ahuecan como cuernos de luna.

Y esperan.


jueves, 6 de diciembre de 2007

Ceniza de este suelo

Al caer de la tarde, una ceniza
de un fuego de hojas mustias, mientras vuela,
urde una sombra y sube al aire arriba
y flota en oro rojo. Acaso sueña
que es tizne de madero, brasa ardida,
fulgor entre los fríos. Si pudiera,
tal vez en llamas se convertiría
para encender la noche que le llega.
La miro derivar, liviana, errante,
paloma de humo, pétalo agrisado,
planeando su orfandad, su hoguera lejos.
Marinera y perdida de su nave,
naufraga en otro ardor, en otro vasto
mar en incendio silencioso: el cielo.


miércoles, 5 de diciembre de 2007

Hacer verdad

Hace unos días, leí una oportuna cita del P. Castellani, que me llevó a releer su Esencia del Liberalismo, una conferencia de 1960.

Muchas cosas dice allí Castellani. Algunas creo se cumplieron como proféticamente. Otras no. Las descripciones y definiciones del liberalismo están completas, me parece, incluso con sus matices. No todo me pareció del todo, debo decir, porque hay cosas discutibles, aunque son las menos.

Las consecuencias que saca, sin embargo, sirven todavía y tal vez más que nunca.

Especialmente, una de ellas.

Porque Castellani empieza y termina su pieza hablando del nacionalismo. Y diría que, si se lee en clave todo el trabajo, resulta que en el fondo el tema es el nacionalismo.

¿Por qué?

Tal vez porque Castellani estaba pensando en lo que tendría que haber en lugar del nacionalismo, no tanto en lugar del liberalismo.

Y parece que piensa que eso que tendría que haber es algo que nunca termina de haber.

Porque hablando de la esencia del liberalismo, creo que no es inocente la frase "...y llegamos al fin desta conferencia (que debe ser práctica)..."

Esencia y existencia del nacionalismo, como si dijera que es el título detrás del título.

Las advertencias al nacionalismo acerca de su 'papel' o de su 'misión', son nítidas. Y, a mi parecer, la historia del nacionalismo -antes de 1960 y después de 1960- le da la razón.

No creo que sea necesaria mucha perspicacia -o suspicacia- para entender que hay un reproche cordial al nacionalismo en esa conferencia (no es el único lugar), por lo que es y por lo que Castellani entiende debería ser y hacer.

¿Cuál era (y cuál es) la principal "política" que tenía (y tiene) que hacer el nacionalismo? "Hacer Verdad... y a largo plazo."

Por supuesto que hay que prestar mucha atención a la proposición completa, tanto como a la definición de política, la definición de hacer, y -con mayor razón- a la de Verdad. Así como entender bien eso que dice del largo plazo, cuestión que se refiere específicamente a la esperanza, tanto en las cosas del tiempo y el mundo (como expectativa temporal) como en las que están más allá del tiempo y del mundo, lo que no quiere decir que no reverberen ya en el tiempo y el mundo.

No faltará quien haga salvedades respecto de lo que Castellani piensa del nacionalismo, de si era o no canónicamente nacionalista. También habrá quien pese en balanza de oro cuánto de cuáles cosas (ciencia política, historiografía, acción, retórica, cultura, literatura, artes...) es el nacionalismo. Como habrá disquisiciones acerca de qué queda comprendido en el nombre algo genérico de 'nacionalismo', y tal vez haya que tomarse un tiempo para algún discrimen al respecto. Y cosas así.

Bueno.

Inclúyase todo eso, y más, si se quiere.

Pero a condición, me parece, de atender a la cuestión de fondo, sin subterfugios.

Y no es cuestión sencilla. Para nada.



Es largo tal vez para este espacio. Pero hace unos cuantos años, teniendo que hablar sobre el nacionalismo argentino y las letras, dije lo que pensaba -y todavía pienso- sobre el papel que entiendo le ha tocado al nacionalismo en nuestra historia y cuánto ha cumplido con ese papel. Todavía pienso que un falso tironeo entre política y cultura (con sus definiciones más o menos rengas), casi como el infaltable torno entre acción y contemplación, son asuntos que están como en el germen de disensos y de las frustraciones de muchos. Y en el germen de un hasta cierto punto involuntario fraude.


jueves, 22 de noviembre de 2007

Memoria para el olvido (V)

¿También Dios tiene leopardos de dulcedumbre y tórtolas de bramido?

¿También en Él hay memoria para el olvido? ¿Es eso lo que dice -en parte, al menos- el salmista cuando dice: "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto"?

¿También cuando Dios olvida lo malo tiene memoria? ¿También cuando sabemos que Dios olvida lo malo -y lo deshace... y se deshace en perdones con el arrepentimiento del ofensor y del pecador-, también allí tenemos memoria? ¿Recordamos que olvida? ¿Debemos recordar que olvida? ¿Debemos recordar que deberíamos olvidar lo que Él olvida?

Tal vez sí, aunque habrá que seguir viendo.

Mientras, me detengo en estas palabras de Benedicto XVI en la audiencia papal del 19 de octubre de 2005.
"Desde lo hondo a ti grito"

1. Se ha proclamado uno de los salmos más célebres y arraigados en la tradición cristiana: el De profundis, llamado así por sus primeras palabras en la versión latina. Juntamente con el Miserere ha llegado a ser uno de los salmos penitenciales preferidos en la piedad popular.

Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es, ante todo, un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo pero siempre dispuesto a mostrarse "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34, 6-7). Precisamente por este motivo, el Salmo se encuentra insertado en la liturgia vespertina de Navidad y de toda la octava de Navidad, así como en la del IV domingo de Pascua y de la solemnidad de la Anunciación del Señor.

2. El salmo 129 comienza con una voz que brota de las profundidades del mal y de la culpa (cf. vv. 1-2). El orante se dirige al Señor, diciendo: "Desde lo hondo a ti grito, Señor". Luego, el Salmo se desarrolla en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. En primer lugar, se dirige a Dios, interpelándolo directamente con el "tú": "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto" (vv. 3-4).

Es significativo que lo que produce el temor, una actitud de respeto mezclado con amor, no es el castigo sino el perdón. Más que la ira de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. En efecto, Dios no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, al que debemos amar no por miedo a un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar.

3. En el centro del segundo momento está el "yo" del orante, que ya no se dirige al Señor, sino que habla de él: "Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora" (vv. 5-6). Ahora en el corazón del salmista arrepentido florecen la espera, la esperanza, la certeza de que Dios pronunciará una palabra liberadora y borrará el pecado.

La tercera y última etapa en el desarrollo del Salmo se extiende a todo Israel, al pueblo a menudo pecador y consciente de la necesidad de la gracia salvífica de Dios: "Aguarde Israel al Señor (...); porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa: y él redimirá a Israel de todos sus delitos" (vv. 7-8).

La salvación personal, implorada antes por el orante, se extiende ahora a toda la comunidad. La fe del salmista se inserta en la fe histórica del pueblo de la alianza, "redimido" por el Señor no sólo de las angustias de la opresión egipcia, sino también "de todos sus delitos". Pensemos que el pueblo de la elección, el pueblo de Dios, somos ahora nosotros. También nuestra fe nos inserta en la fe común de la Iglesia. Y precisamente así nos da la certeza de que Dios es bueno con nosotros y nos libra de nuestras culpas.

Partiendo del abismo tenebroso del pecado, la súplica del De profundis llega al horizonte luminoso de Dios, donde reina "la misericordia y la redención", dos grandes características de Dios, que es amor.

4. Releamos ahora la meditación que sobre este salmo ha realizado la tradición cristiana. Elijamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos recuerda a menudo los motivos que llevan a implorar de Dios el perdón.

"Tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos", recuerda en el tratado sobre La penitencia, y añade: "Si quieres ser justificado, confiesa tu maldad: una humilde confesión de los pecados deshace el enredo de las culpas... Mira con qué esperanza de perdón te impulsa a confesar" (2, 6, 40-41: Sancti Ambrosii Episcopi Mediolanensis Opera SAEMO, XVII, Milán-Roma 1982, p. 253).

En la Exposición del Evangelio según san Lucas, repitiendo la misma invitación, el Obispo de Milán manifiesta su admiración por los dones que Dios añade a su perdón: "Mira cuán bueno es Dios; está dispuesto a perdonar los pecados. Y no sólo te devuelve lo que te había quitado, sino que además te concede dones inesperados". Zacarías, padre de Juan Bautista, se había quedado mudo por no haber creído al ángel, pero luego, al perdonarlo, Dios le había concedido el don de profetizar en el canto del Benedictus: "El que poco antes era mudo, ahora ya profetiza —observa san Ambrosio—; una de las mayores gracias del Señor es que precisamente los que lo han negado lo confiesen. Por tanto, nadie pierda la confianza, nadie desespere de las recompensas divinas, aunque le remuerdan antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa" (2, 33: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 175).

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Memoria para el olvido (IV)

En la anteúltima estrofa de La Vuelta de Martín Fierro, en el Canto XXXIII, dice José Hernández:
Es la memoria un gran don,
calidá muy meritoria.
Y aquellos que en esta historia
sospechen que les doy palo
sepan que olvidar lo malo
también es tener memoria.
Y por eso la traigo ahora, a propósito de estas cosas de memoria y olvido. No porque allí se refiera Hernández a lo mismo en que estoy pensando. Pero dice lo que dice.

Creo que es materia para ver, especialmente lo que subrayo de la estrofa.

Porque hay que ver si es verdad o no y en qué sentido. Y además, puestos a ver, hay que ver si sería posible vivir sin eso o si sería posible vivir con eso. Si es posible -casi diría- cualquier cosa. Y en qué sentido.

Hay que ver.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Memoria para el olvido (III)


"...leopardos de dulcedumbre
y tórtolas de bramido."

Memoria para el olvido
Guillermo Etchebehere
Atahualpa Yupanqui



Es tiempo de primavera
Y tinta en sangre del día
la tarde gime y espera,
de la estrella que la alumbre,
leopardos de dulcedumbre.

La noche titila abrojos,
surca y rasga la alegría,
gruñe su sal en los ojos,
ruge memorias de olvido
y tórtolas de bramido.

La tarde destila enojos,
liba agraces y ambrosía.
Y macera, entre despojos,
hebras de llanto perdido
y tórtolas de bramido.

La noche se embriaga entera.
Y arde en aquello que ardía:
hay dolores en solera
que dejan, con pesadumbre,
leopardos de dulcedumbre.

Ya fue la tarde a su historia.
Pasó la noche en su brío.
Y el escabel alto y frío
del abra de la mañana,
da con su alivio una gloria
lucida, fresca y arcana,
que siembra, en su mansedumbre
y armada de amor vencido,
leopardos de dulcedumbre
y tórtolas de bramido.

martes, 6 de noviembre de 2007

Peso de los años

Nosotros, porque fluyen una sangre baldía
y fantasmas que asedian erráticos y yermos,
cargamos en los hombros la nada, unos enfermos
suspiros impotentes o muecas de alegría.
Huéspedes del vacío y rehenes del hueco,
nosotros, infortunios quién sabe si al acaso,
nacidos para auroras y engrillados de ocaso
somos torrente en vida dentro de un cauce seco.
¿Nosotros? ¿Quiénes somos los que somos 'nosotros'?
¿Los de la voz que brama? ¿Los que entornan las puertas
al pasar por los vanos de dolores ficticios?
¿Nosotros no vivimos la sangre de los otros?
¿Ni amañamos delicias del árbol de los vicios?
¿Ni fingimos las aras para princesas muertas?

domingo, 4 de noviembre de 2007

Memoria para el olvido (II)


Si no entendí mal, creo haberme hecho una idea, más o menos, de a qué se puede aplicar aquello que Etchebehere-Yupanqui dicen cuando dicen que
Todo consiste en tener
memoria para el olvido
y echar al desconocido
transcurso de la costumbre
leopardos de dulcedumbre
y tórtolas de bramido.



Claro.

Cada quien es cada cual.

Cada quien sabrá para qué olvidos precisa tener memoria.

Y cada cual sabrá adónde le van a parar sus leopardos de dulcedumbre y sus tórtolas de bramido.

Memoria para el olvido

Encontré hoy una milonga cantada por Atahualpa Yupanqui. Y allí estaba una figura en los versos finales, que es realmente un acierto:
"...leopardos de dulcedumbre y tórtolas de bramido".
Después de varias 'pasadas', retomé la letra.
El canto no es solamente
fervor que se determina:
es también sed que se inclina
por beber en la corriente;
es un pétalo sonriente
y es peñascal de oración,
ascua de sueño y pasión
que hundiéndose en cada cosa
desentierra una dichosa
noticia del corazón.

Si la troje manifiesta
su preñez, si el huerto ofrece
la euforia que lo abastece
de sombra y frutos en fiesta,
si en una parva recuesta
la alfafa su resplandor:
puedo agrupar el color
de una sonrisa cansada
y palpar con la mirada
la cicatriz del sudor.

Las cosas tienen sentido
si el canto que las convoca
lleva enterrado en la boca
gusto a un recuerdo querido.
El árbol acontecido
perdura en su resplandor;
si el hacha del leñador
trocó su carne en madero,
la mano del carpintero
condecora su verdor.

Quien canta debe encender
en la vigilia sus ojos
y encontrarle a los rastrojos
el ruido del florecer.
Todo consiste en tener
memoria para el olvido
y echar al desconocido
transcurso de la costumbre
leopardos de dulcedumbre
y tórtolas de bramido.
La sorpresa -para mí- es que me entero ahora de que estos versos -y otros de algunas milongas que canta Atahualpa, según parece- vienen de Guillermo Etchebehere, poeta de la generación del '40 que ya cité alguna vez.

Sigo conociendo poco de la vida y de la obra de Etchebehere. Me están entrando ganas de hasta darme una vuelta por Cañuelas y ver su origen. Mientras no pase, me voy arreglando con una reseña que encontré y que viene precisamente de sus pagos.

Pero eso de 'memoria para el olvido' y aquella figura feliz de dulcedumbre y bramido -paradójicas y antitéticas ambas cosas- se me quedan rondando y revoloteando sobre una cierta cantidad de asuntos.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Alumbramiento


A preñarte de besos madrigales
van las manos, los ojos y la boca:
te nacen de la voz mientras convoca
trigales en sazón, vientos raudales.
Y grávida y feliz, con la simiente
de la belleza toda en todo henchida
alumbrarás la luz, tú, concebida
turgente de canciones y sonriente.
Madura el surco, agita tu descanso;
ya te arraiga la siembra, ya te aflora.
Y es esta guerra a vida, ay, el remanso.
Breve en el aire leve de tu peso
vas culminante, plácida, sonora:
toda preñada en luz, en voz, en beso.

sábado, 27 de octubre de 2007

Leprosos en el aprisco (IV)

Tal vez haya que ir con más calma en estas materias. Me digo que no hay que sucumbir ni a la tentación de simplificar con la respuesta automática y de apariencia -y eficacia- canónica, ni sucumbir a exacerbar las figuraciones. Siempre está el tratamiento prudente con la costa a la vista. Pero también está el riesgo cierto de lo mismo, cuando prudencia no significa la virtud sino algo con el mismo nombre y significado opuesto.

Lo cierto es que, puesto a ver, en esto ocurre como en todas las Escrituras: descubre uno -valiente hallazgo...- que no hay modo de esquivar el todo, pues allí el todo es todo en toda cosa. Y aunque la variedad de asuntos puede impresionar, impresiona como una sinfonía, como una constelación. Una costelación no es un montón de estrellas y cuerpos celestes juntos -distintos y distantes- sin chocarse ni apartarse: es una forma que junta estrellas y cuerpos celestes.

Veamos, por lo pronto, algunos puntos sobre la cuestión de los leprosos en el aprisco.

Es claro que en aquello sobre que se viene hablando hay algo que bordea la ironía. Acaso simplemente el humor, aunque un humor incómodo y un poco áspero, especialmente para un judío observante en el tiempo de Jesús. Y para cualquier judío observarnte de cualquier tiempo, sea de la religión que fuere.

Por una parte, está la insistencia en poner de por medio a los samaritanos, como condimento de varias comidas, intragable condimento -e intragables comidas- para los puros.

Después, está la insistencia en lo que a los tullidos se refiere. No solamente los de la carne, también los del espíritu. Y más: la insistencia en que tales tullidos sean la piedra del escándalo en materia de observancia de la ley, especialmente la del sábado, tal vez en lo que tiene de emblema ritual del verdadero Día del Señor, digo yo. Y está el hecho de que además los tullidos sean los preferidos, más allá -y a veces en lugar- de los preferidos.

Es claro también, me parece, que la oveja que se pierde (¿sólo las ovejas perdidas de la casa de Israel?; no en los hechos, por lo menos...), los tullidos, los samaritanos y los leprosos -claro...-, están en el católogo de los asuntos centrales. Jesús usa de ellos en parábolas, figuras y milagros, para explicar y decir insistentemente lo central.

Puros e impuros, observantes e impíos, ortodoxos y heréticos. Sanos y enfermos.

No hay que afilar mucho la mirada para darse cuenta de lo complejo que es esto.

Tanto como tratar de compadecer libertad y predestinación. Y no casualmente, porque ese asunto ásperamente bifronte se trata allí, no como accidental, aunque sí misteriosamente.

De una parte está la Promesa. Y la carne y la sangre. Y la ley (y la Ley). De otra parte, está la amonestación y la advertencia. No el desafío, porque la acción siempre es descendente y el Señor no desafía a su siervos propiamente, aunque los rete en el doble sentido que la expresión tiene. Es la amonestación, la corrección de la mirada, cierta pedagogía, la didáctica de la Promesa. Y la pedagogía de la Redención, de tan ríspida digestión, aunque pueda resultar amable y dulce en la boca, como diría el Amado.

La Misericordia de Dios que no quiere que se pierda ninguno de los que ha dado a su Hijo, y la Justicia de Dios que atiende tanto a lo que ha dicho desde el principio como a satisfacer a la vez la ofensa a Dios y la consecuente culpa del hombre; tanto como se atiene a la Promesa hecha en el principio y después específicamente a Abraham y a Moisés (que no es mera actitud simbólica de prometer en ellos lo que a todos, sin más), y la Veracidad de Dios que no ha mentido ni engaña...

Y más cuestiones de esta suerte.

Sin embargo, el Nuevo Testamento -en particular, pero no solamente- está tramado de innúmeras paradojas sobre la predestinación y la gracia, sobre la elección y las elecciones, sobre la misericordia y la libertad para acogerse a ella, incluso por sobre la justificación por la fe..., especialmente de los impíos o de los tenidos por tales en la medida que no son de la fe ni observantes de la ley.

Es difícil no encontrar pasajes en las Sagradas Escrituras que hablen en este registro de estos asuntos.

Por ejemplo, y casi al azar pues estoy tomando apenas las lecturas del día en que escribo estas líneas, en las Cartas de san Pablo (Romanos 8, 1-11):
Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús.
Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte.
Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne,
a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu.
Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual.
Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz,
ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden;
así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios.
Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece;
mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia.
Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.
(Leyendo este texto, por ejemplo, ¿cómo no pensar en la carne leprosa, en la curada y en la no curada y en qué hace que la lepra de la carne sea curada y en cómo la carne que no es redimida por el Espíritu siempre es leprosa, aunque sea sana materialmente? Y figuras y corolarios similares...)

Pero también en el Salmo correspondiente (Salmo 24, 1 - 6) a las lecturas de hoy, dice:
Salmo. De David. De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan;
que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos.
¿Quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?
El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura.
El logrará la bendición de Yahveh, la justicia del Dios de su salvación.
Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob.
O -y ahora en un sentido que es muy a propósito de lo que aquí se viene diciendo- en el propio evangelio de san Lucas, que corresponde a este último sábado de octubre (13, 1 - 9):
En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios.
Les respondió Jesús: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas?
No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.
O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?
No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo."
Les dijo esta parábola: "Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?'
Pero él le respondió: 'Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono,
por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.'"
Pues bien, aquí se trata de que hay un pueblo de Dios, un Israel de Dios, y hay también aquellos de los que dice el Salmo: "Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob." Y es difícil saber si son lo mismo esa "raza" y ese Israel, pues parece que son lo mismo, aunque no todo Israel es de esa raza ni son de esa raza sólo los miembros de Israel.

El asunto es que hay una ley y una Ley, un pueblo y un Pueblo, hay un camino y un Camino, hay una vida y una Vida, hay una salud y una Salud:
Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu.
Ovejas y ovejas. Sanas y enfermas y viceversa, pues las sanas enferman y las enfermas sanan. Pero, también, publicanos, pecadores, prostitutas que no lo son y honestos y justos que sí lo son: quiero decir, justos que sí son publicanos, prostitutas y pecadores. Y hay samaritanos. Mujeres samaritanas que beben agua de Vida; samaritanos que hacen lo que un levita de la ley y un escriba de la ley no hacen; samaritanos que son curados a la par que los judíos, pero doblemente, porque en aquellos se opera una doble vivificación: en la carne y en el espíritu, y en estos no.

Es verdad: el aprisco está lleno de leprosos.

En dos sentidos de esta expresión: no son todos los que están, no están todos los que son. Pero tal vez porque no son, no están; y por que son, están.

Ahora bien.

Hay otra insistencia notable en este asunto que obliga a mirar la cuestión también como una cuestión 'política' (y ojalá se entienda la inclusión de esta palabra en este contexto...) La insistencia en lo colectivo, en las pertenencias y extranjerías, en pueblos y naciones, apriscos y rediles.

¿Se trata nada más que de personas individualmente consideradas? ¿Son emblemas particularizados en grupos, digamos así, pero en el sentido de que lo que se dice es de todo hombre, que atañe a todo hombre no importa su pertenencia pues se trata de lo humano, sin más? ¿Hay algo colectivo, social, además? ¿Son efectivamente el emblema de pueblos, de naciones? ¿Pueblos y naciones reales, en algún sentido, en todo sentido, en ningún sentido?

miércoles, 24 de octubre de 2007

Frodo, en octubre


El otoño es del cielo y de la tierra
(este cielo, esta tierra que moraste.)
El otoño nos hiende y nos traspasa
como a una cuenta de ámbar. Crece en ocre
y rojo y ese verde tibio, ajado.
Opacamente luce, nubla apenas
lo que has dejado atrás, lo que lucía
simple y sereno, Frodo: la Comarca.
Pero, un día, en octubre y para siempre
-que es solamente el tiempo de este mundo-,
quedaste herido, en ocre. Con el ascua
que te quema la piel y la memoria,
te vas de otoño a otoño hacia otro cielo,
que es cielo de otra tierra sin confines.

sábado, 20 de octubre de 2007

Vale

Ésta erguida, liviana y rumorosa,
crujiente de los años, sin olvidos;
sabrosa de dolor, franca, juiciosa,
adormecida en gozos desasidos.
Ésta cortante, muda, clara, hermosa,
sola en su libertad en los vencidos
días sin sol y luna en la espaciosa
y fértil tierra, fresca de sonidos.
Ésta con gracia, ansiosa, hiriente y quieta;
roja de sangre y gris, dorada y verde
como frondas de luz en cada veta;
tan hosca de pudor y siempre ardida.
Ésta que nunca pierdo ni me pierde:
es la pena, que vale, de la vida.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Leprosos en el aprisco (III): Los leprosos, después.

Veamos ahora los textos de la cuestión original, que es la curación de los 10 leprosos que está en san Lucas (17, 11-19):
Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea,
y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia
y, levantando la voz, dijeron: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!"
Al verlos, les dijo: "Id y presentaos a los sacerdotes." Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz;
y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.
Tomó la palabra Jesús y dijo: "¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?"
Y le dijo: "Levántate y vete; tu fe te ha salvado."
Volvamos a la voz de los Padres.

Por ejemplo, a estos dos comentarios de Teofilacto:
Siendo ellos diez, nueve que eran israelitas fueron desagradecidos y el forastero, que era samaritano, volvió expresando su gratitud. Por esto sigue: “Y uno de ellos volvió glorificando a Dios a grandes voces”.

De aquí se puede deducir que nada impide el que cualquiera agrade a Dios, aun cuando proceda de raza profana, con tal que obre con buen propósito. Y ninguno de los que nacen de padres santos se ensoberbezca, porque los nueve que eran israelitas fueron precisamente los desagradecidos. Por esto sigue: “Y respondió Jesús y dijo: ¿Por ventura no son diez?”, etc.
Por su parte, en el siglo IV, dice el obispo de Bostra, Tito:
En esto se da a conocer lo prontos que estaban a aceptar la fe los extraños, mientras que Israel andaba en ello perezoso. Por esto sigue: "Y le dijo: Levántate; vete, que tu fe te ha hecho salvo".
Y, por fin, veamos lo que dice el obispo de Hipona:
En sentido espiritual puede creerse que son leprosos los que, no teniendo conocimiento de la verdadera fe, admiten las diferentes doctrinas del error, no ocultan su ignorancia, sino que aparentan tener un grande conocimiento y muestran un lenguaje jactancioso. La lepra es un mal de color. La mezcla desordenada de verdades y de errores en la discusión o discurso del hombre, semejante a los diferentes colores de un mismo cuerpo, significa la lepra que mancha y hace distintos a los cuerpos humanos, como con tintes de colores verdaderos y falsos. Estos no deben ser admitidos en la Iglesia, de modo que colocados a lo lejos, si es posible, rueguen a Cristo con grandes voces. Respecto a que le llamaron maestro, creo que dieron a entender en ello, que la lepra es una doctrina falsa que el buen maestro hace desaparecer. No se sabe que el Señor mandase a los sacerdotes a otros, a quienes había concedido beneficios corporales, más que a los leprosos. Y es que el sacerdocio de los judíos figuraba el sacerdocio que está en la Iglesia. Los demás vicios los sana y corrige interiormente el Señor mismo, en la conciencia; mientras que el poder de administrar los Sacramentos y el de la predicación, ha sido concedido a la Iglesia. Cuando los leprosos iban, quedaron limpios, porque los gentiles, a quienes vino San Pedro, no habiendo recibido aún el sacramento del Bautismo, por el cual se viene espiritualmente a los sacerdotes, son declarados limpios por la infusión del Espíritu Santo. Por tanto, todo el que se asocia a la doctrina íntegra y verdadera de la Iglesia, aunque se manifieste que no se ha manchado con el error -que es como la lepra-, será, sin embargo, ingrato con el Señor, que lo cura, si no se postra para darle gracias con piadosa humildad, y se hará semejante a aquellos de quienes dice el Apóstol (Rom. 1, 21), que, habiendo conocido a Dios, no le confesaron como tal, ni le dieron gracias. Estos tales, pues, como imperfectos, serán del número nueve, porque necesitan de uno más para formar cierta unidad y ser diez. Y aquel que dio gracias fue alabado porque representaba la unidad de la Iglesia. Y como aquéllos eran judíos, se declaró que habían perdido por la soberbia el reino de los cielos, en donde la unidad se conserva principalmente. En cambio, éste, que era samaritano, que quiere decir custodio, dando lo que había recibido a Aquel de quien lo recibió, según las palabras del Salmo (Sal. 58, 10): "Guardaré mi fortaleza para ti", conservó la unidad del reino con su humilde reconocimiento. (San Agustín, De quaest. Evang. 2, 40)
Ocurre, como se sabe, que había prescripciones muy precisas y extensas acerca de la lepra.

Pocas cosas ocupan tanto lugar como la lepra entre los asuntos sobre los que prescribe el Levítico. El capítulo 13 tiene detalles minuciosos como, entre otros, el del apartamiento (45-46):
La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: "¡Impuro, impuro!".
Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.
En el capítulo 14 está el ritual completo de la purificación de un leproso, que viene siendo lo que Jesús manda a hacer a los 10 curados, como lo había hecho en otra ocasión (Mt. 8, 1-4; Mc. 1, -40-45; Lc. 5, 12-14) para que les sirva de testimonio...

Tal vez sea extraño ese celo por el cumplimiento de la ley -si bien lo ha puesto de manifiesto en varias otras ocasiones más curiosas todavía-; aunque mirando con atención las severísimas prescripciones sobre la lepra, no debería extrañar tanto el que mande a presentarse a los sacerdotes como el que toque de ese modo lo considerado tan impuro.

Está claro que enviarlos a la purificación se trata de un acto casi notarial.

Pero, bien vale anotar en este caso que la purificación incluye la inmolación de corderos...

Otra sorpresa curiosa.

Es raro que no haya específica mención de leproso alguno en el evangelio de san Juan. Sin embargo, sí aparece (Jn. 5, 2-12) la curación -en sábado- de un hombre que dice Juan que había estado enfermo por 38 años. Lo encontró Jesús junto al estanque de Betesda que tiene 5 pórticos. Bezatá, Betsaida, Belsetá, como anotan los peritos, significa "casa de misericordia".

Resulta que a aquella fuente bajaba un ángel del Señor y agitaba de tanto en tanto las aguas. Los enfermos -ciegos, cojos y paralíticos, menciona el Amado- hacían fila para meterse al agua recién agitada porque el primero que lo hiciera quedaba curado del mal que tuviera. Aquel pobre hombre no podía caminar y nadie lo metía al agua; cuando trataba de llegar, otro ya había llegado primero. Jesús se paró a hablar con él y le preguntó si quería curarse, y el hombre le explicó por qué no podía: "Levanta tu camilla y anda", le dijo Jesús. Pasó entonces que los judíos lo vieron cargar la camilla y le recriminaron que la cargara en sábado, pues no le era lícito. El hombre se defendió diciendo que había hecho lo que le habían mandado. ¿Quién? Pues, ya había desaparecido. Se encontró al rato el hombre con Jesús en el templo, quien le dijo que además de haber sido sanado no pecara más, para que no le ocurriera "algo peor"; hay que entender que el haber sido sanado era el signo de algo mayor que se operaba en él contra lo que faltaría gravemente pecando, lo cual sería peor que su enfermedad. Los judíos, como tantas veces, parecen más preocupados por la cuestión sabática ad litteram que por el milagro. Por eso mismo, cuando el hombre finalmente se entera de que en realidad es Jesús quien lo curó, va y lo dice. Los judíos lo buscan entonces para reprenderlo y Él contesta con una ley de contrato de trabajo inusitada: "Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo...", con lo que se les duplica la furia porque ahora además de desobediente, les resulta blasfemo.

Muy bien.

¿Y el leproso?

Pues, no: leproso tal vez no fuera aquel hombre. Pero, digo yo que se me hace que vale lo que un leproso, en el evangelio de san Juan que no menciona a ninguno, porque, además, la 'piscina' de Betsaida está en Jerusalén, como dice el propio Juan, junto a la "Puerta de las Ovejas".

Leprosos en el aprisco (II): Primero, las ovejas.

La cuestión de las ovejas y los leprosos en los Evangelios, tiene su asunto, que ya veré si puedo ver. Pero es verdad que ambas son figuras fuertes.

Básicamente, el leproso no puede estar más a la intemperie de todo, de la ciudad, de la ley, de las comidas comunes, de la sociabilidad. Y del cielo, claro. Por lo menos en un sentido.

Las ovejas, por su parte, tienen grados. Incluso hay ovinos y caprinos, que no es lo mismo; como hay corderos, que tampoco da igual. Y pastores, obviamente. Y Pastor. Pero está claro al menos que en el asunto del aprisco y del redil se juega buena parte de la didáctica de la Redención. Como también ocurre con leprosos, paralíticos, llagados, cegonatos, endemoniados, prostitutas, publicanos y pecadores in genere. Y hasta como parece que ocurre con los niños, como se ve en el primer texto más abajo, aunque no en sentido etario sino en uno más misterioso.

Pero cuidado porque, en ambos casos de ovejas y leprosos, hay una visión general en orden a la Redención, como hay una aplicación especial en sentido esjatológico y no sólo de hombres en particular, sino de naciones también.

Eso habrá que verlo.

Por ahora, hay que ir a algunos textos.

ver

En el episodio en el que Jesús habla de lo que pesa el escándalo a los pequeños, y de lo que les pesará a los escandalizadores, sólo san Mateo (18, 10-14) trae ovejas, asociando la parábola del hombre que pierde 1 de 99 ovejas al hecho de que por el escándalo puede perderse uno de aquellos pequeños, cosa que no es voluntad del Padre. La mención de pequeños que pueden perderse, no excluye sino que trasciende las edades de la vida.
Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que se había perdido.
¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada?
Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no descarriadas.
De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre del cielo que se pierda uno solo de estos pequeños.
En la Catena Aurea hay estos comentarios sobre este texto, que selecciono por su atingencia al punto.

Dice Rábano:
Observad que al número nueve le falta una unidad para formar el número diez y al número noventa y nueve para formar el ciento. De donde resulta, que los números a quienes para ser perfectos les falta una unidad, pueden variar por la sustracción, o por la adición; pero la unidad permaneciendo en sí misma sin variación, cuando se agrega a otros números los perfecciona. De esta manera para perfeccionar en el cielo el número completo de ovejas, es buscado en la tierra el hombre que se ha perdido.
Y san Gregorio:
Debemos considerar por qué confiesa el Señor, que se alegra más por la conversión de los pecadores, que por la estabilidad de los justos. Es porque los que tienen seguridad de no haber cometido pecados graves, están perezosos muchas veces para cumplir los deberes más elevados, mientras que, por el contrario, a los que tienen conciencia de haber obrado mal, el sentimiento de su dolor los inflama más en el amor divino y como ven que han andado errantes lejos de Dios, recompensan con las ganancias posteriores las pérdidas anteriores; de esta manera el general prefiere al soldado, que después de huir, vuelve al enemigo y le acomete con valor, a aquel que no ha vuelto jamás la espalda, pero que jamás ha acometido ni ha hecho cosa alguna con valor. Pero también hay algunos justos que causan tanta alegría, que bajo ningún concepto se les puede posponer a ningún penitente; éstos, aunque no les arguya su conciencia de falta alguna, sin embargo, desprecian hasta lo que les es permitido y son humildes en todas las ocasiones. ¿Cuán grande alegría, pues, no proporciona el justo cuando llora en la humillación, siendo tan grande la que causa el pecador cuando condena el mal que ha hecho? (Homiliae in Evangelia, 34, 3)
Y san Beda:
También las noventa y nueve ovejas que dejó en el monte significan los soberbios, a quienes, para llegar a la perfección (marcada por el número cien), les falta el número uno. Cuando Él ha encontrado al pecador, se alegra, es decir, hace que se alegren los suyos, más por ese pecador que por los justos falsos.
En san Marcos esta perícopa no existe, como no está en san Juan, quien, dicho sea de paso, habla poco -pero significativamente- de ovejas, como por ejemplo es el caso de las tres declaraciones de amor de san Pedro, tras la Resurrección y el pedido expreso de Jesús de que apaciente, pues, a sus corderos y ovejas.

En el Evangelio de san Lucas (15, 1-7), en cambio, el relato de las 100 ovejas está en otro lugar. Es la primera de tres parábolas unidas sobre la misericordia, aplicadas a cosas o personas perdidas: oveja, dracma, hijo.

(Por otro lado, tal vez, bien podrían significar estas tres realidades otras mayores: sacrificio, redención y adopción filial. Esta última resume, creo, las dos anteriores pues por el sacrificio (oveja) y la redención (dracma, ya que fuimos rescatados por alguien que pagó por nosotros) fuimos de nuevo adoptados (hijo pródigo) por el Padre en su misericordia como hijos, es decir aptos para recibir la vida de su Padre y la herencia de su Padre, lo que habíamos perdido por nuestro pecado; esto es, recibir la Patria en herencia: el Cielo, que es la vida misma del Padre.)

En cualquier caso, en la Catena Aurea están estos comentarios al respecto sobre el texto de san Lucas:
Por esta razón se deduce que la verdadera justicia tiene compasión y la falsa justicia desdén, aun cuando los justos suelen indignarse con razón por los pecadores. Pero una cosa es la que se hace con apariencia de soberbia y otra la que se hace por celo a la disciplina. Porque los justos, aunque exteriormente exageran sus reprensiones por la disciplina, sin embargo, interiormente conservan la dulzura de la caridad y, por lo general, prefieren en su ánimo a aquellos a quienes corrigen, que a sí mismos. Obrando así mantienen a sus súbditos en la disciplina y a la vez se mantienen ellos en la humildad. Por el contrario, los que acostumbran a ensoberbecerse por la falsa justicia, desprecian a todos los demás, sin tener ninguna misericordia de los que están enfermos y, porque se creen sin pecado, vienen a ser más pecadores. De este número eran los fariseos, quienes cuando censuraban al Señor porque recibía a los pecadores, reprendían con un corazón seco al que es la fuente misma de la caridad. Pero como estaban enfermos o ignoraban que lo estaban, el médico celestial usa con ellos, hasta que conociesen su estado, de remedios suaves. Sigue, pues: "Y les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros es el hombre que teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve y va a buscarla?" Propuso esta semejanza que todo hombre puede comprender y, sin embargo, se refiere al Creador de los hombres. Porque ciento es un número perfecto y El tuvo cien ovejas porque poseyó la naturaleza de los santos ángeles y de los hombres. Por esto, sigue: "Que tiene cien ovejas". (San Gregorio, In Evang. Hom. 34)
Entretanto, san Cirilo dice por una parte:
Observa aquí la grandeza del reino de nuestro Salvador. Cuando dice cien ovejas se refiere a toda la multitud de las criaturas racionales que le están subordinadas; porque el número cien, compuesto de diez décadas, es perfecto. Pero de éstas se ha perdido una que es el género humano, que habita en la tierra.
Y, por otra, continuando el razonamiento anterior:
¿Cómo es que abandona todas las demás y sólo tiene caridad respecto de una sola? De ningún modo. Todas las demás se encuentran en su redil, defendidas por su diestra poderosa. Pero debía compadecerse más de la perdida, para que no quedase incompleto el resto de sus criaturas. Una vez recogida ésta, el número ciento recobra su perfección.
Sin embargo, hay que advertir otra interpretación de san Agustín en relación con quién es quién en este asunto:
O bien: aquellas noventa y nueve que dejó en el desierto, se refieren a los soberbios que, llevando la soledad -por decirlo así- en el alma, quieren aparecer como que son solos. A estos les falta la unidad para la perfección. Así, cuando alguno se separa de la verdadera unidad, se separa por soberbio. Deseando no depender más que de su propio poder, prescinde de la unidad, que está en Dios. Se aleja de todos los reconciliados por la penitencia, que se obtiene con la humildad. (De quaest. Evang., 2, 32)
Mientras, en el capítulo 10 del Evangelio de san Juan (10, 1-6), entre pocas y tensas menciones a las ovejas aparece ésta que viene a cuento, como se verá:
"En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador;
pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera.
Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños."
Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
No sólo no lo entendieron sino que poco más adelante querrán apedrearlo por hablar así y enrostrarles (v. 26): Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas.

A propósito de este pasaje citado, y entre varias otras cosas importantes allí, comentan los Padres:
¿Pero cómo resolver esta cuestión? Algunas veces las que no son ovejas oyen la voz del pastor; tal aconteció a Judas, que aunque era lobo, oyó esta voz, y las ovejas no la oyen; porque algunos de los que crucificaron a Cristo eran ovejas, y sin embargo, no oyeron su voz. Podrá decir alguno que aquellas no eran ovejas cuando no oían su voz; mas una vez que fue oída esta voz, fueron cambiados, de lobos que eran, en ovejas. Aún me asusta lo que el Señor, por boca de Ezequiel, reprende a los pastores, diciéndoles, entre otras cosas, acerca de las ovejas (Ez. 34, 4): "No llamaste a la que andaba errante". Él le dice errante y la llama oveja; no andaría errante, si oyera la voz del pastor; por eso anda errante, porque oyó la voz del extraño. He aquí lo que yo digo: el Señor conoce los que son suyos, por presciencia (2Tim. 2, 19); conoce a los predestinados; éstos son las ovejas. Algunas veces no se conocen ellas mismas, pero el pastor las conoce; porque hay muchas ovejas fuera del redil, y muchos lobos están dentro. De los predestinados es de quien habla. Hay una cierta voz de pastor que las ovejas reconocen; no la del extraño; y en la que las que no son ovejas no oyen a Cristo. ¿Qué voz es ésta? "El que perseverare hasta el fin, éste será salvo" (Mt. 10, 22). Esta voz no la desprecia el hijo; no la oye el extraño. "Este proverbio les dijo Jesús. Mas ellos no entendieron lo que les decía", porque el Señor apacienta con palabras claras y ejercita con palabras oscuras. Cuando dos oyen las palabras del Evangelio, el uno piadoso y el otro impío, y lo que oyen es de tal naturaleza que ambos no lo entienden, el uno exclama: es verdad lo que dijo, es bueno lo que dijo, pero nosotros no lo entendemos. Este ya llama, porque cree; es digno de que se le abra si insiste en llamar. El otro dice: nada dijo; que oiga aun esta palabra: "Si no creyereis, no entenderéis" (Is. 7, 9). (San Agustín, In Joanem tract. 45)
Ahora bien. Precisamente en la misma línea de figuras, está el inmediato sermón del Buen Pastor (Jn. 10, 11-16):
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.
Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,
porque es asalariado y no le importan nada las ovejas.
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,
como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
Estos son algunos comentarios de los Padres sobre estos versículos en la Catena Aurea:
Como que Él había venido no solamente para rescatar a Judea, sino también a la gentilidad, añade: "Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco". (San Gregorio, In Evang. Hom. 14)
Se dirigía al primer rebaño, que era, por la sangre, de la raza de Israel, pero había otros rebaños que pertenecían por la fe a ese mismo Israel. Estaban fuera, diseminados en medio de las naciones; estaban predestinados, pero aún no estaban congregados. No son, pues, de este rebaño, porque no son por la sangre de la raza de Israel. Pero más tarde pertenecerán a este redil: "Es necesario que yo las traiga", etc. (San Agustín, De Verb. Dom., Serm. 50)

Él muestra dispersos a los unos y a los otros y sin tener pastor: "Y oirán mi voz". ¿Por qué os admiráis cuando digo que éstos han de seguirme y han de oír mi voz cuando veis que otros me siguen y la oyen? Después predice la unión futura de unos y otros, diciendo: "Y será hecho un solo aprisco", etc. (Crisóstomo, In Joanem, Hom. 59)

Él ha hecho de dos rebaños un solo redil, reuniendo en su fe al pueblo judío y al gentil. (San Gregorio, In Evang., Hom. 14)

Porque todos tienen una misma señal, el bautismo; un solo pastor, el Verbo de Dios. Sépanlo los maniqueos: que el Nuevo y el Antiguo Testamento no tienen más que un solo pastor y un solo redil. (Teofilacto)

¿Qué significan, pues, las palabras "Yo no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel" (Mt. 15, 24), sino que no manifestó su presencia corporal más que al pueblo de Israel, no habiendo ido Él mismo a los gentiles, sino que envió? (San Agustín, In Joanem, Tract. 47)
Apenas un poco antes, (10, 7-10) Jesús ha dicho, según san Juan:
Entonces Jesús les dijo de nuevo: "En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas.
Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon.
Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto.
El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia."
Algo que bien debería, tal vez, relacionarse con aquel leproso exeno y samaritano, que fue el único en volver a agradecer a aquel a quien había tratado de Señor, como si dijéramos que fue el único que volvió a entrar -por aquella Puerta- y entró y salió y encontró pasto, mientras los demás salieron y parece que no volvieron, pese a que fueron curados también, es decir que no encontraron pasto.

martes, 16 de octubre de 2007

Leprosos en el aprisco

Serena, sencilla, certeramente. Inusual, sí. No en él, en los curas. Así predicó este domingo el cura de la misa.

No basta, claro. Porque siempre uno se distrae, se va por algún asunto lateral, aun en esta ocasión.

¿Lateral? Eso me preguntaba, precisamente.

Hasta cierto punto, es curioso que me distraiga con números. No tengo afición ni habilidad ninguna, ya se sabe. Soy, por decirlo así, un cero a la izquierda en esa materia. Admiración lejana, acaso. Ni siquiera. Extrañeza, en realidad. Los números me causan extrañeza. Y desconfianza, para qué negarlo. Son, siempre me pareció, una tentación de automatismos y de mecánica racional. Y hasta de magia, en el fondo, y no muy blanca en general. Digan lo que quisieren de las 'naturaleza' numérica de la música y hasta dizque de la propia poesía. Y de todas las cosas, en hipérbole. Y que no me oigan los pitagóricos, guemátricos y otros tales, matemáticos incluidos. Nada personal y sin desmerecer. Solamente digo que el de los números es un mundo intrínsecamente simbólico de toda suerte de cosas (desde naturaleza de cosas hasta de las relaciones entre cosas) y está bien. Es un mundo limpio y hasta cierto punto cómodo (no digo fácil) y de allí le viene algún peligro grande, que no el único. Porque el principal le viene de su cualidad simbólica.

En fin. Tal vez sea verdad que los números trabajan solos en su mágica cuasiautonomía y por eso empujan con su virtualidad para que uno se distraiga en misa con estas relaciones y proporciones.

El asunto es que en cuanto la cuestión de los leprosos rozó el mundo numérico, la cabeza (¿sólo la cabeza?), sin que sepa por qué, arrancó para cuantificados barrios vecinos. Como tomado de una liana viniendo de otra, del mundo de los leprosos pasé al mundo ovino. Tal vez la relación, digo ahora y habiendo visto un poco el asunto, fue que estaba la cuestión de que la unidad se separa de la perfección del 10. Y del 100, en la 'segunda liana' a la que fui a parar.

La cuestión se me presentó como la relación entre el sentido de los números en dos pasajes de los Evangelios. En realidad, no así. Lo que me dije fue bastante menos 'elegante', en términos matemáticos.

"Esto es como lo de las 100 ovejas y una de ellas perdida y las 99, no..."

Y listo.

Porque para no seguir en la línea de las divagaciones, dejé para después ver si el ‘contador’ podría solventar semejante relación.

Por una parte, la lectura del evangelio de este domingo 28º habla de 10 leprosos curados por Jesús. Uno de ellos, extranjero, un samaritano, vuelve sobre sus pasos para agradecerle, los restantes 9, propios, judíos, no.

Por otra parte, de 100 ovejas del rebaño una se pierde y 99 no. O, tal vez, una es infiel y 99 no.

Vayamos por partes.

En ambos casos, en principio, la unidad completa un número perfecto, tanto 10 como 100 (que son 10 décadas). Sin esa unidad, el número no está completo. Y la unidad en ambos casos aparece separada del resto, además.

Pero resulta que, en el episodio de los leprosos, el uno completa en razón de su virtud y los otros 9 están y permanecen incompletos por su ingratitud. Mientras tanto, las 99 ovejas no se han perdido y están a salvo (¿y salvas?); y la que falta, precisamente, se ha perdido, falta, debe ser rescatada porque está en falta y hasta que no vuelva o no sea rescatada no habrá número perfecto.

Allí, entre las ovejas, parece que la relación de calidades entre perdido-encontrado (y fiel e infiel), se invierte con respecto al episodio de los 10 leprosos en cuanto a sano-enfermo (y fiel e infiel), en lo que hace al carácter y valor de ese uno curado pero con fe y gratitud y a la oveja una perdida, por su parte; creo, con todo, que también hay algo que decir respecto del carácter de los otros 9 leprosos sanados, pero ingratos, en relación con las 99 ovejas no perdidas y no necesitadas de salud.

¿Sí? ¿Es así enteramente? ¿Si fuera así no sería que no tendría demasiado que ver una cosa con la otra, salvo la casualidad 'distractiva' de uno sobre 10, de una sobre 100?

Tal vez para justificarme, pero fue precisamente la impresión de que no solamente las relaciones no eran casuales o tópicas sino que había hasta cierto mensaje en ellas mismas por su parecido, lo que creo que finalmente me llevó a estas páginas.

Con esto en el magín, voy a por ello.

jueves, 11 de octubre de 2007

Hoja


In memoriam
.


Esta página muda,

que era blanca,
y que agrisan las letras que la tiñen,
era tu habitación.

Ahora la demuele este murmullo
(baldío era de ti que me ha quedado)
con voces que pronuncia tu memoria:
ahora se levantan
sones de nada, el aire
de silencios callados removido;
torcaz que acecha arrullos, con su siembra de gestos
y este desierto en flor,
y su misterio en fruto.

Un balcón encalado es su frontera,
será límite austero.


Cornisa sin mañana, abismo urgente,
(finisterre de ti, vacío de los mares,
mundo claustro)

que volverá al sosiego,
que nacerá a su albura en este punto.


domingo, 7 de octubre de 2007

Corona

Cuenta Osvaldo Horacio Dondo (1902-1962) que Luis José de Tejeda y Guzmán (Córdoba del Tucumán, 1604-1680), ya fraile dominicano –desde 1663-, y siguiendo los Misterios del Santo Rosario de su padre santo Domingo de Guzmán, se propuso escribir tres Coronas Líricas: de Rosas (Gozosos), Espinas (Dolorosos) y Estrellas (Gloriosos), plan que dejó incompleto y con lagunas de partes inhallables. Además de los versos están sus meditaciones, que siguen a Santo Domingo tanto como a Teresa la Grande, por ejemplo, entre otros.

Dice Osvaldo Dondo, refiriéndose a la Corona Lírica de Espinas:
Desde la introducción a los cinco misterios –“La Cena”- hasta lo único que realizó del 4º Misterio, que es su brevísima prosa que dejó trunca, esas páginas –“De la oración en el huerto”, “De los cinco mil azotes”, “De la corona de espinas”- son señaladas por las “Soledades de María Santísima” (Soledad primera, Soledad segunda hasta la Soledad quinta) intercalándose como recuerdos a su vida de pecador y como muestras sensibles de su arrepentimiento, las cuatro partes que sigue llamando con fiel constancia “El Peregrino en Babilonia”. Es que en la afirmación de San Pablo –“Mientras estamos en el cuerpo peregrinamos lejos del Señor” (II Cor. V, 6)- este peregrino ya es atraído como nunca por el hechizo de la patria donde el descanso es verdadero.
Todos es caudaloso y todo cubre con una entonación de corazón lastimado.
Veamos este ejemplo del final de la “Soledad Tercera”, este soneto del encuentro de la Madre de Dios y su Divino Hijo en el Camino del Calvario, soneto que me parece grande y merecedor de apretadas admiraciones y sin embargo tan callado o tan ignorado:

Jesús- Madre, esta pura sangre que me diste
quando me concebiste y me criaste
que oy por el hombre, se derrame y gaste
es justo, pues para eso me pariste:
Ma. - Hijo, aunque passo yo tu passion triste

dentro del alma mia qe criaste
por qe también dese sangriento engaste
a mi cuerpo, partícipe no hiciste?
J.H.S.- Porqe si cuando yo tanto me humillo,
al dolor, a la afrenta y al tormento
tu cuerpo en mi passion me acompañara
no hiriera tu alma tan cruel cuchillo
que es el mayor dolor que agora siento
y ese dolor a mi pasión faltara.
(Todo esto -Osvaldo Horacio Dondo: Sobre la poesía de Luis José de Tejeda (Siglo XVII y en Córdoba)- está en una sección Escolios de Ortodoxia, Revista de los Cursos de Cultura Católica, Nº 7, julio de 1944, páginas 273-282.)

A Fray Luis se lo considera el poeta argentino más antiguo, y tal vez el primero. Y aunque se le nota que fue imitador de Góngora, se le reconoce inspiración y talento en sus versos místicos; poco y nada se sabe de escritos anteriores a su entrada en religión. De familia con linaje y descendiente de conquistadores y fundadores –Tristán de Tejeda, por ejemplo, uno de los fundadores de su ciudad cordobesa-, fue educado por los jesuitas entre 1612 y 1620. Vivió una vida agitada y rumbosa, con varios amoríos; finalmente, al morir su esposa, ingresó penitencialmente al convento dominicano. Todo lo cual lo narró en ese poema de 1.332 versos, “El peregrino en Babilonia”. Los manuscritos los encontró Ricardo Rojas y publicó el poema por vez primera en 1916. Tejeda compara allí a la Córdoba natal con Babilonia. Como segunda parte del poema, figura una serie de cantos místicos dedicados a “A las soledades de María Santísima”, a los que hace referencia Dondo.

El soneto que cita y rescata, gongorino y barroco como es en forma y modo de razonar lírico, es una pequeña joya de poesía, de piedad y teología, si acaso. Es verdad también que tiene ese algo barroco de tensar los argumentos hasta lo casi insoportable. Como, en este caso, ese dolor de María que Jesús 'necesita' para hacer completa su Pasión, por lo que tiene para Él de mayor dolor el dolor de su madre.

Pero, con todo y eso -siendo como es materia de contemplación de un Misterio en la Corona de Rosas-, en este mismo día no desmerece para nada la celebración por Lepanto y el homenaje a Don Juan, el glorioso bastardo, rey sin corona.

jueves, 4 de octubre de 2007

Nobleza de este día

Es una breva cobre
el cielo de la tarde:
ha dorado hasta el fuego.
Primavera de lluvias,
septiembre de tormentas.
Heráldica que brota
esta tierra en sinople
sobre un campo de oro,
de plata, azur y sable...
Anda entre toda cosa
una librea tenue
de niebla. Luce el día
que amanece en zorzales
que requiebran silencios
que enamoran la noche
que no sé cuándo nace.

lunes, 1 de octubre de 2007

Lunario Novo

Uno de los mayores cráteres de la Luna se llama Clavius. De hecho, con sus casi 230 kilómetros de diámetro, es el mayor de la cara visible.

Es un homenaje a Cristóbal Clavius, un jesuita del siglo XVI, profesor de matemática y astrónomo bávaro, responsable de que el 15 de octubre se dedique en el santoral católico a recordar a santa Teresa de Jesús, que había muerto, en realidad, un día antes, es decir el miércoles 4 de octubre.

No. No dije el 14 de octubre, dije bien: en 1582, el día anterior al 15 fue 4 de octubre.

Ocurre que, como se sabe, durante algunos siglos se observó que los cálculos de Sosígenes de Alejandría -asesor de Cayo Julio para la reforma del tiempo romano- dejaban algunos cabos sueltos en la cuenta de los días y los años. Después del Concilio de Nicea, en 325, la Iglesia adoptó el calendario juliano para fijar las festividades religiosas. Como la preocupación principal para la determinación de los días en el año litúrgico es la de la celebración de la Pascua, y esto está en relación con el equinoccio de primavera y las fases lunares, se notó que con esas 'movilidades' temporales (cada 128 años, se cumplía un día) la Pascua iba camino al verano, por ejemplo. Después de Trento, le tocó al papa Gregorio XIII disponer la reforma del calendario juliano, porque para 1582 ya llevaba una distorsión de 10 días. De allí entonces que el calendario que usamos se llame gregoriano. De modo tal que, hoy por hoy, con esos cambios andamos desde entonces más a la par con el sol. Y con una celebración pascual más acorde, por así decir.

El caso es que Teresa murió un 4 de octubre de 1582, es decir hace 425 años, el preciso año y mes y día en que se ponía en práctica la reforma. La propuesta de contar los días sin que transcurrieran y pasar en octubre del miércoles 4 al jueves 15 fue de Clavius quien, junto con un calabrés, Antonio Lilio, tuvieron en sus manos los cálculos. Clavius, además, determinó más precisamente la frecuencia de los años bisiestos, corrigiendo también en esto a Julio César, de modo que la distorsión del tiempo -en ese sentido- es ahora prácticamente despreciable.

Cuando santa Teresa fue canonizada, por otro Gregorio (XV) en 1622, se fijó el 15 de octubre (gregoriano) como el día de su fiesta. Al fin y al cabo, tampoco el 14, y menos todavía el 4 de octubre.

Muy bien.

Lo que son las cosas, sin embargo.

Al atardecer del sábado 3 de octubre de 1226, tiempo juliano, moría san Francisco de Asís en la Porciúncula. Apenas dos años después, en julio de 1228, otro Gregorio (IX), amigo de Francisco, lo canonizó durante su estancia en el mismo Asís, pues estaba de paso por culpa de una sedición en Roma. Gregorio -no sé por qué- dispuso que la fiesta fuera el 4 de octubre, esto es -como en el caso de santa Teresa- un día después de su muerte. Para 1582, la de san Francisco era ya una fiesta consagrada, como se ve en la ilustración si uno mira con detenimiento la columna del centro a la izquierda. De modo que santa Teresa murió el día de la fiesta de san Francisco de Asís, lo cual me hace explicable que su fiesta fuera dedicada al día siguiente, es decir el 15 de octubre, del tiempo gregoriano.

Ahora bien.

¿Sabría Clavius que mientras él hacía sus números de días y años, exactamente a la vez, la inquieta señora de Ávila iba mucho más rápido todavía y pasando no ya de un día a diez días después, pasaba de un tiempo a otro y hasta de una vida a otra -ya sin morir porque no moría-, todo con entera felicidad?

Quién sabe y creo que no y creo que no tendría por qué.

Por otra parte, y según parece pese a las versiones, Clavius era bastante amigo de Galileo Galilei. Al menos, no se llevaban tan mal como algunos quieren suponer. Según se dice, cuando Galileo miró la Luna con un telescopio por primera vez, Clavius -que ya era hombre mayor y de quien se dice que era más bien geocentrista- se entusiasmó con los resultados de las observaciones. Se dice también que, pese a todo, no creía, como sostenía Galileo, que lo que se viera allí fueran cráteres, montañas y 'mares y océanos'. Con todo y eso, el mayor cráter visible lleva su nombre.

Para muchos, supongo, Cristóbal Clavius es cosa de todos los días. Para mí era un perfecto desconocido hasta recién. Y no dejan de asombrarme las secuelas de sus actos y la estela de su paso por este mundo. Incluso, las huellas que ni sabría él que estaba dejando y cómo se tramaba el hilo de sus días con los hilos de otras vidas en el tiempo, antes, durante y después.