miércoles, 20 de diciembre de 2006

Rabietas

Estas tormentas ruidosas y como desesperadas, tienen su aire de rabieta. Ni furia del Cielo ni castigos de los pecados de los hombres ni veleidades del eje terrestre. Serán, podrán ser.

Pero digo rabietas, a secas.

Como de chico malcriado, por ejemplo. Como de adolescente contrariado. Como de novia celosa (y tormentosa). Matrimonios en guerra, público que invade el campo de juego, chicos que le voltean el castillo al amiguito, con furia.

Un triste, por ejemplo: emborrachado de soledad, rompiendo cartas viejas y recuerdos, tropezando con todo, volcando los floreros, tirando sillas, gimiendo, aullando...

Platos que vuelan (tópico típico), gritos detrás de las ventanas y paredes, insultos del aire en guerra y palabras filosas y lacerantes como ventolinas, llantos a mares como un mar enloquecido y dado vuelta, terremotos celestes, árboles voladores, chapas y tejas que levitan, ríos de la nada, corridas tempestuosas, puñetazos sobre las mesas del mundo, unísonos, radiantes.

Odios de trueno y amores fulminantes. Puertas que se cierran con estruendo en las narices, deslumbramientos...

Tormentas de gentes atormentando y atormentadas. Nubes de pasiones, vientos de fronda.

Fantástico. Irreal, impresionante.

Todo en un torbellino, en el remolino del mundo.

No importa nada: pelos chorreando miedo, pegados a las caras lívidas, pantalones arremangados, pies descalzos y fríos, abiertos los paraguas bajo techos lagrimeantes, noches de velas temblorosas y en vela, trapos, baldes.

Agua, viento y más agua y más viento. Y estallidos de luces y estallidos del aire. Una rabieta inmensa.

Fantástico.

Agotador y apasionado.

Como una pasión inagotable.


Y dicen que habrá más.