jueves, 19 de octubre de 2006

Beatrices

Casi terminando a las apuradas los preparativos de mi viaje breve y largo, hice lo que suelo: busco lecturas rápidas, incompletas. No sé por qué, tal vez para distraerme. O para concentrarme.

Total que fui a dar a un trabajo sobre la amistad de Dante Alighieri con Beatriz, que trata sobre La mujer como camino de beatitud.

Bien, muy bien.

Pero la mano iba más rápida que la vista. Y leí veloz el ensayito mientras ya estiraba la mano para picotear otro libro. Y quiso la fortuna que fuera a dar a una colección de Poesía cancioneril española. De allí, me acordé, había sacado unos versos de Juan Álvarez Gato, una de las primeras entradas de las primeras épocas de estas páginas.

Al azar volvió ahora. Y al azar leí los primeros versos que aparecieron. Y encontré lo que no había visto entonces y otra cosa sorprendente.
Gran belleza poderosa,
a do gracia no esquivó,
destreza no fallesció;
hermosa que tan hermosa
nunca en el mundo nasció:
hoy mirand' os a porfía
tal passión passé por vos,
que no escuché la de Dios,
con la rabia de la mía.

Los nudos que' en el cordón
distes vos alegre y leda,
como nudos de passión,
vos los distes en la seda,
yo los di en el corazón;
vos distes los nudos tales
por nombrar a Dios loores,
yo para nombrar d' amores;
vos para sanar de males,
yo para crescer dolores.

Castigo para mi dispersión de vísperas de viaje. O gloriosa coincidencia, que me da para pensar en el aire.

No tengo tiempo ahora (y la rabia que me da..., y en eso está mi castigo), pero resulta que es casi idéntico en su aire y tono a lo que traía el trabajo por el que pasé primero, sobre Beatrice Portinari. Porque está lo mismo -y al ver, verán- en el Paraíso de la Commedia, XXXI, 79-93...

Muy bien por don Juan Álvarez. Y por Dante, sí señor. Y por Beatriz (y por la otra Beatriz, la española de Álvarez Gato...)

No por mí, a las apuradas.

miércoles, 18 de octubre de 2006

Arena

Ahora me entero de que escribe para Ñ. Pero no la conocía hace unos 5 años cuando me la encontré en La Nación, el domingo 26 de agosto de 2001, sección cultura, página 3. Le habían publicado allí unos cuantos versos. Creo que nació en el '70.
Argumentos de arena

No deberíamos amar nada que pase.
Nada que nos mate un poco
cuando sus signos mueran.

Es decir, nada que ría.
Nada que tiemble o se conmueva.
Nada que florezca para luego marchitarse,
de buenas a primeras.

Nada vivo, si apuramos conclusiones:
Duele tanto ver cómo lo que amamos
se deshace en nuestras manos vencido por el tiempo.

Es más,
no deberíamos amar, si lo pensamos.

Pero no lo pensemos.
Hoy no, al menos.

Se llama Raquel Garzón y vi que tiene una cierta presencia en foros y debates. Vi también de paso -leyendo cosas periodísticas y culturosas que ha publicado- que hay una furiosa agitación por allí alrededor de la literatura argentina actual y acusaciones ferocísimas cruzadas, entre capillas y tribus de la izquierda cultural. Todo con sus santos y preceptos, claro, con cielos de poesías e infiernos de novelas y purgatorios de ensayos.

Me aburrí durante 5 ó 6 páginas. Hasta que me aparté, harto de las filigranas de los puanistas o anti puanistas (por Puán, la cueva madre de Filosofía y Letras de la universidad de Buenos Aires, desde donde dicen que se manejan avenidas de becas y publicaciones, veredas de influencias, calles de premios y cosas así...: tedio infinito, con más la pobreza y autoreferencia de páginas y páginas de vacas sagradas de la rive gauche... Y todo para discutir la obra de César Aira o Ricardo Piglia. Que si Halperín Donghi o Beatriz Sarlo...)

Ay.

Basta.

A mí me había gustado aquel argumento, en su rispidez, en su firulete dialéctico para afirmar negando, para escapar de lo vitando y decir -con desesperación, con angustia- que dejar de amar no se puede, no importa lo que digan los mandamientos que mandan más que los mandamientos...

Y todavía me gusta el poema.

Hasta la cerrazón de tener que enfrentar ideológicamente amor y pensamiento. La modernidad como la postmodernidad no pueden sacarse su romanticismo de encima. Y es de esas cosas que no salen con jabón, así nomás. No pueden evitar perderse cuando llegan al amor (como todo el mundo, en realidad, pero distinto...)

Pero el desgarramiento de estos argumentos de arena -claro: argumentos pero de arena; de arena, sí, pero argumentos...-, me resulta conmovedor. Bajar la mirada para decir -imperceptiblemente, no vaya a saberse...- que el corazón pide 'amor eterno' y eternidad y amor, es conmovedor.

Y sobre todo me parece conmovedor el pudor, ese susurro:
Que nadie me oiga decir que no soporto amar lo que pasa, lo que se termina, lo que se pierde; y que no soporto amar de a momentos sueltos y un poco; y que no soporto amar libremente, sin poder asirme como querría a lo amado con furia feliz... Y que no soporto no amar libremente, porque querría que lo amado no muriera, ni se ajara, ni desapareciera. Que nadie me oiga llorar sobre la arena del tiempo y sobre la arena de esos amores frágiles como perentorios. Que se oiga sí, en todo caso, mi rebelión y mi desprecio, sollozado, hipante. Preferible que oigan mis conclusiones: amar lo vivo, lo que puede desaparecer, lo que puede no ser, hiere y mata. Ahora bien, morir es indeseable y ser herido por amar obligadamnente lo que no se puede asir aquí y ahora, es una ofensa a la dignidad del hombre libre y racional. Qué sentido tiene someterse a esa esclavitud y dependencia de lo que aquí y ahora me habrá de decepcionar en su contingencia e insuficiencia. Si nunca tendré bastante pues siempre querré todo. Claro. Por supuesto. Basta. No deberíamos amar. Nada. Nadie. Claro que no.

Pero: Ay... Ay de no poder no amar. Ay, la tristeza de la alegría de amar. Ay, la tristeza. Y ay la alegría. Breves, difíciles de asir, ambas, como la arena. Como los argumentos de arena que dicen que amar es una locura de la que nadie quiere curarse y una inconsistencia sin la cual nada tiene sentido y un dolor sin el cual no se puede ser feliz y una alegría sin la cual la tristeza es meramente tedio y una ausencia sin la cual no pueden hacerse presentes todas las cosas y una presencia sin la cual no existiría ninguna ausencia. Ay...

martes, 17 de octubre de 2006

Contra malicia

Al jesuita aragonés Baltasar Gracián, se le debe entre otras una frase de veras conceptista: contra malicia, milicia.

Se la oye bastante en muchos lados donde batallar es ley y donde 'milicia' lleva además el nimbado halo de glorias y martirios a filo de espadas y adargas embrazadas.

No me opongo, del todo, aunque más bien no me gusta como suenan las imposturas cuando son imposturas. Una cosa es 'vender' el martirio y otra -muy otra- haber nacido para mártir. Hay que ver además que la frase completa en El Criticón, la obra de donde proviene, termina con un "...Y malicia contra milicia", que a más de alguno tiene que resultarle bastante menos glorioso y bastante menos canónico y en ese orden, irritante.

Tal vez, en algún sentido, la primera parte de la frase sufre el prestigio toda vez que hay más 'soldados' -digámoslo así...- que místicos, poetas y filósofos. Y muchos mercenarios, además.

El caso es que en los Avisos espirituales, san Juan de la Cruz -en el primero de sus Dichos de luz y amor-, dice:
Siempre el Señor descubrió los tesoros de su sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre.

Esto es: contra malicia, luz.

Militar en la luz es cosa que ningún militante debería soslayar. Militar se debe, sí. Pues milicia es la vida del hombre sobre la tierra. Claro.

Pero no sin luz. Ni sin 'luces'.

Nada de 'briosos sin letras'. Y nada -menos aún- de militantes briosos con letras fraguadas (apurando o mintiendo títulos de teología en una universidad con sello de Roma, para poder decir que 'los nuestros están bien preparados y tienen la licenciatura y el doctorado y los mandamos a estudiar a Roma...') O inventando y engolando letras para poder hacer política briosa...

Tantas veces se ve que a los militantes del estilo brioso y cachafaz, la luz les hace las veces de malicia, porque los retrasa, los demora o, simplemente, los pone al descubierto en su impostura.

Tal vez tenga razón también Gracián cuando dice que contra milicia, malicia.

La 'malicia' de la luz.

A ver, militantes maliciosos y con pocas letras, si entienden la figura y la especie de paradoja...

Que si, como dice san Juan de la Cruz: ahora que la malicia va descubriendo más su cara, más tesoros de sabiduría y espíritu descubre Dios a los mortales, hay entonces hartas ocasiones en estos días de obtener sabiduría y espíritu.

Aunque, tal vez, de ese modo luminoso, haya menos ocasiones de obtener puestos y territorios y poder.

domingo, 15 de octubre de 2006

Yo para ti, si tú, para mi ruina...

Miguel Hernández, en una colección de poemas del período 1933-1934, tiene un notable Cántico - corporal.

Por título, alusiones y cierta arquitectura lírica (más interior que exterior y, paradojalmente, más ascética que mística), dicen algunos hispanistas de nota que bordea a cierta distancia la lírica de santa Teresa de Ávila. No lo sé. Y me da, en todo caso, que no tanto. Creo que no le pediría tantas similitudes. Aunque creo también que quien puede -ver y- expresar de este modo, tiene cómo -ver y- expresar otras realidades más subidas.

ver

Cántico - corporal
(Yo, en busca de mi alma)

Vivo yo, pero yo no vivo entero.
De mis ojos ausente,
careciendo de ti, vivo que muero1,
canario adoleciente,
canto y estoy más pálido que un diente.

Te veo en todo lado y no te encuentro,
y no me encuentro en nada;
te llevo dentro, y no, me llevo dentro,
¡ay! vida mutilada,
yo, en mi mitad, ¡oh Bienenamorada!

Mi amor, a quien agrega fortaleza
la soledad del huerto,
seco de sed por ti, sufre y bosteza,
y sigue en su desierto
por no caer de tentaciones muerto.

Soy llama con ardor de ser ceniza.
Sola abundantemente,
esta porción de ti, la tiraniza
-¡oh qué guerra frecuente!-
mi pupila, tormento de mi frente.

Le falta la merced de tu asistencia
a mi amor exprofeso.
Tengo en estos rosales la presencia
y esencia de tu beso,
en tanto grado puro, en ¡tanto! ileso.

Codicioso de ti, me estoy robando,
me aplico poco al suelo;
me dedico a los dos de cuando en cuando,
a tu imagen apelo
siempre, siempre presente y siempre en celo.

Yo ya no soy: yo soy mi anatomía.
¿Por qué? de mí desistes,
peligro de mis venas, alma mía...
¡Ay!, la flor de los tristes
va a dieta de amor como de alpistes.

Desamparado el cuerpo, en desaseo,
sobre el amor en paro2,
soy mi verdugo y juez, y más mi reo,
mi tempestad y faro;
tú, mi ejemplar virtud, mi vicio caro.

Me levanto de mí cuando me acuesto
gimiendo mis heridas,
infeccionado todo tu gesto3,
de tus gratas manidas,
gracias comunicables y queridas.

¿Y tu boca?, reparo de la mía,
¡ay! bello mal que cura;
¡ay! alta nata de mi pastoría,
¡ay! majada segura
y oveja de mi boca, si pastura.

Esparcida por todos los lugares,
en ellos te deseo.
Sigo tus huellas, flores de azahares,
te silbo y te zureo,
y con todas las cosas me peleo4.

Patria de mis suspiros y mi empeño,
celeste femenina;
vuelve la hermosa página del ceño
que cielos contamina.
Yo para ti, si tú, para mi ruina5.


El caso es que publico estos versos porque me son queridos y tan entrañables.

Pero.

Al volver a leerlos, una vez y otra vez, también me doy cuenta de que con ellos y de ellos puede hacerse una especie de Summa Amantis.

Porque creo que conozco gentes así, de este mismo talante. Capaces de fundir en un solo trazo amores distintos como en reverbero. Amores que hacen el efecto de una piedra al agua con la onda inicial que encrespa otras ondas, lejanas del epicentro. Conozco gentes que aman así. A veces yendo y viniendo por las mismas ondas de su amor mayor y primero, tanto de afuera hacia el centro, con pasión centrípeta, como de adentro hacia afuera, con amor centrífugo y más alto.

Hay veces, creo, que los he visto amar.

Y he visto cómo se desasen con ese dolor feliz del Amante. Y he visto cómo se aferran, con la nostalgia insufrible del Amado. Ir y venir.

Como creo también que hubo veces en las que los he visto amar en una quietud beatífica, sin ascesis alguna a la vista (con la procesión por dentro, tal vez...), meciéndose -como hace el mar con la barca a veces- quietos en un lugar, activos pero inmóviles, potentes y serenos, silenciosos y estentóreos.

Como el mar.





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Tengo dos versiones de este poema. En las Obras Completas que publicó la editorial Losada de Buenos Aires (a cargo de Elvio Romero, con prólogo de María de Gracia Ifach), se encuentran estas variantes, dos de las cuales parecen erratas, especialmente la segunda:

1 careciendo de ti, mi verdadero,
2 sobre el amor en puro,
3 inficionado todo de tu gesto, (me quedo con esta versión)
4 con los vientos de carne me peleo. (y también con ésta...)
5 yo para ti, si tú, para mi ruina. (...aquí dudo pues la coma le agrega un dramatismo y una tensión que, sin, no le hallo...)

viernes, 13 de octubre de 2006

Amar al amado

Desde que conocemos y entendemos el segundo mandamiento, parece que nos inclinamos a aplicarlo a nuestros enemigos, suponiendo que 'amarás a tu prójimo' -como diría Chesterton- significa lo mismo que 'amarás a tu enemigo', porque suelen ser la misma persona.

Hacer eso -amar al prójimo/enemigo- tiene cierta lógica. Cierta, nomás. No completa.

Amarás a tu prójimo -y, ahora que lo pienso, creo que la mayor parte de las veces- es un mandamiento que debemos aplicar a los que amamos, que suelen ser los más próximos y a quienes amar no resulta tan sencillo, sólo porque tengan en la frente marcado a fuego el rótulo del 'amado'.

Ojalá fuera sólo un juego de palabras.

Pero no lo es, me temo.

La vecinita de enfrente...

Los males del sexo se curan con más sexo, ¡qué joder...!

La palabra 'consenso' es importante. Muy. Habitualmente significa cosas diferentes.

Para unos, significa que en vez de haber muerto como murió de una puñalada y nada más, podrían haberle vaciado el cargador de una .9 mm..., así que a no quejarse.

Para otros, generalmente significa más o menos 'primer round', de un combate pactado a 12..., es decir, 'vamos por más'.

jueves, 12 de octubre de 2006

Vamonos pa' casa

Rumbo al mar Atlántico, uno puede andar cabe el río Tinto (bello nombre de río, sí...) y si llegó a la isla de Saltes es que se pasó.

A la izquierda, si baja, le quedará Palos de la Frontera y a la derecha un poco más arriba, Huelva. Si se sigue por esa derrota, hacia poniente diría, se llega al Algarve portugués, de afamada bonanza. Y al seguir siguiendo, puede que llegue a América. Embarcado, claro. Desde Palos, podría ser. No sería la primera vez.

Mientras anda ese paisaje, hágame caso, vaya canturreando una de esas sevillanas rocieras que hace Camarón con tanta gracia...

No se va a arrepentir.

Miguel Cortés y Hernán Hernández

Oigo a un tal Felipe Pigna -dizque vocero mediático de moda del pasado tal como debe ser entendido porque así fue como fue y no como nos los enseñan; es decir, historiador-, proponer la políticamente correcta ablación del 12 de octubre como día de la raza, porque la raza, etc. etc...., y las Naciones Unidas dicen mejor decir etnias, etc...., y que los genocidios y las culturas, etc. etc.

Hasta que entre las propuestas aparece la sorprendente substitución arquetípica de Pizarro y Cortés por Lope de Vega (¡?) y... Miguel Hernández...

Ay, el progresismo...

Ay, ese oportunismo de equilibristas...

Dejemos el hecho de quién y por qué instituyó el día tal entre nosotros (ya es bastante gracioso...) y dejemos la gritería ululante de un lado, del otro y de los otros lados (porque siempre estará la cuestión en si misma corriendo el peligro habitual del tironeo ideológico...)

Además del aplauso fácil detrás de la propuesta, que habrá sido pesado en una balanza de oro, ¿estará seguro Pigna de que entre Cortés y Hernández no hay menos diferencia que la que hay entre Pigna -cualquier Pigna- y Hernández?

No sería extraño que Cortés y Hernández estén discutiendo estos puntos, en una lengua que no me extrañaría nada que le resultara a más de cuatro de difícil comprensión.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Apuntes sobre el Confiteor

Es apenas un apunte. Hay poco tiempo ahora para desarrollos. Me lo trajo a la memoria el ver unos escritos viejos y algo que un sacerdote dijo hace unos cuantos años ya.

Se sabe que hay pecados de pensamiento, palabra, obra. Y omisión. Así lo dice el Confiteor o Yo pecador, por ejemplo.
Confiteor Deo omnipotenti, et vobis, fratres: quia peccavi nimis cogitatione, verbo et opere et omissione. Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Ideo precor beatam Mariam semper Virginem, omnes Angelos et Sanctos, et vos, fratres, orare pro me ad Dominum Deum nostrum. Amen.
Aunque ésta es la versión que se reza desde el Vaticano II. Antes, según se ve, había al menos dos diferencias notables. No se refería explícitamente a los pecados de omisión y se ponía un acento mayor en los ruegos a la Iglesia de la Patria, como diría santo Tomás de Aquino, la Iglesia triunfante.
Confiteor Deo omnipotenti, beatae Mariae semper Virgini, beato Michaeli Archangelo, beato Ioanni Baptistae, sanctis Apostolis Petro et Paulo, omnibus Sanctis, et vobis, fratres: quia peccavi nimis cogitatione, verbo et opere: mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Ideo precor beatam Mariam semper Virginem, beatum Michaelem Archangelum, beatum Ioannem Baptistam, sanctos Apostolos Petrum et Paulum, omnes Sanctos, et vos, fratres, orare pro me ad Dominum Deum nostrum. Amen.

Muy bien.

No es lo que ahora me ocupa.

Quiero simplemente apuntar que creo verdaderamente que habrá tantos martirios (*) como formas de pecar. Que hay cierta correspondencia -que me resulta clara- entre los modos de pecar y los de dar -y sufrir- el testimonio de fidelidad y amor, tal vez más claro teniendo presente la versión original del Confiteor, aunque si lo pienso bien la 'omisión' quizá también podría cuadrar...

El testimonio del amor y de la fidelidad a través de la sangre podría eventualmente ocurrir y por cierto que es una gracia especial. Recuerdo que Castellani pedía algo así, traduciendo me parece unos versos de otro, todo lo cual cito ahora a las apuradas y de (mala) memoria:
...Dame la gracia de morir en campo
y de morir si puede ser por Ti...
El caso es que me parece que tanto los del pensamiento como los de la palabra pueden ser testimonios más frecuentes que el martirio de 'obra', entendiendo por tal el de la sangre, y no simplemente lo que podría llamarse en otro lenguaje y contexto 'dar testimonio'.

Y en tanto resultaren más frecuentes los de pensamiento y palabra, más fatigantes y erosionantes para el alma, más difíciles de sobrellevar, hoy por hoy.

Tratar de mantenerse fiel en lo que se piensa (y en cómo se piensa) y en lo que se dice (y en cómo se dice), creo que son ocasiones de martirio más habituales (y cada vez más habituales) que la ocasión de tener que ofrecer la vida con derramamiento de sangre. Distingo las obras de caridad del martirio de sangre, como distinguiría 'hacer el bien' de 'dar la vida'.

Todo martirio es obra de la caridad. Y la caridad es amor divino. Esto se sabe. De modo que a todo martirio le caben las mismas notas y las mismas exigencias de la caridad.

No me refiero, sin embargo, al hecho de 'confesar' la fe y la verdad. Como no me refiero ahora a las 'obras de bien' o al martirio de la sangre.

Tal vez a un aspecto distinto y menos frecuentado, aunque como digo tal vez creciente ahora. Me refiero al hecho de que más y más puede requerirse una fortaleza especial para pensar y decir, un amor y una fidelidad especiales para cuando pensar y decir signifiquen un acto extraordinario, un acto de testimonio extraordinario, un acto de martirio, equiparable al de la sangre en cierto sentido. Y tal vez tanto más equiparable, en cuanto la ocasión del martirio de obra -el de la sangre, con el doble sentido 'terminal' que conlleva- no aparezca.

Habrá que ver esto más detalladamente. Y más despacio.


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(*) Creo que aunque sería indistinto el uso de 'martirio' o 'testimonio', ambas palabras no connotan del mismo modo. Tal vez, el pudor propio del mártir, le exija esquivar la palabra aplicada a su acto por el altísimo significado que connota. Tal vez, en otros casos, sea exactamente al revés y no se trate de pudor alguno, sino simplemente de esquivar el acto mismo por el altísimo significado que connota.

martes, 10 de octubre de 2006

Breves

Tres breves de Ignacio B. Anzoátegui.
Contigo y casi sin ti

Era una pequeña cosa
que te quería pedir:
que me traigas a la rosa,
porque me voy a morir.


Tú en Santillana

Niña de sol y de trigo,
Niña,
¡Si te casaras conmigo!

Tengo un azor y una viña,
Niña,
Niña de sol y de trigo.

Y guardada una basquiña,
Niña,
guardada para contigo.



Sesenta y cuatro paladas
de tierra húmeda y fría
aguardan junto a mi huesa
para venírseme encima.
Señor el sepulturero
que está bebiendo en la esquina,
siga bebiendo tranquilo
porque no me corre prisa.
Aquella que usted ya sabe
no ha llegado todavía.
Y me prometió traerme
un ramo de siemprevivas.

domingo, 8 de octubre de 2006

Triste y aborrecido expulsado

En el capítulo XII de su Autobiografía, Chesterton explica algunas razones de cómo llegó a ser un hombre sin partido.

Mal que les pese a muchos, se sabe que Chesterton fue lo que diríamos un hombre 'de izquierda', en términos muy latos y definiendo los matices con infinitas notas al pie de página, aun hasta hacer que la palabra 'izquierda' resulte 'derecha'.

Pero cuando hayamos terminado de leer todas las notas al pie, habrá que leer su hoja de ruta y allí veremos que sus 'militancias' políticas y económicas fueron siempre contrarias a lo que llamaríamos conservadorismo o derecha, en términos económicos y políticos. En los términos peculiares del lenguaje argentino, nunca fue ni por asomo un 'liberal', pese a que sus primeras militancias efectivas fueron 'líberals' y socialistoides, así como breve y lateralmente bordeó el laborismo. Nunca fue marxista, y del socialismo se deshizo cuando advirtió el modo en que endiosaba al estado. Algo que, dice, le resultó más intolerable todavía cuando llegó a conocer a los hombres de estado...

De ese modo llegó a advertir, padecer y detestar el 'sistema'.

Las derechas en general -hablo en la confusa jerga de las ideologías- pueden hacer lo que quieran con el Chesterton moral, con el estético y con el defensor de la fe. Lo que no podrán hacer salvo malversación es lograr que, insisto: en el confuso e insuficiente lenguaje ideológico, Chesterton canonice lo que para él, no ya sobrenatural, sino ni siquiera natural es.
...yo, al menos, me he entendido siempre mucho mejor con los revolucionarios que con los reaccionarios, incluso cuando estaba en completa oposición con las revoluciones o en completo acuerdo con las reacciones...
(...)
Creo que la razón es que los revolucionarios juzgaban al mundo en cierto modo; no justamente como los santos, pero, independientemente, como los santos. Mientras que los reaccionarios formaban parte tan estrecha del mundo que intentaban reformar, que los peores tendían a ser snobs y los mejores a ser especialistas. Algunas especialidades liberales del tipo más frívolo de Cambridge, me irritaban mucho más que las de un simple ateo o anarquista.
Reaccionarios, allí, se refiere más bien a los miembros de los partidos socialdemócratas o afines, como el Liberal Party o el Labour Party. Por cierto que de los tories no habla, pues nunca pensó en sus términos en materia política, económica o social.

Un episodio político -una ley de seguros promovida de Lloyd George (miembro del gobierno liberal de entonces, que llegó a primer ministro durante la I Guerra)- lo decidió a abandonar cualquier relación con estos que en el párrafo anterior denominó como 'reaccionarios': reconocían con esa ley, dice, que había dos clases de ciudadanos, amos y servidores. Al mismo tiempo, apareció su novela La hostería volante y resultó que un director de periódico 'liberal' le escribió una carta muy amable pero ansiosa, para asegurarse de que unos versos que aparecen allí contra el cacao, no eran un ataque a Mr. Cadbury (sí, el de los chocolates), hombre notable del partido 'liberal'...
Así es que abandoné el periódico liberal y escribí para un periódico laborista, que se volvió ferozmente pacifista cuando estalló la guerra, y desde entonces he sido ese triste y aborrecido expulsado que pueden ustedes contemplar, lejos de todas las alegrías de los partidos políticos.
Esta pretensión chestertoniana de que los partidos actúen con una limpidez imparcial respecto de las cosas que dicen defender, creo que es perfectamente justificada. Y perfectamente imposible, como él mismo advirtió.

He oído, por ejemplo, que en la última conferencia sobre Chesterton (sobre economía y educación) que aterrizó -tal vez como un avión en emergencia con una carga valiosa aterriza en un lugar por completo inadecuado- en la Universidad Católica Argentina, la semana pasada, hubo gentes locales que fueron invitadas a exponer un credo capitalista que Chesterton no autoriza a sostener en su nombre. Y eso en flagrante oposición con los invitados extranjeros que, según me dicen y leo en sus exposiciones, reflejaron más fielmente el pensamiento y los escritos de Chesterton.

Se puede no estar de acuerdo con Chesterton, lo que no se puede es hacer de su nombre una marca conveniente para fabricar un producto indeseable.

Tal vez sea cosa de partidos. Como tal vez sean honestos en sus opiniones. Lo que también es cierto es que antes de objetarles su honestidad, debería objetarles su pereza. Con leerlo se evitaban el reto. O, al menos, lo tendrían bien merecido por tergiversar lo que habían entendido bien y tergiversaron porque no les servía.

Pero.

No hay modo de evitarlo, creo. Bastante común es entre los hombres. He dicho alguna vez que cada cual hace el homenaje que puede. Y, aunque resulte disparatado y exótico, hay quienes homenajean a Chesterton de este modo.

Un homenaje, en su origen, es un juramento de fidelidad y de lealtad a un rey o a un señor. Hay quienes homenajean de modo infiel y desleal. Y del homenaje les queda apenas el reconocimiento de que el homenajeado es un 'señor' y nada de la fidelidad y lealtad que le deben. Es un reconocimiento obnubilado y tortuoso, estoy de acuerdo. Pero es el modo en el que pasan las cosas.

Si es habitual que seamos infieles y desleales con un Señor más importante -usándolo desaprensivamente para nuestras miserabilidades personales, tanto como nuestras ambiciones de secta, para intentar sumarlo como principal inversor y sostenedor de nuestra Congregación, Asociación o Partido-, no debería llamar la atención que se pueda hacer lo mismo con un hombre, por voluminoso que el hombre en cuestión fuere.

sábado, 7 de octubre de 2006

Ana

Hay varias fuentes a mano, locales o de agencias internacionales, hasta dar con el documento completo que todavía no encontré. Igual me parece exótico que los medios masivos se ocupen de seguir el tema, de considerarlo una noticia. Claro que no pueden evitar seleccionar el asunto que les parece más 'vendible': el limbo.

La expresión en italiano de parte de la homilía de Benedicto XVI, me gusta (salvo la palabra 'standard'..., innecesaria), no solamente por una razón estética.
Nell'omelia il Papa ha ricordato innanzitutto la missione di silenzio e di contemplazione vissuta da san Bruno. "Mi viene in mente una bellissima parola della Prima Lettera di San Pietro - ha detto il Santo Padre -. L'obbedienza alla verità dovrebbe "castificare" la nostra anima... In altri termini, parlare per trovare applausi, parlare orientandosi a quanto gli uomini vogliono sentire, parlare in obbedienza alla dittatura delle opinioni comuni, è considerato come una specie di prostituzione della parola e dell'anima. La "castità" a cui allude l'apostolo Pietro è non sottomettersi a questi standard, non cercare gli applausi, ma cercare l'obbedienza alla verità. E penso che questa sia la virtù fondamentale del teologo, questa disciplina anche dura dell'obbedienza alla verità che ci fa collaboratori della verità, bocca della verità, perché non parliamo noi in questo fiume di parole di oggi, ma realmente purificati e resi casti dall'obbedienza alla verità, la verità parli in noi. E possiamo così essere veramente portatori della verità".

Ahora bien.

La información que sigue a esta en L'Osservatore se refiere a la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Aquella a la que llamaban antiguamente Nuestra Señora de la Victoria del Rosario, por su protagonismo en la victoria de Lepanto contra la flota turca en el golfo de Corinto, el 7 de octubre de 1571. Así lo creían san Pío V (que era dominico) y Don Juan de Austria.

El caso, entonces, es que hoy es el santo de Ana, que se llama María del Rosario. Y mañana es su cumpleaños. Como el de su hermano mellizo Blas. Por eso ella se llama Escolástica y su hermano Benito (porque también ellos eran mellizos).

Con ella, con Ana, tengo una de esas raras y enormes felicidades que a veces nos llegan en la vida. Una alegría bíblica, diría. Y como pasa con las cosas humanas, esa alegría es la contraparte de una tristeza, también bíblica, diría.

Dragones, hombres comunes y Don Juan de Austria

Cuando Borges despidió a Chesterton, (en la revista Sur, número 22, julio de 1936: Modos de G. K. Chesterton), dijo una serie de cosas previsibles, si se quiere, incluyendo elogios (menos uno):
Chesterton -¿quién lo ignora?-fue un incomparable inventor de cuentos fantásticos. Desgraciadamente, procuraba educirles una moral y rebajarlos de ese modo a meras parábolas. Felizmente, nunca lo conseguía del todo.
Incluso después de celebrar su humor y urbanidad para explicar y defender la fe, Borges no puede contenerse y se vuelve un ejemplo bastante actual de la razón al modo racionalista (la que está de moda por estos días):
La certidumbre de que ninguna de las atracciones del cristianismo puede realmente competir con su desaforada inverosimilitud es tan notoria en Chesterton, que sus más edificantes apologías me recuerdan siempre el Elogio de la locura o El asesinato considerado como una de las bellas artes. Ahora bien, esas defensas paradójicas de causas que no son defendibles, requieren auditores convencidos de la absurdidad de esas causas.
Ahora bien, cuando llega a sus versos, hablando de Chesterton como poeta, dijo también allí:
Hay algo más terrible y maravilloso que ser devorado por un dragón; es ser un dragón. Hay algo más extraño que ser un dragón: ser un hombre. Esta intuición elemental, ese arrebato duradero de asombro (y de gratitud) informa todos los poemas de Chesterton. Su error (si es que lo tienen) es el haber sido planeados cada uno como una suerte de justificación o parábola. Han sido ejecutados con esplendor, pero se nota demasiado en ellos el argumento. Alguna vez, alguna rara vez, hay un eco de Kipling:
You have weighed the stars in a balance, and grasped the skies in a span:
Take, if you must have answer, the word of a common man.

Creo sin embargo que Lepanto es una de las páginas de hoy que las generaciones del futuro no dejarán morir. Una parte de vanidad suele incomodar en las odas heroicas; esta celebración inglesa de una victoria de los tercios de España y de la artillería de Italia no corre ese peligro. Su música, su felicidad, su mitología, son admirables.

Es una página que conmueve físicamente, como la cercanía del mar.
Chesterton, un poco antes de morir -y sin que lo supiera todavía Borges entonces, porque la Autobiografía no había salido aún-, ya le había contestado, benevolentemente, como es habitual en él:
Mucha gente en el mundo literario y periodístico ordinario tomó como cosa establecida que mi fe en el credo cristiano era una afectación o una paradoja. Los más cínicos suponían que sólo era una pirueta. Los más generosos y leales sostenían, acaloradamente, que sólo se trataba de una broma. Hasta mucho tiempo después no se hizo evidente todo el horror de la verdad, y era que yo creía realmente en ello. He encontrado, como ya he dicho, que esto representa una verdadera transición o frontera en la vida de los apologistas. Los críticos alaban, casi todos, lo que se complacían en llamar mis brillantes paradojas; hasta que descubrieron que realmente creía en lo que decía. Desde entonces han sido más combativos; y no se los reprocho.

Claro que está eso de que Lepanto
es una página que conmueve físicamente, como la cercanía del mar.

(Si tuviera tiempo ahora -que no tengo- y si tuviera modo de dispersarme por otras veredas, se me ocurren unas cuantas cosas que decir de esa magnífica frase. Pero, no importa nada de eso ahora...)

El caso es que, por vías insospechadas, vinimos a caer -dragones mediante- al día de Lepanto y a la gloria de Don Juan de Austria.

Por eso -porque sí- publico otra vez lo que ya apareció aquí hace dos años, precisamente la traducción que Borges publicó en Sol y Luna en 1938.
ver
Lepanto

Blancos los surtidores en los patios del sol;
El Sultán de Estambul se ríe mientras juegan.
Como las fuentes es la risa de esa cara que todos temen,
Y agita la boscosa oscuridad, la oscuridad de su barba,
Y enarca la media luna sangrienta, la media luna de sus labios,
Porque al más íntimo de los mares del mundo lo sacuden sus barcos.
Han desafiado las repúblicas blancas por los cabos de Italia,
Han arrojado sobre el León del Mar el Adriático,
Y la agonía y la perdición abrieron los brazos del Papa,
Que pide espadas a los reyes cristianos para rodear la Cruz.
La fría Reina de Inglaterra se mira en el espejo;
La sombra de los Valois bosteza en la Misa;
De las irreales islas del ocaso retumban los cañones de España,
Y el Señor del Cuerno de Oro se está riendo en pleno sol.
Laten vagos tambiores, amortiguados por las montañas,
Y sólo un príncipe sin corona, se ha movido en un trono sin nombre,
Y abandonando su dudoso trono e infamado sitial,
El último caballero de Europa toma las armas,
El último rezagado trovador que oyó el canto del pájaro,
Que otrora fue cantando hacia el sur, cuando el mundo entero era joven.
En ese vasto silencio, diminuto y sin miedo
Sube por la senda sinuosa el ruido de la Cruzada.
Mugen los fuertes gongs y los cañones retumban,
Don Juan de Austria se va a la guerra.
Forcejean tiesas banderas en las frías ráfagas de la noche,
Oscura púrpura en la sombra, oro viejo en la luz,
Carmesí de las antorchas en los atabales de cobre.
Las clarinadas, los clarines, los cañones y aquí está él.

Ríe Don Juan en la gallarda barba rizada.
Rechaza, estribando fuerte, todos los tronos del mundo,
Yergue la cabeza como bandera de los libres.
Luz de amor para España ¡hurrá!
Luz de muerte para África ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Cabalga hacia el mar.


Mahoma está en su paraíso sobre la estrella de la tarde
(Don Juan de Austria va a la guerra.)
Mueve el enorme turbante en el regazo de la hurí inmortal,
Su turbante que tejieron los mares y los ponientes.
Sacude los jardines de pavos reales al despertar de la siesta,
Y camina entre los árboles y es más alto que los árboles,
Y a través de todo el jardín la voz es un trueno que llama
A Azrael el Negro y a Ariel y al vuelo de Ammon:
Genios y Gigantes,
Múltiples de alas y de ojos,
Cuya fuerte obediencia partió el cielo
Cuando Salomón era rey.
Desde las rojas nubes de la mañana, en rojo y en morado se precipitan,
Desde los templos donde cierran los ojos los desdeñosos dioses amarillos;
Ataviados de verde suben rugiendo de los infiernos verdes del mar
Donde hay cielos caídos, y colores malvados y seres sin ojos;
Sobre ellos se amontonan los moluscos y se encrespan los bosques grises del mar,
Salpicados de una espléndida enfermedad, la enfermedad de la perla;
Surgen en humaredas de zafiro por las azules grietas del suelo,-
Se agolpan y se maravillan y rinden culto a Mahoma.
Y él dice: Haced pedazos los montes donde los ermitaños se ocultan,
Y cernid las arenas blancas y rojas para que no quede un hueso de santo
Y no déis tregua a los rumíes de día ni de noche,
Pues aquello que fue nuestra aflicción vuelve del Occidente.
Hemos puesto el sello de Salomón en todas las cosas bajo el sol
De sabiduría y de pena y de sufrimiento de lo consumado,
Pero hay un ruido en las montañas, en las montañas y reconozco
La voz que sacudió nuestros palacios -hace ya cuatro siglos:
¡Es el que no dice "Kismet"; es el que no conoce el Destino,
Es Ricardo, es Raimundo, es Godofredo que llama!
Es aquel que arriesga y que pierde y que se ríe cuando pierde;
Ponedlo bajo vuestros pies, para que sea nuestra paz en la tierra.
Porque oyó redoblar de tambores y trepidar de cañones.
(Don Juan de Austria va a la guerra)
Callado y brusco -¡hurrá!
Rayo de Iberia
Don Juan de Austria
Sale de Alcalá.

En los caminos marineros del norte, San Miguel está en su montaña.
(Don Juan de Austria, pertrechado, ya parte)
Donde los mares grises relumbran y las filosas marcas se cortan
Y los hombres del mar trabajan y las rojas velas se van.
Blande su lanza de hierro, bate sus alas de piedra;
El fragor atraviesa la Normandía; el fragor está solo;
Llenan el Norte cosas enredadas y textos y doloridos ojos
Y ha muerto la inocencia de la ira y de la sorpresa,
Y el cristiano mata al cristiano en un cuarto encerrado
Y el cristiano teme a Jesús que lo mira con otra cara fatal
Y el cristiano abomina de María que Dios besó en Galilea.
Pero Don Juan de Austria va cabalgando hacia el mar,
Don Juan que grita bajo la fulminación y el eclipse,
Que grita con la trompeta, con la trompeta de sus labios,
Trompeta que dice ¡ah!
¡Domino Gloria!
Don Juan de Austria
Les está gritando a las naves.


El rey Felipe está en su celda con el Toisón al cuello
(Don Juan de Austria está armado en la cubierta)
Terciopelo negro y blando como el pecado tapiza los muros
Y hay enanos que se asoman y hay enanos que se escurren.
Tiene en la mano un pomo de cristal con los colores de la luna,
Lo toca y vibra y se echa a temblar
Y su cara es como un hongo de un blanco leproso y gris
Como plantas de una casa donde no entra la luz del día,
Y en ese filtro está la muerte y el fin de todo noble esfuerzo,
Pero Don Juan de Austria ha disparado sobre el turco.
Don Juan está de caza y han ladrado sus lebreles-
El rumor de su asalto recorre la tierra de Italia.
Cañón sobre cañón, ¡ah, ah!
Cañón sobre cañón, ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Ha desatado el cañoneo.

En su capilla estaba el Papa antes que el día o la batalla rompieran.
(Don Juan está invisible en el humo)
En aquel oculto aposento donde Dios mora todo el año,
Ante la ventana por donde el mundo parece pequeño y precioso.
Ve como en un espejo en el monstruoso mar del crepúsculo
La media luna de las crueles naves cuyo nombre es misterio.
Sus vastas sombras caen sobre el enemigo y oscurecen la Cruz y el Castillo
Y velan los altos leones alados en las galeras de San Marcos;
Y sobre los navíos hay palacios de morenos emires de barba negra;
Y bajo los navíos hay prisiones, donde con innumerables dolores,
Gimen enfermos y sin sol los cautivos cristianos
Como una raza de ciudades hundidas, como una nación en las ruinas,
Son como los esclavos rendidos que en el cielo de la mañana
Escalonaron pirámides para dioses cuando la opresión era joven;
Son incontables, mudos, desesperados como los que han caído o los que huyen
De los altos caballos de los Reyes en la piedra de Babilonia.
Y más de uno se ha enloquecido en su tranquila pieza del infierno
Donde por la ventana de su celda una amarilla cara lo espía,
Y no se acuerda de su Dios, y no espera un signo-
(¡Pero Don Juan de Austria ha roto la línea de batalla!)

Cañonea Don Juan desde el puente pintado de matanza.
Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata,
El rojo corre sobre la plata y el oro.
Rompen las escotillas y abren las bodegas,
Surgen los miles que bajo el mar se afanaban
Blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad.
¡Vivat Hispania!
¡Domino Gloria!
¡Don Juan de Austria
Ha dado libertad a su pueblo!

Cervantes en su galera envaina la espada
(Don Juan de Austria regresa con un lauro)
Y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España,
Por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco,
Y sonríe (pero no como los Sultanes), y envaina el acero...
(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)

viernes, 6 de octubre de 2006

Dragón

El primer artículo de Chesterton que apareció en la 'prensa', parece ser uno que publicó en el primer número de The Debater, una publicación que había pergeñado su amigo Julian Oldershaw, miembro y animador del Junior Debating Club. La 'institución' se fundó en 1890, GK fue su primer presidente y tenía 16 años. Era un club de debates, claro.

El artículo -que no conozco más que de nombre y me gustaría poder leer- tenía por título "Dragones".

En 1920 -es decir, pasados 30 años-, después de haber viajado con Frances por Palestina en 1919, escribió un librito llamado The New Jerusalem. Allí dice, refiriéndose a Jesucristo:
Si Él no vino a presentar batalla... siquiera contra la oscuridad del cerebro del hombre, no sé para qué vino. Es obvio que no fue sólo para hablar de flores o de socialismo. Cuanto más fielmente sepamos ver la vida como un cuento de hadas, más claramente se convertirá la historia en una lucha contra el dragón que está devorando el país de las hadas.

jueves, 5 de octubre de 2006

Izquierdistas de derecha

Chesterton, en el capítulo X de su Autobiografía, habla de las preferencias políticas de H. G. Wells y G. B. Shaw, en materia de guerras y más específicamente de aquella guerra boer entre Inglaterra y la república holandesa en África.

Sostiene que entre los imperialistas y los internacionalistas sólo existe el grueso de una tenue hoja de papel, precisamente comentando por qué dos socialistas encumbrados de la Fabian Society, como Wells y Shaw, estaban de parte de la imperialista Inglaterra codiciosa de diamantes y oro, y en contra de los boers en Sudáfrica. De Wells dice, por ejemplo:
Todavía mantiene que considerando todas las guerras indefendibles, esta es la única clase de guerra que se puede defender. Dice que las grandes guerras entre las grandes potencias son absurdas, pero que podría ser necesario, como medida policíaca del planeta, forzar a los pueblos retrasados para que abran sus riquezas al comercio cosmopolita. En otras palabras, defiende la única clase de guerra que yo desprecio profundamente: el dominar a las pequeñas naciones para obtener su petróleo y su oro: y desprecia la única clase de guerra que yo defiendo: una guerra de civilizaciones y religiones, para determinar el destino moral de la Humanidad.

A mí me pasa lo mismo.

Embuçado

Con letra y música de João Ferreira Rosa, Embuçado, una pequeña historia de 'misterio' en barrios de fado, allá en Lisboa, donde hasta el Rey de Portugal, de incógnito, se colaba para oír...
Noutro tempo a Fidalguia
que deu brado nas toiradas,
andava p'la Mouraria
onde muito falar se ouvia
dos Cantos e Guitarradas.

A história que eu vou contar
contou-me certa velhinha
certa vez que eu fui cantar
ao salão de um Titular,
lá para o Paço da Rainha.

E nesses salão doirado
de ambiente nobre e sério,
para ouvir cantar o Fado
ia sempre um Embuçado,
personagem de mistério.

Mas certa noite ouve alguém
que lhe disse, erguendo a fala:
-Embuçado, nota bem:
que hoje não fique ninguém
Embuçado nesta sala!

Perante a admiração geral
descobriu-se o Embuçado
era El-Rei de Portugal.
Houve beija-mão real
e depois cantou-se o Fado.
Y, esta vez, 'un' fadista.

Pobre Cristina

Dicen que Cristina de Kirchner dijo que "el problema no son los pobres, sino los ricos..."

Me parece que Cristina de Kirchner no tendría que haberlo dicho.

Porque es verdad que el problema no son los pobres, sino los ricos. Y no es verdad.

Ahora bien, ella no es pobre.

Dicen que también dijo que ahora tienen la suerte de hacer algo por los pobres y ver los resultados. Y tampoco tendría que haberlo dicho. Porque es verdad. Y no lo es.

Pero Cristina de Kirchner no creo que se entere de nada de esto. Los gorilas nunca se enteran de nada cuando hablan de los pobres.

Me hace acordar a los que se ufanan de las escuelas para entrenar mucamas. O a algunos de esos médicos sin fronteras de documental que se conmueven cuando ven que las parias de la India aprendieron a ponerse un DIU.

miércoles, 4 de octubre de 2006

Juan Pérez

La 'gente', el 'hombre de la calle'. El 'hombre común'. Es sencillo describir esto. Uno puede hacerse la idea que mejor quiera sobre esto. Adornarlo, recortar y pegar. Siempre la cuestión será un poco de plastilina.

Lo que creo que pasa es que no se piensa en realidad que el hombre común sea algo formado, más bien se considera que el hombre común es la materia prima, algo que debe recibir alguna forma. Y es ése precisamente el mayor pecado contra el hombre común.

En este caso, este director teatral razona con morosidad y bastante inteligencia acerca de lo mismo: el hombre común. Claro que el artículo creo que podría llamarse en realidad: ¿por qué el hombre común no hace lo que me parece que debería hacer un hombre común para ser como a mí me gustaría que fuera el hombre común?

Hace bien en preguntarse y en preocuparse por cómo es en realidad el hombre común. Pero no es inocente la pregunta, es programática. Postula lo bueno y lo malo. Lo que el hombre común tiene que ser para que merezca la pena ocuparse de él. Menos que eso, es nada.

Al final, una alusión a esa pulseada de tiburoncitos entre obispos y políticos argentinos.
Bergoglio dijo en Luján que tenemos que terminar la discordia entre hermanos argentinos. Y de esta manera se agrava la polémica entre la Iglesia y el Gobierno.

Yo hubiera preferido que se refiriera a la desaparición del hambre y la indigencia. Esa es su misión pastoral. La de Jesús, a la que pertenece.
No tendría mayor valor si no fuera que allí mismo prueba que no está contento porque la realidad no se somete a su diseño.

No es que sea nuevo ese asunto de que el cristianismo es y debe ser una especie de multinacional de la solidaridad social y de la igualdad económica (o de la revolución). Es caracaterístico, nada más. Y es exactamente la correspondencia con esa noción del hombre común que, haciéndose el tonto, este director teatral postula. Es exactemente demagógico. Creo que si no todos, la gran mayoría de los que profesan la iglesia como una internacional social, no pueden ocultar el escándalo que les causa el mal en el mundo. Hablan de su escándalo. No de la naturaleza del cristianismo. Serán honestos en su escándalo y en su vocación social. Pero serían más honestos si lo dijeran.

Pienso si no son los mismos que consideran a san Francisco de Asís como el emblema y el modelo contra el capitalismo (excluyentemente). Pienso si no son los mismos que no se dan cuenta de que es el emblema y el modelo del amor al Reino y en eso mismo, y por derivación, en si mismo es el emblema y el modelo contra el reino de este mundo, en lo que tiene de mundano.

Y vuelvo a pensar en lo que Chesterton describía en su pintura del Sr. Jones (su Juan Pérez), en Lo que está mal en el mundo: el socialismo y el capitalismo se lo tironean, cada cual se llevará una parte de sus miembros en ese tironeo, diciendo que es lo que le conviene al Sr. Jones, lo mejor que le puede pasar, dirán que en esa dirección debe marchar la historia.

Lástima. Cuando terminen ya no tendremos Juan Pérez. Pero eso no importa demasiado. Claro.

No estábamos hablando de nada real, salvo de nuestro propio escándalo y de lo que no podemos resolver en nuestra cabeza y en nuestro corazón.

En olor de santidad

Un día de los buenos fue ayer, de los que tienen tantas tristezas como furor y aire. Son los días del viento: a mí me ponen feliz de la vida. Uno ve cómo la gente camina con cierto malhumor. No entiendo bien por qué, el viento los amilana. El viento -parece- se les hace molesto, como una invasión del espíritu. Y tal vez del Espíritu, que es viento, claro que sí. Raro lo que les pasa por la cara y el gesto.

El caso es que madrugué para ir a tomar mate con un amigo en la ciudad. Con lo poco que me gusta la ciudad, sin embargo, tengo que admitir que esas nubes bajas volando rápidas, corridas por el viento, ahogando edificios altos, y llevando sus cúspides al misterio de lo alto, se me hacen mágicas de toda magia. Mente infantil, será. Estuvo así todo el día. Y yo también.

En el tren, incómodo, tratando de leer parado, me distraje oyendo a unas damas que conversaban medio en guaraní, medio en español de cosas de la casa y de la vida de las gentes. Eran cuatro. La más jovencita, una niña casi, sentada junto a la ventanilla, de contramano, oía sin hablar y miraba a las mayores. Llevaba en una mano un bonito atillo casi humeante de facturas y bizcochitos, mononamente ensamblado. Al rato, y con la otra mano libre, pasaba las paginitas de un catálogo de perfumes y cremas y cosas de afeites. Casi todas cosas para mujeres y de marca. Hasta que pasó unas páginas de cosas para hombres.

Me subió una furia atroz de ver el catálogo. Y esos perfumes en pose, y esas poses perfumadas, frasquitos de ángulos y redondeces de lo más masculinas si era la página de varones, a diferencia de los envases de las curvas y volúmenes femeninos para las mayoritarias páginas para mujeres, de envases como Venus paleolíticas y como damas de Elche, en clave de potes de crema, pero para efluvios más bien estériles.

Y ellas, pensé, se comprarán las cremas y los perfumes y no serán estériles. O tal vez sí, si van -cremas y perfumes más o menos- al centro materno-infantil del barrio, para que un medicucho del tres al cuatro les haga tragar unas pastillitas, para el caso de que los perfumes den resultado en sus hombres...

Una vergüenza me pareció que la creatividad tan refinada y artera y el sofisticado diseño del catálogo, llegara hasta los últimos rincones de un vagón de lata a la madrugada suburbana, en manos paraguayas nobles.

En la página de varones, los perfumes llevaban debajo de la foto del frasquito una leyenda breve, una sola palabra que definía y sentenciaba lo que habría de ocurrir con el usuario: "salvaje", "seguro", "audaz" y así siguiendo la retahila de adornos espirituales que conseguiría el perfumado.

Me hizo gracia, con todo.

De buen humor por el viento y la niebla tragándose el cielo y las terrazas, me puse a inventar un cuento que me dije que tengo que escribir: un científico de perfumes, cerrado bajo doce llaves en un ascéptico laboratorio de un acerado y vidriado edificio corporativo, manipula fragancias para manipular personalidades, descubierto que hubo el modo de excitar las pituitarias y acceder al tramado límbico -el más primitivo de nuestros sentidos: el olfato- y colocar allí sentencias y órdenes sensitivas que empujen la personalidad y los gustos. Se entuasiasma con su magia y se atreve a tejer correspondencias: tal fragancia femenina para tal otra masculina, cruzando azarosamente así los destinos de gentes desconocidas. Y lo que podría seguir a semejante experimento.

Me ocupó el resto del viaje, casi. Las facturas y los bizcochitos (¿habría un chipacito allí?) marchaban a su destino final, algún lugar al que se llega bajando en Palermo.

También yo bajé allí.

Me quedé mirando el cielo, fumando uno de los prohibidísimos cigarros de tabaco, mientras esperaba que cientos de personas se zambulleran en la avenida Santa Fe, bajando las escaleras, arrojándose al viento de la mañana.

Me acordé entonces del patrono del pueblo, de san Francisco de Asís, hoy es su fiesta.

Me acordé de que Chesterton dice por allí, en el libro que le dedica, que los monjes, los cenobitas y ermitaños, tuvieron que irse a la soledad y a la aridez del desierto para desdemonizar la naturaleza y todas las cosas visibles, que el final de aquel glorioso paganismo antiguo había llegado a demonizar de un modo intolerable. Solamente así, dice (y digo yo, más bien, parafraseando y citando de memoria a GK) Chesterton, fue posible que, varios siglos después de semejante ayuno, la mirada de Francisco viera hermanos en el sol, la luna y las estrellas, en el lobo y el cordero, en el cielo y la tierra y en todo lo creado. Hasta en la muerte, la hermana muerte corporal.

Y pensé si acaso no se nos daría otra vuelta de lo mismo. Posible es. Difícil, pienso, porque la historia no es tan circular como eso. Aunque vayamos de camino ahora a ver cosas nuevas, de un modo nuevo (quién sabe cuándo, ni los ángeles saben cuándo...)

Igual, pienso, siquiera un poco de la ascesis del desierto, un poco de la mirada nueva a las cosas no vendría mal, haría bien. A las cuatro damas paraguayas, seguro.

A todos, digo. Y a mí, por cierto.