martes, 19 de septiembre de 2006

Ángeles

Leo en el capítulo III de El misterio de la historia, de Jean Daniélou, una exposición sobre La división de lenguas, y es el título del capítulo.

Sigue básicamente a Orígenes y sus doctrinas, así como la disputa de éste contra Celso acerca de los ángeles de las naciones, la importancia que tienen precisamente los ángeles en la administración de las cosas humanas, incluso en la institución de lenguas diversas y naciones diversas.

Todo el capítulo es bastante denso e impresionante en muchos aspectos, desde el histórico hasta el escatológico, desde el sentido de los tiempos hasta el ecumenismo, y todo a partir de los ángeles y las lenguas.

Apenas cito ahora este texto que está entre las conclusiones:
Así, pues, de la misma manera que la división de lenguas había sido en Babel señal de la ruptura de la unidad humana por el pecado, así también la restitución de la unidad humana hecha por Cristo, se manifiesta visiblemente por el hecho de que los hombres comienzan de nuevo a entenderse. Pero esto no constituye más que un signo. Esta unidad es una unidad "oculta". "Somos hijos de Dios, dice San Juan, pero no se ha manifestado aún lo que hemos de ser un día". La Iglesia es el sacramento, el signo visible de esta unidad, y las lenguas litúrgicas internacionales, el latín, el griego, el eslavo antiguo, son su expresión lingüística. Pero sigue en pie el hecho de que la división de lenguas constituye la condición humana. Si es verdad que ha sido vencido el pecado, sin embargo, sus consecuencias, la muerte, la enfermedad, la división de lenguas, no lo serán más que en la resurrección de la carne.

¿Cuál será por consiguiente la actitud del cristiano ante este hecho de la división de la lenguas? Por el hecho de que cree que la unidad lingüística es una realidad escatológica, porque piensa que toda tentativa imperialista o sincretista es sacrílega, ¿va a resignarse a ver a los pueblos encerrados cada uno en su universo propio, sin comunicación alguna entre sí? (...) No es ésa la concepción cristiana. El cristianismo cree en una unidad de la sociedad humana, pero esta unidad no es en manera alguna la de una uniformidad que pueda destruir las diferencias provisorias.

La clave de todo el capítulo creo que bien podría estar precisamente en esta expresión de lo más sugerente: diferencias provisorias.