domingo, 11 de junio de 2006

El mero, sin más.

En México oí mucho esta palabra porque se usa bastante. Dicen incluso 'el mero mero', cuando quieren decir por ejemplo el 'jefe' de algo, el 'mandamás', o 'el mismísimo'.

El primer significado de la Academia es el del nombre de un pez. Pero no tiene nada que ver con lo que digo ahora (está sí el curioso hecho de que el nombre del mero puede provenir de Nero, el emperador, quizá porque se le atribuye al pez la misma crueldad que la que se le atribuye a Nerón..., según dice el diccionario en una explicación de lo más sabrosa.)

Total que hablo ahora de la segunda acepción (un adjetivo que prácticamente se anula a si mismo...):
mero, ra. (Del lat. merus).
1. adj. Puro, simple y que no tiene mezcla de otra cosa. U. en sentido moral e intelectual.
2. adj. Insignificante, sin importancia.
Lo que también tiene su jugo, bien visto: que puro y sin mezcla se asocie a insignificante no deja de despertar toda suerte de perplejidades. A mí, siquiera.

Ahora bien.

Esta cuestión de pensar -y hablar- acerca del cristianismo, me llevó esta tarde -y quizá porque estaba precisamente cansado del viaje- a un juego no sé si con algún rédito espiritual, aunque creo que sí.

No debe hacerse este experimento.

Por eso lo hago.

Pasa que, hablando en términos ligeros y simplificando -aunque más o menos, claro-, solemos hablar de cristianismos. Ya señalaron tantos que no hay más que uno, que no sé si vale la pena aclararlo. Pero los pensamos así y los decimos así.

Por caso, allí tiene C. S. Lewis su libro Mere Christianity que resulta ser para muchos una exposición útil para los no creyentes o agnósticos, en un esfuerzo por presentar lo substantivo del cristianismo.

Sin embargo, no voy exactamente en esta dirección.

Aunque por supuesto que algo de substantivo y de lo adjetivo del cristianismo es parte del asunto. Porque lo cierto es que las percepciones de lo que el cristianismo es -y de lo que el cristianismo hace y debe hacer para ser cristiano-, tienen existencia y no sólo existencia de razón.

No voy a meterme en demasiadas complicaciones porque se trata de un simple experimento.

Cualquiera que sepa sabe que hay cristianismos. Progresistas, tradicionalistas, de derecha, de izquierda.

También es claro que los acentos son diferentes. Para poner ejemplos sencillos, si un cristiano tradicionalista clásico y básico tuviere una vocación especial por los pobres, tal vez sentiría cierto rumor de desconfianza a su alrededor. Rumores que podría sentir también a su alrededor un cristiano progresista si mostrara una particular preocupación por los dogmas.

Hay grados en esto, claro. Pero estoy simplificando, como se hace cada vez que se habla de 'colectivos'.

De modo que hay varias clases en esta enumeración simplificada -y militante, eso sí, porque no estoy contando a aquellos que ni se plantean la cuestión en estos términos ni siquiera para pensarla, aunque fuere por tibieza espiritual o intelectual- y esas clases de cristianos son tres (y no dos):
Los cristianos tradicionalistas o o más bien de derecha
Los cristianos progresistas o más bien de izquierda
Los cristianos que creen que no debe haber ni derecha ni izquierda, ni tradicionalismo ni progresismo, porque sólo hay mero cristianisimo, sin más.
Siempre simplificando, me parece claro que las dos primeras clases son evidentemente falsas.

Como me parece igualmente claro que la tercera clase es la que corre el mayor riesgo de ser peligrosamente falluta. Porque es la que tiene razón.

Creo que es groseramente identificable el tradicionalismo del cristiano tradicionalista, como es transparente el progresismo de un cristiano progresista.

Creo que son dos peligros, dos riesgos y, finalmente, con o sin intención perversa, dos abusos del cristianismo.

Pero creo también que no son los peores abusos del cristianismo, ni los peores fantasmas que un cristiano podría tener. Y no lo son por lo mismo que son tan groseramente erróneos en cuanto posiciones tensas y polares.

Es tan evidente que se equivoca el que dice que siempre hará frío, como es evidente que se equivoca el que dice que siempre hará calor. Y es más evidente aún cuando ambos se empeñan en decir que lo que dicen es el clima mismo.

De modo que ambas posiciones -más allá del riesgo intrínseco que tengan- son un blanco fácil para la crítica y la demolición y siempre será posible con ellos la crítica y la demolición. En el sentido en el que lo estoy exponiendo, creo que 'pegarle' al progresismo es pegarle a un chico, como es pegarle a un chico pegarle al tradicionalismo. Especialmente, midiendo la estatura y la robustez de ambas posiciones dialécticas enfrentadas al 'mero' cristiansimo.

Por eso estoy seguro de que el blanco difícil es el tercer tipo de cristianismo. Y no cuando se equivoca en su postulado, porque siempre será verdad que el cristianismo es siempre 'mero' cristianismo, sin más, sino que es un blanco difícil cuando precisamente y porque no se equivoca en su postulado.

Ya lo he dicho alguna vez: creo que quien corre más peligro de fariseísmo es quien se ubica o está ubicado en esta tercera posición, en esta tercera clase de cristianismo, la que tiene en su postulado por completo la razón a su favor. En su momento llamé a este riesgo 'el fariseísmo del publicano'.

Por mucho que unos u otros lo quisieran, Cristo no era tradicionalista ni progresista. Y tal vez -y sin tal vez- Cristo era un tipo de cristiano del que ambas posiciones, llevadas por su propia dinámica, sospecharían por un motivo u otro. Y no sólo sospecharían...

Dejo aquí esta cuestión.

Se me ocurre, entonces, tratar de hacer un boceto, un identikit del mero cristiano.

Para que el experimento dé algún rédito, estoy seguro de que es imprescindible escaparle a los atajos tramposos y dialécticos. Como, por ejemplo, decir que el mero cristiano tiene que 'tener caridad', o profesar 'el amor a Cristo' o buscar imitarlo. Y cosas así que, no solamente a los efectos de este experimento, son equívocas en este tema. Tampoco vale a los efectos de este 'juego' tomar una figura -Cristo mismo o cualquier otro, como un santo por ejemplo- y pretender calcar de allí las notas del mero cristiano.

Tengo la firme impresión de que el ejercicio no sirve si uno no es capaz de armar una figura completamente nueva e inédita, una personalidad que corresponda a una persona completamente inexistente que, al final -y solamente al final- resultaría identificable con el propio Cristo. Pero para ello es fundamental no hacer trampas.

De modo que en este experimento hay que evitar la inducción. Y en particular cuando la inducción parte de uno mismo, claro.

¿Cómo es -cómo sería- el mero cristiano? ¿Qué pensaría? ¿En qué creería? ¿De qué modo creería en lo que cree, de qué modo pensaría en lo que piensa? ¿Pensaría? ¿Qué haría? ¿De qué hablaría? ¿Cómo hablaría? ¿Qué haría además de creer, pensar, hablar? ¿Cómo lo haría?

Y cosas así.

Ahora que lo pienso de nuevo, veo que es bastante difícil. Pero tal vez el experimento pueda hacerse y tal vez podría dar algún resultado provechoso.

Sobre todo frente al peligro de justificar la forma de ser cristiano que uno finalmente ha adoptado, elegido o preferido, nada más que porque es la forma que uno ha adoptado, elegido o preferido y en ese caso no importa cuál de las tres, al fin y al cabo.

Prueben, si quieren. Yo voy a hacer un intento y veré qué resulta.