jueves, 11 de mayo de 2006

Pochoclo (palomitas de maíz, pop corn, etc.)

Hay que esperar. Ser paciente.

Tal vez un día de estos empiecen finalmente a aparecer investigaciones valientes que se atrevan a declarar la homosexualidad de Moisés, los amores incestuosos de la Pacha Mama con Franklin Delano Roosevelt o la antropofagia de Mahoma.

Tal vez alguna novela se atreva por fin a desemascarar a la inexistente Cleopatra y ofrezca la versión más creíble de que no hubo tal Cleopatra sino un tal Marco Antonio, el suave, disfrazado de faraona.

Tal vez aparezca una película muy pero muy taquillera que nos muestre cómo Confucio, Palas Atenea y Beckenbauer, han sido en realidad la misma persona, aunque la francmasonería, la FIFA y las escolas do samba bahianas han tratado de ocultarlo todos estos años, para acumular poder, riqueza y misterio.

Y cientos de cosas así de graves y substanciosas, que hoy por hoy parece que no importaran un pito a la vela...

Qué cosa, ¿no?

En fin. Paciencia.

Ya vendrán.

El asunto es que hasta que no salgan a la luz los valientes, habrá que conformarse con fatigar páginas y celuloide dedicándole al catolicismo semejante protagonismo iconoclástico, tratándolo como si fuera la cosa más importante, lo más odiable, lo más odiado, el enemigo a destruir y mancillar, la cosa a vencer.

Casi como si fuera una religión verdadera, o más aún: la religión verdadera, es decir la máxima impostura.

Y encima, haciéndole con eso el enorme favor de ser el tema de cotilleo siempre rentable y actual.

Si yo fuera mal pensando, se me ocurriría pensar que tanto correr velos sobre secretos inconfesables y juergas cristianas, pactos entre camanduleros, juegos de espejos, restos resecos de resucitados en cuerpo y alma, y más y más argumentos y creatividades, no son sino una campaña a favor del cristianismo..., de los propios cristianos. Para tenerlo en la tapa de los diarios todos los días.

Pero yo de esas cosas sé poco y nada, así que no ha de ser.