miércoles, 12 de abril de 2006

Apuntes débiles

Plantear una contradicción entre 'verdad' y 'caridad', como hace Gianni Vattimo, es una simplificación y no ayuda para nada.

La inversión del lugar común 'aristotélico' -que para él debería ser 'soy amigo de la verdad, pero más amigo de mis amigos'- creo que tiene más bien sabor a frase demagógica. Y no porque no exprese una cuestión de fondo, que, por otro lado, es una cuestión de fondo que ya fue planteada -desde el inicio mismo- por Jesucristo y por san Pablo.

No es ninguna novedad.

Ni es fácil de resolver, porque no es fácil de ver. No lo entendemos del todo. Ni qué cosa es la verdad, y menos aún qué cosa es el amor, la caridad.
ver


Simplifica el asunto disolver la oposición (y oposición no signfica contradicción, necesariamente), pero no la resuelve. Sólo la disuelve en beneficio -casi diría ramplón y romántico- del amor, que es más simpático que la verdad, visto como se ven las cosas more postmoderno, y sin el post también. Y esto cuando -y porque- se pone en tensión la verdad y la caridad, porque de otro modo no es necesario.

La pregunta, en realidad, es acerca de la contradicción misma: ¿verdad sin amor?, ¿amor sin verdad? ¿Existen? ¿Realmente existen separados?

Lo que obliga a preguntar por la definición de los términos, para empezar a entender.

Concebida como un despotismo ontológico, como oriflama caníbal, la verdad resulta intragable. Pero, si hay algo que pueda llamarse verdad, ¿es necesariamente eso? ¿Toda limitación es despótica? Porque una verdad -y la propia verdad- es al fin de cuentas una limitación (también yo puedo jugar un poco con los conceptos y las palabras...), porque ser algo limita.

Por otra parte, entonces, ¿cómo hay que concebir al amor? ¿Qué especie de indiferencia sostiene ese amor que no tiene por qué tener en cuenta ni la diferencia ni la existencia real tal y como es?

Lo débil siempre podrá resultar más atractivo en ese sentido, por lo que tiene de proteico y multiforme, o informe. Pero, ¿qué significaría que amamos algo o a alguien si eso fuera amable en razón de su debilidad ontológica?

Es más fácil postular la debilidad metafísica -y más rentable mediáticamente- que ser consecuente con ella. Y no en las ideas y en los postulados y en las doctrinas, porque los entes de razón soportan cualquier cosa y el lenguaje y el papel, ni les cuento. En la experiencia, vivencialmente, es muy difícil vivir con la debilidad ontológica hecha carne.

Porque lo cierto es que nos manejamos con una confianza ontológica y metafísica que desdice la pretensión de debilitamiento. De otro modo, supongo, nadie se levantaría de la cama.

No sería mucho logro debilitar los 'relatos' y los 'discursos' de una religión o de una filosofía. La razón puede aplicarse a eso, mañosamente o no. Y en tanto se expresa todo en signos, y el signo resulta débil frente a la realidad, pues...

Por otra parte, el misterio, por ejemplo, puede ser un aliado importante por lo que tiene de inefable.

Como la propia inteligencia, con su propia luz, nos deja bastante más acá de las cosas habitualmente, y eso por la debilidad natural de una potencia espiritual encarnada, para más datos herida: ni una mosca podemos conocer en realidad.

Y la propia mosca es de tal densidad ontológica que para ser realmente conocida requeriría de nosotros, por lo pronto, bastante más que el término de una vida de hombre.

No. Debilitar no hace ninguna falta.

Débil ya es todo, según se mire.

El asunto es otro. No la debilidad. Con ella podemos contar siempre. El asunto es la raíz. El asunto es la fuerza.

La reacción de Vattimo -y con él la de millones y miles de millones como él- bien puede ser el resultado de una fortaleza y de una fuerza ontológica mal entendidas, y mal aplicadas.

Lo nota Vattimo con algo de sorna e ironía en la moral, pero es perfectamente claro para él que para debilitar un postulado moral, es preciso un debilitamiento metafísico. Y como resulta, además, que es más simpático debilitar la raíz que cortar las flores, ni hablar.

Creo que puede ser entendible que una milenaria forma de entender la naturaleza del cristianismo, dé como resultado por lo menos un Vattimo. Y eso al final de un larguísimo camino.

Y es no solamente entendible, sino que además es en cierto sentido verdad. No se queja sin razones Vattimo de la Iglesia y de una forma de cultura y de pensar y hacer que creció en los siglos de cultura cristiana.

Pero bien podría invertirse la cuestión y tener la Iglesia razones para quejarse de Vattimo, ¿cómo no? Especialmente en cuanto Vattimo se declare cristiano y más aún si postula su forma de pensar como una defensa del cristianismo.

Porque de concepciones erróneas del cristianismo siempre tendremos. Y no es de gran ayuda la creatividad en ese sentido. Vattimo escapa hacia afuera, y hacia adelante. Aunque entendiera uno que su posición procede de alguna ascesis intelectual -lo que no parece del todo-, aunque le atribuyera intenciones de reforma cristiana -pero para reformar debería admitir alguna forma-, no puedo dejar de ver que su pasión es hacer coincidir al cristianismo con sus propias opciones, más que ajustar su apetito a lo que es, aun cuando fuera como es terriblemente difícil saber qué es.

Puede estar atrapado en su propio historicismo, en razón de que su mirada es dominantemente inmanentista. Y por esa razón es de izquierda. Y eso también complica el diálogo con él.

Pero, en fin, son solamente apuntes. Y no los únicos.

Cosas como las que dijo el otro día en el reportaje que cité, repitió en otros tantos lugares en estos días.

En la Universidad Católica de Puerto Madero, por ejemplo. Invitado, por lo que dicen, por el decano de Filosofía y por el rector, aunque es verdad que esto último tuvo menos prensa y no sé por qué pues Vattimo dijo lo mismo que dice siempre. Y si dos diarios pueden hacer dos reportajes para que diga lo mismo -una vez que ya lo dijo en uno, ¿para qué hacerlo repetir lo mismo en otro?-, ¿por qué no hacer una tercera vuelta? No sé.

Lo que sí es que, la de la UCA parecería haber podido ser una ocasión para dilucidar ideas. No se pudo, según dicen. No todas las preguntas le llegaron, parece. Y los aplausos finales, aunque no rabiosos, alcanzaron para apagar cualquier 'confronto'.

Lástima. Lástima todo, digo.