lunes, 13 de marzo de 2006

Kyoto, 1984

Parece que en el Kyoto japonés, en 1984, J. L. Borges compuso estos versos.
Cristo en la Cruz

Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.

Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires;
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

Es un extraño y nutrido compendio lo que apiló Borges aquí. Estoy seguro de que hay una lectura frontal y belicosa, de la que se seguiría una excomunica flamígera. Y no sin razones. Como también puede haber una lectura condescendiente y acogedora, que asienta a todas y cada una de las sugerencias y proposiciones. Y todas las posibilidades intermedias, con la siempre riesgosa - aunque no siempre injusta- atribución de intenciones.

Sin dudas para mí, es un texto teológico. Aun cuando se lo considerare propio del estadio estético, y propio de lo que Kierkegaard llamaría un poeta de lo religioso.

Hay para cualquier análisis, comentario o exégesis. Desde la aproximación propiamente teológica hasta la literaria, lógica o psicológica.

Habrá quien considere que, sin más consideración o melindre, debe sellársele el pasaporte al mundo de las sombras. Y listo.

Yo no lo creo.

¿Importa esto porque es Borges quien lo dice? ¿Importa porque lo que dice Borges es lo que otros muchos piensan y sienten y no dicen y tienen en él una voz? todo junto, tal vez, y algunas cosas más...

Me pregunto además, por otra parte, si no es, incluso, un modo indirecto y lateral -y bastante tenso, reconozco, y por lo mismo no universal- de repasar los misterios de la Fe y especialmente el de la Redención, cosa que en estos tiempos no está para nada de más.

Creo sí, que es, en todo caso y como parece, un Credo. Y como tal debe ser tenido y entendido y de ello sacar conclusiones.

Aunque se lo entendiera como el credo de alguien que está buscando un credo, de alguien que está negando un credo, de alguien que está simulando un credo, procurando establecer un credo corrosivo de los credos.

Y aún más. Si es un Credo, es también un Credo y una liturgia y una moral y hasta una escatología contenidas en esta formulación.

Podría uno discernir si todo ello procede de la perplejidad, del dolor, de la ceguera (voluntaria o fatal), del escepticismo, de la frivolidad.

Podría, sí.

Habría que ver.