domingo, 5 de marzo de 2006

7 de marzo, 1827

Está bien que el primer viaje del año haya sido al sur. Dónde si no, pensándolo bien. Por breve que haya sido y apiñado, intenso.

Conocí esta vez mejor una zona que conocía poco: de Bahía Blanca primero al sur y al después al este y noroeste.

Bastante más del campo de la provincia de Buenos Aires al sur y un toque de costa, apenas.

Casi todo fue trabajo (aunque ya querría más de uno que me sé, trabajar así, viajando, mirando, viendo, buscando ver...)

El centro de la cuestión fue Carmen de Patagones y un poco menos la gemela Viedma. Lo demás fue deriva sabrosa por los campos y algunas serranías.

De todo, y más allá de los resultados de la investigación, lo que más me llamó la atención fue el 7 de marzo, fiesta grande en el pueblo. Épica pura. Claro que ahora se le mezcla algo de festival pero, así y todo, parece que el espíritu le viene durando.

Un combate de la guerra con el Brasil, en 1827.

La historia es de película (ya que el cine se viene quedando sin asuntos desde hace...)

Durante aquella guerra -ay, la patria y sus derrotas en los triunfos...-, teníamos pocos barcos y Brasil muchos y bien buenos. De modo que había marinos casi todos extranjeros con patentes de corso para hostigarlos y darles guerra.

Así fue que en el Atlántico, los brasileños sufrían el asedio que les hacía perder mercaderías y barcos. Entre las mercaderías había esclavos africanos, claro...

Por eso fue en parte por lo que Brasil bloqueó el Río de la Plata, para que los corsarios no volvieran con sus presas y preseas a puerto.

Hubieron de ver éstos dónde recalar y allí estaba el fuerte de El Carmen, en una lonjita de apenas 15 kilómetros de largo por 5 de ancho, en las márgenes del Río Negro, a unos 40 kilómetros de la desembocadura en el mar, tierra adentro. Peligroso pero seguro. Era un pedacito de tierra pactado por el virrey Vértiz con el cacique pampa, allá por 1778 y 1779. Fuera de eso, todo era pampa y de los pampas, menos el mar.

Y los corsarios se fueron a refugiar allí tras cada vuelta punitiva. Brasil tomó cartas y mandó una expedición (que comandaba un inglés..., cómo no): cuatro barcos de guerra bien artillados (dicen que una sola nave tenía 22 cañones y todas las nacionales sumadas, 11) y unos 700 soldados.

Buenos Aires (claro..., Buenos Aires, claro...), mandó un par de piezas de artillería menor y un poco de pólvora. Y la orden de arreglar con los indios para que Brasil no le creara un frente por detrás, por tierra, una vez tomado el fuerte, lo que Buenos Aires daba por hecho y por perdido. Para eso maniobraba un gaucho, diz que medio matrero, Molina, que tenía buenos tratos con los indios.

De modo que el fuerte y las gentes de allí pronto supieron que no había más ayuda que nada. Y que tenían que vérselas solos.

Vistieron a las mujeres, viejos y niños con ropas de milicos y los pararon en lo más alto de las murallas del fuerte. Cuando el inglés miró hacia allá vio más 'soldados' de los que creía que vería. Vio además -desde la cima del cerro de la Caballada que domina el panorama desde el este- un escuadrón ad hoc de caballería variopinta, de unos 130 hombres -y hasta de niños- que le presentaban combate desde el oeste.

Había metido sus barcos por el río después de volar de un cañonazo una pequeña batería que le abrió fuego en la desembocadura. Allí murieron en los últimos días de febero, los primeros. Pero el inglés no conocía el río. Los barcos toparon con bancos y oleadas. Uno de ellos encalló y fue destruido por la 'marea', avanzaban lento y en peligro. Los pequeños barquitos los hostigaban. El inglés decidió atacar por tierra, bajó la tropa de infantería y avanzó, tomando posiciones en el cerro. Pero en el primer encontronazo fue herido de muerte (por suerte, ¿no?: el jefe de la expedición tomando algunos riesgos...)

La consiguiente confusión entre los brasileños, el ataque de la caballada entre los que estaba el propio Molina y que comandaba un tal Olivera, la persecución de la desbandada, la derrota. Separados entre sí, los barcos también cayeron.

Fue el 7 de marzo de 1827. Un chico que todavía no cumplía 17 años, Marcelino, y que estaba en la tropa montada, fue el que galopó al fuerte a dar la noticia de la doble victoria. Esa noche hubo fiesta. Y cada 7 de marzo desde entonces.

Vi en el museo unos bastones. Cuentan que los criollos -y maragatos (otro día hay que contar de ellos)-, tomaron la nave brasileña Itaparica -además de los trofeos de guerra y las banderas que están en la iglesia de Ntra. Sra. del Carmen, en Patagones-, que se usó después entre otras suertes como nave corsaria por un tiempo, con bandera argentina. Al fin, la desguasaron allí mismo. Y los vecinos se quedaron con las tablas y arreos de la nave. Con eso hicieron muebles de toda clase.

Y bastones. De recuerdo.

Y lo bien que hicieron.

¿Qué mejor empleo para el maderamen de una nave de mar derrotada en un río que venir a dar en bastón de tierra...?