martes, 9 de agosto de 2005

Nagasaki

En un artículo que tituló "¿Debería la ciencia tomarse unas vacaciones?", y que publicó el 11 de octubre de 1930 en el periódico World Wide de Montreal (durante un extenso viaje que hizo entre 1930 y 1931 por Norteamérica), Chesterton dice:
En la mitad de la guerra, dejaron escapar súbitamente gases venenosos entre los seres vivos, desde los laboratorios que los habían fabricado y conservado en el mayor de los secretos y donde los controlaban unos cuantos privilegiados. Los hombres a los que habían soltado esos gases, jamás pudieron decir una sola palabra para opinar si aquella nueva arma iba a ser tolerada o no en la guerra honorable. Desde entonces no han tenido nada que decir quienes tienen probabilidades de sufrirlos, es decir, los pobres, ignorantes y valerosos.

Con el perfeccionamiento de la aviación especializada y el perfeccionamiento de los explosivos especializados, han decidido que se puede aniquilar con fuego y veneno a los hombres y mujeres de las poblaciones civiles indefensas... Las mujeres y los niños no han expresado el ardiente deseo de que esto ocurra; salvo en rarísimas ocasiones, las poblaciones civiles no han aprobado ese capricho ni tampoco han aceptado invitar a dichos visitantes mediante una votación democrática. Todos esos seres humanos no han dicho absolutamente nada sobre el cambio, y jamás les han consentido expresar la más leve opinión. Se trata simplemente de la ley del progreso científico, las máquinas son mejores y las masacres, por tanto, han de ser peores.
Por supuesto que a Joseph Pearce, como a otros, la cualidad profética de este tipo de afirmaciones les resulta impresionante. Pero el sentido mismo de la afirmación es tal vez más impresionante y eso se les escapa habitualmente.

La crueldad futura podría haber sido una visión profética.

Pero detectar la crueldad detrás del progreso, detrás del avance científico, de un tipo de civilización, es algo diferente.

Sin embargo, y por este tipo de cosas, sigo teniendo algunos motivos de queja contra Joseph Pearce.

En el capítulo dedicado en buena medida a Hitler ( el 29, Justicia y Alemania), Pearce trae un fragmento de un artículo incluido en el libro que Chesterton publicó en 1934, Avowals and Denials (una colección de notas ya aparecidas en el Illustrated London News.)

Dice Pearce:
Hacia el final del libro, en un artículo titulado "La gran recaída", Chesterton predice con extraordinaria exactitud los principales agresores de una guerra que aún tardaría cinco años en desencadenarse:

"...No son muy comunes estas opiniones en los últimos tiempos, acaso porque no son opiniones que puedan gozar de popularidad ni siquiera ahora. Y sin embargo yo jamás he vacilado en cuanto a ellas se refiere y las he reforzado recientemente. Recuerdo haber escrito al respecto hace mucho tiempo, antes de la guerra de los Balcanes o de la gujerra ruso-japonesa, que en el mundo había dos grandes potencias que suponían una amenaza para la paz, debido a su historia, a su filosofía y a su situación al margen de la moral cristiana. Dichas potencias eran Prusia y Japón. Recuerdo haber horrorizado a todos mis amigos liberales en mi juventud, al decir todo esto del Japón en el Daily News. Con todo, no he modificado mi punto de vista entonces y no es probable que lo modifique ahora, desde luego..."
El caso es que Pearce escribe sesenta años después de todas estas cosas y tiene toda la obra de Chesterton a su disposición, como tiene a su disposición la historia posterior a la muerte de Chesterton.

Lo que Chesterton pudo haber entrevisto y hasta profetizado -todo lo que pudo haber entrevisto o profetizado-, Pearce lo tiene a la vista como hechos, como hechos pasados y presentes.

Pearce tiene que saber -porque hasta yo lo sé- que Prusia, el nazismo y su eugenesia (un punto que trae especialmente en su biografía) fueron castigados.

Pero tiene que saber que no fueron castigados en su eugenesia, precisamente. Y el destino posterior de Alemania muestra que si algo había de cruel en aquella Prusia no todo murió precisamente en el Bunker de Berlín.

Como no fueron castigados los apetitos imperialistas ni de Prusia-Alemania, ni de Japón.

Creo que tiene que saber que en lo mismo que Chesterton acertó, se equivocó.

Porque, Japón, por ejemplo, fue castigado. Duramente. Pero lo fue precisamente en aquellos lugares donde probablemente menos los japoneses "suponían una amenaza para la paz, debido a su historia, a su filosofía y a su situación al margen de la moral cristiana".

Sabe también Pearce que Japón fue castigado por los enemigos de Japón, usando para el castigo aquello mismo que los alemanes usaron, aquel mismo poder cruel que provee el progreso, y que parece haberse cohonestado solamente con el hecho de cambiar de mano.

Eliminada la amenaza para la paz que suponían Prusia y Japón, se convirtieron en prósperos países capitalistas. Alemania incluso, se convirtió en uno de los adalides de la unidad europea, de esta unidad europea.

No parecen haber avanzado mucho en aquellas materias en las que Chesterton advertía que eran una amenaza. No parecen haber avanzado mucho en su "situación al margen de la moral cristiana".

Chesterton lo habría visto, lo sabría si lo viera hoy.

Pearce lo está viendo y, creo yo, sabe que Chesterton lo habría sabido. Pero Pearce no lo dice.

* * *

En 1887, Chesterton tenía 12 años cuando entró al colegio Saint Paul, y estuvo allí hasta 1892.

En aquellos años -por cierto que no era católico, y apenas si era religioso-, le premiaron un poema: A San Francisco Javier, apóstol de las Indias.

Si hubiera vivido para verlo, Chesterton sabría por ejemplo que San Francisco Javier estuvo en las playas y en las sierras de Nagasaki. Y que, pese al fracaso que podrían estimar los hombres, allí sembró el cristianismo del Japón, sembrado de mártires por más de tres siglos.

No lo habría olvidado el 9 de agosto de 1945.