viernes, 19 de agosto de 2005

Al modo de Quasimodo

He visto hoy a un hombre

El hombre que en la playa
desierta, en sus espumas salitrosas
y en sus arenas gruesas
y grises como lágrimas de viuda,
ha dejado su huella
aromada de estrellas, de jazmínes,
de olivos como cruces,
de naranjos:
Ese desesperado ya no existe,
es el ala de un ave que se pudre,
avutarda sin rumbo, pelícano vacío,
en la playa barrida
por un viento africano.


Frente al estrecho de Mesina

El mar, todos sus truenos,
todas sus olas viejas, partisanas,
nunca derrocarán nuestros sueños de guerras
ni podrán con el niño,
ni vencerán al hombre
que llevamos dormido,
erguidas como un álamo las manos
y mudas como bocas de muertos de metralla.

El mar nunca suspira,
nunca vela sus muertos.

Solamente susurra y hace arenas...


Simiente de tierra

Y tú, mujer,
plagada de Sicilia,
sembrada de Mesina,
de simiente de sol en tus entrañas,
temerosa, fecunda,
como flores que espinan,
tan fértil de azahares:
debes reír tu sangre,
tu fortuna de raza que, invadida,
da frutos de naranjos
rojos como tormentas.


Enemigo del tiempo

Trasiego toda hora.
Me bebo los amargos minutos.
Los momentos.

En un rosario laico
ninguna cuenta duele.
Todas duelen.

Epitafios de lunas sucesivas,
días en hierbas verdes y en el heno
seco de los mortales que trashuman.

Y vosotros, que vais
sin mí a ninguna parte,
ballesteros de tiempos flechadores de sangre,
arqueros de recuerdos que punzan como picos
de pájaros en frutos de estos tiempos
que pasan como agujas
de pinares sin vientos, demorados...

Vosotros no sabéis de dónde y hacia dónde
viene la sangre y va.