miércoles, 20 de julio de 2005

Tarea para el hogar

No sé si es necesario decirlo. Pero, por las dudas.

Habitualmente, se suele omitir la aclaración de que lo que sale publicado, lo que aparece en un medio, tiene una cuota de error, de mentira, de omisión, de recorte. Por definición.

No se podría -concedo- trasladar la realidad representada de modo que fuera idéntica en todo absolutamente a lo dicho o exhibido de ella: identidad imposible entre el signo y lo significado.

Sería un disparate.

Como aquella ¿humorada? borgeana de hacer un mapa que tuviera las dimensiones reales del universo.

Una foto no es la cosa fotografiada, tiene -en cuanto representa- una existencia en parte prestada. Es lo que permite mostrar la foto y decir: "Éste es mi padre", cuando sabemos que eso es una fotografía en la que aparece retratado mi padre.

Por supuesto.

Está claro que una cosa es la palabra que designa una cosa y otra cosa es la cosa que designa la palabra.

Muy bien.

En materia de medios, sin embargo, el asunto cambia.

Creo que todo el mundo sabe que se trata de un equívoco más o menos criminal. Por lo menos, criminal para la vida del espíritu.

Cuando nos ocupamos del periodismo, de lo que sale en los medios periodísticos, lo hacemos suponiendo muchas veces (y advertirlo depende de varios factores) que hay en los medios una falla radical.

Podría no estar en el medio mismo, porque teóricamente el medio es instrumental, y 'en teoría'...

Pero, de hecho, es casi imposible ignorarla y no asociarla a la propia actividad.

Esa falla, que ya forma parte del sistema de tráfico de información o de opinión, es casi la substancia misma del sistema.

Hace tiempo que los medios saben que logran substituir la realidad real a fuerza de palabras, sonidos o imágenes.

Tanto tiempo hace -medido en tiempo contemporáneo, es decir mucho más veloz y por lo tanto breve que 'otros' tiempos anteriores-, que quienes tienen en su mano el tráfico, muchísimas veces no advierten la diferencia entre la realidad real y la substituta, cuando no creen que es indiferente la diferencia.

En lo que a mí respecta, cada vez que -y son muchas las veces que- hago referencia a lo que aparece en los medios, siempre lo hago pensando que lo dicho tiene esa falla y que es imprescindible desmontar el mecanismo que hace que la falla triunfe una y otra vez.

Lo lograré o no, pero mi intención es, además y siempre, poner al interlocutor ante la realidad misma, la realidad incluso interior, la propia experiencia.

Como consumidores de medios, somos otro, somos alguien distinto de nosotros mismos. Olvidamos, ignoramos que somos nosotros mismos.

Olvidamos habitualmente (incluso mezclamos) lo que realmente sabemos, sentimos o pensamos, con lo que se supone que pensamos, sabemos o sentimos, según nos obliguen a hacer el esfuerzo de pensar, sentir o saber algo para poder entender lo que nos dicen y prestarle a lo que nos dicen el primer asentimiento crucial.

Y el primer asentimiento crucial es admitir que eso que representa la realidad 'es' en realidad la realidad.

Es decir, que lo que representa la realidad representa efectivamente la realidad real. Aunque lo allí representado desmienta lo que sabemos, lo que pensamos y lo que sentimos.

Y cuando llegamos a este punto, ya no importa nada la naturaleza instrumental del medio.

Lo que es vitalmente crucial, además, es que no concebimos la existencia sin esa presencia mediática.

Podrá decirse que son las condiciones de este tiempo. Y son.

Pero lo que resulta criminal es que el espíritu humano ya no puede funcionar casi sino es de este modo mediatizado, subsitutivo.

Vayámonos experimentalmente a los extremos. A ver.

Hagan la prueba. Eliminen toda presencia mediática.

No, no me expliqué bien: toda intermediación.

Desde el libro y la fotografía y el papel y el lápiz, sí. Aunque hoy resulten rudimentarios.

Eliminen cualquier música que no sea la de la voz o el instrumento en vivo. Eliminen la radio, eliminen la publicidad de la calle, eliminen la televisión, eliminen el cine (dejen el teatro en vivo, en el teatro), eliminen por supuesto la máquina con la que están leyendo esto (y tantas otras cosas mejores que esto), eliminen los teléfonos, no jueguen a nada mediatizado, no hablen de nada que hayan recibido por esa vía mediática fuere cual hubiere sido...

Hagan la prueba.

Sé que no son todos los medios iguales. Pero dejen -diagnóstica y terapéuticamente- todos los medios de lado. De pronto, de repente, de golpe.

Hagan la prueba.

Veamos qué queda de nosotros mismos, qué de nuestros reales intereses y preocupaciones, qué de nuestras alegrías y esperanzas, qué de nuestras angustias y dolores, qué de nuestra propia experiencia, qué de nuestros intercambios personales, cuando es cuestión de quedarse sin más mediación que nosotros mismos.